Authors: Megan Maxwell
Al ver que nadie se movía, saltó de su caballo y a grandes zancadas entró en la fortaleza, donde, seguido por Lolach, Ewen y Niall, llegó hasta su habitación, que encontró atrancada.
—¡Shelma no está! —gritó en ese momento Lolach, que raudo había ido hasta la habitación de su mujer y la encontró vacía.
—¡Ayudadme a echar la puerta abajo! —exclamó con fiereza Duncan, con la piel erizada ante el temor de lo que había podido ocurrir allí.
El bramido de su marido la despertó. Megan saltó de la cama y corrió hasta la puerta. Quitó el tronco que la atrancaba para abrir y, sin darle tiempo a reaccionar, se tiró a sus brazos buscando como nunca su cariño y su tranquilidad.
—¡Vaya, cuñada! —sonrió Niall al ver la cara de su hermano—. A eso se le llama un buen recibimiento.
Lolach entró en la habitación y se relajó cuando vio a Shelma enroscada en la cama durmiendo junto a Zac. Con cuidado, se acercó a ella y estirando su mano fue a tocarle la mejilla. De pronto, ella dio un salto y, poniendo su puñal a escasos centímetros del cuello de Lolach, dijo con todo el pelo cayéndole en la cara:
—Si me tocas, eres hombre muerto.
—¿Qué demonios…? —susurró Lolach, confuso por esa reacción.
Al reconocer su voz, Shelma se retiró el pelo del rostro, tiró el puñal a un lado y se lanzó al cuello de su marido enganchándose con desesperación.
—Oh…, ¡cariño! —se disculpó Shelma, horrorizada por lo que había estado a punto de hacer—. ¿Te hice algo? Oh…, Dios mío.
—Tranquila, tesoro —sonrió al notarla junto a él mientras le besaba la frente—. ¿Tú estás bien?
Duncan, más apaciguado, entró con su mujer en brazos.
—Sí —asintió con cara de cansancio—. Todas estamos bien.
—Me llevaré a Zac a su cuarto —dijo Ewen.
Una vez que el
highlander
salió de la habitación con el niño en brazos, comenzó el interrogatorio.
—¿Qué ha ocurrido aquí? —preguntó Duncan, reteniendo a su mujer, que hacía intentos por bajar de sus brazos, cosa que él no consintió.
—Los hombres de O'Hara organizaron una fiesta anoche —sonrió Shelma viendo entrar a Niall en la habitación saludándole con la mano—. Y nosotras atrancamos la arcada por si bebían demasiado. Sólo eso.
—¿Sólo eso? —bramó Duncan, que miró a su mujer incrédulo.
—Sí, sólo eso —confirmó Megan.
No querían que ninguno de ellos tuviera problemas con James, quien seguramente no recordaría lo ocurrido antes de caer al suelo.
—James apareció, y Kieran, al ver que no conseguía hacerle marchar —explicó Megan—, nos pidió que para evitar problemas atrancáramos nuestra habitación.
Duncan y Lolach se miraron. ¿Debían creerlas?
—¡Buena idea por su parte! —sonrió Niall, que levantó una ceja al mirar por la ventana y reconocer a James O'Hara como el hombre que se tambaleaba y soportaba los gritos de McPherson.
—¿Pretendéis que creamos eso? —preguntó Lolach cruzándose de brazos ante su mujer, que bostezaba sin ningún pudor.
—¡Por supuesto! —contestó Megan viendo cómo su marido observaba el carcaj tirado en el suelo y la escrutaba con esa mirada de desconfianza que la perturbaba—. Vale, Halcón… ¡Me has pillado! Tuve que tirar una flecha para advertir a los hombres que si se pasaban con alguien de la fortaleza se las verían conmigo.
Al escuchar aquello, los hombres se miraron sorprendidos. ¿Qué había ocurrido allí?
—¡Maldita sea! ¿Podemos acabar con esto? —se quejó Shelma rascándose con pesadez los ojos—. Necesito dormir, estoy muerta de sueño.
