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Authors: Isaac Asimov

Cuentos paralelos (31 page)

Twissell le quitó importancia al asunto. Los gestos de su mano, veloces y semejantes a los de un pájaro, su ancha y despejada frente y sus ojos, inteligentes y vivaces, le eran tan familiares a Manfield como se lo eran ya a todos los programadores de la eternidad.

—Tengo el germen de una idea —dijo Twissell—; una gran idea; puede que una idea ridícula. No le hablaré de ella. Pero me gustaría que hubiese alguien sólido y de confianza como usted en los lejanos cuandos de abajo. Y, además, que fuese un instructor. Puede que no llegue a nada pero, con todo...

Manfield no intentó comprender del todo tales observaciones. Sólo tenía ganas de marcharse. Su cabina cronomóvil le estaba esperando y quería alejarse todo lo posible a los inicios de la eternidad. Quizá dentro de esa quietud le fuese posible olvidar su propio y enorme crimen.

Estaba en la cabina, con Twissell estrechándole la mano por última vez y diciendo:

—Se acordará, ¿verdad?, si alguna vez le necesito...

—Me acordaré —musitó, con apenas un matiz de impaciencia—. Siempre le estaré agradecido, ejecutor.

Pero lo olvidó.

No del todo, naturalmente. A medida que transcurrían los fisioaños no olvidó que en tiempos había sido un programador. No olvidó una noche horrible, una petición que había cursado a la mañana siguiente. Ni tan siquiera olvidó que Twissell le había ayudado.

Sin embargo, olvidó las vagas insinuaciones de Twissell acerca de que el apoyo que le había prestado no estaba motivado por la simpatía sino por unas previsiones totalmente prácticas. Olvidó —o, mejor dicho, nunca volvió a pensar en ello—, que se había colocado en una situación de deuda con Twissell.

Incluso cuando Twissell le mandó la petición de que aceptase en su clase a Brinsley Sheridan Cooper, pidiéndole además que el novato se especializase en Historia Primitiva, en su mente no se removió ningún recuerdo. No se le ocurrió a Manfield que aquello era parte de lo que Twissell ya tenía en mente cuando le ayudó a colocarse como instructor en el 28.

Manfield era un reconocido experto en Historia Primitiva, y no consideró extraño que le enviasen a un estudiante para que lo entrenase en dicha disciplina.

Cuando Cooper se marchó con destino al 575 y, apenas unas doce horas después llegó la llamada de Twissell, se dirigió tranquilamente al comuno.

Llegó incluso a protestar, considerablemente agitado, cuando Twissell le pidió por primera vez que tomase inmediatamente una cabina para el 575. El no era un programador, explicó indignado. Preferiría no...

—¡Por el gran Cronos, hombre! —había exclamado roncamente Twissell—, aún seguiría de programador si no hubiese sido por mí. Ahora le necesito.

Y entonces Manfield se acordó.

—Estaré ahí —dijo apagadamente.

Manfield tardó más de quince minutos en tener una vaga idea de lo que iba mal. Al principio le pareció que Twissell tan sólo se estaba lamentando por la pérdida de un técnico mentalmente inestable (Manfield había oído hablar de Horemm, el llamado "príncipe de los técnicos").

O quizá tardase en comprender a causa de que no se encontraba a gusto en aquel ambiente. En todos los años transcurridos desde que había tomado la cabina cronomóvil en dirección del abajo cuando, hacia el 28, no había vuelto a un cuando más elevado que el periódico viaje de estudios al 48. Y ahora, estaba aquí, sumergido en el milenio sesenta de la eternidad, contemplando al hombre que resumía en su persona el papel vital que a él le parecía más repulsivo y aborrecible. A menos de cinco siglos..., cinco siglos...

Con un esfuerzo, arrancó de su mente el pozo de recuerdos en el que siempre estaba dispuesto a sumergirse y trató de concentrarse en lo que Twissell estaba diciendo.

