Danza de espejos (61 page)

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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

—¿Abuela?

—Cuéntale algo sobre el Grupo Durona, Rosa —dijo él, apremiante.

—Entonces dame la oportunidad de hablar —dijo Rosa entre dientes mientras seguía sonriendo.

—¿Sabe lo que es? Pregúntale si sabe lo que es —exigió él; luego se metió el bocado en la boca y se puso a masticarlo. La chica no había venido a verlo a él. Había venido a ver a Rosa. Tenía que dejarla actuar a ella.

—Bueno. —Rosa miró la puerta cerrada y se volvió hacia la muchacha—. Las Durona son un grupo de treinta y seis clones. Vivimos bajo la protección de la Casa Fell. Nuestra madre, la primera Durona, se llama Azucena. Y se quedó muy triste cuando Lotus, la baronesa, nos dejó. Lotus era mi hermana mayor, ¿sabes? Y tú también eres mi hermana. ¿Lotus te dijo por qué te tuvo? ¿Vas a ser su hija? ¿Su heredera?

—Voy a unirme con mi señora —dijo la muchacha. Había un ligero desafío en su tono, pero su fascinación con Rosa seguía allí—. Me preguntaba si… si ibas a ocupar mi lugar. —¿Celos?
Qué locura
.

Los ojos de Rosa se oscurecieron en un mudo horror.

—¿Entiendes lo que significa eso? ¿Sabes lo que es un trasplante de cerebros en tu caso? Ella va a ocupar tu cuerpo, Azucena, y tú ya no estarás. En ninguna parte.

—Sí, lo sé. Es mi destino. —Volvió a sacudir la cabeza, y apartó el cabello de la cara. Tenía un tono de convicción. Pero los ojos… ¿había en ellos una pregunta levísima, una inquietud?

—Sois tan parecidas —musitó él, girando alrededor de las dos con ansiedad reprimida. Sonriente—. Seguro que podríais intercambiar la ropa y nadie se daría cuenta. —La mirada de Rosa le dijo que sí, que había entendido, pero que iba demasiado rápido—. No, noooo… —siguió él, inclinando la cabeza y sonriendo—. No lo creo. Esta chica es demasiado gorda. ¿No te parece demasiado gorda, Rosa?

—¡Yo no soy gorda! —dijo Azucena Junior, indignada.

—La ropa de Rosa no le iría bien.

—Te equivocas —dijo Rosa, vencida, resignada a ir a marchas forzadas—. Es un idiota, Azucena. Probémoslo. —Empezó a sacarse la chaqueta, la blusa, los pantalones.

Lentamente, con mucha curiosidad, la muchacha también se sacó la falda y la camisa y cogió la ropa de Rosa. Rosa no tocaba la ropa de seda de Azucena, colocada con cuidado sobre la cama.

—Ah, qué bonito —dijo Rosa. Hizo un gesto hacia el baño—. Deberías verte.

—Estaba equivocado —admitió Miles con nobleza, llevando a la chica al baño. No había tiempo para conjurarse, para planificar, para dar órdenes. Tenía que confiar totalmente en la iniciativa de Rosa—. En realidad, la ropa de Rosa te queda muy bien. Imagínate lo que serías como cirujana, como doctora Durona. Ahí todas son doctoras, ¿sabes? Tú también podrías… —Por el rabillo del ojo, vio a Rosa sacarse las cintas que le sujetaban el cabello y soltárselo. La vio buscar la ropa de Azucena. Dejó que la puerta se cerrara detrás de él y Azucena y la llevó al espejo. Abrió el agua, para que no se oyera el ruido que hacía el guardia al abrir la puerta exterior, para que no se oyera cómo Rosa se iba…

Azucena miró el espejo. Lo miró a él, sacudiendo la mano como para presentarse a sí misma, luego miró la cabeza de él que apenas si le llegaba al hombro. Él cogió una taza y bebió un trago de agua, para aclararse la garganta. ¿Cuánto tiempo podría mantener distraída a la chica? No creía que fuera capaz de darle un golpe efectivo en la cabeza y no estaba seguro de cuál de los productos del bolso médico de Rosa que había sobre el mostrador sería el famoso sedante.

Para su sorpresa, ella habló primero.

