Danza de espejos (32 page)

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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

—Un eslabón en la cadena pero la cadena está en una red. Así que un eslabón débil no es totalmente fatal. Para que ocurra un verdadero desastre tienen que fallar muchos al mismo tiempo. Pero… uno quisiera tener tantos eslabones sólidos y fiables como fuera posible. Eso es obvio.

—Obvio. —
¿Por qué me está mirando?

—Así que… Cuénteme lo que pasó en Jackson's Whole. Todo. Desde su punto de vista. —Gregor se acomodó en el banquito alto, con un talón enganchado, los brazos cruzados, aparentemente centrado y en equilibrio, como un cuervo en una rama.

—Tendría que empezar con la historia en la Tierra.

—Hágalo si le parece. —Una sonrisa breve: usted, Mark, tiene todo el tiempo del mundo y mi atención al ciento por ciento.

Mark empezó el relato tartamudeando. Hizo muchas pausas en el camino. Las preguntas de Gregor eran pocas y únicamente las formulaba cuando Mark se quedaba atascado en algún momento difícil. Pocas, sí, pero inteligentes, abarcadoras. El Emperador no sólo buscaba los hechos. Mark se dio cuenta enseguida. Obviamente ya había leído el informe de Illyan e iba a la caza de otra cosa.

—No puedo estar en desacuerdo con sus buenas intenciones —dijo Gregor en un momento dado—. El negocio de trasplante de cerebros es una empresa asquerosa. Pero espero que se dé cuenta… su esfuerzo, su ataque, no va a poner ni un palo en la rueda de todo eso. La Casa Bharaputra barrerá los vidrios rotos y seguirá adelante.

—Pero la cosa va a cambiar completamente para los cuarenta y nueve clones —afirmó Mark, empecinado—. Todo el mundo me viene con ese argumento, mierda. «No puedo hacerlo todo, así que no voy a hacer nada.» Y no lo hacen. Y el horror sigue y sigue. Y además, si hubiera podido volver vía Escobar como había planeado al principio, las noticias se hubieran propagado. La Casa Bharaputra tal vez hubiera intentado reclamar a los clones legalmente, y entonces sí que el hedor hubiera sido público. Público. Yo me habría asegurado de eso. Aunque hubiera estado detenido en Escobar. Donde, además, los asesinos de la Casa Bharaputra hubieran tratado de alcanzarme. Y tal vez… tal vez todo eso habría hecho que mucha más gente se interesara en el asunto.

—Ah —dijo Gregor—. Un truco de publicidad.

—No fue un truco —gruñó Mark.

—Disculpe. No quise decir que su esfuerzo era trivial. Al contrario. Pero tenía una estrategia coherente a largo plazo.

—Sí, pero se fue por el inodoro cuando perdí el control de los Dendarii. Apenas supieron quién era yo realmente. —Se quedó callado y pensativo, con el recuerdo de esa impotencia.

Guiado por las preguntas de Gregor, Mark contó la muerte de Miles, el desastre de la crío-cámara perdida, los esfuerzos inútiles por recuperarla y la forma en que los habían expulsado ignominiosamente del espacio local de Jackson.

Descubrió que en realidad estaba revelando mucho más de sus sentimientos personales de lo que deseaba, y sin embargo… Gregor casi le había hecho sentirse tranquilo. ¿Cómo lo conseguía? Esa conducta suave, que casi se borraba a sí misma, ocultaba a un manipulador sumamente hábil. En una especie de carrera confusa, Mark describió el incidente con Maree y su tiempo de semilocura en el confinamiento solitario, y luego se detuvo en un silencio inarticulado.

Gregor frunció en ceño en gesto de concentración y se quedó callado durante un momento. Mierda, el hombre siempre estaba tranquilo. Y callado.

—Me parece, Mark, que usted no tiene en cuenta sus puntos fuertes. Ha pasado usted por la batalla y probado que tiene coraje físico. Es capaz de tener iniciativa y se atreve a mucho. No le falta inteligencia… aunque a veces carece de información. No es mal comienzo. Son parte de las cualidades que se necesita para ser jefe de un Distrito. Algún día.

