Cuentos paralelos (39 page)

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Authors: Isaac Asimov

»Hoy, sin embargo, existen leyes que realmente no pueden ser quebrantadas, y una de ellas es la ley de la gravedad. Funciona incluso cuando el hombre que la invoca ha olvidado murmurar lo de esto más eso más eso otro igual a aquello de más allá al cuadrado.

Roger consiguió esbozar una torcida sonrisa.

—Estás completamente equivocado, Jim. Las leyes inquebrantables han sido quebrantadas constantemente, una y otra vez. La radiactividad era algo imposible cuando fue descubierta. La energía surgió de la nada; cantidades increíbles de ella. Era algo tan ridículo como la levitación.

—La radiactividad era un fenómeno objetivo que podía ser transmitido y reproducido. El uranio velaba la película fotográfica para todo el mundo. Un tubo de Crookes podía ser construido por cualquiera y producía un flujo de electrones de idénticas características para todo el mundo. Tú...

—Yo he intentado transmitir…

—Lo sé. Pero ¿puedes decirme, por ejemplo, cómo puedo yo levitar?

—Por supuesto que no.

—Eso limita a los demás únicamente a la observación, sin reproducción experimental. Y sitúa tu levitación en el mismo plano que la evolución estelar, algo acerca de lo cual cabe teorizar, pero con lo que nunca se podrá experimentar.

—Sin embargo, hay científicos dispuestos a dedicar sus vidas a la astrofísica.

—Los científicos son gente. No pueden alcanzar las estrellas, así que se aproximan lo más que pueden. Pero sí pueden alcanzarte a ti, y ser incapaces de tocar tu levitación es algo que los pondrá furiosos.

—Jim, ni siquiera lo ha intentado. Hablas como si yo hubiera sido estudiado, pero lo cierto es que ni siquiera han tomado en consideración el problema.

—No tienen por qué hacerlo. Tu levitación forma parte de un tipo de fenómenos que nunca son tomados en consideración. La telepatía, la clarividencia, la presciencia, y un millar de otros poderes extranaturales, nunca han sido investigados con seriedad, ni siquiera cuando han sido descritos con todas las apariencias de credibilidad. Los experimentos de Rhine sobre la percepción extrasensorial han irritado a un número mayor de científicos que los que puedan haberse sentido intrigados. Así que entiéndelo, no necesitan estudiarte para saber que no desean estudiarte. Lo saben por anticipado.

—¿Y eso te parece divertido, Jim? Científicos negándose a investigar hechos; dándole la espalda a la verdad. Y tú te limitas a quedarte ahí sentado, sonriente y haciendo alegres afirmaciones.

—No, Roger, sé que todo esto es serio. Y no pretendo justificar a la humanidad, de veras. Estoy ofreciéndote mis pensamientos, una opinión. ¿Acaso no te das cuenta? Lo que intento en realidad es ver las cosas tal como son. Eso es lo que tendrías que hacer tú. Olvida tus ideales, tus teorías acerca de cómo debería actuar la gente. Considera lo que estás haciendo.
[8]
Y trata de aceptarlo como una condición de la vida con la que tienes que vivir. Aunque no vaya a ser fácil.

—¿Cómo crees que puedo vivir con ello?

James Sarle vació la pipa y se la guardó.

—¿Quieres saber mi opinión?

—Te escucho.

—En tu estado de ánimo actual, no puedes seguir trabajando como científico. Tienes que vivir de tal modo que tu levitación pueda ser aceptada por los demás como una especie de hecho establecido. ¿No lo crees así?

—Eso sería un alivio.

—En tal caso te sugiero algo. Conozco a un hombre llamado William Magoun. Creo que puedo convencerle para que te ayude. Es una especie de productor teatral. Es propietario del "Black Mask", una especie de club nocturno. O ésa es, al menos, la descripción más cercana a la realidad.

—¿Qué demonios me estás sugiriendo?