—Tú eres el que vino a buscarnos a todos los clones, ¿no es cierto?

—Ah… —¿El desastroso ataque Dendarii a Bharaputra? ¿Ella había sido una de las rescatadas? Y entonces, ¿por qué estaba allí?—. Disculpa. Estuve muerto últimamente, y mi cerebro no funciona demasiado bien. Crío-amnesia. Tal vez haya sido yo, pero tal vez fuera mi hermano, mi clon.

—¿Tienes clones también?

—Por lo menos uno. Mi… hermano.

—¿De verdad estuviste muerto? —Sonaba como si no le creyera.

Él se abrió la camisa gris y le mostró las cicatrices.

—Ah —exclamó ella, impresionada—. Entonces supongo que es cierto.

—Rosa me curó. Es muy buena en eso. —No, no le recuerdes a Rosa—. Tú también podrías ser así, si quisieras. Si te prepararan.

—¿Cómo era… estar muerto? —De pronto tenía los ojos muy fijos en su cara.

Él volvió a cerrarse la camisa.

—Aburrido. Realmente aburrido. Un vacío. No me acuerdo de nada. No me acuerdo de morirme… —Jadeó…
La punta del arma, brillante de llama… el pecho estallando hacia fuera, un dolor terrible
… Se apoyó en el mostrador, las piernas débiles de pronto—. Solitario. No te gustaría. Te lo aseguro. —Le cogió la mano cálida—. Estar vivo es mucho mejor. Estar vivo es… es… —Necesitaba algo que pudiera continuar durante un tiempo… Se sentó en el mostrador y la miró a la cara por primera vez. Le puso la mano por detrás de la cabeza, se inclinó hacia ella y la besó, sólo una breve presión en los labios—. Cuando alguien te toca, sabes que estás viva.

Ella se retiró, sorprendida.

—El barón besa de otra forma.

Él se quedó alucinando.

—¿El barón te besó?

¿Probando el nuevo cuerpo de su esposa antes de tiempo? ¿Para cuándo estaba pensado el trasplante?

—¿Siempre has vivido con… con tu señora?

—No. Me trajeron cuando atacaron el criadero. La reparación está casi terminada, voy a volver muy pronto.

—Pero no por mucho tiempo…

—No.

Las tentaciones del barón debían de ser… interesantes. Después de todo, dentro de poco ella ya no tendría cerebro y no podría acusarlo. Vasa Luigi podía hacerle de todo, menos acabar con su virginidad. ¿Qué estaba haciéndole eso a su aparente condicionamiento mental, su aceptación de su destino? Algo le hacía, obviamente, o no habría estado con ellos, allí.

Ella miró la puerta cerrada y su expresión cambió de pronto. Sospechaba. Le apartó la mano y volvió hacia el dormitorio vacío.

—¡Ay, no!

—¡Shh, shhh! —Él corrió tras ella, le cogió la mano de nuevo, se puso de pie en la cama para poder tenerla a la misma altura—. ¡No grites! —siseó—. Si corres y se lo dices a los guardias, vas a meterte en un lío terrible. Si esperas hasta que ella vuelva, nadie se va a enterar. —Se sentía despreciable jugando de aquel modo con el pánico de ella, pero tenía que hacerlo—. Cállate y nadie lo sabrá. —En realidad, no tenía ni idea de si Rosa pensaba volver. A esas alturas, tal vez lo que quería era escapar de
él
. Ninguno de sus planes había dependido tanto de la suerte.

Azucena Junior podía ganarle físicamente con facilidad, aunque él no estaba seguro de que ella se diera cuenta. Un buen golpe en el pecho lo dejaría tendido en el suelo. Y ni siquiera tendría que darle con demasiada fuerza.

—Siéntate —le dijo—. Aquí, ven conmigo. No tengas miedo. En realidad, si tu destino no te hace temblar, no sé de qué podrías tener miedo. Seguramente eres una muchacha muy, muy valiente. Muchacha no. Mujer. Siéntate… —Tiró de ella hacia abajo; ella miraba la puerta, insegura, pero le dejó hacer. Tenía los músculos tensos como sogas—. Cuéntame… cuéntame sobre ti, sobre tu vida. Eres una persona muy interesante, ¿sabías?

