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Authors: Megan Maxwell

Deseo concedido (31 page)

Al escuchar aquello, ella le besó con una dulzura que le traspasó el corazón.

—No sé si seré capaz de amarte como tú necesitas, pero necesito decirte que eres maravillosa. Nuestro matrimonio no va a ser fácil, pero yo quiero intentarlo porque eres la mujer más bonita, valiente, problemática, contestona y divertida que he conocido en mi vida. Y si te digo «cariño» —dijo levantándole la barbilla con un dedo para mirarla—, créeme que es porque lo siento.

—No sé qué decir —susurró conmovida con un hilo de voz—. Pero han sido las palabras más bonitas que me han dicho en mi vida.

Duncan sonrió y, atrayéndola hacia él, la abrazó con tanta pasión que en ese momento nada más que ellos dos existió. Pasado un rato en el que los besos se intensificaron y las palabras dulces fluyeron de sus labios con tranquilidad, llegaron hasta ellos los golpes y relinchos de Stoirm.

—¿Sabes? —dijo Megan separándose de él—. Esta mañana estuve en la cuadra visitando a lord Draco.

—¿Rene le cuida bien? —preguntó Duncan besándola en el cuello—. Es un buen mozo de cuadra.

Disfrutando del momento, Megan rio.

—Conocí también a Stoirm. Es un semental impresionante. Si mi abuelo lo hubiera conocido, habría estado encantado de poder trabajar con él.

—Megan —dijo cogiéndola por la barbilla para atraer su mirada—. No quiero que te acerques a ese caballo. Entiendo que los caballos te gusten y, cuando lleguemos a mis tierras, te regalaré los que quieras. Pero no quiero verte cerca de ese demonio.

—¡Qué exagerado! —sonrió ladeando la cabeza—. Pobre caballo.

Duncan, clavando su mirada más fiera sobre ella, insistió advirtiéndola:

—Megan, ¡te lo ordeno! No te acerques a él. ¿Entendido?

Ella le besó, y tras suspirar murmuró:

—Algún día tendré que explicarte ciertas cosas —sonrió con picardía al escuchar nuevamente de su boca «te lo ordeno».

—¡¿Me has escuchado?! —Levantó la voz tan ofuscado que ni la oyó.

—¡Vale! ¡Vale! —respondió ella levantando cómicamente los brazos—. No me acercaré a ese terrible y horroroso caballo.

Él sonrió y se relajó.

—Cariño, necesito poder confiar en ti. ¿Lo entiendes?

—Tranquilo, lo entiendo —asintió y, mirándole con una sonrisa, dijo—: Duncan, ¿alguna vez te he dicho lo guapo que te pones cuando sonríes? ¡Tu sonrisa y tú me gustáis mucho!

Al escucharla, se carcajeó de felicidad y, susurrando con voz ronca, dijo mientras la tumbaba en la cama y metía sus manos por la fina camisa que ella llevaba:

—Tú sí que eres preciosa y valiente, mi amor.

Escuchar aquello hizo que Megan suspirara de alegría. Rodeándole con sus brazos, le besó tan intensamente que pocos instantes después Duncan no pudo resistirse y ambos hicieron el amor, con pasión, con ternura y, pese a que aún no lo admitieran, con amor.

Pasada una noche en la que la pasión les consumió, de madrugada Duncan salió de la habitación tras besarla. Con sigilo se dirigió hacia el patio. Allí le esperaban Lolach, McPherson, Niall y Anthony.

—En serio —dijo Kieran acercándose a ellos—. No tengo prisa por volver a mis tierras, puedo ir con vosotros.

—Prefiero que te quedes en la fortaleza —comunicó McPherson asiendo su caballo. Tras mirar a Niall, que se acercaba hacia ellos, dijo—: Espero que hagas caso a los consejos de Niall.

—Tranquilo, McPherson —susurró Kieran viendo aproximarse a Duncan con el ceño fruncido, por lo que se preparó para recibir lo peor.

