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Authors: Noelia Amarillo

Tags: #Erótico

Cuando la memoria olvida (52 page)

Estaba arrodillado ante ella, mirándola sin ocultar nada. Ruth iba a hablar, a confesar que sí lo consideraba suyo, que... pero no le dio tiempo. Marcos agachó la cabeza y comenzó a lamer sus labios vaginales lentamente, perezosamente mientras uno de sus dedos se colaba en su interior. De repente Ruth se sobresaltó al sentir algo frío recorrer su vulva, intentó incorporarse sobre los codos para ver... Pero la cabeza de Marcos seguía entre sus piernas impidiéndoselo. Era algo suave, muy suave, y estaba frío, aunque lo notaba más caliente a cada pasada que daba sobre su piel, era rígido, y... Marcos lo introdujo en su vagina, Ruth soltó un gemido sobresaltado. Era grueso, largo, y se movía al ritmo que Marcos marcaba.

—¿Te gusta? —preguntaron los labios del hombre acariciando su clítoris.

—¿Qué es?

—Un falo de cristal. Sé que tienes a Brad, pero... táchame de posesivo, incluso de celoso si quieres, pero no me gusta la idea de jugar con él. He comprado esto pensando en ti. Dime que he acertado —dijo moviéndolo dentro y fuera de ella, apretándolo contra las paredes de su vagina, mientras los dedos de la otra mano resbalaban hacia la hendidura de sus nalgas.

—Has acertado —afirmó ella jadeando.

—Bien.

Dejó dentro de ella el falo de cristal y cogió los almohadones que había tirado en el suelo.

—Levanta las caderas. —Ruth obedeció, Marcos metió los cojines bajo ella, alzándola—. Pon tus pies sobre mis hombros y abre bien las piernas.

Marcos podía ver asomando desde el interior de su vagina la base cristalina del consolador; era una de las imágenes más eróticas que había visto en su vida.

Lo tenía todo a su alcance. El clítoris terso y endurecido, la vulva húmeda e hinchada, la vagina abierta y dispuesta, el ano fruncido y excitante. Todo era suyo, al menos por el momento, y pensaba disfrutarlo. Cogió de entre las sabanas el tubo de lubricante y lo derramó sobre sus dedos, para luego recorrer con ellos todo lo que tenía ante la vista. Ruth apretó los pies contra él, levantó las caderas, tembló.

—Es increíble lo suave que te siento —comentó Marcos acariciándola el perineo con las yemas de los dedos—, tu piel es tan perfecta, tan sedosa, tan lisa. —Los dedos resbalaron un poco más allá, hasta posarse sobre el anillo de músculos del ano—. El cristal entra y sale de ti, resbalando por tu vagina y me imagino que soy yo quien se introduce en ti. —Enterró toda la longitud del pene artificial en ella— Quien se aprieta contra ti. —Presionó en círculos hasta oírla jadear—. Quien sale de ti —añadió sacándolo—, hasta que supliques que entre de nuevo —finalizó sonriendo. Ruth apretó los dientes con fuerza—. ¿No?

Dejó la punta del consolador en la entrada a la vagina, y bajó la cabeza hasta que sus labios besaron el pubis. Lamió el contorno del tatuaje mientras su dedo pujaba contra el ano. Deslizó la lengua lentamente hasta casi tocar el clítoris a la vez que penetraba el orificio prohibido con la yema del dedo. Y esperó.

Ruth alzó las caderas. Él introdujo la primera falange del dedo a la vez que soslayó con la lengua el clítoris y comenzó a mordisquearle los muslos. Ruth se movió inquieta. Marcos sonrió y clavó el dedo entero en ella. La oyó jadear. Y esperó.

—Marcos...

—Dime —respondió pasando la lengua por los labios vaginales, notando cómo la entrada a la vagina temblaba haciendo vibrar el pene de cristal.

—Vamos... —jadeó impaciente.

—¿Dónde quieres que vaya, "Avestruz"?

—Marcos... vamos...

—¿Dónde?

—Dentro, mételo dentro.

