Danza de espejos (65 page)

Read Danza de espejos Online

Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Los guardias echaron una mirada a las celdas y siguieron adelante. Miles se retrasó, dominado por la inspiración. Valía la pena intentarlo…


¡Mierda!
—exclamó, y pegó un salto.

Los guardias giraron en redondo.

—Ese… ese hombre ahí… Se movió. Creo que voy a vomitar.

—No puede ser. —El jefe miró a través de la pared transparente a un cuerpo con la espalda vuelta hacia ellos.

—¿No habrá visto algo desde ahí dentro? —dijo Miles—. Por Dios, no abran la puerta.

—Cállate. —El jefe se mordió el labio, miró el panel y un momento después abrió la puerta y entró con cautela.

—¡Ah! —chilló Miles.

—¿Qué? —ladró el jefe.

—Se ha movido de nuevo. Como… un espasmo.

El guardia más joven sacó el bloqueador y siguió a su compañero adentro, para cubrirlo. El jefe extendió una mano, se detuvo y finalmente sacó la picana y empezó a pasarla por el cuerpo tendido.

Miles golpeó el control de la puerta con la cabeza. El vidrio se cerró, apenas a tiempo. Los guardias golpearon la puerta y la sacudieron como perros rabiosos. La puerta apenas si transmitió la vibración. Tenían las bocas abiertas, le gritaban y lo insultaban pero el sonido no pasaba la barrera. Seguramente las paredes transparentes eran de material para el espacio: tampoco los bloqueadores lo atravesaban.

El jefe sacó un arco de plasma y empezó a quemar. La puerta brilló levemente. Mala señal. Miles estudió el panel de control… ahí. Tocó los bloques de los menús con la lengua hasta que apareció oxígeno, y lo puso tan bajo como pudo. ¿Se desmayarían los guardias antes de que cediera la pared bajo el arco de plasma?


. Buen sistema de ambiente ése. Los perros de Ryoval cayeron junto al vidrio, con las manos relajadas en la inconsciencia. El arco de plasma cayó de sus dedos sin fuerza y se apagó.

Miles los dejó encerrados en la tumba de sus víctimas.

Era un laboratorio. Tenía que haber herramientas cortantes y de todo tipo… correcto. Sí. Le llevó varios minutos de contorsiones, trabajando por la espalda. Estuvo a punto de desmayarse, pero finalmente las esposas cedieron. Gimió de alivio, con las manos libres.

¿Armas? Todas las armas
per se
habían desaparecido en manos de los ocupantes en fuga y sin el traje protector, él no quería volver a abrir la celda de vidrio y recuperar las armas de los guardias. Pero un escalpelo láser que encontró en el laboratorio le hizo sentirse menos vulnerable.

Quería ropa. Temblando de frío, trotó por los corredores hasta la entrada de seguridad y buscó su traje tejido. Volvió a las instalaciones y revisó todo con cuidado. Intentó en cada una de las comuconsolas que no estuvieran rotas. Todas tenían circuitos internos: no había forma de llegar a los canales externos.

¿Dónde está Mark?
De pronto se le ocurrió que si podía haber algo peor que estar prisionero en una celda de ese lugar esperando a que volvieran los torturadores, sería sin duda estar encerrado en una celda esperando a torturadores que
nunca
volverían. En la que fue tal vez la media hora más frenética que hubiera experimentado en toda su vida, abrió o rompió una por una las puertas del edificio. Detrás de cada una esperaba encontrar un cuerpecito encogido y mojado, la garganta piadosamente cortada… Estaba gimiendo, tenía miedo de experimentar otra convulsión, y entonces encontró la celda… bueno, el armario, cerca de las habitaciones de Ryoval. Vacía. Tenía el mal olor de la ocupación reciente. Las manchas de sangre en la pared y el suelo lo descompusieron. Pero estuviera donde estuviese y estuviera como estuviese, era obvio que Mark no estaba allí. Entonces, él también tenía que irse.

