Cuentos paralelos (35 page)

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Authors: Isaac Asimov

Hubo, sin embargo, una excepción. En marzo de 1939 escribí un relato titulado
«Pilgrimage»
. A Campbell no le gustó, pero se mostró dispuesto a permitirme una revisión para eliminar aquello que él desaprobaba. Finalmente, lo revisé tres veces, entregando a Campbell cada una de las nuevas versiones... que él rechazó cada vez. El cuarto rechazo fue el último.

Seguí revisando el relato, con una determinación valedera de mejor causa, y el relato se publicó finalmente en la primavera de 1942 en
Planet Stories
, después de un total de siete revisiones.
Planet Stories
lo publicó bajo el terrible título de
"Black Friar of the Flame"
, y para entonces yo ya lo odiaba. Decidí entonces que nunca más volvería a revisar un relato más de una vez..., y nunca lo hice. Sin embargo, no existe ninguna de las primeras versiones de
«Pilgrimage»
, así que no puedo incluirlas aquí.. que es lo mejor que puede haber pasado.

«Masks»
, el noveno y último relato que no pude vender, fue escrito a principios de febrero de 1941. Aquel mismo mes escribí otros dos relatos que fueron publicados en revistas menores. Después, en marzo de 1941 escribí
«Nightfall»
, que fue mi trigésimo segundo relato.

No me explico cómo pude escribir
«Nightfall»
después de haber escrito treinta Y un relatos de una calidad tan variable que iba desde lo bueno hasta lo más horrible. Desde luego, yo no sitúo
«Nightfall»
en un lugar tan elevado como parecen hacerlo la mayoría de lectores de ciencia-ficción, pero no cabe la menor duda de que fue considerado casi inmediatamente como un “clásico”. Incluso ha sido votado cierto número de veces como el mejor relato o novela corta de ciencia-ficción escrito jamás. (Yo desapruebo enérgicamente tal estimación. Creo que yo mismo he escrito una serie de relatos mejores que
«Nightfall»
. Y hasta es muy posible que otros escritores también.)

En cualquier caso, después de
«Nightfall»
ya no volví a escribir ninguna otra historia de ciencia ficción que no pudiera vender, habitualmente al primer intento. Armado con una creciente confianza en mí mismo, fui adoptando una actitud cada vez menos sumisa ante la revisión drástica. Siempre se me podía convencer para que hiciera cambios triviales que implicaban la introducción o eliminación de frases, e incluso de párrafos enteros, pero raramente me mostraba dispuesto a algo más que eso.

Claro que "raramente" no es "nunca", y siempre hubo excepciones. En las excepciones que se produjeron se hallaban implicados habitualmente o bien Horace Gold o John Campbell. Ambos eran excelentes escritores de ciencia-ficción por derecho propio, así como personas insufribles que nunca quedaban satisfechas con ningún relato que no estuviera exactamente tal y como ellos mismos lo habrían escrito. La única diferencia entre ambos era que Campbell se mostraba genial y agradable, mientras que Gold era arisco y a veces abrasivo.

Habitualmente, mis roces con Gold eran traumáticos. En 1950, cuando estaba escribiendo
«The Stars, Like Dust»
,
[4]
mi segunda novela, insistió en que introdujera una pequeña trama hablando de la Constitución de los Estados Unidos. Me opuse tenazmente, argumentando que sería inapropiado introducir algo relacionado con una pequeña parte del planeta en una novela de ámbito galáctico. Gold siguió insistiendo, y yo terminé por insertarlo en forma de párrafos dispersos que podrían ser eliminados fácilmente sin dañar para nada la novela. Cuando le entregué el manuscrito a Bradbury, le pedí disculpas por aquellos párrafos repugnantes y le dije que estaba dispuesto a eliminarlos. Pero cuando Bradbury leyó la novela quiso mantenerlos donde estaban. No pueden imaginarse lo frustrado que me sentí..., pero el caso es que esos párrafos han seguido en su lugar desde entonces, y, en consecuencia,
«The Stars, Like Dust»
sigue siendo mi novela menos favorita.

Más adelante, cuando Gold serializó
«The Stars, Like Dust»
, en los números de
Galaxy
correspondientes a enero, febrero y marzo de 1951, aún empeoró las cosas al titularla
«Tyrann»
. En mi opinión, tenía el peor de los gustos en cuanto a títulos se refiere.

En junio de 1952 le vendí a Gold
«The Martian Way»
[5]
. Me pidió numerosas revisiones, y yo ladré. Finalmente, redujo sus exigencias a una sola: en la historia sólo había personajes masculinos, y me pidió que introdujera a una mujer, cualquier mujer.

Yo no comprendía por qué, puesto que el argumento no exigía la presencia de ningún personaje femenino, y yo no me sentía a gusto con ellas. (Quiero decir como personajes de un relato; en la vida real me siento muy a gusto con ellas, no se preocupen.) Pero me mostré de acuerdo porque no deseaba parecer irrazonable. Por lo tanto, revisé una sección o dos del relato e introduje como personaje femenino a la regañona esposa de uno de los hombres.

