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Authors: Megan Maxwell

Deseo concedido (53 page)

—Gracias,
milady
—dijo Fiorna, que se marchó con su hijo y la dejó a solas con Zac.

—¿Quieres dejar de darme patadas? —gritó Megan a su hermano.

—No quiero bañarme, ni cortarme el pelo —rezongó el niño, enfadado.

—Pues siento decirte, jovencito, que no tienes otra opción.

—Tras decir esto, Zac le dio un manotazo y comenzó a correr por encima del embarrado huerto, por lo que Megan, divertida, corrió tras él. Le encantaba jugar con su hermano. El crío, al notar la mano de ella en su hombro, se volvió y le dio otra patada, que hizo que ella soltara por su boca palabras nada bien vistas en una señora, y tras volver a alcanzarle gritó:

—¡Zac, vamos a la bañera!

El niño se revolvió.

—¡Ni lo sueñes! —gritó haciéndola caer al suelo embarrado del huerto.

—¡Maldita sea, Zac! —bramó al verse pringada de barro y comprobar que su hermano intentaba escapar. Lo asió con fuerza de un pie, por lo que el niño cayó de bruces. Con los forcejeos de ambos, el barro comenzó a saltar por todos los lados, y a Megan, una vez manchada, le dio todo igual. Arrastrándose, se sentó a horcajadas encima del niño para seguir regañándole—. Pero ¿has visto cómo nos hemos puesto por tu culpa? Ahora sí que nos tendremos que bañar, pero los dos.

—¡Odio que me trates como a un niño! —gritó Zac cogiendo barro, que restregó a su hermana por la cabeza.

—¡Muy bien, Zac! —asintió ella al notar cómo el barro mojado escurría por su cuello. Con una maléfica sonrisa, le restregó a su hermano barro por la cara, dejándole descolocado mientras ella se partía de risa y le decía—: ¡Esto es lo que te mereces por comportarte como un niño!

—Sinceramente —dijo una voz tras ellos—, no sé quién es más niño de los dos.

Zac y Megan se volvieron rápidamente y dieron un chillido de alegría al ver a Shelma sonriente tras ellos.

—¡Ni se os ocurra tocarme! —chilló echándose hacia atrás al verles levantarse sucios de barro y andar hacia ella.

Zac y Megan se miraron divertidos. ¡Qué delicada se había vuelto Shelma!

—¡Qué gorda estás! —gritó Zac al ver a su hermana, que ya tenía una buena tripa y había ganado unos cuantos kilos.

Aquel comentario hizo que ella torciera el gesto.

—¡Vaya, Shelma! ¡Te has vuelto toda una señora! —rio Megan, que apreció el saludable aspecto de su hermana con aquella barriga y su estupenda capa de piel. Y agarrando a Zac, le susurró—: Creo que si queremos acercarnos a ella será mejor que nos bañemos.

—Y me quites las liendres de la cabeza —asintió el niño para espantar a Shelma, que al escucharle dio un paso atrás con rapidez.

—¡Shelma, por todos los santos! —se carcajeó Megan al ver los remilgos de su hermana—. No nos mires con esa cara. Estábamos jugando.

—¡¿Y las liendres?! —gritó con gesto de horror.

—Shelma —se mofó Megan dirigiéndose hacia la parte delantera del castillo con Zac de la mano—, ¿hace falta recordarte que en varias ocasiones he tenido que lavarte el pelo con agua de aliso negro?

—¡Oh, calla! —murmuró ella estremeciéndose—. ¡Ni me lo recuerdes!

Megan miró a su hermana con cariño. Estaba preciosa y se la veía feliz.

—¡Estás estupenda! —sonrió Megan—. ¿Cómo no me has avisado de que venías? Te habría preparado un buen recibimiento y una excelente comida.

—Este viaje ha sido una sorpresa para mí. Ayer, cuando llegaron Lolach y Duncan, casi me muero de alegría.

—¿Duncan? —preguntó Megan, perpleja—, ¿Duncan está aquí?

