Danza de espejos (12 page)

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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Sobre la red anti destructor nervioso que cubría los pies se puso calcetines gruesos y luego las botas de combate de Naismith. Por lo menos las botas no le quedaban demasiado ajustadas. Una semana de inactividad y su cuerpo luchaba contra él, engordándose… Naismith era un anoréxico, mierda, ésa era la explicación. Un hiperactivo anoréxico. Se enderezó. Bien distribuido, el formidable equipo era sorprendentemente liviano.

Sobre el tablero, junto a la comuconsola del camarote, le esperaba el casco de comando. Por alguna morbosa razón, la sombra vacía bajo la visera del frente le hacía pensar en un cráneo. Levantó el casco entre las manos, lo hizo girar a la luz y miró con avidez sus curas elegantes. Con las manos podía controlar un arma, dos como máximo. Esto, a través de la gente que comandaba, controlaba docenas, potencialmente a cientos o miles. Ése era el verdadero poder de Naismith.

Sonó el timbre del camarote. Él saltó en el aire, y el casco se le deslizó de las manos y a punto estuvo de caerse. Hubiera podido arrojarlo contra la pared sin que le ocurriera nada, pero lo apoyó en la mesa con cuidado.

—¿Miles? —La voz del capitán Thorne en el intercomu—. ¿Ya estás listo?

—Sí, entra. —Tocó la tecla que abría la puerta.

Thorne pasó al camarote, con una armadura igual pero con la capucha hacia atrás. La ropa suelta convertía al hermafrodita no en un ser de dos sexos, sino en una cosa sin género,
soldado
. Thorne también tenía un casco de comando bajo el brazo, algo más antiguo y diferente.

Caminó alrededor de él con los ojos sobre cada arma y cinturón, y controlando las lecturas del equipo del escudo de plasma.

—Bien. —¿Era así siempre? ¿Thorne inspeccionaba a su almirante antes de cada combate? ¿Acaso Naismith tendría la costumbre de entrar en combate con los cordones mal atados? Thorne hizo un gesto hacia el casco sobre la mesa—. Eso sí que es una máquina. ¿Estás seguro de que sabes cómo manejarlo?

El casco parecía nuevo, pero no tan nuevo. Él dudaba que Naismith se comprara equipos militares usados, a pesar de la economía que practicaba en toda la Flota.

—¿Por qué no? —dijo, encogiéndose de hombros—. Ya lo hice antes.

—Estas malditas cosas —Thorne levantó la suya —pueden ser muy difíciles al principio. No es un flujo de datos, es una inundación de datos, de verdad. Tienes que aprender a ignorar lo que no necesitas. Si no puedes, es mejor apagarlas. Tú… —Thorne dudó—. Tienes la misma extraña habilidad que el viejo Tung, parece que no tienes ni la menor idea de lo que pasa a tu alrededor pero después recuerdas todo y lo recuperas cuando lo necesitas. Siempre estás en el canal correcto en el momento correcto, no sé cómo lo haces. Es como si tu mente trabajara en dos niveles. Tu tiempo de respuesta de comando es increíble cuando tienes alta la adrenalina. Es… adictivo… La gente que trabaja contigo espera… confía en eso… —El hermafrodita se detuvo, esperó.

¿Qué esperaba? Él volvió a encogerse de hombros.

—Hago lo que puedo.

—Si aún te encuentras enfermo, puedes delegar todo esto en mí, ya lo sabes.

—¿Te parece que estoy enfermo?

—No eres tú mismo. No querrás enfermar a todo el escuadrón. —Thorne parecía tenso, casi angustiado.

—Ahora estoy bien, bien, Bel. ¡Déjame tranquilo!

—Sí, señor —suspiró Thorne.

—¿Ya está todo listo ahí fuera?