Eso no era lo que Gold deseaba, y yo lo sabía muy bien, claro. Pero yo había cumplido. Había introducido a un personaje femenino. Gold se vio obligado a aceptar el relato tal y como lo había revisado. Fue publicado en noviembre de 1952 en el número de Galaxy, y mi nombre apareció mal impreso en la portada. No creo que ésa fuera la forma que tuvo Gold de vengarse de mí, pero les aseguro que en aquellos momentos ese pensamiento cruzó por mi cabeza.

No tengo la versión original de
«The Martian Way»
. Eran tiempos anteriores a la aparición de Gotlieb y la "bóveda de Isaac", y me atrevería a asegurar que el original fue quemado en la barbacoa. Pero no importa; la diferencia existente entre la primera versión y la que finalmente se publicó no era lo bastante importante como para justificar la inclusión de la primera en este volumen.

Otro incidente peculiar ocurrió con mi relato
«Hostess»
, que le vendí a Gold en diciembre de 1950. Al parecer, Theodore Sturgeon le había vendido anteriormente un relato cuyo tema central era igual que el mío, aunque ambos eran por lo demás totalmente diferentes. Gold insistió en que introdujera algunos cambios menores en la parte final, para disminuir así el parecido totalmente coincidente. Lo hice así no sin protestar vehementemente, porque los cambios debilitarían notablemente mi relato, pero no pude convencer a Gold en esta cuestión.

«Hostess»
se publicó en el número de
Galaxy
de mayo de 1951, pero cuando lo incluí en mi recopilación
«Nightfall and Other Stories»
(Doubleday, 1969), me aseguré de que apareciera en mi versión original. Así pues, el original terminó por ser publicado, de modo que no hay motivo para incluirlo aquí.

Y, a propósito, mi heroína en
«Hostess»
se llamaba originalmente Vera Smollett. Gold se negó resueltamente a aceptar dicho nombre porque la redactora jefe de la revista (un puesto puramente nominal por lo que sé) se llamaba en aquella época Vera Cerutti. Me sentí intrigado en cuanto a qué diferencia representaba eso, puesto que mi Vera era un personaje totalmente simpático, pero supongo que Gold tuvo sus razones, de modo que cambié el nombre de Vera por el de Rose. (Algo similar sólo me ocurrió en otra ocasión, cuando a uno de los dos personajes de un relato de misterio, le puse, sin yo saberlo, el mismo nombre que el de la esposa ya fallecida del editor, quien me pidió que cambiara el nombre. Me apresuré a complacerle.)

En una ocasión, y sólo en una, se resolvió totalmente a favor de Gold aquella relación difícil que existió entre ambos.

En el otoño de 1957 escribí un relato titulado
«The Ugly Little Boy»
. Se lo envié a Larry Shaw, de
Infinity Science Fiction
, quien me había pedido un relato. Lo aceptó inmediatamente, pero la revista ya estaba en las últimas (sin que yo lo supiera), y el 5 de febrero de 1958 admitió que no tenía dinero para pagarme y me devolvió el relato.

Aquello fue para mí un acontecimiento desconcertante, pues tenía la intención de convertir
«The Ugly Little Boy»
en el relato final de una nueva antología que iba a titularse
«Nine Tomorrows»
[6]
. Le había presentado el relato a Bradbury, y él se mostró dubitativo. Tuve que convencerle para que lo aceptara tal y como estaba. . y fue aquélla la primera vez que utilicé con él mi elocuencia para tal propósito. Ahora, si no encontraba rápidamente una revista que publicara el relato, Bradbury podría reconsiderar su propósito de incluirlo en la antología.

Lo envié a
Astounding
y Campbell me lo devolvió el 11 de marzo, con bastante firmeza. Ni siquiera me pidió que lo revisara. De modo que, de mala gana, intenté colocárselo a Horace Gold, preparándome para el duro rechazo habitual.

Pero no lo rechazó. El 20 de marzo hablamos por teléfono y me dijo que lo aceptaría si estaba dispuesto a hacer algunas revisiones. Se mostró pesaroso por ello, porque por aquel entonces ya sabía que una petición de revisión encontraría la más dura resistencia por mi parte, y porque quizá tendría que esperar largo tiempo antes de que volviera a intentarlo. Me bosquejó tres cuestiones que deseaba introducir y me dijo que se daría por satisfecho si yo lo adaptaba para cumplir con una de ellas..., sólo una de las tres.

Pero mientras él hablaba me di cuenta de que no había planteado bien el relato. No era extraño que Bradbury se hubiera mostrado reacio y Campbell totalmente negativo. La crítica de Gold me permitió verlo con claridad.

—No te preocupes, Horace —le dije por teléfono—. Volveré a escribir todo el condenado relato.

