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Authors: Noelia Amarillo

Tags: #Erótico

Cuando la memoria olvida (48 page)

Darío se metió en su cuarto y Marcos entró en la cocina, preparó la leche con el Cola-cao, que estando caliente se disolvió sin problemas y lo dejó en el microondas para darle un toque en el último segundo. Colocó el desayuno anudó la mochila de Iris a su cazadora y entró con paso firme en el cuarto de la niña. Subió la persiana y con voz autoritaria dijo:

—Iris, es hora de levantarse. Hay que ir al colegio.

La niña le hizo el mismo caso que el día anterior, pero esta vez estaba preparado. Usó su tono más firme y autoritario y volvió a intentar despertarla, aunque la niña se dio la vuelta en la cama. Marcos la destapó, ella gritó. Marcos la levantó en brazos y la llevó gritando hasta el baño, la lavó la cara —con jabón— y la puso a hacer pis. La niña lloró y Marcos le dio una chuche. Iris sonrió y dijo que se volvía a la cama. Marcos se dio cuenta al instante de su error y le quitó la chuche con la amenaza de no dársela si no se portaba bien... No se portó bien, pero consiguieron llegar al cole a las nueve menos un minuto, con los deberes y el almuerzo en la mochila, dos galletas y medio vaso de leche en el estómago, y el otro medio sobre la camisa de Marcos. Pero habían llegado y eso era lo que contaba. Mañana lo haría mejor.

Cuando Ruth llegó al centro, todos y cada uno de sus compañeros la observaron sonriendo. ¡Ja! Si pensaban que iba llegar todos los días tan tarde iban listos. En cuanto el director se olvidara, volvería a su turno, no podía dejar las cosas sin hacer. Sería una gran irresponsabilidad.

Al pasar frente a recepción Sara le informó de que el Sr. Director estaba esperándola en el despacho. Ruth suspiró, revisó su vestuario —falda negra y ajustada por encima de las rodillas, zapatos de salón y chaqueta entallada, todo recién salido de su última y alocada incursión al terreno de la moda— y se recolocó su pelo despuntado y desordenado.

Nada más entrar en el despacho, el director le indicó con un gesto que tomara asiento y le pasó un pliego de hojas. Ruth se dispuso a leerlo. Lo soltó sobre la mesa como si quemara. Volvió a cogerlo. Pasó las páginas rápidamente hasta llegar a la última y comprobó que la firma del Sr. García estaba en ella. Lo miró confundida

—Si quiere leerlo detenidamente puede hacerlo —comentó él seriamente.

—No, no es necesario. Pero...

—¿Ve algún problema?

—No, no. En absoluto. Es solo que... —Se detuvo aturullada, se había quedado sin palabras.

—¿Y bien?

—No sé si estoy preparada para esto —comentó asustada.

—¿No lo sabe? Perfecto. Su trabajo no es saberlo. Ese es mi trabajo, a no ser dude usted de mi capacidad de apreciación y elección...

—No, no en absoluto, no pretendía dar a entender...

—Perfecto. Entonces llévese el contrato y léalo. Lo quiero sobre esta mesa, firmado, dentro de una hora.

—No es necesario, ya... ya lo firmo... —contestó cogiendo el bolígrafo que le tendía—. Pero... este puesto está ocupado —dijo con el bolígrafo alejado del papel sin firmar.

—Ya no.

—Comprendo. —Firmó el contrato—. Imagino que Elena estará contenta —comentó.

—Imagina mal.

—¿No quería ser ascendida? —preguntó estupefacta. ¿Qué le pasaba a esa mujer?

—No ha sido ascendida.

—¿No? ¿Y por qué se me ofrece a mí su puesto? —No entendía nada.

—Ya no es su puesto.

—¿Cuál es su puesto ahora?

—No tengo ni la más remota idea.

—¿No?

—No sigue en el centro. Lo que haga a partir de este día no es asunto mío.

—¿Ha despedido a Elena? —Porque si era así, en menos que canta un gallo la mujer del director se ocuparía de montar el mayor escándalo del mundo.

—¿Está poniendo usted en duda mi criterio? —preguntó amenazante.