—De acuerdo —asintió Duncan al entender que ellas no contarían más—. Preguntaré a los criados. ¡Niall! Que alguien avise a Mary y que suba aquí.
—¿Por qué vas a interrogar a la pobre Mary? —se quejó Megan tras echarle una significativa mirada a su hermana—. ¿Acaso no te vale con lo que te contamos?
Aquello hizo por fin sonreír a los hombres.
—Definitivamente, ¡no! —respondió Lolach al mirar hacia la puerta, donde una tímida criada hacía acto de presencia—. Pasa, Mary, queremos hacerte unas preguntas.
—Oh…, pasa sin miedo —sonrió Megan soltándose por fin de los brazos de su marido y tomando la mano de la criada para darle seguridad—. Nuestros desconfiados maridos quieren preguntarte algo.
La pobre criada no sabía dónde mirar. No quería echar a perder la mentira.
—Tranquila, Mary —sonrió Shelma apoyándose en la almohada—. Aunque los veas tan grandes, no te comerán.
Niall observaba divertido aquello mientras Duncan seguía ceñudo y con su continuo gesto de gravedad.
—Por supuesto que no —sonrió sin querer Lolach, y mirando a la criada dijo haciéndola sonreír—: Te aseguro que antes me la como a ella.
—¡Por san Fergus! —rio Niall dándole un empujón al ver la cara de tonto con que observaba a su mujer—. Esto de casarse te está echando a perder, Lolach.
—Mary, ¿qué ocurrió anoche aquí? —preguntó Duncan, que se percató de cómo la criada miraba primero a su mujer y después a su cuñada.
—Laird
McRae, llegaron los guerreros O'Hara —comenzó a contar—. Al ver que nuestro
laird
no estaba, Kieran O'Hara intentó que se marcharan, pero viendo que era imposible tuvimos que prepararles grandes cantidades de comida. —Mirando graciosamente a Megan dijo sonriendo—: Luego, comenzaron a beber como las bestias que son, hasta que la bebida les tumbó.
Megan miró a su marido y con una graciosa sonrisa asintió.
—¿Contentos con la respuesta? —preguntó Shelma con cara de aburrimiento.
—Y ¿por qué utilizó mi mujer el carcaj? —preguntó Duncan cogiéndolo del suelo.
Al escucharle, Megan suspiró cómicamente.
—Oh… —rio Mary al mirar a los hombres—, gracias a la flecha que lanzó
milady
, uno de los brutos, que intentaba besarme, recibió su merecido y me soltó.
—Te lo dije —añadió Megan, quien pestañeó con inocencia a su marido—. ¿Por qué te iba a mentir?
Al escuchar aquello, los hombres se miraron sin saber qué decir. Dándose por vencidos, Lolach se llevó a Shelma a su habitación.
Niall salió sonriendo sin entender lo que allí había pasado y Mary, tras intercambiar una rápida mirada con Megan, marchó cerrando con cuidado la puerta. Quedaron a solas Duncan y Megan.
—Ven aquí, sonríeme un poquito y abrázame —pidió ella con los brazos extendidos hacia su marido, que continuaba con el carcaj en la mano cabizbajo—. ¡Te eché de menos!
—No sé qué ha pasado aquí, pero lo descubriré y, si me estás mintiendo, me enfadaré —respondió Duncan soltando el carcaj.
Con más deseo del que él quería dar a entender, se acercó a su mujer, que comenzó a repartir pequeños besos por su cuello derribando sus defensas. Duncan la abrazó y la comisura de sus labios se curvó hacia arriba.
—Me gusta saber que sonríes —dijo de pronto Megan sorprendiéndole.
—¿Cómo sabes que sonrío?
—Lo sé. Lo siento y punto —susurró dándole un empujón que le hizo sentarse en la cama. Situándose encima él, comenzó a notar la creciente excitación de su marido entre sus piernas—. Al igual que sé que te deseo en este momento y que tú me deseas.