—¡O'Hara! —bramó Duncan y, parándose ante su cara, le ordenó—: Intenta no acercarte a mi mujer o a mi cuñada si no quieres ser hombre muerto.

—De acuerdo —asintió esperando un puñetazo por parte del bruto de McRae. Al ver que éste se alejaba preguntó incrédulo—: ¿Algo más, Duncan?

—Nada más, O'Hara —respondió con voz ronca. Montó en su impresionante caballo Dark y, sin decirle nada más, se marchó.

Todavía extrañado de que Duncan no le hubiera atizado un golpe por las licencias que se tomó con su mujer la noche que se emborrachó, se volvió al escuchar a Lolach tras él.

—Kieran. Ésta es la oportunidad que siempre has buscado para que cambiemos de opinión sobre ti.

Asintiendo con la mirada, Kieran le vio unirse al grupo que se alejaba. Después, entró en la fortaleza, donde aún todos dormían.

Capítulo 21

Las tierras de Seamus Steward lindaban con las de McPherson. Durante años, la convivencia había sido excelente a pesar de los pequeños incidentes que Sean, el hijo menor de los Steward, ocasionaba de vez en cuando. Tras casi un día entero de camino con las orejas bien abiertas, los tres
lairds
, junto a Niall, Anthony y un centenar de guerreros, se adentraron en aquellas escarpadas tierras, donde pronto se sintieron observados. A pesar de ello, continuaron su camino sin vacilar hasta adentrarse en el patio del castillo, donde Seamus les recibió con una grata sonrisa, que se diluyó de su cara en cuanto reconoció entre ellos a Anthony, el
sassenach
que se había casado con su hija.

—McPherson, McRae, McKenna —saludó Seamus—, sois bienvenidos a mis tierras, aunque no puedo decir lo mismo de ese
sassenach
. ¿Qué hace con vosotros?

McPherson lo conocía muy bien y sabía que siempre había sido un hombre justo y prudente, no como su hijo Sean.

—Seamus —dijo McPherson al escucharlo—, ¿dónde está tu hospitalidad de
highlander
?

El hombre no respondió a esa pregunta y mirándoles asintió.

—Pasad y sed bienvenidos —gruñó. Y señalando a Anthony, que le miraba muy serio, dijo—: Pero él no. En mi casa no entra ningún inglés.

—¿Acaso has olvidado que la sangre escocesa también corre por sus venas? —vociferó Duncan, montado aún en su caballo.

—Seamus, este hombre está casado con tu hija, no lo olvides —añadió McPherson atrayendo la atención de su amigo.

—Si nos hubiera advertido que su sangre estaba contaminada —bramó Seamus—, ¡nunca hubiera consentido ese matrimonio!

Anthony escuchaba con la rabia instalada en su cara. Pero necesitaba contener su ira. Un mal gesto, una mala palabra y Briana podría sufrir.

—Pero ahora es su marido ante los ojos de Dios y de la Iglesia —afirmó Lolach—. Y como tal os la reclama.

—¡Conseguiré anular este absurdo matrimonio! —respondió Seamus—. Y que te quede muy claro,
sassenach
—gritó señalando a Anthony que seguía en el caballo a pesar del dolor de su hombro—. ¡Mi hija nunca volverá contigo! No consentiré que mi sangre se mezcle con la tuya.

La rabia corrió por las venas de Duncan al escuchar aquello, sintiendo como propia la angustia y el sufrimiento que había padecido Megan toda su vida.

—Ya lo ha hecho —anunció Duncan—. Tu hija está esperando un hijo de él.

Enloquecido por la rabia, Seamus miró a los que hasta ayer habían sido sus amigos.

—¡Mentira! —bramó Seamus—. No consentiré que mi hija traiga a este mundo a ningún bastardo inglés. Antes se lo saco yo mismo de sus entrañas.

—Tened cuidado con lo que decís de mi esposa, señor —dijo Anthony mirándole muy seriamente—. Y os aclararé solamente una vez que mi hijo no es ni será ningún bastardo.

—¿Ah, no? —rio Seamus, despectivo—. ¿Acaso crees que yo permitiré que ese engendro lleve el apellido Steward?