—El transbordador tiene combustible, está equipado. El Escuadrón Verde está listo; en este momento carga las últimas cosas. Lo tenemos calculado para entrar en la órbita de estacionamiento justo a medianoche, en el edificio médico principal de Bharaputra. Caemos instantáneamente, sin esperar a que hagan preguntas. Golpear y huir. Toda la operación debería terminar en una hora, si las cosas salen bien. Una hora.

—Bien. —El corazón le latía acelerado. Disimuló un suspiro con una fuerte inspiración—. Vamos pues.

—Controlemos… controlemos nuestras comunicaciones primero —dijo Thorne.

Era una buena idea hacerlo en el camarote, tranquilos, en lugar de efectuar el control en medio del ruido y la tensión del transbordador.

—De acuerdo —dijo él, y agregó con astucia —: Tómate tu tiempo.

Había unos cien canales en servicio en el casco de comando, incluso para ese ataque limitado. Además del contacto oral directo con el
Ariel
, Thorne y cada uno de los miembros del escuadrón, había computadoras de batalla en la nave, en el transbordador y en el mismo casco. Había lecturas telemétricas de todo tipo, controles de energía de las armas, datos de logística. Todos los cascos de los miembros de la tropa tenían recepción de vídeo para que él pudiera ver lo que veían ellos en las bandas de infrarrojo visual y UV; sonido completo, lecturas médicas de todos, despliegues de mapas de holovídeo. El holomapa del criadero de clones estaba programado especialmente para esa misión, y el plan de ataque y varias contingencias. Había canales dedicados a espiar telemetrías del enemigo en la huida. Thorne ya había captado los enlaces de comunicación de los guardias de seguridad de Bharaputra. Hasta podían recibir canales comerciales de entretenimientos del planeta al que se estaban acercando. Una música leve llenó el aire momentáneamente cuando pasó por esos canales.

Al terminar se descubrió frente a Thorne, solos los dos en un silencio incómodo. Thorne tenía la cara asustada, como en lucha con una emoción contenida.
¿Culpa?
Extraña idea. Seguramente no. Era imposible que Thorne hubiera adivinado su identidad. No estarían allí de ser así.

—¿Nervios por el combate, Bel? —dijo en tono intrascendente—. Creía que te gustaba tu trabajo.

Thorne salió de su abstracción con un sobresalto.

—Ah, sí, sí que me gusta. —Respiró hondo—. Hagámoslo de una vez.

—¡Ya! —dijo él y salió de su camarote asilado hacia la luz del corredor y la realidad habitada que sus acciones, sí, sus acciones, habían creado.

El corredor del transbordador parecía su primera visita, pero al revés: los comandos Dendarii, enormes como antes, salían hacia el puerto en lugar de entrar en él. Parecían más tranquilos esta vez, no tan juguetones y bromistas. Más dedicados a lo suyo. Ahora tenían nombres, todos en su casco de comando, nombres que los separaban e identificaban. Algunos usaban medias-armaduras y cascos y equipo pesado además de las armas de mano que usaba él.

Se descubrió mirando a la monstruosa sargento con ojos nuevos, ahora que conocía su historia. La bitácora decía que tenía diecinueve años, aunque parecía mayor; sólo tenía dieciséis cuando Naismith se la llevó de la Casa Ryoval. Él aguzó la vista, tratando de ver a la niña en ella. A él se lo habían llevado hacía ocho años, a los catorce. Seguramente habían compartido un tiempo como productos genéticos y prisioneros de la Casa Bharaputra, aunque él nunca la había visto. Los laboratorios de ingeniería genética estaban en otra ciudad de la gran instalación médica. La Casa Bharaputra era una organización muy vasta, casi un pequeño gobierno en el estilo extraño de los jacksonianos. Pero claro, Jackson's Whole no tenía gobiernos.

Ocho años…
Ni uno solo de los que conocías sigue con vida. Eso lo sabes, ¿verdad?

Si no puedo hacer lo que quiero, por lo menos haré lo que pueda
.

Dio un paso hacia ella.

