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Authors: Megan Maxwell

Deseo concedido (43 page)

—Te lo prometo —asintió limpiándose las lágrimas—. Espero que tú hagas lo mismo.

Megan sonrió y la abrazó.

—Por supuesto, Shelma. Me reconforta ver cómo Lolach te mira y te quiere, y sobre todo saber que tú le quieres a él. Eso es importante para que yo me vaya tranquila. Sé que te cuidará tanto o más que yo. Y, en caso de que no sea así, te juro por mi vida que se las verá conmigo.

Desde una ventana cercana, Lolach y Duncan las observaban con deleite. Intuían que se estaban despidiendo, por ello prefirieron no molestar y dejar que lo hicieran a su modo.

A la mañana siguiente, todos los guerreros McRae, encabezados por Duncan y Niall, se disponían a proseguir su camino hasta Eilean Donan, su hogar. Briana y Anthony, invitados por Lolach, decidieron permanecer unos días más en Urquhart. Briana no se encontraba bien y un poco de descanso no le vendría mal.

Shelma, con disimulada tristeza, se despidió de Zac, que por su corta edad estaba emocionado por volver a retomar el camino, por lo que tras dar un rápido beso a su hermana corrió tras Ewen. Megan, al igual que Shelma, ocultó su tristeza tras una sonrisa nerviosa. Mientras ellas se abrazaban, sus maridos se daban un fuerte apretón de manos a modo de despedida.

—No olvides lo que hablamos anoche y hazme saber si voy a ser tía —le recordó Megan.

—Tú tampoco —señaló Shelma al ver a lord Draco aparecer junto a otros muchos caballos.

—No os preocupéis —intervino Lolach—. Os prometo que dentro de poco iremos a Eilean Donan y nos quedaremos unos días.

—¿En serio? —sonrió Shelma al escucharle.

—Pues claro que sí —asintió Lolach.

—Nuestras tierras no están lejos —intervino Duncan mirando a Gelfrid, uno de sus guerreros.

—Entonces, hasta dentro de poco —sonrió Megan dando un último beso a su hermana antes de seguir a su marido.

—Bueno, Impaciente —dijo Duncan con una radiante sonrisa, dejando que Lolach se acercara a Shelma para tomarla por la cintura—. Como ahora no llevamos carreta, ¿prefieres cabalgar conmigo o sobre tu caballo?

—Cabalgaré contigo —afirmó al mirar a su caballo, que iba enganchado a la montura de uno de los guerreros del clan—. Creo que lord Draco bastante tiene con el viaje como para que yo encima me suba encima de él.

Shelma, que se había percatado de lo que ocurría, miró a su marido y comenzó a sonreír.

—Tienes razón, cariño —le susurró Duncan sabiendo que todos les miraban. Cogiéndola por la barbilla, señaló—: Para lord Draco sería bastante cansado cargar contigo hasta Eilean Donan, pero quizá no para tu nuevo caballo.

Tras decir esto, Gelfrid, que había estado desaparecido desde que partieron de las tierras de los McPherson, soltó a Stoirm, que relinchando comenzó a galopar hacia lord Draco ante una desconcertada Megan.

—¡Stoirm! —susurró emocionada al reconocer al caballo. Mirando a Duncan, le dedicó una sonrisa antes de saltarle al cuello y comenzar a darle besos delante de todo el mundo—. Gracias, gracias, gracias.

Con una mezcla encontrada de sentimientos, Duncan recibió sus besos viendo cómo sus guerreros les miraban con una candorosa sonrisa.

—¡Para…, para, mujer! —se carcajeó al ver la gratitud de su esposa. Y, separándola de él, señaló—: He pensado en lo que dijiste sobre este caballo. Después de darle una oportunidad durante varios días, he comprobado que necesitaba lo que decías: cariño y atención. Stoirm es uno de los muchos regalos de boda que te haré.

Al escucharle, Shelma gimió emocionada.

