Cuentos paralelos (28 page)

Read Cuentos paralelos Online

Authors: Isaac Asimov

La muchacha estaba tendida en el sofá de enfrente, apoyándose en el codo. La cubierta decorada del sofá se hundía bajo ella como si desease ávidamente abrazarla. Se había quitado los transparentes zapatos que llevaba y los dedos de sus pies se encogían y estiraban como si fuesen las suaves garras de una gata perezosa.

—Trabajar para la eternidad fue divertido —dijo, suspirando—, y estuve esperando mucho tiempo para poder entrar en ella.

Le estaba observando. En algún momento de la tarde su oscura cabellera se había soltado, cayendo sobre su cuello y sus hombros desnudos, a los que el contraste hacía resaltar dándoles un aspecto cremoso.

Él no respondió.

—¿Cuántos años tiene? —preguntó ella.

Ciertamente, no debía haberle contestado. Era una pregunta personal y la respuesta no era asunto suyo. «Veinticinco años», se oyó decir. Queda decir fisioaños, por supuesto.

—Yo sólo tengo veintidós —dijo ella—, pero usted vivirá y vivirá y será joven, y yo habré desaparecido muchos años antes.

—¿De qué está hablando?

Se apretó la frente intentando despejarse.

—Usted vive eternamente —dijo ella—. Es un eterno.

¿Era una pregunta o una afirmación?

—Está loca —dijo él—. Envejecemos y morimos como cualquier otra persona.

—¿Puede contármelo? —inquirió ella.

Hablaba en voz baja, en un tono lleno de promesas. La lengua del milenio cincuenta que él siempre había creído áspera y desagradable ahora le parecía eufónica. ¿O era, simplemente, que un estómago lleno y el aire perfumado le habían embotado el oído?

—Puede ver todos los tiempos, visitar todos los lugares —dijo ella—. Me encantaría ser una eterna. ¿Por qué no hay más mujeres eternas?

No se atrevía a hablar. ¿Qué podía decir? Que los miembros de la eternidad eran elegidos con todo cuidado, ya que debían cumplir dos requisitos. Primero: debían estar equipados para el trabajo; segundo: su retirada del tiempo no debía tener efectos deletéreos sobre la realidad.

¡La realidad! ¡No debía mencionarla!

Cuantos sujetos que tenían una excelente perspectiva habían dejado de ser contactados a causa de que llevarlos a la eternidad significaba el no-nacimiento de niños, la no-muerte de hombres y mujeres, los no-matrimonios y no-acontecimientos, las no-circunstancias que habrían desviado la realidad en direcciones que el Gran Consejo Pantemporal no permitía.

¿Podía decirle que las mujeres casi nunca lograban calificarse para la eternidad porque, por alguna razón que no entendía (puede que los programadores la entendiesen, pero él era meramente un observador), su abstracción del tiempo iba a distorsionar probablemente unas diez veces más la realidad que la abstracción de un hombre?

(Las ideas se confundían en su mente hasta que le fue imposible distinguir una de otra. Parecían haberse perdido, recubiertas por un confuso zumbido que no era totalmente desagradable. Ella se había acercado más, sonriendo.)

Oyó su voz, como una brisa vagabunda.

—¡Oh, los eternos! ¡Conviértame en eterna!

Quería decírselo, anhelaba hacerlo: la eternidad no es divertida, señora. ¡Trabajamos! Trabajamos para tramar todos los detalles de todos los cuandos, desde el inicio de la eternidad hasta aquel en que la Tierra queda vacía, e intentamos tramar todas las infinitas posibilidades de lo que podría-haber-sido y escoger un podría-haber-sido mejor que el existente y decidir en qué lugar del tiempo podemos hacer un pequeño y minúsculo cambio para desviar el es hacia el podría-ser, y tenemos un nuevo es y buscamos un nuevo podría-ser, siempre, siempre, siempre...