—No, por supuesto que no... —"Solo su integridad física en el ámbito doméstico", pensó para sí.

—Elena no ha sido despedida —dijo para tranquilizarla, temiendo al ver cómo había palidecido que le diera un
patatús
.

—¿No? Disculpe mi arrogancia, había pensado... otra cosa. Estupendo entonces. Pero... si no ha sido despedida, entonces...

—Ha dimitido.

—¿Ha dimitido?

—Tras comprobar los gastos incorrectos de la cuenta de tarjetas, y el estado general de su trabajo, así como los más de cuarenta días de vacaciones, y los, un segundo... —Sacó unos cuantos papeles y los leyó—. Los veintitrés días de asuntos propios, y unas cuantas semanas de baja por enfermedad, eso sí, sin informe ni firma medica, hizo gala de un sentido común impropio en ella y decidió dimitir voluntariamente.

—Ah. —Ruth cerró la boca. No se había dado cuenta de que eran tantas sus faltas. De hecho, sí que faltaba mucho, pero no se había molestado en comprobar cuánto—. Si no dispone de nada más señor, —contestó Ruth deseando salir de allí para tener un ataque al corazón tranquilamente en el cuarto de baño.

—Puede retirarse.

—Gracias. —Ruth recogió su copia del contrato y salió apresurada por la puerta. Allí encontró a Sara con una enorme mirada interrogante. Estaba a punto de gritar de alegría cuando le llegó la voz del director desde el despacho.

—Ruth, encárguese de que la directora de recursos humanos se presente en el despacho esta tarde a las cuatro en punto.

—La informaré inmediatamente señor —respondió ella con la frase de costumbre.

—Ruth.

—Sí, señor.

—Usted es la directora de recursos humanos. Procure recordarlo a partir de ahora.

—Por supuesto señor.

—Sara. Pase a mi despacho.

Esa misma tarde, la nueva directora de recursos humanos y su nueva secretaria, Sara, entrevistaron a la que sería la nueva recepcionista de información.

CAPÍTULO 45

La posibilidad de realizar un sueño

es lo que hace que la vida sea interesante.

PAULO COELHO

Dos meses. Dos jodidos meses y seguían igual.

Marcos estaba desesperado. Llevaba dos meses intentando conquistar a su amiga y no había manera. Dos besos al día. ¡Dos! Eso era lo único que había conseguido por el momento. Un beso al verla cada tarde y otro al despedirse. Y nada de besos con lengua, apasionados y excitantes, no. Besos sencillos y ligeros en los labios, casi apresurados, que lo dejaban excitado y nervioso y sin posibilidad de alivio. Joder. Le dolía la mano de masturbarse por la noche. Y por la mañana, ¿Pero qué otra cosa podía hacer? ¿Acostarse con ella en casa de su padre, con su hermano cerca que lo mataría? ¿Llevarla a un hotel alguno de los escasos viernes por la noche que ella consentía en salir? Imposible. Esos viernes salían con Iris al cine y al burguer y luego regresaban a casa y pasaban el rato hablando en el comedor... No se veía capacitado para, una vez allí, volver a sacarla de casa y hacerla el amor con fuerza durante toda la noche. Bueno, capacitado sí se veía, lo que no sabía era dónde hacer eso. Porque si tenía que pagar un hotel cada vez que quisiera hacerla el amor, no iba a comprar un piso ni en mil años. ¡Qué difícil era ahorrar!

Arrojó el periódico que había estado leyendo hasta hacía un segundo a la basura y comenzó a recorrer su cuarto con pasos rápidos y furiosos. Nada estaba pasando como él quería.

Revisaba cada día los anuncios de pisos en venta tanto en prensa como en internet, y en todos le ocurría lo mismo. Era imposible comprarse un piso, demasiado caros. Y los que no lo eran, necesitaban tal reforma que no podía pagarla. Por supuesto, podría pedir un crédito. Y de hecho hasta se había conformado, pero no se lo concederían, al menos no en ninguno de los cuatro bancos que había visitado. Su trabajo no era seguro. ¡Já! ¿Qué trabajo era seguro hoy en día? No estaba fijo. ¡Já! ¿Quién coño estaba fijo hoy en día? Y más y más pegas. Tendría que ser como mínimo funcionario o millonario para conseguir el crédito. Para lo primero tenía que estudiar, y sabía que eso no se le daba bien, y además, no tenía tiempo. Lo segundo estaba fuera de toda duda. Al menos para él. Su madre era caso aparte. A veces estaba segura de que su hijo era rico y otras, que era un pirata.

