Dafnis y Cloe (8 page)

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Authors: Longo

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Recostáronse después y se pusieron a comer, cuando por acaso llegó Filetas el vaquero, el cual traía para Pan algunas guirnaldas y racimos de uvas con sarmientos y pámpanos. Le acompañaba su hijo menor Titiro, rapazuelo de pelo rubio y ojos zarcos, vivo y travieso, y que venía saltando más ágil que un chivo. Levantáronse todos para coronar a Pan y colgaron los racimos en la copa del pino, y luego volvieron a sentarse, convidando a Filetas a que merendase y bebiese con ellos. Ya algo bebidos, se dieron, según es propio de los viejos, a referir casos de sus verdes años, de qué suerte guardaban el hato, y de cuántas incursiones de bandidos y piratas habían escapado. Este se jactaba de haber muerto un lobo; aquél de no ceder más que a Pan en tocar la flauta. La última jactancia era de Filetas. Dafnis y Cloe le rogaron con ahínco que les diese a conocer algo de su arte, tocando la flauta en la fiesta del dios que tanto se huelga de oírla. Filetas consintió en tocar, y si bien lamentándose de que con la vejez le faltaba resuello, tomó la flauta de Dafnis; pero halló que era pequeña para lucir en ella toda su maestría, y sólo propia para la boca de un rapaz, y envió a Titiro en busca de su flauta, aunque distaba su casa diez estadios de allí. El chico soltó la ropa que le estorbaba, y casi desnudo echó a correr como un gamo. Lamón, mientras volvía, se puso a contar la fábula de Siringa, tal cual se la contó un cabrero de Sicilia, a quien dio en pago un cabrán y una zampoña.

«Siringa, dijo, no era flauta pastoril en lo antiguo, sino virgen hermosa, con buena voz y arte en el canto. Cuidaba cabras, jugaba con las Ninfas y cantaba como ahora. Pan, al verla cuidar las cabras, retozar y cantar, se llegó a ella y le pidió que consintiese en lo que él quería, ofreciéndole, en cambio, que sus cabras todas parirían muchos cabritillos gemelos. Ella se burló de este amor y se negó a admitir amante que era medio hombre y medio macho de cabrío. Pan entonces la persiguió para lograrla por fuerza. Huyó Siringa de Pan y de su violento arrojo, y fatigada al cabo, se ocultó en un cañaveral y desapareció en una laguna. Cortó Pan las cañas con furia; sin hallar a la linda moza halló desengaño, e imaginó un instrumento, juntando con cera desiguales cañutos, por ser su amor desigual como ellos. De aquí que la hermosa virgen de entonces hoy sea flauta sonora».

Terminada tenía ya Lamón su historia, y Filetas le alababa por haberla contado con más dulzura que un cantar, cuando apareció Titiro con la flauta de su padre, la cual era grande, hecha de gruesas cañas y con adornos de bronce sobre las pegaduras de cera. Dijérase que era la propia y primera flauta que fabricó Pan. Filetas se levantó, se puso derecho sobre su asiento, y lo primero que hizo fue ensayar si el viento colaba bien por los cañutos, y habiendo notado que el soplo penetraba sin estorbo, sopló con brío juvenil y se oyó al punto como un concierto de muchas flautas; tanto resonaba la suya sola. Poquito a poco fue luego mitigando aquella vehemencia y convirtiéndola en suave melodía, y mostró allí todo el arte del buen pastoreo musical: lo que agrada a las vacas y bueyes, lo que conviene para las cabras y lo que gusta a las ovejas. Para las ovejas era el son dulce, grave para el ganado vacuno y agudo para el cabrío. Todo esto, obra de diversas flautas, lo imitaba él con sólo la suya.