Meneó la cabeza, pero el torbellino de pensamientos siguió girando. ¿La bebida?

¿La bebida con sabor a menta?

Estaba aún más cerca, no podía distinguir claramente su rostro. Podía sentir su cabello en la mejilla, la cálida y leve presión de su aliento. Hubiese tenido que apartarse, pero, ¡qué extraño, qué extraño!, descubrió que no quería hacerlo.

—Si me convirtiese en eterna... —susurró ella, casi en su oído, aunque las palabras sonaban muy lejos por encima del latir de su corazón. Ella tenía los labios húmedos y entreabiertos—. Si fuese una eterna...

Él alargó los brazos, con torpeza, tanteando a ciegas. Ella no se resistió, pareciendo derretirse en su abrazo, fundirse con él.

Todo sucedió como en un sueño, como si le estuviese ocurriendo a otra persona.

No era lo repulsivo que él había imaginado siempre que debía ser.

Y luego ella se apoyó en él, los ojos brillantes, musitando, «eternidad... eternidad...», una y otra vez.

El mapa espaciotemporal no permitía esto. Pero, por alguna razón, lo único que en esos momentos despertaba una fuerte emoción en el pecho de Horemm era el pensar en Finge. No se trataba de culpabilidad. Era más bien... satisfacción, incluso triunfo.

Acabó volviendo a la eternidad, pero antes de abandonar a Noys besó sus manos y la abrazó con fuerza.

Estuvo a punto de sonreír a Finge cuando le presentó su informe. Finge no alzó la vista y se limitó a mirar las líneas del informe, como si sus ojos bien entrenados estuviesen convirtiendo palabras y frases en símbolos; como si en algún lugar de su mente matemática empezase a cobrar forma el entramado de las ecuaciones.

—Se comprobará —dijo, como sin darle importancia—. ¿Y a usted qué le sucedió, Horemm?

—¿A mí, programador? —murmuró Horemm, su sensación de seguridad se le esfumó bruscamente.

—Sí. Pasó una noche a solas en la casa de la dama... Lo hizo, ¿verdad? Siguió el mapa.

—Lo hice, señor.

—¿Bien? ¿Están todos los detalles pertinentes incluidos en su informe?

Los ojos de Finge se clavaban en él y la costumbre del deber tiraba de Horemm. Un observador debe informar acerca de todo. Idealmente, un observador no era más que un pseudópodo dotado de percepción sensorial extendido por la eternidad. Carecía de toda individualidad propia en el desempeño de su deber.

El labio inferior de Horemm tembló un instante, no a causa de la ira, el miedo o el embarazo, sino a causa del recuerdo repentino de aquella inolvidable noche.

Empezó a contar los acontecimientos que había dejado fuera de su informe.

Y luego Finge levantó un dedo y dijo secamente:

—Gracias. Es suficiente.

Horemm volvió a su escritorio colmado de un vino espiritual. Por supuesto, Finge había tenido que preguntárselo y, por supuesto, no había podido soportar el oírlo.

¡Finge estaba celoso! Para Horemm eso resultaba obvio, y por primera vez en su vida supo que contaba con una meta más importante para él que el helado cumplimiento de los deberes de la eternidad. Haría que Finge siguiese celoso y, si tenía que hacerlo, que lo estuviese todo el mundo, porque iba a conservar a Noys aunque tuviese que enfrentarse con Finge, con el Gran Consejo Pantemporal y con la eternidad entera.

El primer permiso solicitado por Horemm para visitar el siglo para un asunto particular fue presentado dos días después. Había pretendido aguardar un discreto período de cinco días, pero fue incapaz.

Su solicitud fue rechazada.

En cierto modo, lo había esperado. Entró en la oficina del programador Finge temblando a causa de todo lo que tenía que decirle.

—Ha sido rechazada una petición mía para visitar el siglo… —empezó a decir.

Finge le interrumpió de inmediato.

—Quiere ver a la señorita Lambent.

