Cuando la memoria olvida (49 page)

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Authors: Noelia Amarillo

Tags: #Erótico

—¿Y tendré un cuarto para mí sólita?

—Efectivamente princesa. Podrás llenar las paredes con todos los posters que quieras. Y sobre todo, podrás dormir sola en tu cuarto —conversaba Marcos a solas con su hija— Además, si eliges el de la terraza, verás los pajaritos por la mañana.

—¿Para qué voy a dormir sólita? Siempre duermo con mamá. ¿Hay muchos pajaritos?

Si les pones migas después de cenar, por la mañana hay un montón. Y lo de dormir sola, bueno, yo había pensado que como ya eres mayor, querrías dormir en tu propia cama de niña mayor. Claro que si no te sientes lo suficientemente mayor como para dormir como los niños mayores... —remarcaba una y otra vez la palabra "mayor"—, siempre puedes dormir con mamá como los bebés.

—Yo no soy ningún bebé.

—Claro que no.

El domingo 15 de marzo, a las tres de la tarde, Ruth, Iris y sus maletas aparecieron en casa de Luisa para quedarse durante un mes. O para toda la vida, depende de quién lo pensaba era Ruth o Marcos. Había hablado con su madre, y ésta se había mostrado extasiada con solo pensar en tener a su nieta y su nuera (según ella ya estaban casados) en su casa. Por siempre. No era la mejor solución, pero la única a su alcance, pensó Marcos.

Iris se negó a compartir cuarto ante la mirada atónita de su madre, argumentando que era
mayor
, y eligió el cuarto que daba a la terraza. Ruth su parte, se quedó con el único libre, el que estaba al lado del de Marcos. Casualidades de la vida.

A las ocho de noche, Marcos recogió su maleta y con la promesa de llamar a diario, partió a Barajas. Volvería en un mes.

CAPÍTULO 46

Aprendemos a amar, no cuando encontramos a la persona perfecta,

sino cuando llegamos a ver de manera perfecta a una persona imperfecta.

SAM KERN

—Señores pasajeros, en breves momentos aterrizaremos en el aeropuerto de Madrid Barajas. Temperatura estimada en tierra, quince grados. Recuerden poner en hora peninsular sus relojes.

Marcos despertó al oír la voz de la azafata por los altavoces. Ya casi estaba en casa. Doce días sin ver a sus mujeres le estaban pasando factura. Las echaba tanto de menos que le dolía el alma. Si es que él tenía de eso. ¡Por Dios! ¿Se estaba poniendo
tierno
? ¡Puag! Sacudió la cabeza para despejarse y cogió su bolsa de mano del compartimiento. No llevaba maleta, por tanto no tendría que soportar esperas. Sólo iba a estar unas horas en Madrid.

Tras aterrizar, salió a paso ligero del aeropuerto y cogió el primer taxi que vio. Le saldría caro, pero se había ahorrado el importe de esa noche de hotel, la comida y el desayuno del día siguiente, y además el vuelo le había salido tirado de precio, por tanto podía permitirse el gasto. Se quedó petrificado al examinar esos pensamientos ¿Desde cuándo se preocupaba él por su economía? Desde que intentaba demostrar a Ruth y a sí mismo que había sentado cabeza y era un hombre responsable... Parecía que lo iba consiguiendo. Más o menos. Sonrió al recordar los preciosos recuerdos que había comprado para sus chicas en Tenerife.

El taxi paró frente a su casa a las dos menos cuarto de la madrugada del viernes. Pasaría parte del sábado con su familia. ¡Aleluya!

Al entrar en su hogar lo recibió el silencio. Dejó la bolsa en el comedor y se acercó a las habitaciones. Su madre roncaba sonoramente, enfundada en un camisón de batista con bordados en mangas y cuello, a juego con el anticuado gorro de dormir que decoraba su cabeza. Su hija dormía a pierna suelta en una habitación en la que no se veía de qué color eran las paredes debido a los innumerables dibujos que ella misma había pintado. Ruth estaba tumbada en la cama, boca abajo, con una camiseta vieja a modo de camisón. Sonrió. Su chica.