—¿Yo?

—Yo no me acuerdo mucho de mi vida, en este momento; por eso pregunto. Me aterra no acordarme. Me está matando. ¿Qué es lo primero que recuerdas de ti misma?

—Bueno… supongo que el lugar donde vivía antes del criadero… Una mujer que me cuidaba. Tengo un… es una tontería pero me acuerdo de que tenía un jardincito cuadrado con flores rojas. No creo que tuviera más de un metro cuadrado. Olía a uva…

—¿En serio?

Imaginaba que iban a tener una conversación muy larga. El hecho de que no hubieran devuelto a Rosa era una buena señal. El hecho de que tal vez ella no volviera nunca obligaría a Azucena Junior a resolver un gran dilema.
¿Y qué podían hacerle el barón y la baronesa…?
se burló su mente, una broma salvaje.
¿Matarla?

Hablaron de la vida de ella en el criadero. Él consiguió que le relatara el ataque de los Dendarii desde su punto de vista. Azucena le contó cómo se las había arreglado para reunirse con el barón. Qué lío tan terrible para Mark. Las pausas se hicieron más largas. Miles se dio cuenta de que para que el tiempo siguiera pasando, iba a tener que hablar de él, y eso era demasiado peligroso. Ella se estaba quedando sin conversación y los ojos se le iban cada vez más hacia la puerta.

—Rosa no va a volver —dijo por fin Azucena—. ¿No es cierto?

—Creo que no —dijo él, con sinceridad—. Creo que se ha escapado.

—¿Cómo lo sabes?

—Si la hubieran atrapado, habrían venido a buscarte a ti aunque no la trajeran a ella. Desde el punto de vista de ellos, Rosa todavía está aquí y la que falta eres tú.

—¿No crees que pueden confundirla conmigo? —preguntó ella, alarmada—. ¿No crees que pueden llevarla para que se una con mi señora?

Él no estaba seguro de si ella tenía miedo por Rosa o miedo de que Rosa ocupara su lugar. Qué paranoia más original, más espantosa.

—¿Y cuándo…? No. —Le aseguró a ella. A sí mismo—. No. A primera vista, en el pasillo, os parecéis, pero más de cerca… ella es mucho mayor que tú. No es posible.

—¿Y qué hago? —Ella trató de ponerse de pie, él le sostuvo el brazo, la volvió a acomodar en la cama.

—Nada —le aconsejó—. Todo está bien. Les vas a decir que… que yo te obligué a quedarte.

Ella lo miró desde arriba. Él era tan pequeño.

—¿Cómo?

—Con engaños. Amenazas. Coerción psicológica —dijo él y era verdad—. Puedes echarme la culpa.

Ella parecía indecisa.

¿Cuántos años tendría? Había pasado las últimas dos horas sonsacándole la historia de su vida y no parecía muy larga. Su conversación era una mezcla de agudeza, astucia e inocencia. La mayor aventura de su vida había sido el ataque de los Mercenarios Dendarii.

Rosa.
Se fue. ¿Y ahora?
¿Volvería a buscarlo? ¿Cómo? Eso era Jackson's Whole. No se podía confiar en nadie. En ese lugar, la gente era carne. Como esa chica que tenía enfrente. Tuvo una imagen horrenda, de pesadilla: la vio sin cerebro, un vacío en los ojos.

—Lo lamento —susurró—. Eres tan hermosa…
adentro
. Mereces vivir, no que te coma esa vieja.

—Mi señora es una gran mujer —dijo ella, empecinada—. Ella también merece vivir. Más que yo.

¿Qué ética más retorcida llevaba a Lotus Durona a hacer de esa niña un cordero voluntario de sacrificio? ¿A quién creía que estaba engañando? Al parecer, sólo a sí misma.

—Además —dijo Azucena Junior—, pensaba que te gustaba la gorda rubia. La mirabas de arriba a abajo todo el tiempo.

—¿Quién?

—Ah, bueno… Seguramente fue tu clon.

—Mi hermano —corrigió él, automáticamente. ¿Qué significaba eso de la rubia, Mark?

Ella se estaba relajando, resignada a su extraño cautiverio. Y aburrida. Lo miró, especulando.