—Sí.

Puso en ese monosílabo todo el desafío de que era capaz.

—Se ha producido un cambio cuántico. Pensé que se había dado cuenta de ello.

Horemm se puso lívido. Lo había olvidado.

—¿Un cambio cuántico?

—¿Para qué otra cosa cree que necesitábamos la información?

—¿Un cambio cuántico?

—Uno pequeño, comparativamente hablando.

—Entonces…

—Pero la señorita Lambent ya no existe. Excepto en las mentes de aquellos de nosotros que la conocimos en la eternidad, no existió jamás. La nueva realidad la ha excluido. Nunca nació.

Horemm retrocedió tambaleándose hasta derrumbarse en una silla.

—Se lo expliqué —dijo Finge—. Le hablé de las dificultades que teníamos con los tiempos en que estaban desarrollándose ideas inconvenientes acerca de la eternidad. El 482 era uno de ellos. Por la información que teníamos llegamos indirectamente a la conclusión de que entre las clases superiores de la era, particularmente entre las mujeres, estaba creciendo la idea de que los eternos eran realmente eternos, que vivían para siempre...

(Horemm recordó la frase de Noys, breve y directa: «Vivís para siempre». Pero él lo había negado... Sólo un tremendo esfuerzo le impidió gritar. )

Finge seguía hablando.

—Peor que eso, había surgido la superstición de que la intimidad con un eterno haría a una mujer mortal, tal y como ellas se concebían, capaz de vivir para siempre.

(Horemm podía oír nuevamente su voz, con tal claridad: «Si fuese una eterna». «Hazme eterna.» Las palabras se veían ahogadas por el recuerdo mucho más potente de sus besos.)

Finge prosiguió:

—Eso era difícil de creer, Horemm. Carecía de precedentes. Si era cierto, la creencia y las causas que daban origen a ella debían ser eliminadas. Pero antes de que pudiésemos actuar, necesitábamos una comprobación directa. Escogimos a la señorita Lambent como un buen ejemplo de su clase. Le escogimos a usted como el otro sujeto...

Horemm se incorporó vacilante.

—Me escogieron... a mí... como sujeto.

—Era algo fuera de lo normal. La necesidad...

—¡Maldita necesidad! ¡Está mintiendo!

Ya no le importaba lo que pudiese decir.

Finge abrió desmesuradamente los ojos. Sus labios gordezuelos se estremecieron.

—Observador, ¿cómo se atreve?

—Digo que miente —gritó Horemm—. Está celoso. Tenía sus propios planes para Noys, pero ella me escogió a mí. ¡A mí! Está intentando decirme que ella…, que actuó como lo hizo porque quería vivir para siempre y yo le digo que no. No fue así, y sus mentiras no conseguirán estropearlo y usted no podrá ocultarla. Existe, y yo iré ahí fuera... y...

Las palabras parecieron desvanecerse en los oídos de Horemm, aunque estaba gritando con toda la potencia de que sus pulmones eran capaces. La niebla roja que flotaba ante sus ojos se hizo más oscura y empezó a girar. Notó la presión del suelo en su mejilla aunque, en los primeros instantes, no fue consciente del dolor.

Luego llegó el dolor. Sus dedos se retorcían en el suelo como intentando aferrarlo. La odiada voz de Finge sonaba en sus oídos, pero las palabras no iban dirigidas a él. Finge estaba hablando por un comuno. Horemm era capaz de entender eso, incluso en su actual estado de impotencia.

Horemm oyó lo que dijo sin tener fuerzas suficientes para levantarse del suelo y estrangularle.

Finge estaba diciendo:

—…ni la más ligera idea de que pudiese tener tal efecto. Sí, era la elección lógica, casi la única. Inhibido, tímido, poco atractivo. El hecho de que la muchacha deliberadamente… Ella lo hizo. Fue inequívocamente deliberado. Su informe lo dejó muy claro. Le indico que vea las adiciones… Sí, hospitalización y rehabilitación, ciertamente. A su manera, es uno de nuestros mejores hombres. No querría perderle.

