Deseo concedido (56 page)

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Authors: Megan Maxwell

—Deberíais hablar con vuestro abuelo —le animó el padre Gowan intuyendo lo que quería decirle.

—Más tarde —susurró Duncan sin mirarlo.

Intentaba adivinar los pensamientos de su mujer, que en esos momentos miraba a Marian con muy mala cara.

—No entiendo cómo el
highlander
se ha podido casar con semejante salvaje —susurraba Marian en francés a su hermano, que nuevamente la ordenó callar, angustiado por sus palabras—. Es vulgar y sin clase. ¿De dónde la habrá sacado?

Tras un corto pero significativo silencio, Marlob tosió incómodo al comprobar lo enfadada que estaba Megan. En cierto modo, la entendía. Aquella noche, veía alojados en los ojos de ella la rabia, la decepción y el dolor. Sólo con observar a Shelma y ver lo nerviosa que estaba ante los comentarios de su hermana, le hacía prever que aquella noche no sería fácil para nadie, en especial para aquella mujercita a la que adoraba.

—He comprobado que has cambiado cosas en el castillo —replicó Duncan sentándose de nuevo a la mesa, entendiendo por fin las duras miradas de su abuelo y de su hermano.

—Así es, esposo —asintió Megan, desganada, deseando estrangular a alguien—. Espero que no os desagraden y, si es así, volveré a ordenar que lo pongan como estaba antes.

—Por supuesto que no, y, por favor, Megan, recuerda mi nombre —contestó, mirando ceñudo a Niall y Lolach en busca de un poco de ayuda. Pero éstos agacharon la cabeza y continuaron comiendo.

Megan, que se había percatado de aquella súplica en la mirada de su marido, se creció. Sabía que Duncan comenzaba a sentirse culpable por su indiferencia, pero ahora era ella la que le iba a hacer pagar el daño en su corazón. Shelma, que apenas había probado bocado, sabía por experiencia que Megan no era paciente, de ahí su apodo, y no entendía cómo durante toda la cena había aguantado junto a su marido sin exaltarse. Pero, cuando vio que lanzaba el cuchillo contra la pared, supo que la paciencia de su hermana había llegado a su fin y que, a partir de ese momento, comenzaría su venganza. No tardó en llegar.

—¿Os apetece un poco más de cerveza? —preguntó Megan con amabilidad mientras comenzaba a disfrutar de aquella incomodidad—. ¿O quizá, mi señor, deseáis que os sirva vino?

Duncan levantó la mirada hacia ella y vio en sus ojos mucha rabia; por ello, sabedor de lo que podía ocurrir si no se controlaba, le respondió escuetamente:

—Prefiero cerveza.

—¡Perfecto! —Tomó una jarra que en ese momento portaba una de las criadas y, sin ningún tipo de miramiento, la soltó encima de la mesa con tal furia que casi la derramó entera—. ¡Vaya! ¡Qué torpe soy! Disculpad, mi señor.

—¡No pasa nada! —siseó Duncan mientras ella limpiaba lo derramado con tal brío que parecía que quería sacar brillo al mantel.

—¿Qué le ocurre a tu hermana? —susurró Lolach a Shelma, que comenzaba a levantarse al cruzar una mirada de ayuda por parte de Niall.

—Oh…, por Dios —murmuró Marian en francés—. ¡Además de tonta y sin clase, es torpe!

—¿Qué habéis dicho,
lady
Marian? —gritó Megan con ganas de cogerla por el cuello y ahogarla mientras todos las observaban.

—Ha dicho —respondió Jack al ver que Marian se quedaba callada— que está deseando probar el estofado que hacéis aquí.

Duncan, cada vez más extrañado, se percató de la palidez de su mujer y de los cercos oscuros que tenía bajo los ojos. Miró a su abuelo y a su hermano en busca de ayuda, pero éstos ni se movieron.

—¡Edwina! —llamó alegremente Megan a la criada, que rápidamente la miró—. ¿Serías tan amable de traer el estofado? Nuestra invitada está deseando probarlo.