—Esto es increíble —murmuró Niall, anonadado por el odio que desprendían aquellas palabras—. ¡Por todos los santos, Seamus! ¿Cómo puedes pensar así de tu nieto?

—¿Nieto? ¡Yo no tengo ningún nieto! Y lo que no entiendo es cómo vosotros estáis de su lado —siseó Seamus mirándoles—. Sois escoceses,
highlanders
para más señas, y él es el enemigo. Hemos luchado juntos muchas veces. ¿Dónde están vuestros ideales?

—Lo que dices —mencionó Lolach— nada tiene que ver con nuestros ideales.

—Oh…, claro, ya entiendo —dijo Seamus con ironía—. Entonces, son ciertos los rumores: os habéis casado con unas
sassenachs
.

—¡Seamus! —advirtió Duncan endureciendo la voz y la mirada—. Nadie hablará delante de mí de mi mujer y su familia. Y ¡nadie! osará insultarles estando yo presente. Por lo tanto, mide tus palabras si no quieres que existan problemas entre nosotros.

—Me uno a las palabras de Duncan —asintió Lolach cuadrando sus hombros.

—¡Vamos a calmarnos todos! —propuso Niall al ver el enfado de su hermano—. Entrad en el castillo, yo me quedaré con Anthony. —Mirando a su hermano le indicó que se relajara en el preciso instante en que Sean, el hijo de Seamus, aparecía con varios hombres.

—¡Padre! —exclamó con los ojos coléricos—. Ningún simpatizante de los
sassenachs
es bienvenido en nuestra casa —y acercándose a Anthony escupió—. Te dije que si te volvía a ver, te mataría.

Anthony, mirándole desde su caballo y sin amilanarse, respondió:

—Te advertí que volvería. ¡Y aquí estoy dispuesto a recuperar a mi mujer!

—¡Olvídate de ella! —chilló Sean sacando su espada en el mismo instante en que Niall se interponía entre ellos para intentar mediar—. ¡Quítate, McRae!, si no quieres que mi espada te atraviese por defender a un apestoso inglés!

—¡Steward! —gritó Duncan al ver el filo de la espada cerca del corazón de su hermano—. Baja ahora mismo tu espada, si no quieres que vaya yo a quitártela.

El muchacho, un soberbio malcriado, le miró y sonrió con desprecio.

—Halcón, no me das ningún miedo —respondió retándole.

Duncan, a quien nunca le había gustado aquel muchacho, tomó las riendas de su semental con una mirada que helaba el infierno. Se acercó a él y, aún viendo la espada cerca de Niall, se inclinó sobre su caballo para aproximarse a Sean.

—Te juro por la sangre de mis antepasados que, como toques a mi hermano, te mato aquí y ahora.

Dicho esto, Sean bajó la espada y Duncan regresó a su posición.

—Ten cuidado, Sean —siseó Nial, enfurecido—. Sólo intentamos que no cometas ningún acto del que luego puedas arrepentirte.

—De lo que me arrepiento es de no haberlo matado cuando tuve oportunidad.

En ese momento, se abrió la arcada de la entrada y apresuradamente salió una mujer castaña seguida por dos más mayores. Zafándose de ellas y desoyendo las órdenes de Seamus, se metió entre los caballos y se abalanzó sobre Anthony, que al verla desmontó de su caballo y la abrazó.

—Oh… Anthony —gimió Briana—. ¡Pensé que habías muerto!

—Estoy bien, tesoro —sonrió al verla, aunque se preocupó al distinguir las azuladas marcas que tenía bajo los ojos—. Te dije que volvería a buscarte, y aquí estoy.

Estupefacto por el rumbo que estaba tomando aquello, Sean, al ver a su hermana en brazos de aquel hombre, se tiró del caballo enloquecido y gritó:

—¡Suelta a mi hermana, maldito inglés!

Después de mirar a su hermano, Niall desmontó del caballo también.

—¡Briana! —vociferó Seamus—. Vuelve inmediatamente dentro. ¡Te lo ordeno!