Luisa estaba cada día peor. Mientras él estaba en casa, ella mantenía más o menos la cordura. Bueno, no la cordura, de eso no tenía. Pero la locura era menos evidente. Pero cuando salía a trabajar durante una o dos semanas, a su vuelta encontraba la comida putrefacta en la nevera y la casa vuelta del revés. Era como si su presencia la influyera positivamente, pero en el momento en que faltaba todo se iba a la mierda.

Leyó por enésima vez el contrato de su próximo reportaje. Un mes fotografiando Tenerife. Un dinero que le hacía mucha falta. Un tiempo del que no disponía.

Guardó el contrato y salió del cuarto. Su madre seguía plantada delante del televisor, en bata.

—¿No te has vestido todavía?

—Por supuesto que sí. Acaso no tienes ojos en la cara.

—El... conjunto que has elegido no es adecuado para hoy mamá, hace frío en la calle.

—¿Tú crees?

—Estoy seguro. Ponte... ven conmigo.

Fue al cuarto de Luisa y sacó una falda larga, medias, una blusa y una chaqueta de punto. Poco a poco, sin apenas notarlo, su madre se había acostumbrado a que él le preparase la ropa. Y él, que había tomado como rutina de vestir a Iris, no encontraba impedimento en hacerlo igual con su madre.

Cuando estuvo lista, se dirigieron al parque. Su mujer, o futura mujer, y su hija los estaban esperando. O más bien Ruth los esperaba porque Iris estaba enzarzada en una partida al Uno con los "Repes" y el "Sardi".

—Hola cariño —saludó Marcos tomando su beso diario. Y de paso abrazando por un segundo las estrechas caderas de Ruth. "Poco a poco", se dijo, "poco a poco". Pero es que iba muy poco a poco, pensó impaciente.

—Hola Marcos. ¿Qué tal hoy?

—Bien. Tengo dos noticias.

—¿Si?

—El mes que viene saldrá el reportaje sobre tu centro —comentó guiñándole un ojo.

Ruth abrió la boca estupefacta, pero luego se lo pensó mejor y en vez de dar un grito de alegría agarró a Marcos por las orejas y le besó con ganas... y con lengua... y con pasión... y Marcos estuvo a punto de correrse allí mismo. Sin pensárselo dos veces, sus manos tomaron la iniciativa y agarraron a su chica. La apretaron contra él y se anclaron en su trasero a la vez que su ingle palpitaba por el inesperado y muy deseado contacto. Ruth rompió el beso demasiado rápido, dejándolo excitado y muy frustrado. Esa noche no tardaría ni un segundo en llegar al orgasmo a solas con su mano y su imaginación.

—¿Cuál es la otra?

—¿La otra qué? —preguntó él aturdido intentando alcanzar sus labios de nuevo.

—La otra noticia. —Ruth posó sus manos sobre el pecho del hombre y empujó —Marcos, compórtate, estamos en mitad del parque.

—Mmm, sí. —Le robó otro beso y dejó la mano anclada en su cintura—. Me ha salido otro reportaje gráfico.

—Vaya, genial —comentó Ruth recostándose en el pecho de Marcos, que últimamente siempre estaba abrazándola, acariciándola, tentándola. La estaba volviendo loca—. ¿Cuándo te marchas?

—La semana que viene, el lunes. Estaré fuera un mes. En Tenerife.

—¡Un mes! Jamás te has ido tanto tiempo.

—Desde que estoy en Madrid, no. Pero... tenía que pasar antes o después. Es un reportaje más largo y necesito más tiempo para llevarlo a cabo.

—Te vamos a echar mucho de menos —comentó ella hundiendo su cara en el hueco del cuello masculino y posando la mano en el pecho ancho y poderoso—, ¿Qué vas hacer con Luisa? —preguntó preocupada.

