Danza de espejos (68 page)

Read Danza de espejos Online

Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

—Voy a prestarle mi nave a Azucena —dijo Mark—, ya que el barón Fell acaba de sacarle suficiente dinero como para comprar treinta y seis pasajes a Escobar.

—¿Qué nave? —preguntó Miles.
No una de las mías

—La que me dio mamá. Supongo que Azucena puede venderla en la órbita de Escobar y sacar algo de ganancia. Yo puedo devolverle el dinero a mamá, sacar a Vorkosigan Surleau de la hipoteca y quedarme con un montón impresionante de cambio. Me gustaría tener un yate algún día, pero de todos modos durante un tiempo no voy a poder usar éste.

¿Qué? ¿Qué? ¿Qué?

—Estaba pensando —siguió Mark —que los Dendarii podrían ir con Azucena. Darle un poco de protección militar a cambio de un pasaje rápido y gratis de vuelta a la flota. Le ahorraríamos a SegImp el precio de cuatro pasajes.

¿Cuatro?
Miles miró a Bel, tan silencioso, que le devolvió la mirada con ojos muy tristes.

—Y que todo el mundo salga de aquí lo antes posible —agregó Mark—. Antes de que algo vuelva a salir mal.

—¡Amén! —musitó Quinn.

¿Rosa y Elli en la misma nave?
Para no mencionar a Taura. ¿Y si se reunían y comparaban notas? ¿Y si se peleaban? Peor ¿y si hacían una alianza y decidían dividirlo en partes según los términos de un tratado? Miles de Norte y Miles del Sur… No era que tuviera tantas mujeres, no, eso podía jurarlo. Comparado con Ivan, él era prácticamente célibe. El problema era que no quería desilusionar a ninguna y en general no lo hacía. La acumulación podía convertirse en algo vergonzoso dado un tiempo más o menos prolongado. Necesitaba… a lady Vorkosigan para poner fin a esa estupidez. Pero ni Elli, la valiente, se ofrecía a esa función.

—Sí —dijo—, me parece bien. Funciona. A casa. Capitana Quinn acuerde el transporte de Mark y el mío con SegImp. Sargento Taura, ¿se puede poner a disposición de Azucena Durona, por favor? Cuanto antes evacuemos este lugar, mejor. Y… eh… Bel… ¿podrías quedarte un momento para hablar contigo?

Quinn y Taura entendieron la indirecta y se alejaron. Mark… Mark estaba en esto también, decidió Miles. Y de todos modos, tenía un poco de miedo de pedirle a Mark que se fuera. Miedo de lo que podían revelar los movimientos de su hermano si se levantaba. Esa frase orgullosa sobre el hotel de lujo de Ry Ryoval era un intento demasiado obvio para ocultar… ¿qué?

—Siéntate, Bel. —Miles indicó con la cabeza la silla vacante del barón Fell. Eso los colocaba en un triángulo equitativo: él, Mark y Bel. Bel se acomodó en el lugar que le indicaba, el casco sobre las piernas y la capucha hacia atrás. Miles pensó en que había percibido a Bel como mujer hace unos días, en esa misma habitación, antes de la cascada de recuerdos. Antes, por alguna razón, sus ojos siempre lo habían interpretado como hombre. Extraño. Hubo un silencio breve, incómodo.

—No puedo dejarte volver a comandar el
Ariel
—dijo.

—Lo sé —dijo Bel.

—Sería muy malo para la disciplina de la flota.

—Lo sé —dijo Bel.

—No es… justo. Si me hubieras mentido, si hubieras mantenido la boca cerrada y fingido que Mark te había engañado, nadie lo habría sabido nunca…

—Lo sé —dijo Bel, y agregó al cabo de un momento —: Tenía que recuperar el mando, en la emergencia. No me pareció posible seguir dejando que Mark diera las órdenes. Demasiado peligroso.

—Para los que te seguían.

—Sí. Y… yo lo habría sabido siempre —agregó Bel.

—Capitán Thorne —suspiró el almirante Naismith—, tengo que pedirle su renuncia.

—La tiene, señor.