—Sargento Taura. —Ella se volvió con expresión asustada—. ¿Qué tiene alrededor del cuello? —En realidad él veía lo que era, un lazo rosado, blando, peludo. Suponía que la verdadera pregunta era ¿por qué lo tiene alrededor del cuello, sargento?

Ella… sonrió, bueno, él supuso que aquella mueca repelente era una sonrisa y se lo tocó con una mano enorme con garras. Esa noche tenía las uñas pintadas de rosa brillante.

—¿No crees que puede ayudar? Quería ponerme algo para no asustar a los chicos.

Él levantó la vista hacia aquellos casi tres metros de media-armadura, camuflaje, botas, bandoleras, músculos y colmillos.
No sé por qué no creo que sea suficiente, sargento

—Bueno, vale la pena intentarlo —dijo. Así que ella era consciente de su extraña apariencia…
¡Tonto! ¿Cómo no iba a serlo? ¿Acaso no eres tú consciente de la tuya?
Casi lamentaba no haberse aventurado fuera del camarote en el viaje, y conocerla mejor.
Una chica de mi ciudad
.

—¿Qué se siente al volver? —le preguntó de pronto; un gesto de la cabeza hacia ninguna parte indicaba la zona de la Casa Bharaputra.

—Es raro —admitió ella, las espesas cejas levantadas.

—¿Conoces este campo de aterrizaje? ¿Ya habías estado aquí?

—En ese complejo médico no. Casi nunca me dejaban salir del edificio de genética. Sólo unos años en los que viví con padres adoptivos. Pero en la misma ciudad. —Volvió la cabeza, le bajó la voz una octava y ladró una orden sobre carga de equipo a uno de sus hombres, que hizo un gesto con la mano y se apresuró a obedecer. Ella se volvió hacia él de nuevo y la voz se le suavizó en una levedad consciente, cuidadosa. No había ninguna otra expresión de intimidad mientras estaba en servicio; parecía que ella y Naismith eran amantes discretos, si es que lo eran. La discreción lo alivió—. No salía mucho —agregó ella.

También su voz sonó más baja:

—¿Los odias? —
¿Como yo?
Otro tipo de pregunta íntima.

Los labios de ella se torcieron con el pensamiento.

—Supongo… Me manipularon terriblemente cuando estaba creciendo pero en ese momento no me pareció un abuso. Había muchas pruebas incómodas pero era ciencia… no había intención de hacerme daño. No me dolió hasta que me vendieron a Ryoval, después de que se canceló el proyecto de súper-soldado. Lo que quería hacerme Ryoval era grotesco, pero ésa era la naturaleza de Ryoval. Fue Bharaputra que… a Bharaputra no le importé. Me tiró a la basura. Eso me dolió. Pero después viniste tú… —Le brillaron los ojos—. Un caballero de brillante armadura y todo eso…

Una ola de resentimiento familiar, empecinada, amarga, lo recorrió de arriba a abajo.
¡A la mierda el caballero de la brillante armadura y el caballo que montaba! ¡Yo también puedo rescatar gente!
Por suerte, ella estaba mirando hacia otro lado y no vio el espasmo de rabia en la frente de su comandante. O tal vez lo tomó por rabia contra los que la habían atormentado.

—Pero a pesar de todo eso —murmuró ella—, yo ni siquiera habría existido de no ser por la Casa Bharaputra. Ellos me hicieron. Estoy viva… por el tiempo que sea… ¿Debo devolver muerte por vida? —La cara extraña, distorsionada, se volvió introspectiva de pronto.

Él se dio cuenta un poco tarde de que éste no era el ánimo indicado para inculcarle a un comando en una misión como ésa.

—No… necesariamente. Estamos aquí para rescatar clones, no para matar a los empleados de Bharaputra. Sólo matamos si es necesario…

Eso era bueno, era muy de Naismith. Ella levantó la cabeza y le sonrió.