Recostados los circunstantes oían la música con delicia y en silencio, hasta que se alzó Dryas y pidió a Filetas que tocase una tonada en loor de Baco para que él bailase un baile de lagar. Bailó, pues, imitando, ora que vendimiaba, ora que acarreaba la uva en cestos, ora que la pisaba, ora que llenaba las tinajas, ora que probaba el mosto. Y todas estas cosas las bailó Dryas con tal primor y claridad, que parecía que se estaban viendo viñas, lagar y tinajas, y al propio Dryas vendimiando y bebiendo. Así se lució en el baile el tercer viejo, y fue a besar a Dafnis y a Cloe. Estos se alzaron al punto y bailaron el cuento de Lamón. Dafnis hacía de Pan, y de Siringa Cloe. Él pedía amor; ella le burlaba desdeñosa; él sobre las puntas de los pies, para imitar las pezuñas del cabrío, la perseguía corriendo, y Cloe se fingía cansada y se ocultaba, por último, entre unas matas como si fuese en la laguna. Dafnis tomó entonces la gran flauta de Filetas, y tocó ya con débil tono como de suplicante, ya con tono amoroso para persuadir, ya con suave llamada, como buscando y atrayendo a la fugitiva. Maravillado Filetas, se alzó de su asiento, besó al rapaz, y después de besarle le regaló la flauta, no sin pedir al cielo que Dafnis en su día pudiese dejarla a sucesor semejante. Dafnis, por último, suspendió su pequeña flauta en el ara de Pan, besó a Cloe como si la volviese a hallar después de una fuga verdadera, y se llevó sus cabras, tocando la flauta grande.

Como la noche venía ya, Cloe condujo también su rebaño, aprovechándose del mismo son, de suerte que cabras y ovejas iban juntas. Dafnis caminaba cerca de Cloe y ambos platicaron entre sí hasta bien cerrada la noche, concertándose para salir al día siguiente más temprano que de costumbre.

Así lo hicieron, en efecto. Apenas rayó el alba, volvieron al prado, y después de saludar primero a las Ninfas y enseguida a Pan, se sentaron bajo la encina, tocaron juntos la flauta, se besaron, se abrazaron, se acostaron muy juntos, y sin hacer nada más, se levantaron. Pensaron luego en la comida, y bebieron vino con leche. Algo acalorados con esto, y creciendo también en audacia, se enredaron en amorosa disputa y acabaron por exigirse juramento de fidelidad. Dafnis, acercándose al pino, juró por Pan no vivir un solo día sin Cloe, y Cloe, penetrando en la gruta, juró por las Ninfas ser de Dafnis en vida y en muerte; pero ella, como niña aún era tan simplecilla, que al salir de la gruta quiso que Dafnis le hiciese nuevo juramento. «¡Oh, Dafnis!, le dijo, este dios Pan es travieso y muy poco de fiar. Se enamoró de Pitis, se enamoró de Siringa, no cesa jamás de perseguir a las Dryadas y se emplea de continuo en servir y complacer a todas las ninfas pastoriles. Si no cumples la fe jurada, se reirá y no te castigará, aunque te enredes con más queridas que cañutos tiene su zampoña. Júrame, pues, por tu rebaño y por la cabra que te crió, no abandonar a Cloe mientras ella te sea fiel. Y si Cloe te faltare, perjura a ti y a las Ninfas, húyela, aborrécela, mátala como a un lobo». En el alma se complació Dafnis de estas dudas de Cloe; y de pie en medio del rebaño, la una mano sobre una cabra y sobre un macho la otra, juró amar a Cloe mientras ella le amara. Y si ella amase a otro, en vez de matarle, matarse él. Cloe se holgó del juramento y le creyó, porque doncellica y pastora, tenía a las cabras y ovejas por divinidades propias de cabrerizos y zagales.

Libro tercero

Cuando supieron los de Mitilene la expedición de las diez naves, y, por gente que venía del campo, los robos que habían hecho, no juzgaron decoroso sufrir tal afrenta de los de Metimna y resolvieron mover guerra contra ellos con toda rapidez. Levantaron, pues, tres mil infantes y quinientos caballos; y recelosos de la mar en la estación del invierno, los enviaron por tierra, al mando de su general Hipaso.