—No. No quiero ser un conde de Barrayar. —Mark negó enfáticamente.

—Podría ser el primer paso hacia mi trabajo —dijo Gregor, como sugiriéndolo, con una leve sonrisa.

—¡No! Peor todavía. Me comerían vivo. Mi cuero cabelludo terminaría en la colección de la planta baja.

—Es muy posible. —La sonrisa de Gregor se desvaneció—. Sí, muchas veces me he preguntado adónde irán a parar las partes de mi cuerpo. Y sin embargo… entiendo que usted estaba decidido a intentarlo, hace dos años. Todo. Incluido el reemplazo del conde Aral.

—Lo practiqué, sí. Pero ahora usted me está hablando de la cosa real. No de una imitación. —
Yo mismo soy una imitación, ¿acaso no lo sabe usted?
—. Sólo estudié los alrededores. El interior… ni siquiera consigo imaginármelo.

—Pero todos empezamos así, ¿sabe usted? —dijo Gregor—. Fingiendo. El rol es un simulacro y después, lentamente, se nos hace carne.

—¿Uno se transforma en la máquina?

—Algunos sí. Ésa es la versión patológica de un conde y existen casos, ya lo creo. Otros se hacen… más humanos. La máquina, el rol, se convierte en una prótesis trabajada a mano, que sirve al hombre. Ambos tipos tienen sus usos, para mis fines. Uno tiene que estar seguro de dónde cae el hombre que tiene enfrente dentro del rango de autoengaño.

Sí, la condesa Cordelia seguramente había tenido mucho que ver con la educación de ese hombre. Mark sentía la influencia de ella, los rastros de sus ideas, como huellas de pisadas fosforescentes en la oscuridad.

—¿Cuáles son sus fines?

Gregor se encogió de hombros.

—Mantener la paz. Impedir que las distintas facciones se maten unas a otras. Asegurarme, muy, pero que muy bien de que ningún invasor galáctico vuelve a poner un pie en el suelo de Barrayar. Promover el desarrollo económico. La Señora Paz es la primera rehén cuando hay dificultades económicas. En eso, mi reino está bendecido por la formación del segundo continente y la apertura de Sergyar a la colonización completa, lo cual no es común y lo agradezco. Finalmente, ahora que la plaga de ese horrendo gusano subcutáneo está bajo control, colonizar Sergyar debería absorber el exceso de energía de todo el mundo durante varias generaciones. Estuve estudiando varias historias coloniales últimamente, preguntándome cuántos de esos errores se pueden evitar…

—Sigo sin querer ser conde Vorkosigan.

—Sin Miles, no creo que tenga usted opción.

—Eso es una estupidez. —Por lo menos, esperaba que fuera una estupidez—. Acaba usted de decir que se trata de una pieza intercambiable. Podrían encontrar a otro si tuvieran que hacerlo. Ivan, por ejemplo.

Gregor sonrió, desencantado.

—Confieso que he utilizado ese mismo argumento más de una vez. Aunque en mi caso, el asunto es la sucesión. Las pesadillas sobre el destino de las partes de mi cuerpo no son nada al lado de las que tengo sobre mis teóricos hijos. Y no voy a casarme con una joven Vor cuyo árbol familiar se cruza con el mío dieciséis veces en las últimas seis generaciones. —Se contuvo bruscamente, con una mueca de disculpa. Y sin embargo… se controlaba tan bien que Mark supuso que incluso esa visión rápida del Gregor interior tenía un propósito o podría tenerlo con el tiempo.

Le estaba empezando a doler la cabeza. Sin Miles… Con Miles, todos esos dilemas de Barrayar serían de Miles. Y Mark sería libre para enfrentarse a sus propios dilemas, por lo menos. Sus propios demonios, no esos otros, adoptados.

—Ése no es mi… don. Talento. Interés. Destino. Algo. No sé —Se frotó el cuello.