—¿No te parece evidente? ¿Por qué no actuar en un escenario? ¿Por qué no considerarte un mago? Sarle cogió el abrigo y se incorporó.

Roger exclamó:

—¡Un mago!

—Traje conmigo la tarjeta de Magoun, por si acaso. Tómala, ¿quieres? Y, Roger, tienes un aspecto terrible. ¿Cuándo fue la última vez que pasaste una buena noche de sueño?

Roger murmuró algo vago.

—¿Quieres que te recete píldoras para dormir?

Roger se levantó.

—No, no las necesito. Aún me quedan algunas que me dio un miembro de la Escuela de Medicina… ¡Mago!

—Es un modo de vida respetable —dijo Sarle dirigiéndose hacia la puerta.

Jane estrechó la mano de Sarle y le dijo suavemente:

—Gracias, Jim. Gracias por haber hablado con él.

—No te preocupes, Jane —dijo Sarle apretándole los dedos.

—¿Jim? —llamó Roger.

—¿Sí?

—¿Cómo es que mi levitación no te ha inquietado?

—Yo no soy un científico físico, Roger —contestó Sarle sonriendo—. Me temo que en mi profesión no tenemos reglas. O, al menos, cada pequeña escuela de psiquiatría tiene sus propias reglas, que son a su vez excluyentes con respecto a las demás, lo que viene a ser lo mismo. De modo que, ¿qué significa una ley quebrantada? Es lo mismo...

—¿Y bien?

—No creo que asista a ninguna de tus actuaciones en el "Black Mask", si es que Magoun decide aceptarte. No te importará, ¿verdad?

—No —contestó Roger sombríamente—, no me importará.

Sarle se marchó y Roger y Jane se quedaron solos.

—¿Qué piensas de todo esto, Jane? —preguntó Roger.

—No lo sé —contestó ella sin abandonar su apatía.

—¡Convertirme en un mago!

—¿Y qué importa eso? —dijo ella saliendo bruscamente de la habitación.

Roger la siguió con la mirada y después contempló lentamente la tarjeta que Sarle le había entregado.

Bill Magoun daba golpecitos con sus gruesos dedos sobre la mesa del escritorio. Tenía una cabeza calva y brillante, unas mejillas anchas y carnosas. Su voz era ronca y toda su persona exhalaba un aura de tosca pero bonachona prosperidad.

—Sí, el doctor Sade me habló de usted. Buen tipo ese doctor —le dijo.

—Sí —admitió Roger con expresión abatida.

Hacía frío y humedad en el abigarrado despacho de Magoun y en la sala del “Black Mask”, por la que acababa de pasar a la temprana hora de las once de la mañana.

—¡El mejor! —dijo Magoun, emocionado—, Si él da la cara por usted, eso me basta a mí, ¿comprende? ¿En qué se especializa usted?

—Soy un mago —dijo Roger, tartamudeando las palabras.

—¿De veras? —dijo Magoun con expresión defraudada—. Francamente, debo decirle que eso no es nada extraordinario. En estos tiempos, los magos no tienen nada que hacer, a menos que ofrezcan alguna novedad. Lo que está de moda ahora son los cómicos, ¿sabe a qué me refiero? ¿Cultiva usted alguna especialidad?

—Puedo levitar.

—¿Levi... qué?

—Puedo flotar..., flotar en el aire.

—¿Sí? ¿Quiere decir... usted mismo, o su ayudante?

—Yo mismo.

—Bueno, eso parece divertido. Hace tiempo que trabajo en el mundo del espectáculo, ¿sabe? Conozco a la mayoría de artistas del país. Al parecer se me ha pasado por alto un mago capaz de flotar llamado Toomey. ¿Dónde trabajó usted por última vez?

—Nunca he trabajado en esto con anterioridad, señor Magoun.

—¡Que no ha trabajado! En ese caso, ¿cómo hace su representación? Producir una ilusión de flotación es un asunto muy complicado, ¿sabe?

