Read Cuando la memoria olvida Online

Authors: Noelia Amarillo

Tags: #Erótico

Cuando la memoria olvida (46 page)

—¿Qué te apuestas? —replicó Marcos levantándose de la mesa.

CAPÍTULO 43

Tener hijos no lo convierte a uno en padre,

del mismo modo en que tener un piano no lo vuelve pianista.

MICHAEL LEVIN

A las ocho menos diez de la mañana Marcos entró en casa de Ruth. Ella, por supuesto, no estaba, a las seis había salido pitando al centro. Darío lo miró, sonriendo, le informó de que los deberes estaban sobre la mesa del salón dentro de la mochila y la ropa de Iris sobre la silla del cuarto. También le comentó que la niña desayunaba cuatro galletas mojadas en leche caliente con dos cucharada» de Cola-cao. Luego se dio media vuelta y se metió en su cuarto.

Marcos entró con paso confiado al cuarto de Iris y se arrodilló ante la litera. Su hija estaba dormida como un tronco.

—Princesa. Vamos, tenemos que ir al cole —dijo depositando un beso en su frentecilla. La niña se giró dándole la espalda—. Preciosa, vamos arriba. —No obtuvo respuesta, así que le acarició la espalda, la niña se volvió y le dio un manotazo—. Vamos, cariño, que llegaremos tarde. —Iris ni siquiera abrió los ojos.

Marcos miró a su alrededor y pensó que no había empezado bien. Las persianas estaban bajadas y no entraba nada de luz. Lo mismo por eso la pequeña no se levantaba. Las subió.

—Vamos, bichito, ya es de día.

Iris escondió la cabeza bajo las sabanas. Marcos dio un tirón y la destapó. La niña gritó. Marcos se asustó.

—Pero princesa, se nos va a hacer tarde.

—¡No quiero ir al cole!

—Tienes que ir, cielo.

—Pues vamos más tarde. No quiero ir ahora. Tengo sueño. Quiero dormir. Arrópame, "por fas". — Terminó dándole la espalda de nuevo.

—No puedes ir más tarde, hay que ir ahora. Vamos, cariño, no me hagas esto.

—¡Yo hago lo que quiero, y quiero dormir!

Le costó más de un cuarto de hora —y la promesa de chuches por la tarde, lograr que Iris se sentara en la cama medio despierta. Marcos suspiró aliviado. Aún le daba tiempo.

Cogió la ropa y se dispuso a vestirla. Iris no quería llevar chándal, quería falda. Su madre había preparado un chándal. Iris se negaba a llevar chándal. Marcos abrió el armario dispuesto a coger la primera falda que viera y vestir de una puñetera vez a la niña.

—Hoy toca gimnasia. —Le llegó la voz ¿divertida? de Darío desde la puerta.

Marcos gruñó e intentó convencer a Iris de la conveniencia de llevar chándal en clase de gimnasia. Unas cuantas chuches más tarde y con el chándal, padre e hija se dirigieron al servicio. Iris se negaba a lavarse la cara con jabón. Picaba en los ojos. Marcos le dijo que se lavara solo con agua. Iris lo hizo, pero también lavó la chaqueta del chándal. Marcos salió corriendo al cuarto tomó el primer jersey del tamaño de su hija que encontró después de abrir los cajones. Luego vino el asunto del pelo. Iris tenía enredos...

A las nueve menos cuarto ambos entraron en la cocina. La niña se sentó enfurruñada en la silla y gritó preguntando por su desayuno. Marcos sacó la leche de la nevera y una taza del armario. Cuando dejó la taza sobre la encimera gritó que esa no era la suya. Su taza tenía vaquitas. Marcos buscó desesperado la de las jodidas vacas de mierda en todos los armarios, pero lo mismo las habían ordeñando porque la maldita taza no apareció por ningún lado. Cuando dio la vuelta, dispuesto a chantajearla con más chuches para que aceptara una taza blanca normal y corriente, se la encontró mirándolo medio dormida, con el tazón de plástico rojo y con vaquitas blancas con un lazo rosa en la mano. ¿Dónde estaba?