Lo hundió en la tensa vagina y Ruth arqueó salvajemente las caderas. La lengua voló hacia el clítoris, los labios lo succionaron, los dientes lo pellizcaron mientras el consolador no dejaba de entrar y salir rápido y profundo en ella. El dedo comenzó a moverse en su ano, imitando los movimientos que se sucedían sin pausa en su vagina. Dentro y fuera, dentro y fuera. Y cuando estaba a punto de estallar, Marcos paró. Y esperó.

—¡Marcos! —medio jadeó, medio gritó.

—Espera... no tengas prisa —comentó risueño sacando el dedo del ano y poniendo en su lugar el tubo de lubricante.

—¿Qué haces? —pregunto más impaciente que asustada.

—Volverte loca.

Marcos apretó el tubo. El gel se vertió dentro de ella, sintió su frescor resbalando por el recto, mandándola escalofríos por todo el cuerpo. Levantó la mirada. Marcos la observa atentamente, pendiente de cada reacción, de cada gemido. Lo vio moverse inquieto, bajó la mirada hacia su pecho, y más abajo. Se estaba masturbando. Mientras apretaba el tubo y la llenaba de gel, rodeaba con la mano libre su polla enorme y brillante, pasaba una y otra vez su pulgar sobre su capullo, bajaba y subía por todo su pene en movimientos constantes e hipnóticos.

—¿Te gusta ver cómo me masturbo? —preguntó él al ver su mirada.

—Sí —jadeó.

—La próxima vez... tú te masturbarás para mí, y yo para ti. Pero ahora voy hacerte enloquecer.

Retiró el tubo y posó dos dedos en su lugar, apretó tentando la entrada, empujando con cuidado, atento a los gemidos y movimientos de su amiga. Esperando paciente ver cómo lo aceptaba.

Ruth jadeó con fuerza y apretó los pies contra él, empujó hacia atrás, alejándose, para al momento siguiente relajarse. Marcos soltó su polla y llevando la mano libre hasta el clítoris, comenzó a acariciarlo, trazando círculos sobre él hasta que la oyó gemir. Apretó los dos dedos de nuevo contra su ano. Apenas estos resbalaron en su interior, ella se tensó de nuevo, respirando aguadamente. Marcos bajó la cabeza y succionó el clítoris a la vez que metía y sacaba el pene de cristal de la vagina húmeda y resbaladiza, separando despacio los dedos que tenía en su trasero, masajeando el recto, apretando, introduciéndolos muy lentamente, intentando abrirse camino. Ruth jadeó y alzó las caderas de golpe, logrando que los dedos se hundieran casi por completo. Marcos paró asustado. No pretendía ir tan rápido.

—¡Marcos! —jadeó ella ante su inmovilidad.

—Lo siento... —dijo comenzando a sacar los dedos.

—¡No los saques un milímetro más, maldito bastardo! —gritó apretando el ano y alzando las caderas—. ¿Quieres oírme suplicar? ¡Yo no suplico! Mete los puñeteros dedos dentro y muévete de una vez.

Marcos se quedó paralizado. Jamás había oído a Ruth decir un solo taco, una sola palabra más alta que otra, y ahora estaba gritando y...

—¡Ya! —ordenó.

Marcos hundió los dedos en el ano y lamió con fruición el clítoris mientras metía y sacaba el pene de cristal fuertemente en la vagina. Notó en los dedos las contracciones de su amiga, la vibración de la vagina estrujando el consolador. Saboreó con la lengua el dulce flujo que manó de su interior, y siguió empujando, succionando, bombeando, hasta que todos los músculos del cuerpo femenino se tensaron en un único espasmo y se hizo el silencio. Levantó la mirada hacia Ruth, su cabeza se hundía con fuerza en la almohada mientras se mordía el puño de una mano. La otra estaba cerrada sobre las sábanas, sujetándose.

Marcos retiró el consolador de la vagina. Sin dejar de mirarla, la penetró con su pene hinchado y endurecido. Ruth abrió los ojos. Su respiración nerviosa sr volvió agitada.

