Deseo concedido (26 page)

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Authors: Megan Maxwell

—No lo sé —susurró Megan, confusa—. Pero no voy a permitir que vuelvan a humillarnos.

—¿Viste cómo les miraban esas mujeres? Parecían conocerse.

—El Halcón —dijo con odio— siempre ha tenido fama de mujeriego, y siento decirte que tu marido también. Seguro que acostumbraban a revolcarse con esas fulanas cada vez que pasaban por aquí.

—¿Crees que volverán a hacerlo?

—No lo sé —respondió Megan asomándose a la ventana, desde la que se veía la aldea y las gentes andar por ella—, pero sinceramente no me importa.

Poco después llegaron unos sirvientes con cubos de agua caliente que se encargaron de llenar las bañeras. Shelma se resistía a separarse, pero Megan, que necesitaba un rato de soledad, convenció a su hermana para que disfrutara del baño caliente.

Cuando quedó sola, mientras miraba por la ventana, pensó en Duncan. En sus ojos duros y su mala actitud. ¿Dónde estaba el hombre atento y cariñoso que había creído ver en él? De pronto se abrió la puerta. Ante ella Duncan, mirándola con una frialdad que la hizo temblar.

—¿Todavía no te has bañado? —preguntó cerrando la arcada y apoyando su cuerpo contra ella.

—Ahora lo haré —respondió ella con indiferencia.

—Te vendría bien un baño —dijo cruzando los brazos ante su pecho. Tenía el pelo enmarañado y los ojos hinchados. ¿Habría llorado?—. Podrías quitarte toda esa mugre que llevas del camino y parecer una mujer bella y decente. Aunque, pensándolo bien, creo que…

—Nunca he consentido que nadie me humille y no te lo voy a consentir a ti —afirmó cerrando los puños mientras caminaba hacia él.

—¿Qué no me vas a consentir? —preguntó él sonriendo despectivamente, a pesar de que el corazón le palpitó.

—Que me trates con el desprecio que me has tratado delante de todo el mundo —gritó Megan mirándole con una furia que le impactó, aunque se guardó de demostrarlo. Su mujer era desleal, una mentirosa, y lo pagaría—. ¿Qué hemos hecho mi hermana y yo para recibir ese trato?

«¡Por San Ninian! Cuánto la deseo», pensó Duncan antes de contestar.

—¿Acaso yo —dijo abriendo sus brazos teatralmente—, el
laird
Duncan McRae, tengo que ofrecerte algún tipo de explicación por mis actos? —gruñó intentando acobardarla con su inmensa envergadura—. Querida esposa, no olvides que tengo el derecho de tomar lo que quiero, cuando lo deseo y como me apetezca. Al igual que tengo el poder de despreciar lo que me desagrada, me aburre o engaña.

—¡Te odio! En mi vida me he sentido más humillada —gritó sin importarle quién la escuchara.

Sin poder controlar sus actos, Duncan la cogió con su enorme y callosa mano por la nuca, la arrastró hacia él y la besó salvajemente. Sin piedad. Al sentirse utilizada, Megan le dio un pisotón en el pie tan fuerte que hizo que la soltara y separaran sus labios.

—¡No soy ninguna fulana de esas a las que estás acostumbrado! No me toques.

—Te tocaré cuando me plazca, ¡arpía! —exclamó cogiéndola de nuevo para besarla. Pero la soltó al sentir cómo ella le mordía el labio con rabia—. ¡Eres mi mujer durante un año y un día!

—¡Para mi desgracia! —gritó ella mirándole con frialdad—. Un año y un día. ¡Ni un día más! —aseguró respirando con dificultad mientras veía cómo él se tocaba el labio y al ver la sangre la sonreía con maldad.