Shelma, arremangándose su precioso vestido granate, asintió.

—Claro, hemos venido juntos, con…

—¡Maldita sea! —gruñó Megan. Tantos días pensando en estar guapa para su vuelta, y justo aparecía en ese momento para encontrarla con aquel sucio aspecto—. ¡Oh, Dios! Tengo un precioso vestido azul preparado para deslumbrarle a su llegada. No, no quiero que me vea así.

—Pues ya te ha visto —gritó Zac soltándose de su mano para correr hacia Ewen, que la miraba sorprendido, al igual que Duncan, Marlob, Lolach, Niall, varios hombres y una mujer.

Horrorizada por ello, Megan no quería ni mirar.

—No tengo escapatoria, ¿verdad? —susurró a su hermana, retirándose el pelo embarrado de la cara.

—Me temo que no —suspiró Shelma al entender el ánimo de Megan—. Sigue adelante y que sea lo que Dios quiera.

Duncan, que conversaba con su abuelo, se quedó sin habla al ver aparecer a su mujer con aquel aspecto. A diferencia de Shelma, que a su lado parecía una gran señora con aquellas pieles, Megan estaba horrible embadurnada de barro de pies a cabeza. Pero la alegría que sintió al verla le aceleró el corazón, aunque su aspecto fiero y su mirada no expresaron lo mismo. La había añorado hasta casi enloquecer, pero ahora la tenía allí frente a él y era incapaz de abrazarla y besarla como tantas veces había planeado. Lo único que fue capaz de hacer fue clavarle su dura mirada mientras se acercaba a ellos.

—¡Por san Ninian! —rio Niall sin poder contenerse—. ¿Dónde estabas metida, cuñada?

Consciente de la mirada de su marido, Megan, avergonzada por su aspecto, sólo pudo responder:

—Cavando tu tumba, ¡gracioso! —dijo sorprendiéndoles a todos y haciendo sonreír a más de uno.

—No tiene ninguna gracia —bramó enfurecido Duncan al sentir que se deshacía por dentro al mirar a su mujer, que a pesar de su aspecto estaba adorable—. ¿Dónde estabas para tener ese aspecto, mujer?

—En el pequeño huerto que tengo detrás de la casa —respondió mirándole con una cariñosa sonrisa, mientras buscaba en sus ojos esa llama de amor que había en ellos cuando se marchó.

—¿Ésta es vuestra mujer? —preguntó el hombre alto y moreno.

Duncan, tras mirarla durante unos instantes, asintió.

—Sí, Robert. —Y sin ni siquiera sonreiría, dijo secamente, sin acercarse a ella ni abrazarla—: Megan, te presento a nuestro buen amigo y rey de Escocia Robert de Bruce.

—Oh, Dios mío. —Tembló de emoción al saber quién era aquel hombre—. Encantada de conoceros, señor. —Sonrió pesarosa al sentir la dura mirada de su mando hacia su cara y su vestido, pero puso la mejor de sus sonrisas—. Disculpad por la situación en que me encontráis, y no creáis que mi apariencia diaria es ésta —dijo con encanto a Robert, mientras observaba cómo la mujer la miraba con un gesto torcido.

—Eso espero —respondió él con agrado—, aunque, si os soy sincero, es la primera vez que veo a una dama en semejante situación.

Duncan, molesto, prosiguió con las presentaciones:

—Ellos son Arthur Miller, Jack Lemond y su hermana Marian Lemond. Estarán unos días aquí antes de continuar su camino.

—¡Vaya! ¡Qué sorpresa! —respondió Megan casi sin aire al escuchar el nombre de aquella mujer, mientras admiraba su belleza: sus rubios y bien peinados cabellos, sus facciones delicadas y su piel tan clara como la seda.

—¡Disculpad a mi hermana! —no Shelma atrayendo la mirada de Megan—. Como veréis, se extralimita en sus quehaceres diarios, olvidando a veces quién es.

—¿Cómo? —protestó Megan al escucharla y, olvidándose de quiénes estaban alrededor, dijo señalándola con el dedo—: Shelma, para decir esa tontería, mejor cállate.

