Danza de espejos (20 page)

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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Por favor, déjenme en paz
. Estaba enfermo, sí, seguro: todavía estaba temblando. Sintió un espasmo en un pequeño músculo en la nuca, unas punzadas diminutas sobre un dolor sordo.

—Fuimos hasta el final de ese tubo elevador. —La voz salió en un susurro seco—. Cuando… cuando casco Diez sube, soy yo el que lo usa. Norwood y Tonkin se fueron juntos y no los vi más.

Quinn apuró los contactos de voz. La voz de barítono de Tonkin salió en un gemido, como un insecto con anfetaminas.

—Cuando hice contacto por última vez, estaba aquí. —Quinn marcó el lugar con un punto de luz brillante en un corredor interior dentro de otro edificio. Se quedó callada y dejó que la línea amarilla siguiera adelante como una víbora. Bajando un tubo, luego a través de otro túnel, bajo una estructura, arriba y atravesando otra.

—Ahí es donde nos atraparon . dijo Framingham de pronto—. Ahí es donde recibimos el contacto.

Quinn marcó otro punto.

—Entonces la crío-cámara tiene que estar en algún lugar entre aquí y aquí. —Señaló los dos puntos brillantes—. Tiene que estar ahí. —Miraba con los ojos muy abiertos, atentos—. Dos edificios. Dos y medio, supongo. Pero no hay nada en las transmisiones de voz de Tonkin que nos dé ni una sola clave. —La voz tipo insecto describía a los atacantes de Bharaputra, y pedía ayuda, una y otra vez, pero no mencionaba la crío-cámara. La garganta de Mark se contrajo.
Quinn, por favor, apaga eso

El programa llegó al final. Todos los Dendarii lo miraron, como si quisieran que dijera algo más. No había nada más.

La puerta se abrió a un lado y entró el capitán Thorne. Mark nunca había visto a una persona tan exhausta. Thorne también tenía puesta la sucia ropa de combate: sólo el equipo de espejo de plasma faltaba en su cinto. El capuchón gris hacia atrás, el cabello aplastado contra la cabeza. Un círculo negro, manchado, en el medio de la cara pálida, marcaba la apertura del capuchón, un gris semejante al rojo de la cara de Quinn por la quemadura de la sobrecarga. Los movimientos de Thorne, apresurados y espasmódicos, traslucían una voluntad que dominaba una fatiga cercana al colapso. Thorne se inclinó, las manos sobre la mesa de reuniones, la boca una línea horizontal.

—¿Le sacaron algo a Tonkin? —preguntó Quinn—. Lo que tiene la computadora, ya lo vimos. Y no creo que sea suficiente.

—Los médicos lo despertaron, brevemente —informó Thorne—. Habló. Yo esperaba que los grabadores explicaran lo que dijo pero…

—¿Qué dijo?

—Dijo que cuando llegaron a este edificio —Thorne lo señaló—, quedaron separados del resto. No estaban realmente rodeados pero sí bloqueados, no podían seguir en línea recta hacia el transbordador y el enemigo cerraba el cerco con rapidez. Y entonces, dijo Tonkin, Norwood le gritó que tenía una idea, que había visto algo «atrás». Hizo que Tonkin creara una diversión con un ataque de granadas y protegiera un corredor en particular, debe ser éste. Después cogió la crío-cámara y corrió de vuelta por la misma ruta. Volvió poco después, no más de seis minutos, y le dijo: «Todo está bien. El almirante va a salir de aquí, aunque nosotros no lo hagamos.» Unos dos minutos después lo mató esa granada, y Tonkin quedó desmayado por la contusión.

Framingham asintió.

—Mi tripulación llegó unos tres minutos después. Sacaron corriendo a un grupo de los de Bharaputra que estaban revisando cadáveres, buscando inteligencia o robando, o las dos cosas, el cabo Abromov no estaba seguro de eso; se llevaron a Tonkin y el cadáver de Norwood y corrieron como alma que lleva el diablo. Nadie en el escuadrón vio una crío-cámara por ninguna parte.