—Me alegro mucho de que estés mejor —dijo—. Estaba muy preocupada. Quería ir a verte pero el capitán Thorne no me dejó. —Los ojos le brillaban como llamas amarillas.

—Sí… estuve muy… enfermo. Thorne hizo lo que era correcto. Pero tal vez podamos hablar más cuando estemos de camino a casa. —Cuando esto termine. Cuando él se ganara el derecho…
¿el derecho de qué?

—Tienes una cita, almirante. —Ella
le guiñó el ojo
, y se enderezó con una alegría feroz.
¿Qué le prometí?
Ella se lanzó hacia adelante, sargento otra vez, feliz, a supervisar su escuadrón.

Él la siguió hacia el transbordador de combate. El nivel de luz era mucho más bajo allí, el aire más frío y, por supuesto, no había gravedad. Él flotó hacia adelante, de asidero en asidero detrás de Thorne, dividiendo el espacio mentalmente para la carga de personas. Doce o quince filas de chicos sentados, cuatro atravesados… sí, había sitio. El transbordador estaba equipado para llevar dos escuadrones, más hoverautos armados o todo un hospital de campo. Tenía un puesto de primeros auxilios en la parte posterior, que incluía cuatro camas y una cámara portátil de crío-tratamiento. El tecnomed del comando Dendarii estaba organizando el área y los suministros a toda velocidad. Los soldados aseguraban todo, moviéndose en silencio, sin fatiga, con poca conversación y poco ruido. Un lugar para cada cosa y cada cosa en su lugar.

El piloto estaba en su puesto. Thorne ocupó el asiento del copiloto. Él se sentó en un asiento fijo detrás. Por la ventana veía estrellas de bordes agudos, lejanas estrellas, y más cerca las luces coloridas y parpadeantes de alguna actividad humana y, en el borde del campo de visión, el gajo brillante de la curvatura del planeta. Casi en casa. Se le comprimió el estómago, y no sólo por la velocidad. Bandas de tensión le corrían por la cabeza bajo los sujetadores del casco.

El piloto golpeó el intercomu.

—Un control de gente, ahí abajo, Taura, por favor. Tenemos cinco minutos de empuje para golpear la órbita, luego soltamos y caemos.

Después de un momento, llegó la voz de la sargento Taura:

—Control terminado. Todos asegurados, compuerta cerrada. Listos. Fuera-repito-fuera.

Thorne miró por encima del hombro y señaló. Él se ajustó el cinturón apresuradamente. Justo a tiempo. Las bandas de plástico le mordieron con fuerza y él se sacudió a los dos lados cuando el
Ariel
tembló para acomodarse en la órbita de estacionamiento, efecto de la aceleración que una nave más grande hubiera compensado y hasta anulado por completo con su campo de gravedad interna.

El piloto levantó las manos y las dejó caer de golpe como si fuera un músico que toca un crescendo. Golpes metálicos fuertes, terroríficos, reverberaron a través del fuselaje. Aullidos ululantes en respuesta desde el compartimento detrás de la superficie de vuelo.

Cuando dicen caer
—pensó él, agitado—,
es caer
. Las estrellas y el planeta giraron en la ventanilla del frente, y tuvo náuseas. Cerró los ojos y el estómago intentó treparle por el esófago. De pronto descubrió una ventaja extra en la armadura espacial. Si uno se caga de miedo al bajar, la fontanería del traje se ocupa de todo y nadie se entera.

El aire empezó a chillar en la cubierta exterior cuando llegaron a la ionosfera. Las bandas del asiento lo cortaban en rodajas como a un huevo.

—Divertido, ¿no? —aulló Thorne, sonriendo como un loco, la cara distorsionada y los labios flameando en la desaceleración. Iban directo hacia abajo, o hacia allí parecía ir la proa del transbordador, aunque el asiento estaba tratando de expulsarlo hacia el techo de la cabina con una fuerza que le quebraba el cuello y le aplastaba el cerebro.

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