Este no estragó los campos ni robó ganado ni frutos y enseres de labranza, considerando más propios de bandido que de general tales actos, sino marchó derecho y pronto contra la ciudad de Metimna, esperando sorprenderla con las puertas sin custodia. Ya no distaba de la ciudad más de cien estadios, cuando se presentó un heraldo pidiendo treguas. Los metimneños habían averiguado por los cautivos que los de Mitilene nada sabían de lo ocurrido, y que eran gañanes y pastores los que habían maltratado a los jóvenes, por lo cual reconocían que se habían atrevido con más acritud que prudencia contra la vecina ciudad, y sólo deseaban devolver el botín, tratarse de amigos y comerciar como antes por mar y tierra. Hipaso, aunque tenía plenos poderes para negociar, envió al heraldo a Mitilene, y, acampado a diez estadios de Metimna, aguardó la resolución de sus conciudadanos. A los dos días vino el mensajero con orden de recibir la restitución y de volverse sin causar daño, porque al escoger entre la paz y la guerra, habían hallado la paz más útil. Así terminó la guerra entre Mitilene y Metimna, con fin tan inesperado como el principio.

Llegó el invierno, para Dafnis y Cloe más que la guerra crudo. De repente cayó mucha nieve: cubrió los caminos y encerró a los rústicos en sus chozas. Con ímpetu se despeñaban los torrentes; se helaba el agua; parecían muertos los árboles, y no se veía el suelo sino al borde de arroyos y manantiales. Nadie, pues, llevaba a pacer el ganado ni se asomaba a la puerta, sino todos encendían gran candela en el hogar, no bien cantaba el gallo, y ya hilaban lino, ya tejían pelo de cabra, ya tramaban lazos para cazar pájaros. Entonces era menester andar solícitos en dar paja a los bueyes en el tinao, fronda en el aprisco a las cabras y ovejas, y fabuco y bellotas a los cerdos en la pocilga.

Con esta forzosa permanencia dentro de casa, se holgaban los demás pastores y labriegos, porque descansaban algo de sus faenas, comían bien y dormían a pierna tendida. Así es que el invierno se les antojaba más dulce que el verano, que el otoño y hasta que la misma primavera. Pero Dafnis y Cloe, retrayendo a la memoria los pasados deleites; cómo se besaban, cómo se abrazaban y cómo merendaban juntos, se pasaban las noches muy afligidos y sin dormir, ansiosos de que volviese la primavera, que era para ellos volver de la muerte a la vida. Cuando por dicha topaban con el zurrón en que habían llevado la merienda, o veían el cantarillo en que habían bebido, o la zampoña, presente amoroso, abandonada ahora, la pena de ambos se acrecentaba. Con fervor pedían a las Ninfas y a Pan que los librase de tantos males, dejando que ellos y su ganado salieran a tomar el sol; pero a par que pedían, buscaban medio de verse. Cloe andaba con terribles vacilaciones y sin saber qué hacer, porque no se apartaba de la que tenía por madre, aprendiendo a cardar lana y a manejar el huso y escuchándola hablar de casamiento; pero Dafnis, con mayor libertad y más ladino también que la muchacha, inventó esta treta para verla.

Delante de la vivienda de Dryas, contra la propia pared, había dos grandes arrayanes y una mata de hiedra, tan cerca de los arrayanes el uno del otro, que la hiedra que crecía en medio los ceñía, enredando en ambos sus hojas y largos tallos a modo de parra, y formando gruta de tupida verdura. Por dentro colgaban, como racimos en la vid, muchos y gruesos corimbos. Acudía, pues, allí multitud de pájaros invernizos: mirlos, tordos, palomas zuritas y torcaces, y otros que comen granos de hiedra a falta de mejor alimento. So color de cazar estos pájaros, Dafnis salió de su casa con el zurrón lleno de bollos de miel, y llevando asimismo, para que le dieran más crédito, lazos y liga. Su habitación distaba de la de Cloe cerca de diez estadios, pero la nieve, no bien endurecida, hubiera hecho trabajoso el camino, si no fuese que para Amor todo es llano: fuego, agua y nieve de Escitia. Dafnis, pues, se plantó de una carrera a la puerta de Dryas; sacudió la nieve de los pies, tendió lazos, colocó largas varillas untadas con liga, y se puso en acecho de los pájaros y también de Cloe.