Quinn se mordió un muñón de dedo. Mark no creía que fuera consciente de ese gesto.

—¿Eso es todo?

—Tonkin dijo que Norwood se reía —agregó Thorne.

—Se reía —repitió Quinn con una mueca—. ¡Mierda!

La capitana Bothari-Jesek estaba hundida en su asiento. Todo el mundo digería lentamente ese último trozo del rompecabezas, mirando el holomapa.

—Hizo algo inteligente —dijo Bothari-Jesek—. O algo que creía que era inteligente.

—No tuvo más de cinco minutos. ¿Cuánta inteligencia se puede tener en cinco minutos? —se quejó Quinn—. ¡Maldita sea la puta que parió a ese tipo inteligente por no informarme!

—Sin duda estaba a punto de hacerlo —suspiró Bothari-Jesek—. No creo que tengamos que perder tiempo racionando la culpa. Tenemos mucho que hacer.

Thorne hizo un gesto de dolor y también Framingham y Quinn y Taura. Luego todos miraron a Mark, que se retorció en su asiento.

—Son menos de dos horas —dijo Quinn echando una mirada al crono—. No sé lo que hizo Norwood, pero en cualquier caso la crío-cámara tiene que estar ahí abajo todavía.

—¿Y qué hacemos? —preguntó secamente el teniente Kimura—. ¿Otra misión de rescate?

Quinn contrajo los labios al captar el sarcasmo.

—¿Te ofreces voluntario, Kimura? —Kimura levantó las manos, dándose por vencido y no dijo nada más.

—Mientras tanto —interrumpió Bothari-Jesek—, la Estación Fell nos está llamando con urgencia. Tenemos que empezar a negociar. Y supongo que esto va a involucrar a nuestro rehén. —Una mirada de agradecimiento a Kimura como reconocimiento a la única parte de la misión que no había fallado. Kimura devolvió el gesto—. ¿Alguien sabe lo que pensaba hacer el almirante con el barón Bharaputra?

Un círculo de negativas silenciosas.

—¿Y usted, Quinn? —preguntó Kimura, sorprendido.

—No. No hubo tiempo de charlar. Ni siquiera estoy segura de que el almirante esperara que esa expedición de secuestro consiguiera algo. Habría sido poco digno de su estrategia hacer que toda la misión dependiera de algo cuyo resultado no era seguro. Supongo que planeaba —se le quebró la voz en un suspiro— usar su iniciativa. —Se sentó erguida—. Pero esta vez el trato está a nuestro favor. El barón Bharaputra puede ser el billete de salida de esta lugar para todos y también para el almirante, pero tenemos que hacerlo bien.

—En ese caso —dijo Bothari-Jesek—, creo que no deberíamos dejar que la Casa Bharaputra sospeche que el paquete que dejamos allí es valioso.

Bothari-Jesek, Thorne, Quinn, todos, se volvieron a mirar a Mark con los ojos fríamente especulativos.

—También pensé en eso —dijo Quinn.

—No —susurró él—. ¡No! —El grito sonó como un graznido—. No puedo creer que hablen en serio. No pueden convertirme en él. No quiero volver a ser él, por Dios. ¡No! —Estaba temblando, sacudiéndose, el estómago hecho un nudo salvaje y movedizo.
Tengo frío
.

Quinn y Bothari-Jesek se miraron. Bothari-Jesek asintió, un mensaje sin palabras.

—Todos están disculpados —dijo Quinn—. Pueden retirarse a sus tareas. Excepto usted, capitán Thorne. Usted está relevado del mando del
Ariel
. El teniente Hart lo reemplazará.

Thorne asintió, como si fuera algo lógico, previsible.

—¿Estoy bajo arresto?

Los ojos de Quinn se contrajeron de dolor.

—Mierda, no tengo tiempo para eso. Ni personal. Y tú no presentaste tu informe, y además necesito tu experiencia. Esta… situación puede cambiar con rapidez en cualquier momento. Considérate bajo arresto domiciliario y asignado a mí. Puedes cuidarte solo. Toma un camarote de oficial visitante en el
Peregrine
y considéralo tu celda, si eso te hace sentir mejor.