—Lo he desarrollado yo mismo, en casa.

Magoun no pareció sentirse impresionado.

—Me gustaría ayudarle, por deferencia al doctor Sarle, así que voy a decirle algo... ¿Qué le parece si me hace una pequeña demostración? Sólo para asegurarme, ¿comprende? Puede usted venir en alguna otra ocasión con sus artilugios y hacerme una demostración, y quizá pueda encontrarle un puesto. Quizá no aquí, sino en algún otro local.

Magoun se incorporó, sonriendo ampliamente, con una sonrisa que parecía decir: «La entrevista ha terminado».

—Se lo puedo demostrar ahora mismo si quiere —dijo Roger.

¡Ahora! —exclamó Magoun, mirándole sorprendido.

—¡Ahora!

—¿Tal y como va vestido, con esas ropas?

—Desde luego.

—Bueno, eso me intriga. Tiene usted que ser un aficionado. Los magos que yo conozco serían incapaces de cortar una baraja en traje de calle. Se sentirían desnudos. ¿Comprende lo que quiero decir?

—No he imaginado ningún traje especial que ponerme —dijo Roger.

—¿No? Bueno, quizá debería haber empezado por ahí. La gente empieza a cansarse de todo lo que se inventan los magos. Puede que haya algo de original en ver a un tipo vestido con un simple traje haciendo sus triquiñuelas. Sería una especie de novedad, ¿comprende? Está bien, vayamos al escenario y yo me sentaré entre las mesas de la sala. ¿Dónde están sus artilugios de apoyo?

—Yo mismo me ocuparé de ellos —murmuró Roger.

Salieron a la sala vacía del club nocturno, en semipenumbras a causa de las pesadas cortinas que cubrían las ventanas. Magoun apretó un interruptor que arrojó luz sobre el escenario.

—Adelante —dijo, retrocediendo hacia la zona donde estaban situadas las mesas—. No tiene que preocuparse por los preámbulos o la jerga publicitaria. Demuéstreme simplemente cómo flota usted, ¿comprende? Hágalo como si acabaran de sonar los tambores anunciándole.

En uno de los extremos de la sala, un camarero se apoyó, interesado, sobre la escoba que había estado manejando.

Roger miró a su alrededor, sintiéndose confundido. Experimentó una horrible pero momentánea sensación de incapacidad. Ahora que, por primera vez, deseaba flotar, parecía haberse olvidado de cómo hacerlo. Allí estaba Magoun, haciéndole gestos de asentimiento con la cabeza, rodeando con los labios el grueso puro que estaba encendiendo. Allí estaba también aquel camarero, observándole atentamente. Y allí estaba también aquel enorme vacío desde el que, alguna noche, cientos de ojos podrían estar mirándole.

Y pensó para sí mismo: «Arriba, muchacho»

Y se elevó.

Flotó hacia el techo, permaneciendo a media altura. Escuchó el grito ronco de Magoun y vio al camarero salir precipitadamente por la puerta más cercana.

Roger describió una vuelta de campana en el aire y después descendió sobre el escenario.

Magoun ya estaba junto a él en cuanto tocó el suelo.

—Sensacional, Toomey, terrorífico. Es una ilusión maravillosa. ¿Cómo diablos lo hace?

—Bueno. Es un secreto profesional ya sabe...

—Oh, claro, claro. Le ruego me disculpe. Debería habérmelo imaginado antes de preguntárselo, pero lo que usted ha hecho me ha impresionado de veras, ¿sabe? Escuche, queda usted contratado. Con lo que acabo de ver, no necesita usted hacer nada más. Los va a dejar a todos impresionados.

—¿Cuánto? —preguntó Roger.

—Bueno... —Magoun dirigió un ojo hacia el techo—. Cincuenta semanales.

—Ciento cincuenta —dijo Roger.

—¿Qué? ¿Por una actuación nueva?

—Usted nunca ha visto nada parecido, ¿verdad?