—Gracias. —Y eso era todo. Tan rápido. Miles volvió a recorrer las imágenes dispersas que tenía del ataque de Mark al criadero. Había partes que había perdido y que todavía no recuperaba, de eso estaba seguro. Pero había habido muertes, demasiadas: era irremediable—. ¿Sabes qué pasó con Phillipi? Tuvo una oportunidad, lo sé.

Mark y Bel se miraron. Bel contestó:

—No lo consiguió.

—Ah. Lo lamento.

—La crío-terapia es arriesgada —suspiró Bel—. Todos aceptamos los riesgos cuando nos unimos a la Flota.

Mark frunció el ceño.

—No me parece justo. Bel pierde su carrera y yo la saco gratis.

Bel miró un momento el cuerpo hinchado y golpeado de Mark, metido en el gran sillón de Azucena. Lo miró con los ojos muy abiertos y levantó las cejas.

—¿Qué piensas hacer, Bel? —preguntó Miles con tiento—. ¿Irte a tu casa, a Colonia Beta? Alguna vez has hablado de eso…

—No lo sé —dijo Bel—. Y no es por no reflexionar sobre ellos. Hace semanas que lo pienso. No estoy seguro de que pudiera vivir en casa.

—Yo también lo pensé —dijo Miles—. Con prudencia. Y se me ocurrió que si siguieras recibiendo dinero de Illyan, ciertos elementos míos estarían menos paranoicos con la idea de que tú estés recorriendo el nexo del agujero de gusano con la cabeza llena de secretos de Barrayar. Un informante… ¿tal vez un agente?

—No tengo el talento de Elli Quinn para eso —dijo Bel—. Yo era comandante de nave.

—Puedes seguir siéndolo. Los comandantes van a lugares interesantes. Y están en situación de recibir todo tipo de informaciones.

Bel inclinó la cabeza.

—Bueno… lo voy a pensar seriamente.

—Supongo que no quieres cobrar aquí, en Jackson's Whole.

Bel rió en voz alta.

—Desde luego.

—Piénsalo entonces, camino a Escobar. Habla con Quinn. Decide cuando lleguemos, y que ella lo sepa.

Bel asintió, se puso de pie y dio la vuelta a la mesa del silencioso salón de Azucena Durona.

—No estoy del todo arrepentido, ¿sabes? —le dijo a Mark—. De una forma u otra, sacamos a casi noventa personas de este pozo de gravedad maloliente. Los arrancamos de la muerte o de la esclavitud jacksoniana. No está mal para mí, un colono de Beta ya maduro. Te aseguro que cuando me acuerde de todo esto, me voy a acordar de ellos.

—Gracias —susurró Mark.

Bel miró a Miles.

—¿Te acuerdas de la primera vez que nos vimos?

—Sí. Yo te di un buen golpe con el bloqueador.

—Ah, sí, me golpeaste duro. —Bel Thorne caminó hasta la silla del almirante y le cogió por el mentón—. Quédate quieto. Hace años que espero esto. —Lo besó, un beso largo y muy completo. Miles pensó en las apariencias, pensó en la ambigüedad, pensó en la muerte súbita, pensó a la mierda con todo y le devolvió el beso. Bel se enderezó, sonriente.

Unas voces flotaron hasta ellos desde el tubo elevador, alguna Durona que indicaba:

—Arriba, señora.

Elena Bothari-Jesek se elevó detrás del riel de aluminio y recorrió la habitación con la mirada.

—Hola, Miles. Tengo que hablar con Mark —dijo de corrido. Tenía la expresión preocupada—. ¿Podemos ir a alguna parte? —preguntó a Mark.

—Preferiría no levantarme —dijo Mark. Tenía la voz tan cansada que daba la impresión de que le costaba mucho pronunciar las palabras.

Intrigado, Miles se puso de pie. La miró como haciéndole una pregunta; la mirada de ella decía
Ahora no. Después
. Él se encogió de hombros.

—Vamos, Bel. A ver si podemos echarle una mano a alguien. —Él quería ver a Rosa. Miró a Elena y a Mark mientras bajaba en el tubo con Bel. Elena sacó una silla y se sentó al revés, las manos abiertas ya en señal de reconvención. Mark tenía un aspecto muy triste y taciturno.