—¿Qué?

—La puñe... la taza.

—Aquí. —Señaló la niña un lugar en la encimera, donde también estaban secados una cuchara, un bote de Cola-cao y un paquete de galletas. Marcos cogió la taza, derramó leche parte sobre ella y parte sobre la encimera, dos cucharadas de Cola-cao y sacó cuatro galletas del paquete. Lo puso delante de Iris. La niña se negó a beberse eso: tenía grumos negros. Marcos movió el Cola-cao, el hijo de puta no se diluía en la leche. Removió con más fuerza. Nada. Fue al fregadero y quitó con cuidado lo espeso del Cola-cao con cucharita. Luego se lo dio a su hija. Esta mojó una galleta, se la llevó la boca, un mordisco y comunicó que ya no tenía más hambre. Marcos miró el reloj, nueve de la mañana. Retiró las galletas y le dijo que se bebiera la leche. Iris un trago y lo escupió gritando que estaba fría. Marcos le quitó la leche y dijo que cogiera el abrigo para irse. Iris rompió a llorar. Quería su Cola-cao. Tenía hambre de Cola-cao. Marcos pensaba frenético. Iris le dijo que lo metiera en el microondas. Marcos obedeció. Iris dio medio trago a la leche y anunció no quería más. Marcos se recordó a sí mismo que adoraba a su hija. Luego le puso el abrigo, la levantó en brazos y salió corriendo de la casa.

A las nueve y media de la mañana Iris llegó al colegio en brazos de su casi asfixiado padre. Marcos resollaba como un fuelle cuando por fin el conserje se dignó abrirle la cancela, avisándole, eso sí, de que según las normas del colegio las puertas se cerraban a las nueve y cuarto y no volvían a abrirse hasta que tocaba el timbre de salida. Marcos le dio las gracias por la amabilidad y salió corriendo, atravesó los dos patios y subió las escaleras hasta la clase de su hija. Jadeaba cuando la maestra le pidió enfadada los deberes del fin de semana. Marcos miró a Iris. Iris miró a Marcos. Los deberes se habían quedado sobre la mesa del comedor, junto con el almuerzo, el estuche y los demás contenidos de la mochila.

Quizá fuera porque la profesora vio los ojos brillantes de Marcos a punto de romper a llorar, o porque no era la bruja que aparentaba ser, pero la cuestión fue que se apiadó del padre novato y le comunicó que daría a la niña para almorzar algunas galletas que tenía guardadas, y a la vez le advirtió que no se olvidara de llevar los deberes el día siguiente.

Marcos salió del colegio preguntándose dónde habría un puente cerca Jo suficientemente alto como para tirarse sin riesgo a salir con vida.

CAPÍTULO 44

Buscando el bien de nuestros semejantes

encontramos el nuestro.

PLATÓN

A las diez y cuarto de la mañana Marcos entró desesperado en el vestíbulo del centro de mayores. Lo atravesó a la carrera, pasó por delante de recepción, farfulló un escueto "hola" a Sara, y llamó al ascensor. Necesitaba hablar con Ruth urgentemente.

—Marcos —le llamó Sara—, Ruth está en la cafetería desayunando.

Marcos giró en redondo sobre sus pies, cabeceó agradecido y caminó a marchas forzadas hasta la cafetería.

Su chica estaba sentada en una mesa al fondo, sujetaba con una mano una taza detenida a la altura de su boca y observaba con atención unos papeles depositados sobre la mesa.

—Hola, "Avestruz" —saludó él apartando la manzana de su camino y depositando un suave beso en los labios dulces y cálidos de ella.

—Hola, Marcos —respondió ella sorprendida—. ¿Cómo es que estás por aquí?

—Necesito hablar contigo —comenzó él sereno—. Soy un fracaso. —Terminó escondiendo la cabeza entre las manos.

—¿Por qué dices eso? —preguntó asustada, dejando la manzana sin morder en la mesa y prestándole toda su atención.