En cuanto a los pájaros, acudieron muchos y quedaron presos. No corta tarea tuvo Dafnis en cogerlos, matarlos y desplumarlos. Pero nadie salía de la casa, ni hombre ni mujer, ni gallo ni gallina. Todos, sin duda, estaban dentro, sentados al amor de la lumbre. Dafnis vacilaba; temía haber salido a pájaros con malos auspicios, y no se atrevía, no obstante, a imaginar un pretexto para entrar en la casa, cavilando dónde hallar el más plausible. «Pediré candela. —¿Cómo es eso? ¿No tienes a nadie más cerca a quien pedirla?— Pediré pan. —Tu zurrón está bien provisto—. —Diré que me falta vino. Ha poco que hiciste la vendimia—. —Un lobo me persigue—. —¿Dónde están las huellas de ese lobo?—. —Vine a cazar pájaros—. —Pues vete, ya que los has cazado—. —Quiero ver a Cloe—. —No es fácil declarar esto al padre y a la madre de la muchacha. Más vale callarse. No hay cosa que no excite las sospechas. Me iré. Veré a Cloe esta primavera. No consienten los hados, a lo que barrunto, que yo la vea en invierno». Así discurría para sí, y recogiendo lo que había cazado, se disponía a partir, cuando, por misericordia de Amor, ocurrió lo que sigue:

Estaban a la mesa Dryas y su familia. Se distribuía la carne, se repartía el pan y el jarro se llenaba de vino, en ocasión de que uno de los perros del ganado, aprovechándose del descuido de los dueños, cogió un pedazo de carne y huyó con él fuera de casa. Irritado Dryas, tanto más que la carne robada era su ración, agarra un palo y corre tras el rastro del perro, como otro perro. En esta persecución, pasa cerca de la hiedra y los arrayanes; ve a Dafnis, que se echaba ya al hombro su presa, resuelto a irse; olvida al punto carne y perro, y exclamando en alta voz: «¡Salud! ¡Oh, hijo mío!», le abraza, le besa, le toma de la mano y le hace que entre en su morada. Poco faltó para que, al verse Dafnis y Cloe, no cayesen ambos al suelo. Procuraron, no obstante, tenerse firmes; se saludaron y se volvieron a besar, y esto casi fue arrimo para no caer ambos.

Después que logró Dafnis, contra su esperanza, ver y besar a Cloe, se sentó junto al hogar; puso sobre la mesa las palomas y los mirlos que traía al hombro, y contó que, harto de encierro casero, había salido a coger pájaros, y de qué modo había cogido, ya con lazo, ya con liga, los que venían a picar en la hiedra y en los arrayanes. Los allí presentes alabaron mucho su habilidad y le convidaron a comer de lo que el perro había dejado. Cloe, por orden de sus padres, le escanció la bebida, y con alegre rostro sirvió a los otros primero, y a Dafnis el último, fingiéndose muy enojada de que, habiendo él venido hasta allí, iba a irse sin verla. A pesar del enojo, Cloe, antes de presentar el vaso a Dafnis, bebió un poco, y le dio lo demás. Dafnis, aunque sediento, bebió con lentitud para que durase más y fuese mayor su deleite. Limpia ya la mesa de pan y de carne, y aún sentados a ella, le preguntaron por Mirtale y Lamón, y los declararon felices de tener en su vejez tal apoyo; encomio de que gustó Dafnis en extremo por escucharle Cloe. Rogáronle después que se quedase allí hasta el día siguiente, porque tenían que hacer un sacrificio a Baco, y Dafnis, de puro contento, por poco los adora como si fuesen el dios. A escape sacó de su zurrón cuanto bollo de miel en él traía, y dio a guisar para la cena los pájaros que había cazado. Se llenó de nuevo el jarro de vino; se atizó y encandiló el fuego, y, apenas llegó la noche, se pusieron otra vez a la mesa, donde se divirtieron contando cuentos y entonando canciones, hasta que los ganó el sueño y se fueron a dormir, Cloe con su madre, y Dafnis, con Dryas. Cloe se complació con la idea de volver a ver por la mañana a Dafnis y Dafnis, lleno de satisfacción de dormir con el padre de Cloe, le abrazó y besó muchas veces, soñando que a Cloe abrazaba y besaba.

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