Entró en la habitación sigilosamente y cerró la puerta despacito, sin quitar el ojo de encima a su mujer, luego se desnudó apresuradamente y se tumbó a su lado en la cama. Tenues rayos de luna invadían la penumbra de la habitación, adornando de plata las mejillas delgadas de su
hada
.

Con cuidado, retiró la sábana que apenas la cubría y admiró sus esbeltas piernas, sonriendo al comprobar que había ganado un poco de peso. Dormía relajada, con las piernas estiradas y un poco abiertas. Perfecta para él.

Se acercó despacio a su nuca y depositó un beso liviano bajo el pelo cortado en trasquilones —en realidad cortado a navaja a la última moda—. Su ninfa no despertó. Marcos sonrió dispuesto a aprovecharse de la situación. Deslizó con cuidado la camiseta vieja hasta los hombros y comenzó a recorrer lentamente con labios y lengua la exquisita espalda de su Hurí, deteniéndose en cada vértebra, adorando cada centímetro de piel suave y satinada. Su dama de luna gimió en sueños. Él continuó deslizándose por sus caderas, deteniéndose en el comienzo de las nalgas perfectas y redondeadas de su náyade. Su lengua juguetona inició un aleteo fugaz sobre los cachetes idénticos que tanto le excitaban, bajando lentamente hasta los muslos, deleitándose con el sabor la piel de su
Isilwen
[3]
. Sus dedos iniciaron un camino ascendente desde los tobillos, cosquilleando la parte posterior de las rodillas, acariciando con cuidado el interior de los muslos, hasta llegar al perineo de la sílfide de la que estaba perdida e irrevocablemente enamorado. Se sorprendió al descubrir que ninguna tela le impedía el avance. Su adorada Elfa dormía sin ropa interior. Perfecto.

Mordisqueó con suavidad las nalgas a la vez que sus dedos se colaban entre los delicados y tiernos muslos femeninos. Estaba húmeda. Mucho. Recorrió con la lengua la unión entre las nalgas hasta tocar el perineo y se tuvo allí, acarició con sus mejillas rasposas el sedoso trasero a la vez que penetraba con un dedo la vagina. Su princesa encantada jadeó. Sacó el dedo y volvió a introducirlo. Ruth abrió más las piernas.

Marcos recorrió con el dedo humedecido la vulva suave y depilada, lo deslizó por la grieta entre las nalgas y tentó con él el fruncido orificio oculto en ellas. Su mujer gimió y agarró las sabanas entre sus puños.

Marcos se incorporó sobre la cama, abrazó a su sirena y la giró de un solo movimiento. Ruth quedó boca arriba, con los ojos cerrados, los labios entreabiertos, la respiración agitada. Se colocó un condón y se situó entre sus caderas, de rodillas, como los suplicantes adorando a su diosa. Bajó la cabeza y hundió la nariz en su pubis completamente depilado. Su aroma le llenó el cerebro, su pene palpitó con el recuerdo. Acarició con la lengua el clítoris henchido, deleitándose con su sabor salado y personal. Lamió la vulva con delicadeza, buscando la entrada a su cuerpo, saboreando el néctar que brotó de él. Su mujer, amante, su esposa; gimió su nombre.

Con su sabor en la boca recorrió la distancia hasta los cálidos labios femeninos que no paraban de llamarle, los recorrió una y otra vez, anhelando el permiso para entrar. Su diosa le consintió la entrada y él devoró su boca con deleite. Se colocó sobre ella apoyándose en los codos. Su pecho acariciado por los erguidos pezones que lo torturaban, su pene en la entrada al paraíso.

—Abre los ojos —le susurró al oído.

—Marcos —suspiró ella— ¿Eres un sueño?

—Soy real. Estoy aquí. Contigo —dijo penetrándola.