—¿Pasión? —dijo Gregor.

—Sí, esa palabra me parece bien. Ser conde no es mi pasión.

Tras un breve silencio, Gregor preguntó con curiosidad:

—¿Y cuál es su pasión, Mark? Si no es ni el gobierno, ni el poder ni la riqueza… bueno, ni siquiera mencionó la riqueza.

—Suficiente riqueza como para destruir a la Casa Bharaputra es algo tan lejos de mi alcance, no… bueno, ni siquiera lo sueño. No viene al caso. No es una solución que yo pueda… Yo… bueno, algunos hombres son caníbales. La Casa Bharaputra, sus clientes… quiero detener a esos caníbales. Eso sería algo por lo que valdría la pena levantarse de la cama. —Se dio cuenta de que había ido subiendo el tono de voz y se dejó caer otra vez en la silla.

—En otras palabras… usted tiene una pasión por la justicia, o, si me permite decirlo, por la Seguridad. Curioso eco de su… progenitor.

—¡No, no! —
Bueno… tal vez, en cierto modo
—. Supongo que también en Barrayar hay caníbales, pero no me causan tanto interés personal. No pienso en términos de ley porque el negocio del trasplante no es ilegal en Jackson's Whole. Así que un policía no es la solución. O… tendría que ser un policía poco común. —¿Cómo un agente de SegImp en trabajo de campo? Mark trató de imaginarse a un inspector detective con una carta de venganza. Por alguna razón, seguía viniéndole a la mente la imagen de su progenitor. Mierda con la sugerencia inquietante de Gregor.
Un policía no. Un caballero andante. La condesa lo tenía bien claro
. Pero no había lugar para los caballeros andantes. Ya no. La policía tendría que arrestarlos si existieran.

Gregor se sentó con aire levemente satisfecho.

—Eso es muy interesante. —Su ensimismamiento recordaba el de un hombre que trata de acordarse de la clave de una caja fuerte. Se deslizó para levantarse del banquito y caminó sin rumbo hacia las ventanas. Miró el parque desde otro ángulo. De cara a la luz, hizo notar —: A mí me parece que su futuro acceso a su… pasión depende mucho de que Miles vuelva.

Mark suspiró, frustrado.

—Eso ya no está en mis manos. Nunca van a dejarme… ¿Qué puedo hacer yo que no pueda hacer SegImp? Tal vez ellos lo encuentren. En cualquier momento.

—En otras palabras —dijo Gregor lentamente—, lo más importante de su vida en este momento es algo que usted no puede modificar. Quiero expresarle mis más profunda condolencia.

Mark contestó con franqueza, sin poder evitarlo.

—Aquí soy un prisionero. Virtualmente. No puedo hacer nada y no puedo irme.

Gregor inclinó la cabeza hacia un lado.

—¿Ya lo ha intentado?

Mark hizo una pausa.

—Bueno… no, en realidad todavía no.

—Ah. —Gregor se volvió en la ventana y sacó una pequeña tarjeta de plástico de bolsillo interior de la chaqueta. Se la entregó a Mark a través del escritorio—. Mi Voz llega sólo hasta las fronteras de los intereses de Barrayar —dijo—. Pero aquí está mi número de comuvídeo. Sólo otra persona estará relacionada con sus llamadas. Usted estará en su lista. Diga su nombre y le comunicarán conmigo.

—Mmm… Gracias —dijo Mark, confuso y cauteloso. La tarjeta no tenía más identificación que el código. La guardó con sumo cuidado.

Gregor tocó un botón de audicomu en la chaqueta y habló con Kevi. Un momento después sonó un golpecito en la puerta y volvió a entrar Ivan. Mark, que había empezado a balancearse en la silla, se levantó avergonzado.

Gregor e Ivan intercambiaron saludos tan lacónicos como al principio, y luego Ivan se llevó a Mark. Cuando dieron la vuelta a la esquina, Mark se volvió a ver de quién eran los pasos que oía. Kevi ya estaba llevando a otro visitante a la oficina imperial.