—Eres maravilloso —susurró Megan dándole un breve pero intenso beso en los labios, que interrumpió cuando notó que el caballo le daba con el hocico golpes en la espalda. Volviéndose hacia el impresionante animal, dijo cariñosa—: Hola, guapo. Te echaba de menos, bonito.

El caballo respondió con alegres relinchos. Megan miró conmovida a su hermana, que lloraba de emoción acercándose a ella.

El guerrero Gelfrid, contento por la alegría de su señora, le informó sobre el estado del animal.

—Milady
, las heridas de las patas le han cicatrizado en su mayoría. Se las curé con el ungüento que le disteis a Mael, y tengo que deciros que ha funcionado. Stoirm es un caballo algo nervioso e impaciente, pero muy dócil cuando acepta a su dueño. —Y, sonriendo a su señora mientras tocaba al caballo, añadió—: Me costó un par de días que dejara de morderme cada vez que me acercaba a curarle, pero ahora somos buenos amigos. ¿Verdad, Stoirm?

El animal relinchó tan feliz como ellos.

—¡Gelfrid! Muchas, muchas gracias —sonrió Megan dándole un rápido beso en la mejilla, algo que Shelma también repitió, provocando el rubor en el guerrero—. Gracias por cuidar de él. Muchas gracias, de verdad.

—Lady
Megan,
lady
Shelma, ha sido un placer —señaló Gelfrid, rojo corno un tomate, mientras regresaba a su montura.

—Una cosa más —señaló Duncan cogiendo a su mujer del brazo para atraer su atención al observar sus chispeantes ojos negros—. Quiero que tengas cuidado cuando lo montes. Para mi gusto, este caballo es demasiado nervioso e intrépido.

Aquella advertencia, y en especial la mirada de Megan, ocasionaron que más de uno sonriera. Entre ellos, Shelma.

—¡Por todos los santos! —exclamó Niall al ver la excitación de su cuñada—. Mi hermano no sabe lo que acaba de hacer.

—Te equivocas —asintió Myles—. Lo sabe muy bien.

Duncan, ajeno a los comentarios, sólo tenía ojos para su preciosa mujer. No podía dejar de mirarla mientras ella sonreía iluminando su vida.

—¿Me has escuchado, Impaciente? Necesito que me asegures que vas a tener cuidado —bromeó Duncan observándola.

—¡Vale! ¡Vale! —asintió sin hacerle caso—. ¿Me ayudas a montar?

—Por supuesto, cariño —sonrió Duncan.

Tras alzarla, Megan se acopló en el caballo. Tomando las riendas que Duncan le pasó, dio dos palmaditas a Stoirm en el cuello y con cuidado lo guio hasta su hermana y su cuñado, mientras Duncan se montaba en Dark y levantaba la mano para que los guerreros comenzaran a andar.

—Os espero en Eilean Donan —señaló Duncan.

—Que tengáis un buen viaje —les deseó Lolach con una franca sonrisa.

Las hermanas, tras una intensa mirada, se sonrieron.

—Hasta pronto, Megan —susurró Shelma. Viendo las intenciones de su hermana, dijo atrayendo la atención de Duncan y Lolach—: ¿Cómo decía el abuelo?

—«Volaré como el viento, sin dejar señal. Y, cuando el día comience, volveré a volar» —gritó Megan al espolear a Stoirm, que salió disparado como una flecha dejándoles a todos boquiabiertos.

—¡Por todos los santos! Le pedí que fuera juiciosa —gruñó Duncan dando espuelas a Dark para ir tras ella.

—En estos momentos, está siendo juiciosa —señaló Shelma.

—¿Estás segura? —rio Niall al ver a su cuñada galopar con la soltura de un
highlander
.

Con una sonrisa picara en los labios, Shelma miró a Niall antes de decir:

—Oh, sí, por supuesto que sí. Ya lo entenderás cuando no lo sea.