Le hizo el amor suavemente, con delicadeza, entrando y saliendo de ella como se entra en un santuario a implorar un milagro, con reverencia, con humildad con amor. Entrelazaron sus dedos sobre las sábanas sin apartar la mirada el uno del otro. Y poco a poco, con infinita dulzura, ambos se dejaron llevar por la pasión.

—Te he echado de menos —dijo Marcos cuando pudo volver a respirar con normalidad.

—Y nosotras a ti —comentó Ruth radiante—. No te esperábamos.

—¡Sorpresa!

—¿Has terminado el reportaje?

—No. Me he escapado. Vamos bien de tiempo, así que hemos decidido tomarnos un día libre. Más bien unas horas. Mañana, mejor dicho, hoy sábado, tengo que regresar. No puedo quedarme a pasar la noche —finalizó apenado.

—No importa. Este tiempo es más que suficiente. Iris se va a volver loca cuando te vea.

—Yo me he vuelto loco cuando te he visto.

Marcos hundió su cara en el cuello de Ruth, lamió el lóbulo de su oreja y recorrió sus pechos con los dedos.

—¿Te he dicho alguna vez cuánto te adoro?

Ante el silencio estupefacto de su amiga, Marcos pasó a demostrárselo.

—Marcos —lo llamó Ruth somnolienta.

—Dime —balbuceó él pegándose a su espalda, acomodando con un gemido el pene entre sus perfectas y nacaradas nalgas.

—Son casi las cuatro de la mañana. Deberías ir a tu cuarto.

—¿Por qué? —Estaba en la gloria allí mismo. No hacía falta irse a ningún lado.

—Iris se despertará en cuanto amanezca. Deberías dormir un poco antes de que eso suceda.

—Iris duerme como los lirones, no hay manera de despertarla con la salida del sol. Lo sé por experiencia —comentó risueño llevando una mano al pubis y acariciándolo.

—No. Iris no se despierta pronto si hay colegio; cuando no lo hay, la cosa cambia.

—¿Me estás diciendo que ese diablillo madruga en fin de semana?

—Sí.

—La adoro —comentó sonriendo contra la nuca de su amiga. Y ya que estaba aprovechó para comprobar si su sabor seguía siendo igual de dulce. Sí. exquisita, pensó mientras hundía los dedos en la vagina de su mujer.

—Marcos —gimió Ruth.

—Dime. —Su vulva estaba húmeda y los dedos resbalaban inquietos sobre ella.

—Deberías irte a tu cuarto —reiteró ella.

—Estoy bien donde estoy. —Y cuando estuviera donde realmente quería estar, estaría todavía mejor, pensó pujando con su pene entre los muslos femeninos.

—No me parece adecuado que Iris se despierte y te vea conmigo en la cama —soltó Ruth inmisericorde.

—¿Por qué? —¿Qué tonterías estaba diciendo?

—No quiero que se haga falsas esperanzas. Que piense que sus padres van a estar juntos para siempre y todo eso...

—No tienen por qué ser falsas —comentó volviendo a lo suyo. Es decir a los pezones erguidos que le estaban llamando a gritos—. Puedes permanecer aquí, conmigo, para siempre.

—Mañana te irás, y me quedaré sola con ella. —"Volverás a irte una y otra vez, quién sabe si algún día decidirás no volver...", pensó ella—. No quiero que me pregunte cosas que yo no pueda responder.

—Responde sí a todo —murmuró hundiendo la nariz en su alborotado pelo.

—Marcos, de verdad —respondió apartándole las manos, alejándose con pesar de él—. Necesito tenerlo todo muy claro, poder controlar cada situación que pueda darse, saber hasta dónde pensamos llegar antes de que Iris intuya nada.

—¿Controlar? ¡Ya estamos! Control. Siempre tu jodido control. Estamos bien juntos, nos compenetramos. No hace falta saber, ni controlar nada —exclamó frustrado.

—Marcos. Por favor.