—Te ha gustado. —No era una pregunta.

—Dios, sí.

Se retiró de su interior sin dejar de mirarla. Ambos orificios vacíos, solitarios, disponibles. Agarró su pene con la mano y recorrió con él la grieta entre sus nalgas.

—Relájate.

—No puedo estar más relajada. Apenas tengo fuerzas para moverme —respondió ella abriendo más las piernas. Levantando más las caderas.

—Mejor.

Encontró la entrada a su ano aún dilatado.

—Es la primera vez que hago esto —reveló confuso y estremecido— Si... gimió empujando la corona de su pene contra el ano—, sí ves que... no va bien... lo dejamos...

—¡Deja de hablar y actúa! —jadeó ella—. Toda la vida improvisando y actuando sin pensar, ¿y te pones a meditar ahora? Justo en este momento!

—¡Dios!

No necesitó más aprobación. Se deslizó en ella cuidadosamente, sin otorgar una tregua que no era solicitada. Osciló con mesura sus caderas, con prudencia, hasta que vio los dedos de Ruth deslizarse sobre su abdomen femenino, liso, perfecto. Sortear el tatuaje y pararse en su vulva. Observó atónito a su amiga abriéndose con sus propios dedos los labios vaginales y acariciarse el clítoris, y en ese momento perdió todo control. Bombeó con fuerza dentro de ella, gimiendo su nombre una y otra vez, mientras ella alzaba las caderas a su encuentro, murmurando entre dientes, obscenidades que jamás la había oído decir. Perdió la cordura. Entró en ella una y otra vez hasta que sintió cómo Ruth se tensaba acariciándose con fuerza el clítoris y entonces estalló. Se derrumbó sobre ella mordiéndole la clavícula para no gritar, para no soltar todo el placer que sentía, en un grito que a buen seguro despertaría a todos los habitantes del vecindario. Notó los dientes de Ruth clavarse en su cuello, su cuerpo tensarse, y luego oscuridad. Silencio.

—Marcos... —le llamó Ruth al cabo del tiempo... Horas, minutos, segundos... ni idea.

—Ahora hablaremos —dijo él sentándose en la cama—. No quiero continuar así. —Clavó su mirada azul en los iris color miel—. Me niego a seguir siendo tu amante.

—Espera un momento.

—No. Lo he pensado mucho. Quiero que nos casemos.

—¿Quieres? Así, ¿ya está? ¿Yo Tarzán, tú Jane? —respondió divertida. ¿Dónde había quedado toda la sensibilidad de que había hecho gala mientras la hacía el amor?—. Marcos, respóndeme una pregunta: ¿por qué me has hecho el amor así?

—¿Cómo?

—Con palabras. Me has hecho el amor con tus palabras. No ha sido sexo... ha sido más íntimo, más personal.

—¿Quieres que sea sincero o voy improvisando sobre la marcha?

—¿Qué tal ambas?

—No tengo ni idea de lo que me ha pasado. Sinceramente, venía dispuesto a follarte hasta conseguir que cada vez que pensaras en sexo vieras mi rostro, hasta que asimilaras la palabra sexo a mi persona, hasta que un solo roce en tu piel te recordara mi presencia.

—Vaya. Tanta sinceridad me abruma —comentó alucinada.

—Pero cuando te vi en la cama, disfrutando de mis caricias, supe con toda certeza que no quería que pensaras en mí como una máquina de follar. Quería que supieras lo que siento, lo que quiero. Puedo no ser muy fino hablando, ni decir palabras grandilocuentes, pero no creo que me haya expresado tan mal que no me hayas entendido —comentó aturullado. Tanta sinceridad efectivamente, era abrumadora.

—Te he entendido de sobra... a ver... eres un buen tipo —repitió sus palabras—, tienes un buen trabajo, sabes lo que quieres, y me quieres a mí... Ah, se me olvidaba, y yo soy tuya desde el día en que te perseguí y te espié. Más o menos iba así, ¿no? Y para dejarlo todo bien afianzado, exiges que nos casemos. Que firme un contrato diciendo que soy tuya. —Ruth puso su cara de póquer, pero por dentro se moría de ganas de gritar ¡SÍ!