La cara de Thorne se puso todavía más blanca.

—Sí, señora —dijo, con voz inexpresiva.

Quinn frunció el ceño.

—Ve a asearte. Después seguimos.

Excepto Quinn y Bothari-Jesek, todos salieron de la sala. Mark trató de seguirlos.

—¡Tú no! —dijo Quinn con una voz como la campana del infierno. Él se dejó caer en el asiento y se acurrucó allí. Cuando el último Dendarii salió por la puerta, Quinn se agachó y apagó todos los grabadores.

Las mujeres de Miles. Elena-la-novia-de-la-infancia, ahora capitana Bothari-Jesek. Mark había estudiado todo eso en el entrenamiento komarrés para convertirlo en lord Vorkosigan. Pero no estaba muy seguro de lo que había esperado. Quinn, la Dendarii que había tomado a los komarreses y su complot por sorpresa. Las dos se parecían en el cabello negro y corto, la piel pálida y fina, los ojos castaños. ¿Era una coincidencia? ¿Acaso Vorkosigan había elegido inconscientemente a Quinn como sustituta de Bothari-Jesek cuando supo que no podía tener a la original? Hasta los nombres eran similares: Elli, Elena.

Bothari-Jesek era la más alta. Le llevaba una cabeza a Quinn, con cara larga y aristócrata, más fría y reservada, efecto acrecentado por su ropa gris de oficial. Quinn, con las botas de combate y la ropa sucia, era más baja pero seguía siendo una cabeza más alta que él, más redonda y apasionada. El gusto de Mark por las mujeres, si es que alguna vez vivía para ejercitarlo, era algo más parecido a esa clon rubia que habían sacado de debajo de la cama, si ella hubiera tenido la edad que parecía tener. Alguien que fuera pequeña, suave, rosada, tímida, alguien que no matara y comiera al macho después de hacer el amor con él.

Elena Bothari-Jesek lo miraba con una especie de fascinación sorprendida.

—Tan parecido a él. Pero no es él. ¿Por qué está temblando?

—Tengo frío —musitó Mark.

—¡Tienes frío! —repitió Quinn, enfurecida—. ¡

tienes frío! Hijo de puta… —Dio vuelta en redondo al asiento para darle la espalda. No tenía palabras.

Bothari-Jesek se levantó y caminó hasta Mark. Una mujer alta, espigada, blanca. Le tocó la frente, que estaba húmeda; él se agachó, un gesto casi explosivo. Ella se inclinó y lo miró a los ojos.

—Quinnie, no. Tiene una conmoción psicológica.

—¡No se merece mi consideración! —dijo Quinn con voz contenida.

—De todos modos, todavía está conmocionado. Si quieres resultados, vas a tener que tomar eso en cuenta.

—¡Mierda! —Quinn se volvió. Había nuevos rastros de sudor que surgían desde los ojos a través la cara roja y blanca, manchada de sangre y polvos secos—. Tú no lo viste. No viste a Miles ahí tirado, con el corazón esparcido en pedazos por toda la habitación.

—Quinnie, en realidad no está muerto. Sólo congelado y… y en un mal lugar. —¿Había un leve rastro de incertidumbre, de negación en su voz?

—Ah, te aseguro que está muerto. Muy muerto y muy congelado. Y se va a quedar así para siempre si no lo encontramos… —La sangre que le había caído en la ropa, se le había hecho costra entre las manos y le había manchado la cara, se estaba poniendo marrón.

Bothari-Jesek respiró hondo.

—Vayamos a lo nuestro. La cuestión es: ¿Mark puede engañar al barón Fell? Fell conoce a Miles. Lo vio una vez.

—Ésa es una de las razones por las que no puse a Bel Thorne bajo arresto. Bel estuvo ahí y espero que pueda ayudarnos.

—Sí, y eso es lo curioso… —Bothari-Jesek colocó una cadera sobre la mesa y balanceó una pierna larga—. Conmocionado o no, Mark no dijo nada de la otra identidad de Miles. El nombre Vorkosigan no pasó por sus labios, ¿no es cierto?