—¿Te gustaría besarme de nuevo? —preguntó.

Era su altura. Su altura hacía surgir lo mejor en las mujeres. Él no era amenazante, así que ellas se envalentonaban. En general, a él le parecía un efecto encantador, pero esa chica le preocupaba. No era su… su igual. Y sin embargo, tenía que matar el tiempo, mantenerla allí, mantenerla entretenida todo lo que pudiera.

—Bueno… está bien…

Después de veinte minutos de caricias decorosas, ella se retiró un poco y dijo:

—Ésa no es la forma en que lo hace el barón.

—¿Qué haces para Vasa Luigi?

Ella le abrió el pantalón y empezó a mostrárselo. Al cabo de un minuto, él se puso a jadear y dijo:

—¡Basta!

—¿No te gusta? Al barón, sí.

—Por supuesto que sí. —Terriblemente excitado, huyó hacia la silla que estaba junto a la mesita y se sentó en ella con determinación—. Es… es muy agradable, Azucena, pero es demasiado serio para ti y para mí.

—No entiendo.

—Justamente. —Ella era una niña, pese a su cuerpo desmesurado y adulto. Él estaba cada vez más seguro—. Cuando crezcas… encontrarás tus propios límites, y podrás invitar a la gente a que los cruce cuando tú quieras. Pero ahora ni siquiera sabes dónde terminas tú y empieza el mundo. El deseo debe brotar de dentro, no estar impuesto desde fuera. —Trató de oponerse a la corriente que lo estaba arrastrando. El éxito no fue completo.
Vasa Luigi, eres un hijo de puta
.

Ella frunció el ceño, pensativa.

—Pero yo no voy a crecer.

Él se pasó los brazos por las rodillas levantadas y tembló.
Mierda
.

De pronto recordó cómo había conocido a la sargento Taura. La forma en que se habían hecho amantes en esa hora desesperada. Ah, otra vez la emboscada de los agujeros de su memoria. Había ciertos paralelismos obvios con la situación actual, y por eso su subconsciente estaba tratando de aplicar la vieja solución, la que le había dado éxito aquella vez. Pero Taura era una mutación de bioingeniería, una mutación de vida corta. Estaba viviendo toda su vida al estilo coge-lo-que-puedas, y él aprobaba eso con todo su corazón. Azucena Junior podía vivir todo un siglo si no la… canibalizaban. Necesitaba que la sedujeran con vida, no con sexo.

Y al igual que la integridad, el amor a la vida no era un tema de estudio, era un sentimiento que había que contagiar. Y había que recibirlo de alguien que lo tuviera, como una enfermedad.

—¿No quieres vivir? —le preguntó.

—Yo… no sé.

—Yo sí. Yo sí quiero vivir. Y créeme, ya he pensado en la alternativa, muy seriamente.

—Eres un hombrecito muy raro. ¿Qué puede darte la vida?


Todo
. Y pienso sacarle más que eso. —
Quiero. Quiero
. Riqueza. Poder. Amor. Victorias, victorias espléndidas, brillantes, brillo reflejado en los ojos de los compañeros. Algún día, una esposa, hijos. Un montón de hijos. Altos y sanos, para pasárselos por las narices y los ojos a los que le gritaban
¡Mutante!

Y pienso tener un hermano
.

Mark. Sí. Ese hombrecito malhumorado que seguramente Ryoval estaba partiendo en pedacitos diminutos en ese mismo momento. En lugar de hacérselo a Miles. Se le tensaron los nervios hasta estar a punto de gritar.
Tengo que ganar tiempo
.

Finalmente convenció a Azucena Junior para que se durmiera, envuelta en las sábanas, del lado de Rosa. Caballerosamente, él se quedó en la silla. Un par de horas nocturnas y ya estaba loco de dolor. Probó el suelo. Estaba frío. Le dolía el pecho. Le aterrorizaba despertarse con tos. Finalmente se metió en la cama, encima de las sábanas, y se enroscó dándole la espalda. Tenía una conciencia intensa del cuerpo de ella, tendido a su lado. Era evidente que ella no sentía lo mismo. Su ansiedad era todavía más enorme porque no tenía forma. No tenía control. No controlaba nada. Al amanecer consiguió el calor suficiente como para adormecerse.

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