—Hemos llegado media hora tarde, he olvidado los deberes, no he sido capaz de hacer que desayunara, ¡ni siquiera he conseguido que el chándal resistiera un ¡lavado de cara!

—Bueno, no te preocupes por eso. Ha sido tu primera vez, la próxima seguro lo haces mejor —comentó restándole importancia. ¡Qué susto le había dado por nada!

—Se me olvidó calentar el Cola-cao y no encontraba la taza "vacuna", y por poco no ha desayunado —murmuró compungido.

—No pasa nada, ya le dará algo de comer su profesora. La próxima vez no te dejes vencer y listo —contestó volviendo su atención a los papeles que estaba revisando.

—No quería levantarse de la cama, se negaba a ir al colegio —continuó hundido miseria.

—Claro, claro —dijo Ruth sin levantar la vista de los papeles, tenía un atraso impresionante.

—La he tenido que prometer que le compraría chuches para lograr que se pusiera el chándal —finalizó derrumbándose sobre la mesa y casi tirando los papeles que Ruth leía.

—¡Marcos! Casi los tiras. ¿No ves que esto es importante?

—¡Lo que me ha pasado también! Soy un fracaso como padre, no soy capaz de atender a mi hija correctamente...

—No digas tonterías —cortó Ruth—, A ver, ¿Iris está gravemente herida?

—No.

—Pues entonces no ha pasado nada. No te preocupes —comentó cogiendo papeles y levantándose de la mesa, la manzana olvidada junto al café.

—¿No puedes compadecerte de mí ni siquiera un poco?

—¡Marcos! Compórtate, hombre. Estás dando el espectáculo. A ver, ¿qué quieres que haga exactamente? —preguntó irritada; tenía muchísimas cosas que hacer.

—Que escuches mis penas, que atiendas mis frustraciones, que me compadezcas, que me animes. ¡Que me digas qué coj...minos hago para hacerlo bien!

Ruth lo miró alucinada. ¿Este era el hombre imprevisible y visceral del que estaba enamorada? Por Dios, si parecía un niño pequeño. Le dio unas palmaditas en el hombro, le besó en la frente y le aconsejó que fuera más autoritario con Iris. Un padre no era sólo un colega, sino un mentor. Luego recogió la manzana, le dio un mordisco y abandonó la cafetería con la mente puesta en todos los archivos sin actualizar y los informes sin comprobar.

Marcos dejó caer la cabeza sobre la mesa y empezó a golpeársela contra la madera. Estaba teniendo un día de mierda.

—Romper la mesa con la cabeza no es la solución —comentó una voz a su espalda.

Marcos levantó la vista. Mercedes lo miraba negando y con los labio fruncidos.

—¿Qué pasa, Mercedes? —preguntó una anciana pintarrajeada como si fuera una muñeca de porcelana.

—Este joven no sabe ocuparse de su hija —respondió Mercedes hundiendo a Marcos en la depresión.

—Les pasa a muchos. Si quieres saber mi opinión, hoy en día a los padres les falta disciplina —comentó un señor mayor totalmente calvo y con un bastón que era más un arma que un instrumento en el que apoyarse.

—No saben imponerse a sus hijos y luego estos les dan por todos lados —comentó otra anciana de pelo blanco y sin dientes.

—Si escucha lo que tengo que contarle, seguramente evitará muchos problemas jovenzuelo —comentó el anciano del bastón, balanceando éste peligrosamente cerca de la espinilla de Marcos.

Marcos se encontró de pronto rodeado de momias que le daban consejos sobre la mejor manera de tratar a su hija. Algunos parecían acertados, y otros... bueno, él no pensaba darle a Iris aceite de hígado de bacalao —fuera eso lo que fuera que desayunaba, ni tampoco pensaba castigarle de cara a la pared con los brazos en un libro en cada mano si no obedecía. Pero preparar el desayuno antes de despertarla le parecía una buena idea, y hacer que se lavara antes de vestirla prevendría los accidentes. Cogerla del pelo para levantarla de la cama estaba totalmente descartado, pero amenazarla con no comprarla ninguna chuche más si no lo hacía, quizá diera resultado... En contra de su sentido común se encontró escuchando atentamente a todos y cada uno de los sabios ancianos, y además se dio cuenta de que las cosas que decían —en su mayoría— tenían mucho de eso, de sentido común.