—¿Cómo te ha ido? —preguntó Ivan.

—Me siento agobiado —admitió Mark.

Ivan sonrió con amargura.

—Gregor es capaz de hacerle eso a cualquiera, cuando está siendo emperador.

—¿Cuando está siendo emperador, dices? ¿No será cuando hace de emperador?

—Ah, no, él no hace de emperador.

—Me dio su número. —
Y creo que consiguió el mío
.

Ivan levantó las cejas.

—Bienvenido al club. Para contar el número de gente que tiene acceso no necesito sacarme las botas.

—¿Miles… Miles era uno de ellos?

—Por supuesto.

14

Ivan, al parecer cumpliendo órdenes estrictas —la condesa era la primera opción de Mark como fuente de esas órdenes— le llevó a almorzar. Su primo parecía que estuviera obedeciendo órdenes casi todo el tiempo, observó Mark con cierta compasión. Fueron a un lugar llamado el caravanserai, otro viaje en coche de superficie con Ivan, al que se sumó la estrechez de las calles del barrio antiguo, apenas callejones.

El caravanserai era un estudio curioso de la evolución social de Barrayar. El centro más antiguo estaba limpio, renovado y convertido en un laberinto agradable de negocios, cafés y pequeños museos, frecuentados por una mezcla de trabajadores en busca de almuerzo y turistas de la provincia, de aspecto inconfundible, de visita en los altares de la historia.

Esa transformación se había extendido desde los conjuntos de viejos edificios gubernamentales como el castillo Vorhartung junto al río hacia el centro del distrito; en las orillas, hacia el sur, la renovación se perdía en ese tipo de área ruinosa que había dado al caravanserai su inicial reputación de zona peligrosa. En el camino, Ivan señaló con orgullo un edificio en el que había nacido, según dijo, durante la guerra de los Pretendientes Vordarian al Trono del Imperio. Por el entusiasmo que mostró, Mark casi esperaba ver una placa conmemorativa en la pared, pero comprobó que no había ninguna.

Después del almuerzo en uno de los pequeños cafés, Ivan, con la mente llena de la historia de su familia, se dejó dominar por la idea de llevar a Mark a ver el lugar en que su padre, Lord Padma Vorpatril había muerto asesinado por las fuerzas de seguridad de Vordarian durante la guerra. Mark se dio cuenta de que eso tenía mucho que ver con el tono morboso e histórico del resto de la mañana y aceptó. Salieron otra vez hacia el sur, a pie. Un cambio en la arquitectura, del estuco oscuro del primer siglo de la Era del Aislamiento al ladrillo rojo de su último siglo, marcaba las marchas del caravanserai propiamente dicho, o mejor dicho del caravanserai impropio.

Esta vez había incluso una placa, por Dios, un cuadrado de bronce forjado justo en medio de la calle; los coches de superficie pasaban sobre él.

—Por lo menos hubieran podido ponerlo en la acera —dijo Mark.

—Exactitud —dijo Ivan—. Mamá insistió.

Mark esperó un tiempo respetuoso para permitir que Ivan hiciera meditaciones que él no podía adivinar ni entender. Finalmente, Ivan levantó la vista y dijo con alegría:

—¿Postre? Conozco una panadería del Distrito Keroslav, allí en la esquina. Mamá siempre me llevaba allí, cuando terminábamos de quemar la ofrenda todos los años. Es como un agujero en la pared, pero bueno.

Mark todavía no había terminado de digerir el almuerzo pese a la caminata, pero el lugar era tan delicioso por dentro como despreciable por fuera, y terminó llevándose una bolsa de panecillos de nueces y tartas de bayas para más tarde. Mientras Ivan se entretenía seleccionando delicias para mandarlas a lady Vorpatril y posiblemente también negociando alguna otra cosa dulce con la muchacha que despachaba, muy bonita por cierto —era difícil decir si lo hacía en serio o simplemente por reflejo—, Mark salió al exterior.

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