—Esto será divertido —se carcajeó Niall mirando a Lolach. Y, tras despedirse de ellos, se unió a los guerreros de su clan.

Capítulo 29

El viaje hasta Eilean Donan fue ameno y, en cierto modo, alegre para todos. Los guerreros del clan McRae estaban contentos. Volvían a sus casas, donde podrían ver a sus familiares, en especial a mujeres e hijos. Durante el camino, subieron varios valles, donde los colores ocres y rojos maravillaban por su esplendor. Desde lo alto de las montañas, Megan observó la amplitud de las Highlands, un terreno agreste y poco habitado, pero que enamoraba por su espectacular belleza. Cientos de robles crecían en las laderas de las montañas, donde se formaban los famosos lagos, que en su recorrido se fundían con otros hasta formar pequeñas rías que viajarían hasta el mar.

Duncan observaba la curiosidad con que su esposa miraba a su alrededor. Se echó a reír cuando ella se asustó al ver pasar cerca de su cabeza a un águila pescadora que emigraba hacia el sur para pasar el invierno.

En aquella época, los serbales estaban cargados de bayas rojo intenso que alegraban la vista, y se escuchaban los sonidos de la berrea, que los ciervos machos propinaban con intención de atraer a las hembras. La humedad en el ambiente provocaba al atardecer una bruma que cubría los páramos. Tras serpentear para subir por una nueva montaña, en la cima apareció ante Megan el lugar más maravilloso y mágico que había visto en su vida: el castillo de Eilean Donan. Con orgullo, todos los McRae observaron cómo ella miraba hacia donde su hogar les esperaba. El recio castillo enclavado en un islote rodeado por montañas daba la sensación de flotar en el lago. Según descendían la montaña, sus inquietos ojos negros observaron cómo éste se comunicaba con tierra firme a través de un puente de tres ojos de piedra oscura. Mientras, las luces rosadas del atardecer se reflejaban en las aguas del lago Duich, que ofrecía una vista inigualable del lugar.

—¿Qué te parece tu nuevo hogar? —preguntó Duncan. Conocía la sensación que todo el mundo experimentaba cuando admiraba desde lo alto de la montaña aquel magnífico castillo.

—Es un lugar precioso, casi mágico —susurró Megan a lomos de Stoirm, sin poder apartar la vista de aquel maravilloso lugar.

—Los lagos que bañan a Eilean Donan son el lago Duich, el lago Alsh y el lago Long —informó Niall feliz por la cara de admiración de su cuñada—. Se cree que antes que el castillo existió una fortaleza levantada por los pictos. Este castillo fue levantado sobre esas ruinas por Alejandro II de Escocia como bastión defensivo contra las incursiones vikingas.

—Aquello que está allí ¿es una galera? —preguntó Megan señalando hacia el lago.

—Sí —asintió Duncan mientras oteaba que todo estuviera en orden fuera de las murallas—. Por la ubicación del castillo, entre los lagos, se le considera un perfecto enclave defensivo. Durante años, esta zona era una de las llamadas «reino del mar de los señores de las islas». Desde aquí se frenaron varias invasiones vikingas. Nuestro abuelo es uno de los gobernadores del clan de los señores de las islas.

—¡Vaya! —susurró Megan impresionada.

Mientras cruzaban el puente y la desafiante y majestuosa muralla del castillo oscurecida por el atardecer, el bullicio de risas y voces atrajo su atención. Varios de los guerreros, entre ellos Myles, una vez que cruzaron el puente, se desviaron hacia la izquierda, tomando un camino que parecía bordear el castillo, mientras varios niños y mujeres les saludaban alegremente.

—¡Bienvenida a tu hogar! —sonrió Duncan mientras la guiaba por un camino que les llevó hasta un patio interior.

La gran arcada principal de entrada al castillo era de robusta madera oscura con forma ojival, y justo encima, incrustado en las oscuras y curtidas piedras, se podía observar el escudo de armas de Escocia junto a su lema:
Nemo me impune lacessit
(«Nadie me ofende impunemente»).