La voz del viejo ejecutor se fue haciendo más fría y firme y el auténtico significado de lo que estaba diciendo empezó a penetrar en su conciencia. Los ojos de Manfield se entrecerraron y su ansiedad por volver al útero que se había ido construyendo en el 28 disminuyó a medida que escuchaba.

—Ejecutor —dijo finalmente—, ¿estuvo de acuerdo el Gran Consejo Pantemporal en permitir que se mandase una cabina al inicio de. . .?

Twissell dio una palmada, irritado.

—¿Qué tiene eso que ver con todo el asunto? Esa cabina la construimos Horemm y yo para cumplir cierto propósito. Por desgracia, el propósito de Horemm no era el mío. ¿Quiere dejar de poner esa cara, Manfield? La teoría de penetrar en el pasado de la eternidad es de sobra conocida. Por razones obvias, se trata de materia restringida pero, de todos modos, logré arreglármelas... Muy bien, no informé al Gran Consejo Pantemporal. ¿Qué significado tiene eso ahora?

—Entonces, yo debería informar acerca de usted —dijo Manfield.

—¿Y de qué serviría eso ahora? ¿Entiende usted lo que estoy diciendo? Estamos enfrentándonos con el fin de la eternidad.

Sí, la idea estaba empezando a quedar muy clara para Manfield. ¿El fin de la eternidad? Una idea extraña; casi agradable. ¿Acaso él, y todos los eternos, iban a sufrir el destino que tan fríamente le habían infligido a tantos otros? De pronto, se preguntó: «¿Duele un cambio de la realidad? ¿Cambian los recuerdos de un modo limpio y rápido? ¿No queda nada? ¿No quedaría en ninguna mente el fantasma de una eternidad desvanecida?».

Sonrió levemente. Era como si, finalmente, le estuviesen ofreciendo una expiación por su crimen, y sonrió.

—No se quede ahí sentado sonriendo, Manfield —exclamó Twissell, casi a gritos—. ¿No entiende lo que estoy diciendo?

—Lo entiendo, pero...

—Pero está atónito porque yo haya dejado de lado al Gran Consejo. ¿Se trata de eso? Oiga, Manfield —dijo con violencia—, tenía que trabajar sin ellos. Era mi idea, totalmente mía. No podía esperar sus confabulaciones y sus retrasos. Aun así, tardé diez fisioaños. Ahora tengo sesenta y cinco. Puede que a Cooper le hagan falta diez años, incluso quince, para completar su misión. Quiero estar vivo cuando regrese. Quiero ser capaz de decir que yo hice posible a Harvey Mallon. Yo, y sólo yo, fui el auténtico originador de la eternidad. Quiero decirlo; quiero que los eternos lo sepan. Entonces, podré morir.

Pese a toda su ardiente energía, la auténtica edad del cuerpo de Twissell no podía ser ignorada. Le temblaban las manos y sus pálidos y resecos labios se estremecían. Manfield, sobresaltado, pensó: «Es viejo; viejo».

De algún modo, logró sentir compasión y, sin esperar una respuesta razonable, dijo:

—¿Qué quiere de mí?

—Conoce a Cooper y conoce los tiempos primitivos. Encuéntremelo.

Manfield meneó la cabeza.

—¿Cómo puedo hacerlo? ¿Dónde he de buscar? ¿Cómo he de buscar?... Mire, ejecutor, ¿por qué no arregla el asunto mandando a alguien más de vuelta al 24? Con seguridad, debe haber copias del plano de Mallon para el campo temporal. Mientras tanto, cuando Cooper se dé cuenta de que está en un siglo equivocado y de que no puede volver, tendrá lo bastante de programador y de eterno para comprender los peligros de un cambio cuántico y evitar. . .

Twissell se enfureció.

—Es usted un tonto, un idiota. El muchacho podría causar un cambio cuántico involuntariamente, sin ser consciente de ello. Además, es imposible mandar a nadie más.