—Creo que esto no va a terminar bien —susurró Shelma mientras el vello del cuerpo se le erizaba al ver salir a otra criada con una bandeja llena de estofado.

—¡Aquí está! —sonrió Megan con alegría. Shelma se quedó helada cuando vio que Megan, sin previo aviso, cogía la bandeja y la ponía encima de la mesa con el mismo brío que la cerveza. El estofado se derramó encima de
lady
Marian, que pegó un chillido horrorizado al verse cubierta por trozos de carne y salsa.

Marlob, el padre Gowan e incluso Niall hicieron grandes esfuerzos por no reír.

—¡Oh…, qué torpe soy! —murmuró Megan con fingida inocencia tapándose la boca para que nadie la viera sonreír. Dando un golpe a uno de los vasos de la mesa, hizo que varios vasos más cayeran, empapando de cerveza, vino y agua a Duncan e incluso a Robert de Bruce—. ¡Disculpadme,
lady
Marian!

—¡Renard
! —masculló rabiosa Marian, entendiendo rápidamente Megan que la había llamado «zorra» en francés. Clavándole los ojos con rabia, dijo saliendo rápidamente del salón—: Iré a cambiarme de vestido.

—Te acompañaré —se ofreció Jack, intuyendo la vergüenza y la rabia de su hermana en aquel momento.

—¡Por todos los santos! —rugió Duncan, mientras todos la observaban atónitos conteniendo sus sonrisas y Shelma se llenaba la jarra de cerveza.

La indignación de Megan parecía no tener fondo. Tras cruzar una breve pero significativa mirada con Robert de Bruce, que al igual que ella había oído y entendido el insulto, comprobó cómo tenía curvada hacia arriba la comisura izquierda del labio mientras bebía de su vaso. Con fingida preocupación comenzó a limpiar las manchas que habían caído sobre la camisa de su marido.

—¡Oh, qué torpe soy! —repitió—. Os vuelvo a pedir disculpas, mi señor. —Mirándole con ojos implorantes, dijo—: Ahora mismo indicaré al servicio que laven con mimo el vestido de
lady
Marian, mi señor.

—¡Megan! —dijo Duncan—. ¿Serías tan amable de dejar de llamarme así, y utilizar mi nombre?

—Por supuesto —asintió con una falsa sonrisa. Al ver que una de las criadas entraba con otra bandeja de comida, dijo mientras Shelma casi se ahoga y Duncan se levantaba rápidamente de la mesa—: ¿Os apetece un poco de carne, Duncan?

—¡No! —bramó enfurecido. Oyendo las risas de los demás, preguntó—: ¿Qué os parece tan gracioso?

—Nada, hijo —contestó Marlob dejando de reír, mientras Robert de Bruce y el resto bebían de sus copas para disimular—. Siéntate y termina de cenar.

Pero Duncan estaba molesto y enfadado. Muy enfadado.

—Iré a cambiarme de ropa.

—¿En serio no deseáis un poco más de venado? —preguntó Megan al ver que su marido se alejaba hacia las escaleras—. Susan lo hizo con mucho cariño para vos, señor. ¿De verdad que no os apetece un poquito?

—Psss… ¡Cállate, Megan! —gruñó Shelma tirándole una servilleta.

La paciencia de Duncan llegó a su límite. Se volvió hacia ella, que le miraba con todo el descaro del mundo. La agarró con fuerza de la mano, tiró de ella sin ninguna cortesía y, ante la perpleja mirada de todos, se la llevó tras la arcada del salón.

—¡Por todos los santos! —susurró Marlob al verles salir, secándose el sudor de la frente.

—Esa muchacha no teme el peligro —comentó el padre Gowan llenándose una nueva copa de vino para templar sus nervios.

Lolach y Niall se miraban divertidos mientras bebían cerveza.

—A excepción del triste episodio que hemos vivido, ésta ha sido la cena más divertida que he tenido en mi vida —se carcajeaba Robert de Bruce, incrédulo por ver cómo aquella muchacha conseguía alterar a su amigo Duncan—. Además, por la reacción de Megan, confieso que piensa de
lady
Marian lo mismo que mi mujer, Elizabeth.