—No has entendido una mierda —respondió comenzando a enfadarse—. No quiero que seas mía.

—¿No? —Ahora la acababa de dejar de piedra.

—Quiero pertenecerte. Quiero necesitarte, depender de ti, sonreír por tus sonrisas, jadear por tus gemidos, vivir por ti. No entiendes una mierda. Nunca lo has hecho. ¿Crees que voy a mi bola? ¿Que soy un tipo independiente? Pues entérate bien, "Avestruz". No me ha quedado más remedio, no he tenido ni otra opción. —Estaba verdaderamente frustrado, no sabía cómo explicarse y lo estaba embrollando todo—. Conoces a mi madre, sabes cómo es. Jamás pude contar con ella, y mi padre era igual o peor. Jamás se me ha permitido necesitar a nadie. Pero apareces tú, con tus coletas desparejas y tu ropa tres tallas más grandes, con tu inteligencia y tu amistad. Te necesitaba de niño, necesitaba tus frases cortantes y tus cartas llenas de mierda para sentirme vivo. ¿Te has planteado por un momento cuánto te eché de menos cuando me obligaron a irme de Madrid? ¿Tienes siquiera una pequeña idea? Y de repente apareces una noche, y vuelvo a sentirme bien. Y tú me das lo que no has dado a nadie... y yo meto la pata hasta el fondo. Te busqué, Ruth. Al día siguiente fui a casa de tu amiga, pero te habías ido. Te intenté olvidar, volví a Madrid sin ninguna esperanza... Y de repente te veo en un cuadro, dentro de un escaparate. Y en ese momento lo tuve claro. Ibas a ser mía. Pero me equivoqué de cabo a rabo. No quiero que seas mía. Porque siempre lo has sido, siempre has sido mi amiga. Mi vida. —Se pasó las manos por el pelo, desesperado por detener las palabras que se le escapaban entre los dientes—. Quiero darte mi corazón y saber que lo tienes guardado junto al tuyo. Quiero un jodido contrato que diga que te pertenezco, que no me vas a dejar nunca, que seré tuyo el resto de mis días Quiero un jodido anillo en el dedo, para mirarlo cada día y saber que voy a estar contigo el resto de mi vida, que voy a amarte, respetarte y adorarte más allá de la muerte. Porque si te soy total y completamente sincero, me da lo mismo que me quieras o no, yo estoy irremediable y completamente perdido si no me acoges en tu vida. Puedes hacer lo que quieras, puedes casarte conmigo, o ser solo mi amiga. Tú decides —dijo saliendo de la cama y comenzando a vestirse—. Solo quería que supieras cómo me siento —finalizó avergonzado.

—Marcos...

—Soy ridículo, ¿verdad? —interrumpió sin mirarla, terminando de vestirse.

—Marcos...

—No te preocupes. —Evitó que siguiera hablando, no podría soportar su negativa—. Me voy a mi cuarto antes de que Iris se despierte, no voy a jugar sucio, ya te lo he dicho.

—Marcos, escúchame.

—Tengo que regresar esta tarde a Tenerife, aún no hemos acabado el reportaje. —Se volvió hacia ella con la mano en el picaporte de la puerta—. Espera a que esté a punto de embarcar en el avión para darme tu respuesta, así evitare humillarme cuando me contestes. Déjame al menos eso.

—¡Sí! —gritó Ruth irritada porque no la dejaba hablar—. Sí. Me enfrentaré a todo por ti. Sí. Me perteneces. Sí. Soy tuya, lo he sido desde que te espié la primera vez, desde que me volví tan loca que te mande una carta untada con excrementos. Desde que perdí el control una noche y me entregué a ti. Y si sales por esa puerta, te juro que te perseguiré adonde quiera que vayas... aunque tenga que convencer a San Pedro para que me deje atravesar las puertas del cielo. Desde el momento en que has dicho "te quiero a ti" tenías mi firma en tu contrato.

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