—¿Reunión de moribundos? —se burló una voz—. ¿Haciendo planes de dónde van a ser enterrados? —continuó Elena.

Los ancianos miraron a la mujer escuálida que tenían enfrente, y uno a uno fueron marchando tan deprisa como se lo permitían sus piernas, bastones, dolores y muletas. Solo quedó Mercedes, con la espalda muy erguida y los ojos llameantes.

—Un día Dios acudirá a mi llamada y te mandará al infierno.

—Dios no existe vieja pasa. Yo soy Dios —contestó Elena—. Largo.

Mercedes se fue con la cabeza alta y echando pestes por la boca.

—Me debes una por espantar a los viejos —dijo Elena enredando los dedos en a melena del hombre.

—Aléjate de mí. —Se levantó él ahogando un quejido cuando ella no le soltó el pelo—. Suéltame.

—¿Ya has comprobado lo que te dije? —Se acercó más a él, pinchándole con sus puntiagudos y artificiales pezones en el torso—. Qué lástima, ¿verdad? Te ha dejado como a un tonto, tu inocente y virginal Ruth, madre de una niña... ¿Ya le has propuesto matrimonio? —se burló Elena.

—Sí —respondió Marcos sonriendo—, y con un poco de suerte antes del verano estamos casados y viviendo juntos. —Al menos por eso iba a luchar él—. ¿Sabes qué? Tengo que darte las gracias por la información. Si no es por ti, hubiera tardado en saber que tengo una hija preciosa con Ruth, una hija a la que adoro —menos a la hora de ir al cole—, igual que a la madre —menos cuando no se apiada de mí.

—¿Qué? —exclamó ella soltándole el pelo estupefacta.

—¿No lo sabías?
Uis
, tenías que haberte informado mejor. La niña es mía. —Le guiñó el ojo—. Y la madre también.

—Estás loco, te has dejado convencer por esa furcia.

—Vuelve a insultarla y te mato —susurró Marcos entre dientes.

Agarró a Elena del pelo y tiró de él hacia atrás. La mujer ahogó un quejido y abrió mucho los ojos, por primera vez desde hacía mucho tiempo estaba asustada.

—No me tientes —exclamó Marcos dando un nuevo tirón para después soltarla de golpe y marcharse.

—Hijo de puta —siseó ella.

En la primera planta, Ruth escuchaba atentamente las palabras del director. Atentamente y totalmente atónita.

—Me alegro de que esté mejor Ruth, la hemos echado mucho menos en estas tres semanas que ha estado de baja. —El Sr. García interrumpió su monólogo un segundo y frunció el ceño—. Si he de ser sincero, no solo la hemos echado de menos sino que el centro se ha convertido en un verdadero caos. No me había dado cuenta de todo el trabajo y las responsabilidades de las que usted se hacía cargo hasta que no ha estado para ejecutarlas.

—No entiendo cómo ha podido pasar, Sr. García. Le aseguro que cada día mi hermano venía al centro a por mi trabajo pendiente, pero imagino que el pobre no sabía exactamente qué cajas debía coger. No obstante le certifico que esto no volverá a suceder. Estoy totalmente centrada en mi trabajo y le doy la absoluta seguridad de que antes del próximo fin de semana lo tendré todo al día.

—¿No volverá a suceder? ¿Su hermano venía al centro? ¿Tener al día su trabajo antes del fin de semana? Ruth, creo que no sé ni la mitad de las cosas que pasan aquí —afirmó, algo más que irritado.

Other books

An Armchair Traveller's History of Apulia by Seward, Desmond, Mountgarret, Susan
Ball Don't Lie by Matt de la Pena
Keeping the Castle by Patrice Kindl
Jump Shot by Tiki Barber, Ronde Barber, Paul Mantell
Tamed by a Laird by Amanda Scott
Dead Is Just a Rumor by Marlene Perez