—No, padre —gritó angustiada—, prefiero estar muerta que continuar viviendo así. —Y sacando una daga de su manga dijo mirando a su hermano—: Si te acercas a mi marido o a mí, te juro que te mato. ¡Te odio! No volverás a tocarle, ni a él, ni a mí.

—¡Maldita seas! —escupió Sean mirándola con odio—. Te traté como lo que eres.

Aquel cruce de palabras dio que pensar a todos, pero fue Anthony quien habló:

—¿Qué ha ocurrido aquí? —preguntó mirando a su mujer, que temblaba como una hoja—. ¿Qué te hizo? —Al ver que ella no respondía, miró a Sean y, sacando su espada, preguntó respirando con dificultad—: Maldito seas. ¿Qué le has hecho a mi mujer?

—Tranquilo, Anthony —dijo Niall asiéndole por el brazo—. No merece la pena.

—¡Seamus Steward! —gritó Duncan al ver lo que allí podía ocurrir—. Pídele a tu hijo que guarde su acero e intentaremos solucionar esto con tranquilidad.

—¡Eres una furcia! —dijo Sean desencajado, dejando a todos, incluido su padre, sin palabras y negando con la cabeza—. Y, como tal, te traté.

—Te odio —gimió Briana al escucharle.

Pero Sean prosiguió:

—Esta vez, además de matarle a él, te entregaré a mis hombres para que usen y disfruten lo que yo ya usé.

El horror del significado de las palabras de Sean hizo que los presentes clamaran al cielo.

—¡Cállate! —gritó Briana al ver la cara con que la miraban Anthony y los demás—. Te odiaré toda mi vida por lo que me hiciste.

—¡Dios santo! —murmuró Niall, incrédulo por lo que estaba oyendo.

—Hijo, ¿qué has hecho? —gimió Seamus al escucharlo mientras todo el vello del cuerpo se le erizaba.

De pronto, el silbido de una flecha sorprendió a todos. Directa fue a clavarse en el pecho de Sean, que cayó fulminado al suelo.

Todos siguieron la dirección de la flecha y se quedaron sin palabras cuando vieron que quien la había lanzado era Marbel, madre de Sean y Briana, que rota de dolor lloraba por lo que acababa de hacer y escuchar.

Los soldados de Sean, al verlo yacer en el suelo, se descontrolaron: unos huyeron bosque a través y otros se lanzaron al suelo pidiendo clemencia. McPherson, Lolach y Duncan observaban atónitos lo que acababa de suceder. Anthony abrazó a Briana, que se desmayó entre sus brazos por la impresión.

Seamus, conmocionado, se acercó a Sean, su adorado pero terrorífico hijo. Tras cerrarle los ojos con sus manos, se volvió hacia Marbel, que todavía con el arco en las manos se acercaba hacia ellos.

—Mujer —balbuceó desesperado—, ¿qué has hecho a nuestro hijo?

—No la creí —susurró Marbel plantándose delante de su marido con la cara empapada por las lágrimas—. Nuestra hija me lo contó, pero yo no la creí. Pensé que mentía. ¡La llamé mentirosa! —Agachándose junto al cadáver de Sean, con delicadeza le colocó el flequillo—. Mi adorado hijo, mi amado niño. Hace tiempo dejó de ser un buen hombre para convertirse en un mal guerrero, pero yo siempre se lo perdoné por el amor que le profesaba, pero —dijo levantándose para acercarse a Briana, que comenzaba a reaccionar y abría los ojos—, por mucho que le quiera, no puedo perdonar lo que él ha confesado que hizo a su hermana. ¡Ella también es mi hija! —gritó mirando a su marido, Seamus, que la escuchaba con lágrimas en los ojos.

—Pero él… —Seamus intentó continuar, pero, al ver a su hija abrazada a aquel hombre, que a pesar de todo había vuelto a por ella, no pudo hacerlo.

—Laird
Steward —anunció Anthony, a quien la rabia por el sufrimiento de su mujer le estaba matando—, Briana es mi mujer y se vendrá conmigo.

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