—Está bien. Me marcho. Estaré en mi cuarto. En mi cama. Solo —respondió levantándose y abandonando la habitación sin mirar atrás.

Pero no estaba bien. Estaba jodidamente mal. Era una puñetera mierda. Marcos se sentó enfadado en su cama y reflexionó sobre lo que él creía que Ruth quería. Después de mucho meditar —una hora más o menos— decidió el rumbo a seguir.

Eran algo más de las seis de la mañana cuando Marcos entró de nuevo en la habitación de Ruth. Ella estaba dormida, desnuda, boca arriba, tentándole. ¿Quería control? Pues tendría el control. Lo tenía todo planeado. Cerró la puerta con llave.

Se tumbó de nuevo a su lado y comenzó a acariciarle los brazos. Ella se removió inquieta. De los brazos pasó a la clavícula, y de allí a los pechos. Se detuvo unos instantes en el abdomen, y al final decidió que su ombligo era demasiado tentador como para pasarlo por alto. Agachó la cabeza y hundió su lengua en él. Definitivamente delicioso. Y ya que estaba por la zona, decidió investigar un poco más abajo. Ignoró premeditadamente el pubis y la ingle, deslizando los labios a lo largo del muslo, deteniéndose para averiguar los secretos de la parte posterior de la rodilla, exquisita, y continuó hacia los pies, hacia esas venas marcadas del empeine que hace tantos años le llamaron poderosamente la atención. Las siguió con la lengua hasta llegar a los dedos, largos y finos. No pudo contenerse, introdujo uno a uno en su boca, los lamió, los succionó y sonrió cuando notó que la respiración de su chica, ya bastante alterada, se convertía en jadeos. Recorrió en sentido inverso el camino, y esta vez sí se detuvo allí donde todos sus sentidos le ordenaban detenerse.

Observó extasiado el clítoris hinchado, la vulva brillante, inspiró el aroma del deseo y se dejó seducir por él. Hundió la cara entre las piernas de Ruth, recorrió con la lengua la longitud de la vulva hasta llegar al clítoris, lo lamió suavemente para luego atraparlo cuidadosamente entre los dientes. Sintió las manos de su amiga posarse en su pelo a la vez que los gemidos se hacían más audibles. Introdujo un dedo en su vagina a la vez que succionaba con fuerza el clítoris. Las dulces y femeninas manos lo empujaron contra ella a la vez que hermosas piernas se abrieron más para él. La humedad de la vagina hacía resbalar su dedo, lo sacó y recorrió con él el camino hacia el perineo, hasta la unión entre las nalgas. Tentó el ano hasta que logró traspasar el anillo de músculos, y se introdujo hasta la primera falange. Ruth arqueó la espalda y lo llamó jadeante. Marcos devoró con más fuerza su clítoris a la vez que seguía empujando con el dedo, introduciéndolo entero. Ruth vibraba con cada caricia, con cada toque de su lengua. Jadeaba una y otra vez su nombre.

Marcos se separó apenas un instante, lo justo para coger los finos pies de su amiga y colocarlos sobre sus hombros, abriéndola más todavía, mostrándola en toda su belleza. Luego hundió el dedo anular en el ano, apoyando la palma sobre la vulva, presionando con ella la entrada a la vagina. Ruth levantó más las caderas a la vez que se agarró al cabecero de la cama. Marcos bajó la cabeza y prestó la atención debida al clítoris; lo lamió, lo mordisqueó, lo besó y cuando la sintió temblar incontenible, lo succionó hasta oírla gritar su nombre. Continuó bebiendo de ella hasta que los temblores se calmaron, luego se incorporó, con un condón de la mesilla, lo abrió y lo colocó entre los embriagadores labios de su mujer, su amiga, su amante.

Ruth sonrió sagaz.

Marcos jadeó sobre ella hasta colocarse a horcajadas sobre su pecho, luego se inclinó consiguiendo que su pene grueso reposara sobre los labios femeninos.

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