—No tengo ni la menor idea. No me hace gracia dejarla sola durante tanto tiempo, pero me hace falta el dinero. —De hecho, el piso habitable más barato había visto rondaba los doscientos mil euros— Si rechazo el reportaje entraré en la lista negra y no me pedirán más mis servicios.

—Lo sé. Yo... no te enfades.

—¿Por qué iba a enfadarme?

—Llevo un tiempo meditando sobre la situación de Luisa cuando no estás.

—Ya me ha contado que vais a pasar las tardes con ella. Gracias.

—Oh, no es nada. No tenía por qué decírtelo. La cuestión es que... he solicitado plaza para ella en el centro. No de forma permanente ni nada por estilo, sino como residente temporal para las fechas en que tú no estés. He pensado en ocuparme yo misma de trasladarla de casa al centro y viceversa, por tanto no entraría en la lista de los que necesitan trasporte, que es lo más complejo. Y bueno, estoy razonablemente segura de que si lo solicito, podré conseguir su entrada.

—Me parece perfecto.

—Menos mal. Temía que te indignaras por meterme en tus asuntos.

—También son los tuyos, cualquier anciano es asunto tuyo —comentó divertido.

—Exagerado —le reprendió dándole un pequeño golpe con su exquisita mano en el pecho—. No obstante, todavía queda lo más complicado: las noches.

—No pienso meter a mi madre interna en una residencia.

—Ni yo te lo pediría. Estoy considerando tenerla con nosotros en casa, ella podría dormir en la litera de Iris, Iris en la mía, y yo en el sofá del salón —comentó airándolo atentamente.

—El sofá de tu salón es muy incómodo.

—Sería solo un mes. No podemos dejarla sola en casa. La última vez, mientras se hacía la cena, algo llamó su atención, se despistó y dejó la sartén al fuego. Gracias a Dios que su vecina estaba pendiente y no pasó nada.

—¿Cómo te has enterado de eso? Yo no sabía nada —preguntó aturdido. ¡Joder!

—Le di mi teléfono a la vecina y la rogué encarecidamente que me avisara sucedía algo.

—¡Dios, no quiero ni pensarlo! Gracias, de verdad. No sabes lo que significa para mí —dijo volviéndola a besar cuidadosa y cariñosamente—, pero no puedes hacerte cargo de mi madre en tu casa. No tenéis espacio. —Lo meditó un segundo y se tiró de cabeza al río—. ¿Por qué no venís Iris y tú a casa ese mes? También puede venir Ricardo, hay sitio para todos.

—Papá no puede dormir fuera de casa, se asustaría cada vez que se despertara, temiendo estar en un lugar extraño.

—Aps. ¿Y vosotras? Tus hermanos pueden hacerse cargo de tu padre ese mes. Solo tendrías que faltar por la noche.

—No sé.

—Mi casa tiene cuatro habitaciones, tendríais una para cada una, y como yo no voy a estar, no supongo ninguna amenaza para tu virtud —comentó bromeando.

—Lo pensaré.

—Esperaré esperanzado tu respuesta. —Se inclinó haciendo una pronunciada y burlona reverencia.

Ruth lo pensó. Lo comentó con sus hermanos y a estos le pareció bien; bueno, a Héctor le pareció bien, Darío habló acerca de castrar a alguien, pero con un carraspeo de Ruth, se calló y ya se sabe... "Quien calla otorga". También lo comentó con su padre. Varias veces. Y en todas las ocasiones, este le preguntó si el muchacho significaba algo para ella. Ruth asintió, advirtiendo que era una medida temporal, un mes a lo sumo, y Ricardo le dio su bendición con un beso y una sonrisa cada vez, asegurándole que no debía preocuparse pues él estaría bien con los chicos. Ruth sabía que su padre no recordaría nada al segundo siguiente, pero se sentía aliviada al comprobar que si hubiera tenido su memoria intacta lo habría aprobado. Aún la remordía la conciencia, pero podría soportarlo. Además, no pensaba dejar de pasar las tardes con él por nada del mundo.

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