—¿Por qué?

Twissell miró a Manfield con ojos torturados.

—Porque Cooper no es un mensajero para Mallon. Él es Mallon.

—¡Qué!

—Brinsley Sheridan Cooper es Harvey Mallon, el inventor del campo temporal y el padre de la eternidad.

—Pero eso es imposible.

—¿Eso piensa? Eso es lo que usted piensa. Su campo de especialización es la Historia Primitiva, y piensa de ese modo. ¿Por qué no llegó a establecerse jamás la fecha de nacimiento de Mallon? ¿No podía ser acaso porque no hubiese nacido en el 24? ¿Por qué nadie conoce la fecha exacta de su muerte; por qué no existen registros? ¿No podría suceder que, habiendo completado su obra, volviese a la eternidad? Y no me hable de paradojas.

Manfield sacudió la cabeza.

—No soy un niño. No hablo de paradojas. ¿Le contó eso a Cooper?

—Tenía que contarle algo así, sí. Pero le conté lo menos que pude hasta el último instante. Para obtener unos resultados óptimos era necesario que mantuviese sus ideas sobre el asunto lo más fluidas posible. La historia en los tiempos primitivos está fijada; no hay más que una realidad, así que debía seguirla libremente. Si se lo hubiese contado, si hubiese llegado al 24 con todo un conjunto de ideas ya fijadas, quizá no fuese capaz de adaptarse con la rapidez necesaria.

»El plan era hacer que buscase a Mallon y no le encontrase. No tardaría en sentir pánico y, en su desesperación, se establecería él mismo como Mallon, revelaría los planos del campo y cerraría el círculo. Debía suceder de ese modo. Casi podemos deducirlo de la historia. Usted conoce los registros... Mallon exhibió su máquina con la mayor reluctancia y publicó sus documentos solamente después de dos años de retrasos. Solíamos llamarlo la humildad del auténtico genio, pero no lo era. Era Cooper preguntándose qué debía hacer.

—Si la realidad primitiva está fijada —dijo Manfield—, esto debe ser parte de ella. Puede que Mallon no sea Cooper, sino su tataranieto. Puede que Cooper transmitiese los planos. ..

—No. No. ¡No! El plan fue mal dentro de la eternidad. Horemm no se hallaba en los tiempos primitivos cuando desvió los controles. Estaba aquí, en la eternidad, y aquí la realidad puede ser fluida. Cooper se halla donde no debía estar. Eso es definitivo. Y en cualquier instante, en cualquier fisiotiempo, puede producirse un cambio cuántico y todo habrá acabado.

Manfield le contestó con lentitud, pensativo.

—Y de ser así, ¿no podría ser eso algo bueno, algo deseable?

—¡No puede hablar en serio! —dijo Twissell.

—¿No? Toda la noción de la eternidad está basada en la asunción de que los hombres, los hombres corrientes, pueden tener a su cargo las vidas y la realidad de toda la humanidad.

—No se trata de los hombres. No hacemos sino atender a las máquinas de computación —dijo Twissell trabajosamente.

—¿Es cierto eso? ¿Fue acaso una máquina de computación la que siguió un proyecto durante diez años sin el permiso, el conocimiento o la cooperación del Gran Consejo Pantemporal? ¿Fue una máquina de computación la que desvió los controles de una cabina cronomóvil sabiendo que ello destruiría a la eternidad? Si hombres como usted y Horemm no son de fiar, ejecutor, ¿qué eterno es digno de confianza? Y si no se puede confiar en ningún eterno, ¿de qué sirve la eternidad?

—Manfield, Manfield, no tenemos tiempo para filosofías baratas. Hay miles de eternos que han consagrado sus vidas a la eternidad sin desviarse de sus ideales. Usted, por ejemplo. Usted mismo.