No hizo falta decir más. Duncan comenzó a besar esos carnoso y rojos labios que le volvían loco, mientras ella, excitada, le dejaba hacer. Con una sensualidad que le volvía loco, ella le cogió la cara entre sus manos. Sacó su húmeda y roja lengua, y lenta y delicadamente la pasó por los labios de su marido, quien no podía ni respirar. Con una seguridad que hasta a la propia Megan dejó pasmada, le quitó el cinto de cuero marrón, y se oyó el ruido de la espada al caer.
Mirándole con sus sensuales ojos negros, le sonrió, momento en el que bajó sus manos lentamente por el costado de él, y las metió por debajo de la camisa. Duncan, al sentir sus ardientes y suaves manos, cerró los ojos mientras disfrutaba de cómo ella le quitaba la sucia camisa blanca y la tiraba al suelo. Abrió los ojos, la miró y subió sus grandes manos hasta el cabello de su mujer, sujeto con un trozo de cuero marrón que él no dudó en deshacer.
—Tu cabello azulado me vuelve loco —susurró acariciándolo con delicadeza.
—¿Sólo mi pelo os agrada, mi señor? —Hizo un mohín quitándose primero la bata que la cubría y después la fina camisola de lino blanco, quedando desnuda encima de él—. Sería muy decepcionante saber que te has casado conmigo sólo porque mi cabello te recuerda al color de tu caballo.
—¡Me has pillado! —sonrió besándola con ardor, mientras ella, con certeros movimientos, comenzaba a enloquecerle—. Tu pelo y tú siempre me habéis gustado, pero tengo que reconocer que toda tú te estás convirtiendo en mi gran debilidad.
—Mmm… —susurró echando la cabeza hacia atrás para levantarse—. Me gusta saber que soy tu debilidad —y agachándose entre sus piernas, primero le quitó una bota, y luego la otra para tomar su mano y hacerle levantar. De puntillas le besó y comenzó a bajarle los pantalones.
—Cariño, me estás asustando —sonrió Duncan excitadísimo al ver que ella de nuevo le empujaba para hacerle caer sobre la cama—. Y yo no me asusto con facilidad.
—Como tú dijiste una vez, tomo lo que es mío —respondió sensualmente sentándose con autoridad a horcajadas encima de él—. Además, quiero que recuerdes lo que te esperará en tu hogar siempre que regreses.
Duncan, al ver su entusiasmo, sonrió.
—El problema será cómo separarme de ti. Y más cuando sé que en mi cama tengo la fiera más bella. ¿Cómo podré atreverme a dejarte sola? —dijo con voz ronca, levantándola un poco para hundir su pene en ella.
—Eso pretendo… —suspiró entrecortadamente, notando cómo su cuerpo se abría para recibirle. Entre gemidos susurró—: Deseo que no quieras dejarme nunca sola.
—Deseo concedido —susurró estrechándola entre sus fuertes brazos.
No pudieron seguir hablando. El calor y el disfrute de ambos les hizo moverse compulsivamente abrazados. Duncan, con sus fuertes y poderosos brazos, levantaba y bajaba con una facilidad pasmosa el cuerpo de su mujer sobre su miembro duro y caliente hasta que el clímax los inundó. Mientras permanecían abrazados, ella intentó rodar hacia un lado, pero él no se lo permitió y la miró con una sonrisa lobuna que le erizó la piel.
—¿Por qué me miras como un halcón a su presa? —preguntó retirándose con una mano el cabello de la cara, mientras notaba cómo la excitación de él crecía de nuevo entre ellos.
—Miro lo que es mío —respondió comiéndose con la mirada a aquella mujer que acababa de hacerle el amor de aquella manera tan sensual. Al entender sus palabras y su cautivadora mirada, Megan sonrió mientras él proseguía su acercamiento entre susurros roncos.
—Y ahora, Impaciente, quiero que sepas lo que te esperará cada mañana, cada tarde y cada noche que estés a mi lado para que nunca quieras separarte de mí.
De nuevo, volvieron a hacer el amor con el ardor que sus cuerpos y sus corazones pedían.