—Dejadme deciros, señor —señaló Marlob con el dedo—, que esa francesa no es una mujer de fiar. El día que supe que mi nieto había acabado su relación con ella, fue uno de los más felices de mi vida.

—¡Oh, Dios mío! —Shelma se daba aire con una servilleta, mientras Lolach y Niall se carcajeaban—. Ese temperamento de mi hermana siempre le ha traído problemas.

—Tranquila, Shelma —rio Niall mientras Lolach asentía—. A mi hermano le gusta que ella sea así. Si no, nunca se habría casado con ella.

Capítulo 38

Megan, dejándose llevar, subió los escalones de dos en dos tras su furioso marido, mientras la irritación bullía y sentía una tremenda satisfacción por lo que le había hecho a Marian. Una vez que llegaron a la habitación, entraron. Con una patada, él cerró la arcada.

—¡Muy bien! —gritó dirigiéndose a su mujer, que le retaba con la mirada—. Como vuelvas a llamarme «mi señor» o «esposo», no respondo de mis acciones. Llámame por mi nombre. Duncan. ¿Me has oído? —vociferó y ella asintió—. ¿A qué estás jugando esta noche, Megan?

—Yo no juego —respondió sentándose en los almohadones que había bajo la ventana—. Sólo me comporto como me pides, como una señora.

Incrédulo por aquella contestación, vociferó:

—Ni por un momento te has comportado como tal. Es más, ¿crees que me he creído tu torpeza de esta noche con respecto a Marian y a mí?

—Oh…, pobrecilla, ¿verdad? —espetó con rabia al escuchar aquel nombre, y poniéndose las manos en las caderas le gritó—: ¿Realmente crees que esa buscona de Marian es más señora que yo?

—¡No insultes a mis invitados! —exclamó dando un golpe contra el armario, haciéndolo temblar. Al ver que ella le miraba con los ojos muy abiertos, dijo—: En todos los años que la conozco, nunca se ha comportado como tú lo has hecho esta noche.

—Motivos no me faltaron —respondió lívida de rabia, comenzando a sentir nuevamente náuseas—. ¡Deseaba verte con toda mi alma! Te eché tanto de menos que a veces creí morir. Y hoy, llegas tras un mes sin vernos y sólo tienes ojos, sonrisas y palabras amables para esa furcia francesa. ¡Oh, perdona, que he vuelto a insultar a tu maravillosa invitada! Duncan McRae, hoy me has decepcionado como nunca creí que lo hicieras.

Incapaz de contener su furia, a pesar de las palabras que su mujer había dicho Duncan ni la miró.

—¡Tú sabrás! —dijo quitándose la manchada camisa para tirarla con rabia hacia un rincón, desorientado por el rumbo que estaba tomando todo.

—¿Tu invitada también fue tu amante? ¿Cómo Margaret? —preguntó llena de rabia—. ¿Cuándo pensabas decirme que, antes que yo, por esta cama pasaron otras?

Aquello le paralizó.

—Escucha un momento… —contestó con un tono más calmado, al ver cómo la tormenta de emociones que ella llevaba dentro estallaba.

—Ah…, y por supuesto no dudo de que la tonta de la francesa, aparte de bañarse contigo…, ¿cómo me explicó ella?, ah, sí, en maravillosos lagos azules durante las estrelladas noches de vuestros viajes, retozara aquí —gritó señalando la cama.

Era un idiota. De pronto, al oírla decir aquello, Duncan se dio cuenta de que era un auténtico y tremendo idiota.

—Estás muy equivocada —respondió al sentir la rabia que ella sentía, y eso hizo que se le pudrieran las entrañas de dolor.

Verla ante él tan furiosa y tan descontrolada le estaba dañando, y más cuando sabía que no se había comportado bien ni con ella ni con Zac. Tenía previsto haber hablado con ella aquella noche, pero todo se había comenzado a desmoronar y él había sido incapaz de hacer nada.