—Marian, ¿te apetece un poco de cerveza? —preguntó Niall a la mujer francesa, que estudiaba con detenimiento a Megan.

—Me encantaría —asintió empaquetada en aquel vestido en tonos pastel, que realzaba su belleza y su figura. Mirando con cierta indiferencia a Megan, señaló a su hermano en un perfecto francés—: Gracias a Dios que no la he visto por el camino. La hubiera confundido con una sucia gitana.

—¡Marian! —le reprochó Jack al escuchar aquellas palabras. Mirando a Megan, señaló con una artificial sonrisa—: Mi hermana dice que tenéis un hogar precioso,
milady
.

—Agradecedle sus encantadoras palabras —sonrió con frialdad Megan, que había entendido perfectamente lo que ella había dicho. Gracias a la niñera que tuvo en su infancia, que era francesa, había aprendido a hablar perfectamente aquel idioma, cosa que Shelma no recordaba porque nunca puso ningún empeño en ello.

—Oh, disculpad —sonrió la francesa con fingida inocencia mientras pestañeaba con timidez hacia Duncan, que sonrió al mirarla—. A veces olvido que aquí no se habla mi idioma.

—No os preocupéis —respondió Megan siguiéndole el juego al ver cómo su marido sonreía y a ella apenas la miraba. Mientras, sentía que el estómago se le encogía al recordar las palabras de Margaret. «Cuando
lady
Marian entre en este castillo, Duncan os olvidará».

—Creo que será mejor que entremos —sonrió
lady
Marian, empalagosa, situándose entre Duncan y su hermano. Tocándose con ingenuidad la boca, dijo a Duncan—: Seguro que tu mujer estará deseando darse un baño para recuperar su perdida dignidad.

—¿Perdida dignidad? —señaló Megan, que abrió los ojos de par en par y buscó la ayuda de su marido con ojos suplicantes, pero él en ese momento sólo tenía ojos para la otra mujer y no para ella.

—Lady
Megan —observó Robert de Bruce con interés—, siempre he valorado el excelente gusto de mi buen amigo Duncan para las mujeres, por lo que no dudo que, bajo toda esa capa de suciedad que os cubre, seguro que encontraré a una bella mujer.

Aquellas palabras hicieron que Duncan le mirase con advertencia, algo que Robert de Bruce notó.

—Espero agradaros, mi señor. —Megan señaló hacia el interior del castillo mientras retenía su rabia y frustración—. ¿Seríais tan amables de entrar? Estoy segura de que Fiorna y Edwina ya habrán puesto cerveza bien fría encima de las mesas.

Lady
Marian, tras dedicarle una insinuante caída de ojos a Duncan, que hizo que Megan hirviera por dentro, entró seguida de su hermano, de Robert y de Miller.

En ese momento, Duncan se dirigió a Megan ofendido:

—¿Cómo has podido presentarte así? —rugió indignado.

—Y tú ¿cómo has permitido que esa engreída diga que he perdido mi dignidad? —gritó sin escucharle, dolida por lo acontecido.

—¡Cállate, mujer! ¡No insultes a nuestros invitados! —aseveró con una expresión dura—. ¿No puedes comportarte como lo que eres? —preguntó ofuscado, sin percatarse de la extraña, mirada que le dirigía su mujer. La decepción y la desconfianza se habían instalado en sus ojos, pero él no era capaz de mirar más allá—. Regreso a mi hogar y, en vez de encontrarme una adorable mujer, me encuentro poco más que una mendiga que me avergüenza con su aspecto ante nuestro rey y mis invitados.

—¡Duncan! —bramó el anciano Marlob al oírlo. Su creciente adoración por Megan no le permitía escuchar a su nieto hablarle con tanta dureza—. No es justo que hables así a tu mujer, no lo voy a consentir.

