Deseo concedido (54 page)

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Authors: Megan Maxwell

Tras bañar a Zac en su habitación, cortarle el pelo y lavárselo con agua cocida con aliso negro, el niño se negó a bajar al comedor para cenar. Las duras palabras de Duncan lo habían asustado más de lo que ella podía imaginarse. Megan tuvo que pedirle a Fiorna que le subiera una bandeja con algo de cena al niño a su habitación, para poder ella irse a la suya a bañarse y arreglarse.

Mientras se enjabonaba el pelo y se quitaba los restos del barro seco, pensó en lo ocurrido. ¿Por qué Duncan había reaccionado así? ¿Acaso no la había añorado como ella a él? Aunque odiaba pensar en las palabras de Margaret, éstas acudieron a su mente rápidamente, y se estremeció al recordarlas: «Duncan la ama a ella y no a vos, y cuando aparezca
lady
Marian, vuestro marido no querrá saber más de vos». ¿Sería cierto aquello? ¿Habría algo entre aquella francesa y él? Pero, por más vueltas que le daba, no conseguía entender sus duras palabras hacia ella y mucho menos hacia Zac. Eso le había dolido más que todo lo que pudiera decirle a ella.

Inconscientemente, se tocó la barriga y un par de lágrimas resbalaron por sus mejillas al recordar la maravillosa noticia que pensaba darle. Pero ahora no le apetecía lo más mínimo. Mientras se secaba el pelo, unos golpes en la arcada le anunciaron la visita de Shelma, que al entrar la miró con una sonrisa.

—Ahora ya puedes abrazarme —bromeó Megan abriendo los brazos para recibir a su hermana, que se ciñó a ella durante unos instantes dándole cariño y amor—. ¿Cómo estás, gordita?

—Bien —dijo tocándose la barriga—, mi niño se porta estupendamente.

—¿Niño? —rio al escuchar a su hermana—. ¿Y si es una niña?

—Será bien recibida, no te preocupes —asintió con una sonrisa—. Pero Lolach está tan ilusionado por tener un hijo que rezo todos los días para que así sea.

—Ojalá rezar sirva de algo —sonrió al pensar en su secreto.

—¡Madre mía! ¡Qué lugar más bonito! —exclamó Shelma al mirar con curiosidad a su alrededor—. ¡Qué preciosa habitación tienes! Y los muebles tallados son una maravilla.

—No es nada mío —respondió con rabia mientras abría su armario. Tras observar unos instantes el precioso vestido que pensaba ponerse para su marido a su llegada, le dio un manotazo y cogió otro de color negro—. Todo es del
laird
Duncan McRae.

—Megan, no sigas por ese camino.

—¿Camino? —comentó desencantada al escucharla, sin percatarse de que la puerta se abría ligeramente—. ¿De qué camino hablas?

Shelma, mirándola con un gesto que no gustó nada a su hermana, dijo:

—No te enfades conmigo. Simplemente te aconsejo que no te pongas cabezona como él. No estoy de acuerdo en la forma en que os habló a Zac y a ti delante de todos, pero tampoco estoy de acuerdo en que Zac siga comportándose como siempre. ¿Acaso no te has dado cuenta de que muchos de nuestros problemas los ha originado casi siempre él?

—Shelma —susurró extrañada por su frialdad—, es un niño.

—Sí, un niño —asintió con enfado—. Pero un niño que siempre está haciendo travesuras. Zac necesita la mano dura de un hombre. Pero ¿no lo ves? ¿Todavía no te has dado cuenta de que el abuelo no supo hacer de nosotras unas señoritas ni disciplinar a Zac?

—Maldita sea, Shelma. ¿Qué estás diciendo? —gritó enfadada, sin reconocer a su hermana—. No vuelvas a meter al abuelo en nada de esto. Si nosotras no hemos sido unas señoritas es porque nunca nos dio la gana de comportarnos como tales. Y si Zac no tiene disciplina no es por culpa del abuelo. Es porque nosotras siempre le hemos consentido todo por el hecho de ser un niño pequeño que se ha visto obligado a crecer sin sus padres. ¿Sabes? Yo siempre he tenido claro quién era y quién soy. Y, a pesar de que el abuelo no supo enseñarme buenos modales, ten por seguro que los tengo. Incluso mejores que los de la remilgada francesa que está ahí abajo —gritó lanzando un cojín contra la pared—. No me vengas ahora a dar lecciones de cómo ser una dama. Pero ¡¿cómo te estás volviendo tan estirada?!