Recuperó el aliento, buscó una cesta de plástico y fue de compras a los laboratorios. Se llevó todo lo que le pareció útil para manipular equipos electrónicos. Herramientas cortantes y cables, diagnosticadores de circuito, lectores y relés, lo que fuera. Cuando pensó que tenía suficiente, volvió al estudio del barón y se dedicó a hacer una disección de la comuconsola dañada. Finalmente, consiguió pasar la cerradura de palma, pero lo único que encontró fue un cuadradito rojo que decía:
Inserte llave-código
. Lanzó una maldición, irguió la espalda y volvió a sentarse. Esto iba a ser muy aburrido y muy lento.

Tuvo que volver a recorrer el edificio buscando equipo para pasar el bloqueo de la llave-código. Y la comuconsola ya nunca sería la misma. Pero por fin llegó a la red de comunicaciones planetaria. Hubo otra pausa breve mientras pensaba cómo hacer que la cuenta la pagara la Casa Ryoval: todo se cobraba por adelantado en Jackson's Whole.

Después tuvo que pensar a quién llamar. Barrayar tenía un consulado en la Estación del Consorcio Hargrave-Dyne. Parte del personal era realmente diplomático y/o económico, pero incluso esa parte era en realidad Análisis de SegImp. El resto eran agentes propiamente dichos que manejaban una red pequeña de informantes distribuida por todo el planeta y sus satélites y estaciones. El almirante Naismith tenía un contacto allí. Pero ¿acaso SegImp habría estado antes allí? ¿La carnicería era trabajo de ellos? ¿Un trabajo para rescatar a Mark? Llegó a la conclusión de que no. Era lo bastante rudo pero no lo bastante metódico. En realidad era un caos.

¿Y por qué no vinieron a buscar a Mark?
Una pregunta tonta, que no tenía respuesta desde donde él se encontraba. Tecleó el número del consulado.
Que empiece el circo
.

Estuvieron con él en media hora, un teniente tenso de SegImp llamado Iverson con un escuadrón de acción alquilado en la Casa Dyne, con uniformes paramilitares y cierto equipo militar relativamente decente. Habían bajado directamente de la órbita en un transbordador; el calor ardía sobre el metal de la nave en la luz húmeda de la mañana. Miles estaba sentado en una piedra en el camino de la entrada o, para decirlo más exactamente, entrada de emergencia, mirando irónicamente mientras ellos galopaban, armas en mano, y se extendían en el campo como para tomar la instalación por asalto.

El oficial se le acercó a la carrera y le hizo un saludo medio militar.

—¿Almirante Naismith?

Iverson no era nadie que él conociera: a ese nivel, el hombre tenía que tomarlo por alguien valioso pero no de Barrayar. Un mercenario de SegImp.

—El único y verdadero. Puede decirle a sus hombres que descansen. La instalación está segura.

—¿Usted la aseguró solo? —preguntó Iverson, sin darle crédito.

—Más o menos.

—¡Hace dos años que buscamos este lugar!

Miles contuvo una respuesta airada sobre gente que no podía encontrar ni su propio pito con un mapa y una linterna.

—¿Dónde está… ah… Mark? El otro clon. Mi doble.

—No lo sabemos, señor. Nos habían dado una clave a través de un informante y estábamos a punto de atacar la Casa Bharaputra para recuperarle a usted cuando recibimos su llamada.

—Anoche estaba allí. Su informante no sabía que iban a llevarme. —
debió ser Rosa, que escapó. ¡Hurra!
—. Hubieran llegado tarde y habría sido una vergüenza.

Iverson hizo una mueca.

—Ésta ha sido una operación increíblemente enredada desde el principio. Muy fea. Me cambiaban las órdenes constantemente.

—Dígame —suspiró Miles—, ¿no supo nada de los Mercenarios Dendarii?