—Por lo menos, sé lo que puedo esperar de las fulanas —escupió Duncan ante su cara sin tocarla—. Esperaba mucho de ti, pero me has decepcionado como nadie se ha permitido hacerlo nunca. Pensaba cuidarte y respetarte como creía que merecías, pero cada instante que pasa me doy cuenta de mi error. Creía que eras especial, pero eres como la gran mayoría de las fulanas que conozco, incluso peor, si recuerdo la sangre
sassenach
que corre por tus venas.

Al decir aquello, y ver el dolor en sus ojos, Duncan se odió a sí mismo por sus duras palabras. No debía haber dicho aquello. Pero el daño ya estaba hecho.

—¡Te odio! —gritó intentando no llorar—. Ojalá no te hubiera conocido, porque eso me daría la seguridad de que nunca me hubiera casado contigo.

—¿Sabes? —bramó enfurecido mientras se dirigía a grandes zancadas hacia la arcada y la abría—. Por una vez, estamos los dos de acuerdo en algo. —Tras decir aquello, salió de la habitación dando un tremendo portazo.

Desesperada, al verse sola en aquella extraña habitación, Megan soltó su rabia y comenzó a llorar y a gritar maldiciendo de tal manera que hasta el mismísimo san Fergus se asustó.

Shelma, alarmada por los gritos de su hermana, corrió a su lado para abrazarla, asustada por verla así. La consoló y la acunó hasta que se tranquilizó.

—Siento todo lo que está pasando —dijo Shelma limpiándole las lágrimas con cariño.

—Oh, Shelma. Ha sido horrible —gimió—. Me ha tratado como… como…

Shelma la besó con cariño y dijo:

—Escucha, Megan, tengo que decirte algo. Lolach ha estado conmigo.

—¿Qué pasó? —dijo dejando de llorar—. ¿Estás bien? ¿Te ha hecho algo?

—Discutí con él, pero ya sé qué es lo que les pasa. Ellos saben la verdad sobre Anthony. Y, lo que es peor, saben que nos inventamos esa absurda historia de los bandidos y que no les contamos la verdad.

Al escuchar aquello, Megan lo entendió todo, y recordó el día que Duncan le pidió que nunca le mintiera.

—¿Qué? —susurró Megan sentándose en el frío suelo—. ¿Desde cuándo? ¿Y por qué Anthony no nos lo dijo?

—Lo saben desde el día siguiente de su llegada —dijo Shelma aclarando aquel terrible embrollo—. Le ordenaron callar a cambio de ayudarle a recuperar a su mujer. Te juro que cuando Lolach me lo contó, pensé en buscar a Anthony y darle un escarmiento. Pero una vez que lo pensé, sentí que yo hubiera hecho lo mismo por salvaros a ti, a Zac o a Lolach.

—Ellos han tomado este secreto como una gran falta de lealtad hacia ellos y hacia su clan —asintió Megan—. Ahora entiendo por eso me ha dicho que esperaba más de mí, y que le había decepcionado.

—Lo que no comprendo es por qué Duncan se ha puesto así —protestó Shelma—. Lolach estaba enfurecido conmigo, pero conseguimos hablar y aclarar las cosas.

—Shelma —susurró Megan, necesitada de soledad—, me duele horrores la cabeza. ¿Podrías dejarme a solas mientras me baño?

—¿Estarás bien?

Con una sonrisa le aseguró:

—Sí, no te preocupes.

—De acuerdo —asintió mirándola con tristeza—. Te dejaré sola un rato, pero pasaré a buscarte antes de bajar al salón.

«¡Por fin sola!», pensó cerrando los ojos, mientras se desnudaba y recostaba en la bañera.

¿Cómo no se había dado cuenta de que aquella estúpida mentira era lo que traía a Duncan de cabeza? Debía haberlo sabido. Pero, por mucho que lo pensara, ya no había solución. Al igual que él no disculpaba su falta de lealtad, ella no le perdonaría las terribles cosas que había dicho, cómo la había tratado y cómo la había herido.

Capítulo 19

Acabado el rápido baño, sonó la puerta. Era Mary. Venía a retirar la bañera con dos hombres que la miraron con disimulo.

