Entretanto, Dionisofanes, después de mucho cavilar, se quedó profundamente dormido y tuvo un sueño. Creyó ver a las Ninfas pidiendo a Amor que se llevase pronto a cabo la boda prometida. Y Amor, aflojando la cuerda del arco y poniéndosele al hombro junto a la aljaba, ordenó a Dionisofanes que convidase a un gran banquete a todos los sujetos de más fuste de la ciudad, y que, al ir a llenar los últimos vasos, mostrase a los convidados las prendas halladas con Cloe, y mandase cantar el canto de Himeneo.
Visto y oído este sueño, Dionisofanes madrugó, y dispuso una opípara comida, donde hubiese cuanto se criaba de más delicado y sabroso en tierra y en mar, en ríos y en lagos. Luego convidó a su mesa a todos los señores principales.
Ya era de noche, y estaba lleno el vaso con que suele hacerse libación a Mercurio, cuando entró un criado trayendo las prendas en un azafate de plata, y dando vuelta a la mesa, se las enseñó a todos. Ninguno las reconoció; pero un cierto Megacles, que por su ancianidad estaba reclinado en un extremo, las reconoció apenas las vio, y dijo con voz alta y firme: «¡Cielos!, ¿qué veo? ¿Qué ha sido de ti, hija mía? ¿Vives aún? ¿Qué pastor guardó, por dicha, estas prendas? Ruégote ¡oh Dionisofanes!, que me digas dónde las hallaste. No envidies, pues tienes a Dafnis, que yo también la tenga».
Quiso Dionisofanes que, antes de todo, contase Megacles cómo había expuesto a la niña, y éste, con el mismo tono de voz, dijo: «Tiempo ha que me veía yo muy pobre, por haber gastado casi todos mis bienes en juegos públicos y en naves de guerra. Estando en estos apuros, me nació una hija. Se me hizo muy duro criarla en tanta pobreza, y la expuse con esas alhajas, calculando que muchas personas, que no tienen hijos naturales, desean ser padres, adoptando por hijos a los expósitos. La niña lo fue en la gruta de las Ninfas y confiándola yo a su cuidado. Desde entonces mis riquezas han aumentado de día en día, sin tener yo heredero a quien dejarlas, porque no volví a tener otra hija; y como si los dioses quisieran burlarse de mí, se me aparecían en sueño por la noche, ofreciéndome que me haría padre una oveja».
Dionisofanes hizo, al oír tales palabras, mayores exclamaciones aún que las que Megacles había hecho, y dejando el festín, fue a buscar a Cloe y la trajo muy adornada y bizarra. Al entregársela a su padre, le dijo: «Esta es la niña que expusiste. Por disposición de los dioses, te la ha criado una oveja, como una cabra a Dafnis. Tómala con las prendas, y al tomarla, dásela a Dafnis por mujer. Los dos expusimos a nuestros hijos, y los dos los hallamos ahora. Amor, Pan y las Ninfas nos los han salvado».
Megacles convino en todo, y mandó llamar a su mujer, cuyo nombre era Rodé, teniendo siempre a Cloe entre sus brazos. Megacles y Rodé se quedaron a dormir allí, porque Dafnis había jurado que nadie, ni su propio padre, sacaría a Cloe de la casa. A la mañana siguiente, Cloe y Dafnis decidieron volverse al campo, porque no podían sufrir la vida de la ciudad y deseaban hacer bodas pastorales. Regresaron, pues, a la quinta donde estaba Lamón, e hicieron que Megacles conociese a Dryas, y Rodé a Napé.
Todo se preparó allí con esplendidez para la fiesta de la boda.
Megacles consagró a su hija Cloe a las Ninfas, y suspendió como ofrenda en la gruta, a más de otros objetos ricos, las prendas de reconocimiento. A Dryas, sobre los tres mil dracmas recibidos, le dio para completar diez mil.
Viendo Dionisofanes que el tiempo era excelente, mandó aderezar lechos de verdes hojas en la gruta, donde se reclinaron los rústicos para gozar de espléndido banquete. Asistieron Lamón y Mirtale, Dryas y Napé, los parientes de Dorcón, Filetas y sus hijos, Cromis y Lycenia. Ni Lampis faltó, después de conseguir que le perdonasen. Y como la fiesta era de rústicos, todo allí fue al uso campesino y labriego. Cantaron unos el cantar de los segadores; otros hicieron las farsas y burlas que suelen hacerse cuando la vendimia; Filetas tocó la zampoña; Lampis tocó el clarinete; Dryas y Lamón bailaron. Dafnis y Cloe no dejaron de besarse. Las cabras mismas pacían allí cerca, como si tomasen parte en la función, lo cual no era muy grato a los de la ciudad. Dafnis las llamaba por sus nombres, les daba verde fronda, las agarraba por los cuernos y las besaba.
Y esto no fue sólo en aquella ocasión, sino también en lo sucesivo, porque Dafnis y Cloe hicieron casi de continuo vida pastoril, adorando a los dioses y profesando especial devoción a Pan, a Amor y a las Ninfas. Aunque llegaron a ser poseedores de mucho ganado lanar y cabrío, nunca hubo manjar que les supiese mejor que leche y fruta. Al primer hijo varón que tuvieron le dieron por nodriza una cabra, y a la criatura segunda, que fue una niña, la hicieron mamar de una oveja. Al varón le pusieron por nombre Filopoemén, y a la niña Ageles. Así vivieron largos años felices. Y no descuidaron tampoco el adorno de la gruta, sino que erigieron nuevas imágenes de Ninfas; levantaron un altar a Amor pastoril; y a Pan, en vez de la copa del pino a cuya sombra estaba, le edificaron un templo, bajo la advocación de Pan Batallador.
Todo esto, sin embargo, ocurrió mucho más tarde. Por lo pronto, llegada la noche, cuantos estaban allí llevaron a los novios al tálamo. Unos tocaban flautas, otros tocaban clarines, y otros iban con antorchas. Cerca ya de la puerta de la cámara nupcial, la comitiva cantó de Himeneo, con voz tan áspera y desacorde, que no parecía que cantaban, sino que arañaban pedruscos con almocafres.
Dafnis y Cloe, a pesar de la música, se acostaron juntos desnudos; allí se abrazaron y se besaron, sin pegar los ojos en toda la noche, como lechuzas. Y Dafnis hizo a Cloe lo que le había enseñado Lycenia; y Cloe conoció por primera vez que todo lo hecho antes, entre las matas y en la gruta, no era más que simplicidad o niñería.
FIN DE «DAFNIS Y CLOE»
Madrid, 1880.
LONGO, fue un novelista griego, autor de
Dafnis y Cloe
, novela pastoril o romance.
Nada se sabe de su vida. Se cree que vivió en la isla de Lesbos durante el siglo II, en la época de Adriano, que es cuando se desarrolla la novela
Dafnis y Cloe
. Antes se pensaba erróneamente que vivió en los siglos IV o V.
Se ha sugerido que el nombre Longo es meramente un error al traducir la última palabra del título. Si su nombre fue realmente Longo, probablemente fuera un liberto de alguna familia romana que llevase ese apellido.