—Un equipo de operación secreta viene hacia aquí ahora, según me dicen, señor. —Los «señor» de Iverson estaban teñidos de duda; la forma normal, dudosa, con que los hombres regulares de Barrayar contemplaban a los mercenarios auto-promovidos—. Espero… me gustaría controlar la seguridad de la instalación, señor, si no le importa…

—Adelante —dijo Miles—. Va a ser una visita interesante, se lo aseguro. Si tiene buen estómago, claro. —Iverson llevó a sus tropas adentro. Miles se habría reído si no hubiera estado aullando por dentro. Lanzó un suspiro y fue tras ellos.

La gente de Miles llegó en un pequeño transbordador personal, que entró directamente al garaje oculto. Él los miró desde el monitor del estudio de Ryoval y les dio indicaciones para encontrarlo. Quinn, Elena, Taura y Bel, todos vestidos con la media armadura. Llegaron al estudio haciendo ruido, casi tan impresionantes y tan inútiles como la gente de SegImp.

—¿Por qué las ropas de fiesta? —fue la primera pregunta de un Miles agotado, apenas los vio entrar. Sabía que hubiera debido ponerse de pie y recibir y devolver saludos y todo eso, pero la silla de Ryoval era increíblemente incómoda y él estaba increíblemente cansado.

—¡Miles! —exclamó Quinn, llena de pasión.

Cuando él vio la cara preocupada de ella, se dio cuenta por primera vez de lo enojado que estaba y de lo culpable que se sentía por
¿Dónde mierda está Mark, malditos seáis todos?

—Capitana Quinn —le dijo para que se diera cuenta de que estaban en tiempo de trabajo antes de que ella se le echara encima. Ella se detuvo a mitad de camino y adoptó una posición de alerta. Los otros se apilaron detrás de ella.

—Estábamos coordinando con SegImp un ataque contra la Casa Bharaputra —dijo Quinn sin aliento—. ¡Volviste a ser tú mismo! Estabas crío-amnésico… ¿te has recuperado? La doctora Durona dijo que lo conseguirías.

—En un noventa por ciento, creo. Todavía tengo agujeros en mi memoria. ¿Qué pasó, Quinn?

Ella lo miraba con la expresión de alguien que tiene demasiadas cosas que decir.

—¿Desde cuándo? Cuando te mataron…

—Desde hace cinco días. Cuando llegaste al Grupo Durona…

—Vinimos a buscarte.
Y te encontramos
, mierda, después de cuatro meses espantosos…

—A ti te bloquearon, se llevaron a Mark y Azucena Durona me llevó con mi cirujana hacia lo que ella pensaba que sería la seguridad —la alentó Miles hacia lo que quería oír.

—Ah, era tu médica… Pensé… No importa. —Quinn contuvo sus emociones, se sacó el casco y se bajó la capucha, le pasó los dedos de puntas rojas por los rulos aplastados y empezó a organizar la información en puntos esenciales, al estilo de combate—. Al principio, perdimos horas. Cuando Elena y Taura consiguieron otro coche aéreo, los secuestradores ya se habían ido. Buscaron, pero nada. Cuando volvieron al Grupo Durona, Bel y yo nos estábamos despertando. Azucena Durona insistió en que tú estabas a salvo. Yo no le creí. Salimos y yo me puse en contacto con SegImp. Empezaron a empujar a su gente, que estaba en todo el planeta buscando huellas de tu paradero y los enviaron a buscar sólo a Mark. Más pistas mientras seguían trabajando con su teoría favorita según la cual los secuestradores eran cazadores de recompensas de Cetaganda. Y la Casa Ryoval tiene más de cincuenta lugares e instalaciones diferentes, sin incluir ésta, que era secreta. Mucho que revisar.

»Luego Azucena Durona pensó que después de todo habías desaparecido. Y como parecía más importante encontrarte a ti, pusimos todas las fuerzas en eso. Pero teníamos pocas claves. Tardamos dos días en encontrar el volador abandonado. Y no nos dio ninguna clave.

—Correcto. Pero vosotros sospechabais que Ryoval tenía a Mark.

—Pero Ryoval quería al almirante Naismith. Supusimos que se daría cuenta de que se había equivocado.