Y lo hice. Entre el 24 de marzo y el I de abril de 1958 escribí una versión completamente nueva de la historia, y tanto Gold como Bradbury la aceptaron de buena gana. Apareció publicada en
Galaxy
de septiembre de 1958, bajo el anodino título de
«Lastborn»
. Sin embargo, quedó incluida en
«Nine Tomorrows»
(Doubleday, 1959), con su título original y más sensible de
«The Ugly Little Boy»
.

No tengo la versión original de
«The Ugly Little Boy»
, y lo lamento amargamente. Si la tuviera, la habría incluido aquí, junto con la versión publicada, y ustedes podrían haber visto con sus propios ojos cómo un escritor experimentado puede perder el tren y necesitar algún correctivo exterior. Pero, ¡qué le vamos a hacer!... Una vez terminada la segunda versión, infinitamente superior, y sin un Howard Gotlieb para decirme que debía guardarlo todo, probablemente convertí la primera versión en confetti.

No obstante, puedo presentarles un relato, que no tiene nada que ver con Gold, sino con Campbell. En diciembre de 1952, Campbell me sugirió que escribiera un relato sobre un hombre que descubrió que podía levitar, pero que no encontraba a nadie que le tomara en serio. Quería titularlo...
«Upsy-Daisy»
. En aquellos tiempos, Campbell se sentía cada vez más interesado por las zonas marginales de la ciencia, y nunca perdía una oportunidad para conseguir que los autores escribieran historias sobre telepatía, telequinesis, clarividencia y otras "aptitudes marginales".

Sin embargo, llevé cuidado para que no fuera una historia marginal. Antes bien, intenté abordar el tema de la levitación desde el estricto punto de vista de la física, aun dándome cuenta de que ello podía significar un rechazo por parte de Campbell. Pero no sucedió así. Campbell opuso alguna objeción al final y me convenció para que la retocara un poco.

En consecuencia, volví a escribir el tercio final del relato, que él aceptó y publicó en el número de Astounding de octubre de 1953. Debido a esta revisión, nunca me sentí totalmente contento con
«Creencia»
. No obstante, permití que la versión publicada apareciera en diversas antologías, incluyéndola en dos de las mías:
«Through a Glass, Clearly»
(New English Library, 1967) y
«The Winds of Change and Other Stories»
[7]
(Doubleday, 1983).

Yo sigo conservando, no obstante, la versión original que ahora, por primera vez, verá la luz en el presente volumen.

Creencia

—¿Has soñado alguna vez que estabas volando? —preguntó el doctor Roger Toomey a su esposa.

Jane Toomey alzó la vista.

—¡Por supuesto!

Sus rápidos dedos no dejaron de manipular ágilmente el hilo del que estaba surgiendo un intrincado e inútil tapetito para la mesa. El aparato de televisión emitía un apagado murmullo, y las imágenes de la pantalla apenas atraían la atención.

—Todo el mundo sueña con volar en un momento u otro —dijo Roger—. Es algo universal. Yo lo he hecho muchas veces. Eso es lo que me preocupa.

—Lamento decírtelo, pero no sé adónde quieres ir a parar, querido —dijo Jane.

Fue contando puntadas en voz baja.

—Cuando piensas un poco en ello —prosiguió él—, hace que te maravilles. No es realmente en volar en lo que sueñas. No tienes alas; yo al menos no las he tenido nunca. No hay ningún esfuerzo implicado en ello. Simplemente estás flotando. Eso es. Flotando.

—Cuando vuelo —dijo Jane—, no recuerdo ninguno de los detalles. Excepto en una ocasión en que aterricé en el tejado del ayuntamiento y no llevaba nada de ropa. De todos modos, en el sueño nadie parece prestarte atención cuando sueñas que estás desnuda. ¿Nunca te has dado cuenta de eso? Te mueres de vergüenza, pero la gente simplemente pasa por tu lado sin mirarte.

Tiró del hilo, y el ovillo cayó de la cesta y rodó por el suelo. No le prestó atención.

Roger agitó lentamente la cabeza. Su rostro estaba pálido y absorto en la duda. Parecía todo él ángulos, con sus altos pómulos, su larga y afilada nariz y las entradas en la frente, que se iban haciendo más pronunciadas con los años. Tenía treinta y cinco.

—¿No te has parado nunca a pensar en lo que te hace soñar que estás flotando? —preguntó.

—No, nunca.

Jane Toomey era rubia y menuda. Su belleza era del tipo frágil, de esas que no se imponen a uno sino que lo van ganando inconscientemente. Poseía los brillantes ojos azules y las sonrosadas mejillas de una muñeca de porcelana. Tenía treinta años.

—Muchos sueños son sólo la interpretación que la mente realiza de un estímulo imperfectamente comprendido —dijo Roger—. Los estímulos se ven forzados a un contexto razonable en una fracción de segundo.

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