—No soy una estirada —se defendió de aquel ataque, molesta— y no tomes a mal lo que digo del abuelo. Simplemente te aconsejo que, si no quieres tener más problemas con Duncan, hagas lo necesario para que Zac comience a comportarse como debe, o algún día el mismo Zac te echará en cara lo mal que lo hiciste con él cuando ambos acabéis viviendo en una humilde cabaña.

Aquello le cayó como un jarro de agua fría.

—¿Qué tontería estás queriendo decir? —murmuró sin darse cuenta de que la puerta se cerraba—. ¿Acaso sabes algo que yo no sepa? ¿Tiene esto que ver con la mujer que ríe como un gorrión en el salón? ¿Crees que no sé que esa estúpida rubia es Marian, el gran amor de Duncan? ¿Y crees que no me he dado cuenta de que él ni me ha mirado porque sólo tiene ojos para ella? —En ese momento, decidió no compartir su secreto ni con su hermana ni con nadie—. Esa tonta que está ahí abajo es la persona que le rompió el corazón, y por la que él nunca me ha dicho «te quiero».

Shelma entendió a su hermana, pero no estaba dispuesta a que continuara arruinando su vida. Megan debía cambiar, y tenía que hacerlo ya.

—¿Alguna vez has pensado que Duncan, tu marido, puede cansarse de esta situación con respecto a ti y a Zac? ¿No crees que se merece que, cuando llegue cansado, estés perfecta para recibirlo y no para avergonzarle ante sus amigos? Si hoy ha reaccionado así, es porque ha sentido vergüenza de ti.

—Mira, Shelma —dijo cogiéndola del brazo. Abriendo con rabia la arcada de su habitación, dijo antes de cerrar la puerta en las narices de su hermana—: No sé qué te pasa, pero hasta que vuelvas a comportarte como la muchacha que eras, sin tantos miramientos, ni absurdos clasismos, no vuelvas a decirme absolutamente nada con respecto a mi matrimonio.

Megan cerró de un portazo, corrió hasta una palangana para vomitar y luego comenzó a llorar.

Capítulo 36

Una vez arreglada, suspiró dándose el último retoque en el pelo, que se había recogido en un moño tirante. Con el ceño fruncido pensó en
lady
Marian, en su cara de mosquita muerta y en sus tontos amaneramientos. «Si ése es el tipo de mujer que Duncan quiere, no seré yo quien se lo prohíba». El corazón le dolió al imaginar a Duncan rompiendo sus votos matrimoniales para estar con aquélla. Sólo habían estado un mes sin verse, y él parecía ya haberla olvidado. ¿Dónde estaba el hombre que en susurros le dijo que la añoraría cada momento del día? Quizás en ese tiempo se había dado cuenta de que su amor por ella no era verdadero, y aquella indiferencia era el fiel reflejo de lo que sintió al verla. Si aquello era cierto, ¿cómo decirle lo del bebé?

Cientos de preguntas sin respuesta se agolpaban en su mente y conseguían que su furia, su desconcierto y su rabia crecieran momento a momento en su interior. Tiró con rabia el peine, salió y cerró con violencia la puerta de su habitación con intención de bajar al salón. Al pasar ante la habitación de su hermano, entró a verlo. Lo encontró tumbado en la cama, pensativo, con la mirada clavada en la ventana.

—Hola, diablillo —sonrió con cariño sentándose junto a él en su cama—. ¿Qué piensas?

—Miraba la luna. Cuando vivíamos en Dunstaffnage, la luna se metía tras las montañas —respondió con seriedad mientras observaba a su hermana, que estaba muy guapa con el cabello recogido hacia atrás.

—Sí, tesoro —asintió al recordar las puestas de sol—. Está muy bonita la luna hoy, ¿verdad?

—Más bonita estás tú —susurró el niño haciéndola sonreír.

—¡Vaya, Zac! Creo que es la primera vez que mi hermano pequeño me dice un piropo.

Pero la tristeza de los ojos del niño la desarmó.

—Siento mucho que Duncan se enfadara contigo y haberme comportado mal muchas veces.