—No quiero escucharte porque me da igual lo que me vayas a decir —afirmó al ver que la ira de su marido estaba desapareciendo mientras la suya aumentaba—. Desde que has llegado, aparte de tener que soportar tu indiferencia y frialdad, la arpía francesa no ha cesado de humillarme e insultarme. Por lo tanto…, ¡alégrate de que no le haya hecho algo peor! ¡Qué ganas no me faltan!

—En ningún momento escuché que te humillara o te insultara —dijo acercándose a ella.

—Te prometí una vez que no te volvería a mentir. Y te aseguro, esposo, que yo no miento —vociferó separándose de él, mientras abría el armario y comenzaba a tirar su ropa encima de la cama, ante la desconcertante mirada de su marido—. Te debo un respeto, porque vivo en tu castillo, duermo en tu habitación y me alimento gracias a tu comida. No sé qué extraño comportamiento te hace desearme a veces y otras humillarme, pero eso… ¡se acabó! —gritó y sintió que los ojos se le encharcaban de lágrimas—. Todo el cariño que te tenía se esfumó esta tarde cuando vi cómo nos hablabas a mi hermano y a mí. ¡El dolor que he visto en Zac no te lo voy a perdonar nunca! Por lo tanto, acostúmbrate a lo que tendrás a partir de ahora conmigo, o déjame marchar para que puedas rehacer tu vida, con Marian o con otra esposa perfecta, en tu castillo perfecto y en tu vida perfecta.

—¿A qué te refieres con eso de que me acostumbre a lo que tendré de ti? —bramó enfurecido al sentir que cada palabra que cruzaba con ella sonaba brusca.

—Me gustaría que no lo hicieras más difícil de lo que es —susurró pálida de angustia por lo que había dicho—. Me refiero a que no quiero seguir viviendo contigo, no te quiero ver. Si me obligas a quedarme contigo, soy capaz de cualquier cosa antes de que vuelvas a acercarte a mí.

Aquellas palabras le hicieron reaccionar, y con gesto brusco gritó:

—¿Qué estás diciendo?

Mareada y fuera de sí, ella consiguió contestar:

—Lo que digo es que yo no soy la esposa que tú deseas, y siempre lo he sabido —susurró al temer que pudiera desmayarse por el calor que en ese momento sentía—. Te facilito que rompas nuestros votos matrimoniales una vez que se cumpla el año del
Handfasting
. Podrás encontrar una vida mejor y, seguramente, yo también. —Con valentía le miró a los ojos y vio en ellos desconcierto, cosa que la conmovió. Pero aun así, continuó—: No quiero nada tuyo, ni dinero, ni propiedades, ni nada. Lo único que te pediré será la compañía de algunos hombres para que nos ayuden a Zac y a mí a volver a Dunstaffnage.

Tenso como en el campo de batalla, Duncan la miró.

—Para ti es muy fácil romper nuestro matrimonio —susurró por lo que estaba oyendo.

—Tan fácil como lo pueda ser para ti —respondió a duras penas, mientras contenía el llanto que luchaba por salir en su garganta. Pero no iba a llorar. No quería que él la viera hundida, y que luego se riera de ella cuando estuviera con Marian retozando en alguna cama.

—Megan… —Bajó la cabeza afectado por lo que estaba escuchando, mientras intentaba poner en orden sus sentimientos, su rabia y su miedo—. Creo que debemos solucionar este malentendido que sin duda he creado yo. Este último mes ha sido el peor de toda mi vida porque no he podido dejar de pensar en ti ni un solo instante. Me acostaba pensando en qué estarías haciendo y me levantaba pensando si estarías bien. Sé que no soy el mejor marido, pero créeme: nunca he querido separarme de ti, porque te adoro. —Mirándola con ojos suplicantes, prosiguió al ver que ella ni le miraba—: Aunque no me creas, Marian no es nada ni nadie en mi vida. Si hoy la abracé cuando me enteré de lo ocurrido a mi hermana Johanna fue sólo porque me sentí tan mal que me dejé llevar por el momento.

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