—Está bien —admitió Magoun—, dejaré que se salga con la suya, teniendo en cuenta que viene recomendado por el doctor. Dos representaciones cada noche, excepto el domingo. Y el compromiso es sólo por una semana, hasta que veamos cómo marcha todo con los clientes. Veamos..., puede usted empezar el lunes, y yo me encargaré de hacer algo de publicidad por adelantado. Le presentaré como el Gran Flotino. ¿Qué le parece?

—Me parece bien —dijo Roger.

James Sarle entró, se desabrochó el abrigo y dijo en voz baja:

—Tienes mejor aspecto, Jane. ¿Cómo está Roger?

La voz de Roger sonó antes de que Jane pudiera responder.

—Estoy aquí, Jim. No vale la pena que susurres.

—¿Estaba susurrando? —preguntó Sarle alegremente. Se sacó la pipa del bolsillo del abrigo antes de entregárselo a Jane—. ¿Qué hay de nuevo?

Roger permaneció en el sillón donde se hallaba sentado.

—Hoy mismo acabo de enviar mi dimisión a la facultad.

—¿De veras? —Sarle se dirigió hacia el sofá y se sentó frente al otro—. He llamado a Magoun. Me ha dicho que eres un éxito fulminante.

—Sí —dijo Roger sombríamente—. Sólo he actuado unas pocas veces, pero al parecer voy camino del estrellato.

—Él dice que vales lo que te paga.

—Muy amable por su parte. Me paga más de lo que ganaba en la facultad.

—En serio, ¿cómo te sale?

Roger se agitó, inquieto.

—¿No puedes suponértelo? Floto en el aire delante de un puñado de idiotas, les oigo gritar, desciendo, me inclino delante de ellos y cobro mi paga. Hoy he pasado por encima de una mesa donde se habían reunido varios de fiesta y he permanecido allí suspendido un rato. Una de las mujeres empezó a gritar: «Oh, veo los hilos, los veo». El hombre que la acompañaba se subió a la mesa e hizo oscilar un periódico por el espacio, sobre mi cabeza. Otro tipo saltó para cogerme por las piernas. Yo me limité a elevarme un poco... Condenados estúpidos.

—Eso demuestra que están interesados... Aquí, Jane, siéntate.

Jane sonrió, y se sentó. Había traído bebidas. Roger aceptó la suya malhumoradamente y se la bebió de un trago.

—Han acudido muchos de los estudiantes de la facultad —dijo—. Al parecer, si piensan que sólo se trata de una actuación, disfrutan con ello, ¿no resulta cómico?

—No —dijo Sarle—, en realidad no lo es. Puede que todo esto sea algo bueno. Una vez que hayas establecido tu reputación como mago, es posible que logres regresar a la vida académica.

—¿Y flotar de vez en cuando por ahí, eh? Elevarme hacia el techo durante una reunión en la facultad, o mientras leo una disertación.

—Quizá no. Una vez que te hayas olvidado de esta carga de la levitación, puede que te importune menos, e incluso es posible que la controles mejor.

—¿Lo crees de veras? —preguntó Roger mirándole inquisitivamente.

—Lo considero como una fuerte posibilidad.

—Si creyera que existe una posibilidad de que eso sea así... Bueno, si pudiera estar seguro de que no me elevo en el aire en los momentos más inconvenientes, me sentiría muy aliviado. Yo mismo podría abordar entonces el problema, sin ayuda de nadie.

—Eh, eh —dijo Sarle animosamente.

—Sólo si me dejaran solo.

—¿Y por qué no iban a dejarte solo?

—Sí. Hay que mantener esto durante un año o así, actuar en otras ciudades cuando ya se hayan hartado del "Black Mask". Y después enfrentarme con el verdadero problema. Incluso para entonces ya habré podido ahorrar un poco de dinero y, ¿quién sabe? —Se echó a reír ligeramente y añadió—: Hasta puede que llegue a gustarme el mundo del espectáculo.

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