Él se pasó las manos por la cara. Le dolía la cabeza. Y el estómago.

—¿Nunca pensasteis que tal vez a Ryoval no le importaría? Dentro de unos minutos voy a pediros que vayáis al corredor y examinéis la celda donde lo tuvieron. Y oláis. Quiero que miréis muy bien. Mejor, no ahora. Sargento Taura, quédate.

Sin ganas, Quinn llevó a Elena y a Bel hacia la puerta. Miles se inclinó. Taura se le acercó para oír.

—¿Qué pasó, Taura? Tú eres de Jackson. Sabes lo que es Ryoval, lo que son sus instalaciones… ¿Por qué perdisteis eso de vista?

Ella meneó la cabezota.

—La capitana Quinn pensaba que Mark era un desastre. Después de tu muerte, estaba tan furiosa que no podía ni darle la hora. Y al principio yo estaba de acuerdo con ella… Pero… no sé. Se esforzó tanto… El ataque al criadero fracasó, pero por muy poco. Yo creo que si hubiéramos hecho las cosas más deprisa, si el perímetro de defensa del transbordador hubiera hecho mejor el trabajo, lo habríamos sacado adelante.

Él hizo una mueca. Estaba de acuerdo.

—No hay piedad para fracasos en el tiempo, en operaciones que no tienen margen, como ésa. Los comandantes tampoco pueden tener piedad. Si la tienes, te convendría quedarte en órbita y meter a tu tripulación en los desintegradores de basura directamente. Así ahorrarías pasos intermedios. —Hizo una pausa—. Quinn será buena comandante, algún día.

—Estoy de acuerdo, señor. —Taura levantó el casco, se sacó la capucha y miró a su alrededor—. Pero en cierto modo, he llegado a querer a ese pequeño. Hizo el esfuerzo. Hizo el esfuerzo y fracasó, pero nadie hacía el
esfuerzo
. Y estaba tan solo…

—Solo. Sí. Aquí. Durante cinco largos días.

—Realmente creímos que Ryoval se daría cuenta de que él no eras tú.

—Tal vez… tal vez… —Parte de su mente se aferraba todavía a esa esperanza. Tal vez no había sido tan malo como parecía, tan malo como le decía su imaginación al galope.

Quinn y compañía regresaron, todos cabizbajos.

—Bien —dijo él—. Me encontrasteis a mí. Ahora tal vez podáis concentraros en Mark. Yo estuve revisando el lugar durante las últimas horas y no encontré ni una sola pista. ¿Se lo llevaron los que huyeron? ¿Está fuera, en el desierto, congelándose? Tengo a seis de los hombres de Iverson buscando con telescopios fuera y a otro controlando los informes de desintegración de las instalaciones en busca de cincuenta kilos de proteínas. ¿Alguna idea brillante, chicos?

Elena volvió de inspeccionar la habitación de al lado.

—¿Y quién crees que le hizo los honores a Ryoval?

Miles abrió las manos.

—No lo sé. Tiene cientos de enemigos mortales, con su carrera…

—Lo mató una persona sin armas. Una patada en el cuello, luego, más patadas cuando había caído.

—Ya me di cuenta.

—¿Y te fijaste en el equipo de herramientas?

—Sí.

—Miles, fue Mark.

—¿Cómo es posible? Debió pasar anoche. Después de… cinco días de trabajarlo… y Mark es muy pequeño, como yo… No creo que sea físicamente posible.

—Mark es pequeño, pero no es como tú —dijo Elena—. Y casi mató a un hombre en Vorbarr Sultana de una patada en el cuello.


¿Qué?

Other books

Mark of the Black Arrow by Debbie Viguie
Winter in Full Bloom by Anita Higman
Unknown by Terry Towers
Teena: A House of Ill Repute by Jennifer Jane Pope
City of Refuge by Tom Piazza
Land of Five Rivers by Khushwant Singh
Shaman Pass by Stan Jones
The Serpent on the Crown by Elizabeth Peters