Hasta bien entrada la tarde, no hicieron aparición en el salón. Allí les recibió McPherson con una grata sonrisa, acompañado por Niall, Kieran y James O'Hara, este último con un ojo morado y un feo golpe en la mejilla.
—¿El hambre de comida os hizo dejar el lecho? —bromeó McPherson al ver a Duncan agarrar posesivamente a su mujer por la cintura.
Megan, encandilada aún por los besos y palabras de su marido, con una media sonrisa observó a James, que la miró con descaro. Pero aquello no la molestó. Ella era feliz. Duncan le había demostrado lo mucho que la había añorado y eso le hizo sentir seguridad en él y en sí misma.
Duncan, aún con la felicidad en el
corazón
, al ver cómo James miraba hechizado a su mujer sintió una punzada de celos. James y él nunca habían sido amigos, quizá más bien rivales. ¿Por qué la miraba así? Y la necesidad de marcar su terreno le hizo hablar.
—James, ¿conoces a Megan, mi mujer?
Al escuchar aquello, Megan dejó de sonreír, algo que no pasó desapercibido a James, que al detectar la preocupación en los ojos de ella sonrió.
—Tuve el placer de conocerla en la colina —respondió con maldad al advertirla incómoda mientras le besaba la mano.
Sorprendido por aquella respuesta, Duncan miró a su mujer. ¿Cuándo había estado ella en la colina?
—Y por lo que pude comprobar —prosiguió James al ver a Megan cerrar los ojos—, además de ser una mujer bellísima y con carácter, es una estupenda amazona al verla mon…
—Salimos a dar un corto paseo —le interrumpió Kieran.
Duncan, con gesto duro, miró a su mujer, que bajó los ojos, y luego a Kieran. ¿Qué hacían ellos paseando por la colina?
—Lady
Megan —llamó McPherson atrayendo la atención de ésta, que se encogió al oír resoplar a su marido y ver sonreír a Niall—. James me ha dicho algo que me ha sorprendido mucho. ¿Realmente habéis sido capaz de montar al salvaje de Stoirm a horcajadas?
Al escuchar aquello, Duncan le apretó demasiado la cintura. Sentándose donde su marido le señalaba, m se atrevió a mirarlo, aunque notó su gesto inquisitivo y furioso cerca de ella.
—Eso no es del todo cierto —volvió a intermediar Kieran—. Ella…
—Te agradecería que te callaras —bufó Duncan mirándole con desafío. Escudriñando el rostro de su mujer, ordenó—: ¡Responde!
—Bueno —comenzó a decir dubitativa—, Stoirm sólo es un caballo y…
Duncan maldijo al escucharla.
—¡Por san Fergus! —McPherson golpeó escandalosamente la mesa riendo a mandíbula abierta, como llevaba tiempo sin hacer—. Stoirm es un semental entrenado para la guerra. Y aunque era el caballo de mi hijo, siempre ha sido bastante rebelde, por no decir odioso.
Incrédulo por lo que escuchaba, Duncan, con gesto severo, preguntó:
—¿Has montado a Stoirm?
—Bueno —suspiró al verse descubierta mientras todos prestaban atención—. Lo monté un poquito. Me daba pena ver al animal encerrado en la cuadra y…
—¿Un poquito? —volvió a reír McPherson junto a Niall, mientras Kieran la miraba con tristeza y Duncan con dureza.
—Eres sorprendente, cuñada. —Niall se cruzó de brazos al escucharla.
—Tu mujer llama «un poquito» a saltar arroyos, esquivar obstáculos y volar como una flecha a lomos de Stoirm a horcajadas —añadió con malicia James, al ver que aquello traería problemas entre el presuntuoso Duncan y la inglesa.
Duncan la miró con gesto aterrador.
—Te dije que no te acercaras a ese caballo. Te dije que era peligroso y, aun así, lo has montado —dijo Duncan al atizar un golpe que hizo temblar los platos que Mary ponía en la mesa—. ¿Qué tengo que hacer para que me obedezcas y escuches?