—No —admitió Quinn.

Bothari-Jesek torció la boca y lo estudió.

—¿Por qué? —preguntó de pronto.

Él se acurrucó todavía más en el asiento, tratando de escapar al impacto de su mirada.

—No sé —musitó. Ella esperó más, implacable, y él logró decir en una voz apenas más fuerte —: La costumbre, supongo. —Sobre todo la costumbre de Ser Galen, que lo golpeaba cada vez que se equivocaba, en los viejos tiempos—. Cuando actúo, actúo. Miles nunca hubiera hecho eso, así que yo no lo hago.

—¿Quién eres tú cuando no estás haciendo de Miles? —la mirada de Bothari-Jesek era calculadora, intensa.

—Yo… no lo sé del todo. —Tragó saliva y lo volvió a intentar con más volumen de voz—. ¿Qué les va a pasar a mis… a los clones?

Quinn empezó a hablar pero Bothari-Jesek levantó la mano y la detuvo. Luego dijo:

—¿Qué quieres tú que les pase?

—Quiero que sean libres. Que los lleven a un lugar seguro donde la Casa Bharaputra no pueda volver a secuestrarlos.

—Extraño altruismo. No puedo dejar de preguntarme por qué. ¿Por qué toda esta misión? ¿Qué esperabas ganar con ella?

Se abrió la boca de él pero no salió ningún sonido. No podía contestar. Estaba débil y tembloroso. Le dolía terriblemente la cabeza, una sensación de vacío, como si ya no tuviera sangre dentro de ella. Hizo un gesto de impotencia.

—¡Puf! —se burló Quinn—. Un hombre que siempre pierde… ¡Qué mierda de anti-Miles! Sacar la derrota de los dientes de la victoria…

—Quinn —dijo Bothari-Jesek con voz tranquila. Había un profundo reproche en su voz, en una sola palabra, y Quinn lo reconoció encogiéndose de hombros—. No creo que ninguna de nosotras sepa lo que tenemos aquí —siguió diciendo Bothari-Jesek—. Pero sé cuándo las cosas me superan. Y sé a quién no superarían.

—¿A quién?

—A la condesa Vorkosigan.

—Mmm —suspiró Quinn—. Ella es otro problema. ¿Quién se lo va a decir…? —Una sacudida del hombro indicó a Jackson's Whole y los hechos fatales que habían ocurrido allí abajo—. Y que los dioses me ayuden si realmente soy comandante de todo esto desde ahora. Voy a tener que informar a Simon Illyan. —Se detuvo—. ¿Quieres tomar el comando, Elena? Lo tomé como capitana de nave más antigua presente, ahora que Bel está bajo medio arresto y demás, sobre todo porque hacía falta alguien que diera órdenes en combate.

—Te va muy bien —dijo Bothari-Jesek con una sonrisita—. Yo te apoyo. —Y agregó —: Tú estás más involucrada con los servicios de inteligencia desde siempre. Eres la opción lógica.

—Sí, lo sé. —Quinn hizo una mueca—. Pero ¿se lo dirás a tu familia si las circunstancias nos obligan?

—Para eso —suspiró Bothari-Jesek —yo soy la opción lógica. Sí, yo se lo diré a la condesa.

—Trato hecho. —Pero las dos parecían preguntarse quién se llevaba la peor parte.

—Y en cuanto a los clones… —Bothari-Jesek miró a Mark de nuevo—, ¿qué te parecería ganarte su libertad?

—Elena —dijo Quinn con tono de advertencia—, no hagas promesas. No sabemos lo que vamos a tener que negociar. Tenemos que salir de aquí. Digo… —otro gesto para abajo —para conseguir que nos lo entreguen.

—No —susurró Mark—. No puede hacer eso. Mandarlos así… abajo… después de todo esto…

—Negocié con Phillipi —dijo Quinn con amargura—. Y negociaría contigo sin pensarlo ni un segundo… No puedo porque
él
… ¿Sabes por qué bajamos en esta misión sangrienta? —le preguntó, agresiva.

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