—Milady, os he estirado este vestido. Así estaréis mejor.

—Gracias, Mary —contestó tomando el gastado vestido granate—. Eres muy amable con nosotras.

—Milady
, mi abuela siempre decía que la amabilidad es algo que no cuesta.

—Mujer sabia, tu abuela —asintió al escucharla.

—Gracias,
milady
. Ahora, si no necesitáis nada más, iré a echar una mano en las cocinas. La gente está empezando a llegar y tendrán mucho trabajo.

Cuando se estaba terminando de vestir, Shelma irrumpió muy guapa, con un vestido verde, para buscarla.

—Todavía tienes el pelo empapado.

—No importa. Lo dejaré suelto, así se secará rápidamente —dijo mirándose en el espejo, mientras con su daga se quitaba con cuidado los puntos secos de la frente.

Cuando acabó, salieron juntas al pasillo iluminado por antorchas y bajaron con cuidado la empinada y circular escalera. En el último escalón, se comenzó a escuchar el ruido de la gente al hablar. Ambas se miraron y Megan, levantando la barbilla, fue la primera en aparecer en el salón, donde rápidamente Zac acudió a su encuentro.

—Estoy allí sentado —dijo tirando de ellas hacia una mesa donde estaban Gelfrid y Myles, quienes al verlas se levantaron.

—¡Shelma! —llamó con autoridad Lolach.

—Ve con él —señaló Megan mirando a su hermana.

Shelma, aun partiéndosele el alma al dejar sola a su hermana, llegó junto a su marido y se sentó. Con curiosidad, Megan miró hacia la mesa presidencial. Kieran O'Hara, que estaba sentado allí junto a McPherson y Duncan, la observó con curiosidad ajeno a la furiosa mirada de Duncan. Sin necesidad de palabras, le advertía que se alejara de su mujer.

—Milady
, deberíais sentaros donde os corresponde —informó Myles en un susurro.

—Tienes razón, gracias, Myles —dijo tomando aire y comenzando a andar.

Según se acercaba a la mesa, sus ojos se encontraron con la dura mirada de Duncan, que desde que la había visto llegar no había podido dejar de admirarla. Su esposa era una mujer muy bonita y lo corroboró al ver cómo muchos de los allí presentes la miraban babeantes.

—Estás preciosa, cuñada —dijo en ese momento Niall, cogiéndola con fuerza del brazo para acompañarla hasta la mesa—, y, por lo que veo, te has quitado los puntos de la frente. Agárrate a mí, yo te acompañaré.

Agradecida por aquella muestra de afecto, le sonrió y con paso decidido llegó al lado de su marido, que en ese momento bromeaba y reía con su amigo McPherson.

—Tu esposa está aquí, hermano —anunció molesto Niall al comprobar que él ni la miraba. No sabía qué había pasado entre ellos, pero estaba decidido a averiguarlo.

—Muy bien —asintió Duncan con frialdad—. Megan, siéntate y come algo.

—Has sabido elegir hembra, Duncan. Tu mujer es una auténtica belleza —afirmó McPherson mirándola de arriba abajo—. Tendrás que tener cuidado con ella. Cualquier hombre podría prendarse y arrebatártela.

—Nuestro enlace fue un
Handfasting
—aclaró con maldad Duncan, haciendo que Megan le mirara con odio—. En cuanto a que me la arrebaten, eso no me preocupa: creo que su captor, tras soportarla unos días, me regalaría monedas por devolvérmela —se mofó Duncan cruzando los brazos delante de su pecho, mientras observaba cómo ella se mordía la lengua y alargaba la mano para coger un vaso de cerveza.

—Dudo mucho que alguien te devolviera semejante mujer —intervino Kieran sin importarle la desdeñosa mirada de Duncan— y, viendo cómo la tratas, no me extrañaría que fuera ella la que pagara para no volver contigo y abandonarte transcurrido el
Handfasting
.

Al escucharle, Megan le miró agradecida, pero intentó disimular su sonrisa.