—¡Cállate, abuelo! Es mi mujer y seré yo el que consienta o no consienta —se revolvió consiguiendo que hasta su propia mujer se encogiera por su fiero tono de voz—. Lo que no es justo es que me avergüence de manera continua. —Miró a una desencajada Megan y gritó partiéndole el corazón—; ¿Acaso pretendes que también nuestro rey se ría de mí?

—Nunca haría eso —susurró tan afectada que era incapaz de pensar con claridad.

—¡No le grites! —suplicó de pronto Zac, angustiado—. ¡Ha sido culpa mía! Ella intentó cogerme para llevarme a la bañera y, sin querer, yo la empujé y la hice caer al barro. Luego, ella me tiró a mí. Yo le tiré barro en el pelo y ella me lo restregó por la cara y…

—¡Por todos los santos! —murmuró en ese momento Marlob, preocupado por la palidez de Megan—. ¿Cómo se te ocurrió hacer eso, Zac?

—Porque estoy cansado de tener que lavarme todos los días —suspiró el niño con pesadez—. Le encanta que huela a flores.

—Mejor oler a eso que a suciedad —medió Lolach con intención de relajar los ánimos.

—Zac —le regañó cariñosamente Niall, viendo la dura mirada que su hermano dirigía a su mujer—, Megan no se merece que te portes así con ella.

El niño, asustado por la quietud de su hermana mayor, comenzó a llorar.

—Por supuesto que no —asintió Shelma y tomó de la mano a su pálida hermana—. No me parece bien que ella cargue con la culpa de lo sucedido. —Miró a Duncan—. Conozco a mi hermano y creo que tú también sabes cómo es. Por eso, precisamente, no deberías ponerte así con Megan.

Megan seguía sin poder hablar. De pronto, la felicidad que llevaba esperando tantos días se había ido al traste. Además, Duncan había regresado con Marian, la mujer que, según Margaret, amaba y que por su indiferencia le estaba dando que pensar.

—Entrañables tus palabras, Shelma —respondió Duncan con seriedad. Volviendo a mirar a su mujer, dijo—: Será mejor que entréis y os bañéis, y te pediría que bajaras al salón para cenar cuando creas que tu aspecto es el adecuado. —Mirando al niño, que le escuchaba con los ojos muy abiertos, dijo—: Y en cuanto a ti, se acabó ese tipo de comportamiento. No voy a aceptar ni una fechoría más por tu parte. ¡Estoy cansado! A partir de mañana, me encargaré yo mismo de tu educación. Si hace falta dormirás en medio del campo para que sepas que has de comportarte como una persona para vivir bajo mi techo.

Incrédula por lo que había escuchado, Megan miró a su marido, pero no dijo nada.

—¡Duncan, creo que…! —comenzó a decir Niall.

—¡Cállate, Niall! —exclamó al escucharlo. Miró de nuevo a Megan, que apretaba los puños y respiraba con dificultad—. ¡Vosotros dos, entrad y bañaos!

—Sí, mi señor —respondió ella secamente.

Megan se volvió para tomar la mano de su hermano, que obedientemente se la dio. Al pasar junto al salón, escuchó las risas de
lady
Marian y, sin mirar hacia donde estaban, comenzó a subir las escaleras. Mientras lo hacían, Zac la observó y vio por primera vez lágrimas en los ojos de su hermana. Conmovido, dijo abrazándose a ella:

—Lo siento, Megan.

—No te preocupes, no pasa nada —respondió, pero sin poder evitar que las lágrimas rodaran por sus mejillas.

—Por mi culpa estás llorando y tú nunca lloras. —El niño comenzó a sollozar—. Por mi culpa, Duncan se ha enfadado contigo, nos tratará mal y nos echará de aquí.

Megan se detuvo en uno de los escalones, sentó encima de ella a su hermano y lo acunó mientras el niño se tranquilizaba.

—Nadie nos va a tratar mal, ni nos va a echar de ningún lado, Zac —respondió mirándole fijamente al ver la angustia reflejada en sus ojos.

—Pero…

—¡Basta! —dijo tragando el nudo de angustia que tenía en la garganta—. Vamos a bañarnos y verás cómo después del baño nos sentiremos mejor.

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