¡Hospitalización y rehabilitación! Llevó meses de fisiotiempo pero cuando terminó cualquiera que hubiese conocido a Horemm habría jurado que volvía a ser el mismo.

Y podría haberlo sido, excepto por el hecho de que ahora existía algo que no había existido antes. ¡Noys!

¿De qué servía decir que no existía? Existía en su mente. Y en tanto que él viviese existiría siempre en su mente, y no habría ninguna otra mujer.

Nunca se apartó de esa decisión.

A duras penas, sacó del fondo de su alma la fuerza suficiente para que la eficiencia en su trabajo fuese aún más firme e impersonal de lo que había sido antes. Trepó a través de los varios niveles de la clasificación de observador hasta la de técnico.

Atrajo la atención nada menos que del jefe programador Twissell y, a petición del propio Twissell, le fue asignado como técnico personal. En los últimos tres años él, personalmente, había cambiado de lugar objetos, había apagado luces, manipulado interruptores, se había apoderado de comunicaciones personales y había llevado a cabo ciento una cosas sin importancia, cada una de las cuales había acarreado la no-existencia de muchísimas personas y objetos y la nueva existencia de muchísimos otros.

Pero ya no le importaba lo que dejaba de existir en la realidad y, de todas las cosas que en ella aparecían, ninguna era Noys. En el primer año posterior a la catástrofe, de algún modo había logrado engañarse a sí mismo con la esperanza de que en algún lugar del tiempo, a medida que se sucedían los cambios cuánticos, Noys Lambent sería nuevamente recreada. Pero un conocimiento más profundo le decía que no y, a medida que pasaba el fisiotiempo, tuvo que admitir ese no. Del infinito número de realidades posibles, la oportunidad de que fuese escogida una con Noys dentro de ella era una entre un número infinito, o (dicho sin rodeos, de un modo horrible) cero.

Y entonces, cuando el peso de la futilidad podría haber hecho que todo se derrumbase, le llegó una nueva meta vital. De inmediato no se dio cuenta de cuál era. La idea fue creciendo lentamente pero, gracias a ella, Horemm pudo soportar la vida, el trabajo y al ejecutor Twissell. Aguantó todas las nimiedades triviales del jefe programador. Toleró todas las estupideces a las que parecía autorizarle la calidad de genio. Por encima de todo, aguantó los humeantes cilindros de papel y hierba que se consumían en sus manos..., un vicio del que nunca había oído hablar, y menos aún experimentado, en todos sus años de vida. Respiró el humo pestilente, atragantándose y ahogándose con él, y jamás tuvo una palabra o una mirada de queja (y, muy raramente, sólo un pensamiento). Todo en bien del gran proyecto de Twissell.

Hoy, ese mismo día, mientras volvía de su misión en el 2456, ese proyecto iba a dar fruto.

Hoy iba a suceder, con la llegada del joven Brinsley Sheridan Cooper, a quien el mismo Horemm había ido rastreando esforzadamente entre los incontables quintillones de posibilidades con un ardor y una vocación que trascendían el simple deber.

6

Cooper permaneció callado en el viaje de vuelta del 2781. Sentía cierta incomodidad física. Ese espaciopuerto había estado repleto de gente. Después, estaba vacío. Eso no significaba necesariamente que hubiesen dejado de existir. Estaban en otro lugar, con vidas y recuerdos distintos; y si algunos nunca habían existido, había otros que acababan de surgir a la existencia.

Other books

Branded by Rob Cornell
Cowgirls Don't Cry by James, Lorelei
Children of a Dead Earth Book One by Patrick S Tomlinson
Fracture by Aliyah Burke
The Man of Bronze by Kenneth Robeson
Bitter Angels by C. L. Anderson
Trickster by Nicola Cameron