Justo en el momento en que Megan acabó de leer aquel lema, la arcada se abrió y apareció ante ellos un canoso hombre grande, pero delgado y debilucho, apoyado sobre una alta mujer rubia de mediana edad.

—¡Alabado sea el Señor! —gritó la mujer con una grata sonrisa—. Marlob, ¿has visto quiénes han llegado?

El anciano, emocionado, no podía hablar.

—Abuelo, cómo me alegro de volver a verte —saludó con efusividad Niall, que saltó de su caballo para abrazar a aquel anciano.

—¡Ten cuidado, muchachote! —sonrió el viejo mientras observaba cómo Duncan ayudaba a la mujer del pelo oscuro como la noche a bajar de su caballo—. O conseguirás partirme en dos.

—Abuelo —sonrió Duncan abrazando con cariño al anciano, mientras éste observaba a la mujer que acompañaba a su nieto y le miraba. Duncan, sin demorar más tiempo, dijo atrayéndola hacia él—: Ella es mi esposa, Megan McRae.

Durante un momento, los ojos de Marlob y los de Megan conectaron y se observaron con curiosidad. Casi sin respirar, observó la figura del que era como su suegro, que parecía estar bastante enfermo. Este la examinó a través de unos ojos verdes muy parecidos a los de su marido, con la diferencia de que los de Duncan se veían fuertes y sanos, y los del anciano, enfermos y con tremendas ojeras.

—¿Tu esposa? —observó con una sonrisa la mujer que seguía junto a Marlob y, viendo que ninguno de los dos muchachos la presentaba, dio un paso adelante para tomar la mano de Megan—. Hola, querida, mi nombre es Margaret, y estoy encantada de conocerte.

—Margaret —bramó Duncan—. Megan es mi mujer, trátala con respeto.

«Vaya…, esta es Margaret, pensó Megan» y dijo:

—Muchas gracias, Margaret. Encantada de conocerte.

—¡Por san Ninian, qué extraño acento es ése! —bramó en ese momento Marlob, haciendo reír a todos, excepto a Megan, que se asustó al escuchar aquel vozarrón—. ¿Qué hiciste para que mi bravo nieto tuviera que abandonar la soltería para casarse contigo, jovencita? —Y, guiñándole un ojo a Niall, que intentaba contener la risa, dijo—: Porque muchas otras antes que tú lo intentaron y no lo consiguieron.

Megan no supo qué contestar.

—Abuelo, por favor, no empecemos —advirtió Duncan. Conocía el sentido del humor de aquel anciano. Tras mirar a su desconcertada esposa, le susurró al oído—: No te preocupes. A pesar de su apariencia es inofensivo como Stoirm.

Aquel comentario de Duncan la hizo relajarse y sonreír.

—Marlob —reprochó Margaret, que vio un niño rubio correr con un perro—, estará cansada.

—¡Déjala que hable! —gruñó el anciano mirando a Margaret. Volviendo su mirada a la espectacular morena de ojos negros, dijo—: ¡Muchacha! ¿Se te ha comido la lengua un gato? ¿O acaso debo suponer que un viejo como yo te intimida?

Cuando Megan se fijó en cómo Duncan y Niall se miraron, tuvo claro qué responder.

—Supondríais mal, porque no le temo a nadie —respondió viendo una chispa de diversión en los ojos del anciano y una sonrisa en su marido y en Niall, por lo que prosiguió mientras se retiraba un mechón que le caía en los ojos—: Y sobre qué hice para que vuestro nieto se casara conmigo, os diré que lo insulté, lo ignoré, lo reté y, a pesar de todo, fue él quien insistió en abandonar la soltería. —Margaret miró con una sonrisa nada agradable a Duncan—. Ah…, una cosa más. Mi extraño acento se debe a que mi padre era inglés. Pero si alguien se atreve a llamarme
sassenach
, soy capaz de partirle en dos.

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