Manfield meneó la cabeza y dijo:

—Yo no. Soy tan criminal como pueda serlo cualquiera en la eternidad.

Los ojos de Twissell se clavaron en él, fijos y brillantes.

—¿De qué modo? ¡Dígamelo! Pero rápido.

Y porque Manfield podía mirar cara a cara a otro eterno y sentir que él también compartía el lazo de parentesco de haber obrado mal, descubrió que al fin podía confesar su crimen.

El crimen, igual que el de Horemm, empezó con una mujer. No era una coincidencia. Era casi inevitable. El eterno que vendía las satisfacciones normales de la vida familiar por un puñado de perforaciones hechas en un papel estaba maduro para la infección. O, al igual que Twissell, no tardaría en caer presa de una inseguridad básica y respondería con pequeñas vanidades como su incesante y ostentosa exhibición de cigarrillos en una sociedad que no fumaba, o la más amplia vanidad de buscar su renombre personal haciendo que la eternidad corriese toda suerte de riesgos.

Manfield recordaba a esa mujer con pena y amor. Era inteligente y buena. Si hubiese sido un hombre del tiempo, habría estado orgulloso teniéndola como esposa. No todos los eternos (que debían tomar a sus mujeres solamente cuando lo permitía la computación) tenían tanta suerte como él en ese aspecto.

Pero sus relaciones con ella estaban empañadas por algo que él sabía y ella, por la misma naturaleza de las cosas, no podía saber. En la realidad de ese fisiotiempo ella moriría joven. Iba a morir, de hecho, pasado un año desde que sus relaciones hubiesen empezado.

Él lo sabía desde el principio. La primera vez en que se sintió atraído por ella (primero un individuo en el informe sobre el 570 de un observador, y luego, impulsado por la curiosidad, como resultado de haberla visto y hablado con ella durante un viaje de observación personal irregular, pero perfectamente legal) había tramado su vida.

No había dejado esa tarea para el departamento de Tramado Vital. La había realizado él mismo porque sentía cierta timidez al respecto. Se enteró de su próxima muerte y, al principio, como recordaba ahora con vergüenza, eso le complació. Significaba que las oportunidades de un cambio cuántico producido a consecuencia de su relación eran obviamente muy leves. Lo comprobó, y así era.

La visitó tan a menudo como lo permitían los mapas espaciotemporales. Su compatibilidad era muy superior a todo lo que él hubiese podido esperar y descubrió la felicidad con ella. El Gran Consejo Pantemporal, habiendo supervisado sus cálculos tal y como era debido, se mostró indiferente ante aquel asunto.

Hasta el momento, no había cometido crimen alguno.

Pero lo que empezó como la satisfacción de una necesidad emocional se convirtió en algo más. Su muerte inminente dejó de ser algo oportuno y se convirtió en una catástrofe. Por tres veces distintas llegó y pasó un punto del fisiotiempo en el que alguna sencilla acción por parte de él habría alterado la realidad personal de ella. Pero él sabía que un cambio motivado de un modo tan personal era imposible que fuese autorizado. La muerte de ella se convirtió en su responsabilidad personal y aprendió cuál era el significado de la culpabilidad.

Eso tampoco era un crimen, aunque se trataba de una debilidad peligrosa.

(Así dijo Twissell, dejando consumir su cigarrillo, ligeramente apartado de su preocupación ante el peligro inminente y abrumador que le rodeaba. Manfield meneó la cabeza y dijo: «No puedo entenderlo». )

No hizo nada cuando ella quedó embarazada. Su trama vital, modificada para incluir su relación con Manfield, indicaba que el embarazo era una consecuencia altamente probable. Generalmente se evitaba tal eventualidad, pero a veces las mujeres del tiempo quedaban embarazadas de un eterno. No era algo inaudito. Pero dado que ningún eterno podía tener hijos, los embarazos eran llevados a un fin eficiente e indoloro. Había muchos métodos.

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