Miles le dijo a Bel que se pusiera a las órdenes de la doctora Peonía y buscó el departamento de Rosa. Ella estaba allí, haciendo el equipaje, como él había esperado. Había otra Durona joven, sentada, mirándola, un poco asustada. Miles la reconoció enseguida.

—¡Azucena Junior! Lo conseguiste. ¡Rosa!

La cara de Rosa se encendió de alegría y se apresuró a abrazarlo.

—¡Miles! Así que sí te llamas Miles Naismith. ¡Gané mi propia apuesta! Ya hiciste la cascada de recuerdos. ¿Cuándo?

—Bueno —él se aclaró la garganta—, en realidad fue en casa de Bharaputra.

La sonrisa de ella se congeló un poco.

—Antes de que yo me fuera. Y no me lo dijiste.

—Seguridad —le ofreció él como explicación.

—No confiabas en mí.

Esto es Jackson's Whole. Tú misma lo dijiste
.

—Estaba más preocupado por Vasa Luigi.

—Entiendo eso. Supongo —suspiró Rosa.

—¿Cuándo llegaste?

—Ayer por la mañana. Azucena vino anoche. ¡Sin problemas! ¡Nunca pensé que podrías sacarla a ella también!

—Una huida era la clave para la otra. Tú saliste y eso permitió que Azucena se sacara a sí misma de ese infierno. —Le sonrió a Azucena Junior, que los miraba con curiosidad—. Yo no hice nada. Últimamente ésa parece ser la historia de mi vida. Pero creo que vais a salir del planeta antes de que Vasa Luigi y Lotus se den cuenta…

—Todos vamos a estar fuera antes del anochecer. ¡Escuchad! —Ella lo llevó a la ventana. El transbordador personal de los Dendarii, con la sargento Taura de piloto y ocho Duronas a bordo, se elevaba lentamente desde el patio entre las altas paredes. Una mujeres subieron a preparar a las siguientes.

—¡Escobar, Miles! —dijo Rosa, entusiasmada—. ¡Todas vamos a Escobar! Azucena, eso te va a gustar mucho.

—¿Vais a seguir siendo un grupo cuando lleguéis? —preguntó Miles.

—Al principio, sí, creo. Hasta que nos acostumbremos. Azucena nos va a liberar cuando muera. Creo que el barón Fell se da cuenta. Al final, menos competencia para él. Supongo que va a poner a los más importantes de la Casa Ryoval aquí, en este edificio, mañana por la mañana.

Miles caminó por la habitación y notó una cajita de control remoto familiar en el costado de un sillón.

—¡Ah! ¿Tú eras la del otro control? Tendría que haberlo supuesto. Así que estabas escuchando. No estaba seguro de si era cierto o una amenaza solamente.

—Mark no mentía en nada —dijo ella con firmeza.

—¿Estabas aquí cuando él llegó?

—Sí. Fue esta mañana un poco antes del amanecer. Salió tambaleándose de un volador, vestido con la ropa más extraña que te puedas imaginar… Pidió hablar con Azucena.

Miles levantó las cejas, pensando en esa imagen.

—¿Y qué le dijeron los guardias?

—Dijeron
Sí, señor
. Tenía un aura… No sé cómo describirla. Yo me imaginaba a tipos inmensos en callejones cerrados, haciéndose a un lado para dejarlo pasar. Tu clon es un joven
formidable
.

Miles parpadeó.

—Azucena y Crisan lo llevaron a la clínica en una camilla flotante y no vi más. Después vinieron las órdenes, una detrás de la otra. —Hizo una pausa—. Bueno, ¿entonces vas a volver con tus Mercenarios Dendarii?

—Sí. Supongo que después de algún reacondicionamiento.

—No… no vas a renunciar a eso… A pesar de que viste la muerte tan de cerca.

—Confieso que esas armas de proyectiles me dan una picazón desagradable cuando las veo pero… espero quedarme bastante tiempo con los Dendarii todavía… Estas convulsiones que tengo, ¿se me van a ir?

—Deberían irse. La crío-terapia siempre es arriesgada e impredecible. Así que no te ves retirado en… en Escobar, por ejemplo.