—Kieran —dijo molesto Duncan al ver que Megan disimulaba una sonrisa—, ¿buscas pelea? Porque, si la buscas, la vas a encontrar. Nadie habla de mi mujer, a menos que yo se lo permita, y creo que, desde que he llegado, te lo he advertido varias veces.

—¡Por San Fergus! —gruñó McPherson, incómodo—. Creo que os estáis comportando como dos ciervos. Os obligo a ambos a daros la mano en señal de paz.

—Duncan, disculpa mis palabras —indicó Kieran y, tras estrecharle la mano, observó a Megan y le pareció ver una chispa de diversión en sus ojos.

—Disculpado quedas —susurró Duncan volviéndose hacia su mujer, que parecía estar disfrutando de aquello.

—Tu mujer, amigo —señaló McPherson—, seguro que tiene muchas otras cualidades además de la belleza.

—De ella se podría destacar su lealtad y sinceridad —indicó Duncan con ironía.

Aquellas palabras la hicieron saltar.

—Gracias por vuestros cumplidos,
laird
McPherson —resopló Megan con la mejor de sus sonrisas. Luego, mirando la herida del labio de Duncan, dijo—: Por supuesto, esposo, la lealtad es lo que diferencia a las fulanas del resto de las mujeres.

—¡Come! —bufó Duncan al escucharla y, sin más, continuó hablando con su amigo McPherson, intentando, sin conseguirlo, olvidar que la tenía a su lado.

Aburrida y con rabia contenida, de vez en cuando asomaba la cabeza para observar a su hermana Shelma. Por lo menos, ella hablaba con Lolach y sonreía. Kieran, en un par de ocasiones, la sonrió y ella le correspondió, aunque su sonrisa no fue demasiado amable, ni larga, no fuera que el joven se la tomara con otras intenciones.

Por la mesa pasaron muchísimos platos de comida, pero, cuando Megan vio aparecer el
haggis
y dejaron ante ella una enorme cazuela humeante, su estómago comenzó a revolverse, haciéndole pasar un mal rato.

—Come un poco más de
haggis
—indicó Niall, que harto de ver cómo su hermano la ignoraba cogió su plato y se sentó con ella—, está delicioso.

El olor de aquella cazuela la estaba matando.

—¡Oh…, Dios mío! —gimió avergonzada mientras cerraba los ojos, con una mano se tapaba la nariz y con la otra comenzaba a darse aire—. Niall, por favor, no puedo olerlo. —Conteniendo una arcada, dijo entre susurros—: ¡Odio el olor del
haggis
!

—¡No me lo puedo creer! ¿Odias el
haggis
? —Sonrió al ver que su tez adoptaba un tono verdoso, por lo que llamó a una criada, que retiró aquella enorme cazuela de allí—. Ya puedes respirar y abrir los ojos. Ordené que se lo llevaran.

—Gracias, gracias, gracias —respiró aliviada, levantándose el pelo para darse aire—. No te beso porque a saber lo que pensarían de nosotros.

Niall sonrió divertido por el comentario. La frescura de su cuñada, junto con sus expresiones, era lo que en todo momento le recordaba a esa pequeña rubia tozuda llamada Gillian.

—De verdad, Niall, muchas gracias. Por un momento temí dar el espectáculo delante de todos y ofenderles por no comer un plato tan escocés.

—Prometo no decir nada si comes algo más —susurró con complicidad Niall, mirando a Kieran, que se había percatado de todo y sonreía divertido—. Llevamos días sin comer en condiciones y esto te hará coger fuerzas para continuar el viaje.

Con una sonrisa, Megan cortó un pedazo de ciervo y se lo metió en la boca.

—¿Ahora alimentas a mi esposa? —preguntó Duncan mirando a su hermano.

—Se alimenta sola, por si no te habías dado cuenta —respondió Niall sin mirarle.

En ese momento, Lolach llamó a Duncan, que se levantó sin responder a su hermano.

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