—Visitamos Escobar de tanto en tanto. Reparaciones de las naves. Y reparaciones de personal. Es una intersección importante en el nexo. Tal vez nuestros caminos vuelvan a cruzarse.

—No de la misma forma en que lo hicieron, espero. —Rosa sonrió.

—Te voy a decir una cosa: si alguna vez necesito a alguien que me reviva después de una crío-terapia, te buscarán porque habré dejado órdenes al respecto. —Dudó.
Necesito a mi señora Vorkosigan para terminar con toda esta peregrinación
… ¿Rosa sería buena para eso? Las treinta y seis cuñadas eran una desventaja lejana, en Escobar—. ¿Qué pensarías del planeta Barrayar como lugar para vivir y trabajar? —preguntó con cautela.

Ella arrugó la nariz.

—¿Ese pozo anticuado? ¿Por qué?

—Tengo… tengo intereses allí. En realidad, cuando me retire, pensaba ir allí. Es un lugar muy hermoso. Y tiene poca población. Les gusta que uno tenga… chicos. —Se estaba acercando demasiado a la verdad sobre su identidad y había arriesgado tanto para mantenerla en secreto…—. Y hay muchísimo trabajo para médicos y médicas entrenados en la galaxia.

—Ah, de eso estoy segura. Pero fui una esclava toda mi vida. ¿Por qué iba a querer ser súbdita si puedo ser
ciudadana
? —Sonrió con astucia y se acercó a él. Le pasó las manos por los hombros—. Esos cinco días que estuvimos encerrados en casa de Vasa Luigi… lo tuyo no fue un efecto de la prisión, creo yo. Así es como eres realmente, cuando estás bien. ¿No es cierto?

—Sí, sí —admitió él.

—Siempre me pregunté qué hacían los adultos hiperactivos para vivir. Dirigir a varios miles de soldados debe de absorber bastantes energías, ¿verdad?

—Sí —suspiró él.

—Creo que siempre voy a quererte, algo. Pero vivir contigo todo el tiempo me volvería loca. Eres la persona más dominante que he conocido en mi vida.

—Es lógico que te resistas —explicó él—. Yo confío en que… —no podía decir Elli, o peor aún,
todas mis mujeres
— mi pareja se resista. Sin eso, no podría relajarme y ser yo mismo.

Correcto. Demasiado tiempo juntos había destruido el amor que se tenían, o por lo menos las ilusiones de ella. A medida que pasaba el tiempo, el sistema de Barrayar, la utilización de casamenteros para los arreglos matrimoniales le parecía cada vez mejor. Tal vez era preferible casarse primero, estar seguro y conocerse después. Para cuando la novia lo entendiera, sería demasiado tarde para retirarse. Suspiró, sonrió y le hizo a Rosa una reverencia exagerada, amable.

—Voy a sentirme feliz de visitarla en Escobar, mi señora.

—Eso sería maravilloso, mi señor —le devolvió ella, sin inhibiciones.

Mierda, tal vez ella era la indicada. Se subestimaba al hablar de Barrayar…

Azucena Junior, sentada en el sofá, miraba todo eso con fascinación. Tosió una vez, y Miles la miró y pensó en su relato sobre el tiempo que había pasado con los Dendarii.

—¿Mark sabe que estás aquí, Azucena?

—No lo sé. Yo estuve con Rosa.

—La última vez que te vio te estabas volviendo con Vasa Luigi. Creo… creo que le gustaría saber que cambiaste de idea.

—Él intentó convencerme de que no abandonara la nave. No hablaba tan bien como tú. —admitió ella.

—Él hizo todo esto. Fue él quien te compró el pasaje para salir de aquí. —Miles no quería pensar en la moneda con la que su hermano había pagado ese pasaje—. Lo único que hice yo fue seguirlo. Vamos. Por lo menos di hola, adiós y gracias. No te costará nada, y a él le significará mucho.

Other books

Drowning Is Inevitable by Shalanda Stanley
Nowhere to Hide by Nancy Bush
Sixth Column by Robert A. Heinlein
Last Stand of the Dead - 06 by Joseph Talluto
Oppose by Viola Grace
Satori by Don Winslow
Screwing the Superhero by Rebecca Royce
Dark Coup by David C. Waldron