—¡Bah! —dijo haciendo una mueca que le hizo sonreír—. Por Duncan no te preocupes, ya se le pasará.

Sentándose en la cama, el niño la miró y preguntó:

—¿Por qué Shelma piensa que soy un problema?

—¡Tesoro! —susurró Megan, conmovida al pensar que había escuchado las tonterías que su hermana había dicho—. Shelma realmente no piensa eso. Ya sabes que ella es a veces un poco tonta y creo que, al estar embarazada, su cabeza no funciona muy bien.

Pero Zac no estaba dispuesto a creer aquello, y volvió a preguntar:

—Pero ¿por qué piensa que tú y yo acabaremos viviendo solos en una cabaña?

—Bueno —susurró besándole en la cabeza, y por primera vez intentó ser realista, incluso con su hermano—, cuando Duncan y yo nos casamos, lo hicimos a través de un
Handfasting
. ¿Sabes qué quiere decir eso? —El niño, muy serio, asintió—. Ese tipo de matrimonio puede durar un año o toda la vida; todo depende de que las dos personas que se unen deseen estar juntas para siempre. —Al decir aquello, unas repentinas ganas de llorar hicieron asomo en sus ojos, pero ella las controló—. Y, aunque Duncan es un buen hombre, quizá no podamos seguir juntos.

Zac, sin dejar de mirar a su hermana le confesó:

—Yo le pregunté a Duncan si tendríamos que irnos de aquí y él me dijo que no.

—¿Cuándo le preguntaste eso? —dijo ella, sorprendida.

—En las tierras de los McPherson —respondió revelando aquel secreto—. Os vi a ti y a Shelma en el lago, y te escuché decir que odiabas a Duncan, y ella te dijo que si no te portabas bien Duncan nos echaría a ti y a mí. Entonces, yo se lo pregunté a Duncan, y él me dijo que nunca haría eso.

Con el corazón acelerado por aquello, Megan respondió en un susurro:

—Si él te dijo eso será porque es verdad.

Tras unos instantes en silencio, fue Zac quien habló.

—¿Sabes? Ojalá continuáramos viviendo en Dunstaffnage. Allí nadie nos gritaba, y tú nunca llorabas. Ojalá pudiéramos volver allí.

—Tesoro —sonrió al recordar aquellos tiempos—, allí fuimos muy felices, pero aquí también lo seremos.

Pero el niño no estaba dispuesto a ver a su hermana llorar y continuó:

—Podríamos regresar tú y yo —propuso—. Shelma que se quede con Lolach, pero nosotros podríamos volver. Además, creo que si yo se lo pido a Kieran, nos ayudará —aseguró el niño con los ojos muy abiertos.

—¿Kieran? —preguntó extrañada—. ¿Crees que Kieran está tan cerca como para pedirle ayuda?

—Sé cómo encontrarlo —asintió con seguridad haciéndola sonreír—. Él es un buen amigo y sé que no me defraudaría.

Megan sonrió con cariño y acostó de nuevo a su pequeño hermano.

—Zac, las cosas no son tan fáciles. Ahora, duérmete y descansa. Ya hablaremos mañana. —Después de darle un beso, le advirtió—: Recuerda no hacer más de las tuyas en estos días, y verás cómo Duncan olvida pronto su enfado.

—No te preocupes, Megan —respondió el niño, que volvió a mirar la luna—. Duncan no se volverá a enfadar.

—¡Genial! —rio levantándose de la cama y agachándose para darle otro beso. Sintió las manos del niño agarrándola del cuello para besarla y retenerla—. ¡Vaya, hoy estás besucón!

—Sí —asintió con los ojos brillantes por las lágrimas—. Te quiero mucho y quiero que sepas que tú eres mi mejor hermana.

Aquellas palabras tan sentidas le llegaron al corazón.

—¿Te digo un secreto? Tú también eres mi mejor hermano —susurró sentándose de nuevo en la cama—. Y ahora olvida todo lo que ha pasado. ¿No ves que yo ya lo he olvidado? Por favor, no te preocupes por nada y duerme tranquilo, tesoro. ¿Vale?

—De acuerdo —aceptó el pequeño, más reconfortado.

Megan volvió a besarlo y tuvo que contener el llanto antes de cerrar la arcada de la habitación. Una vez fuera, se apoyó en la fría pared de piedra y cerró los ojos mientras se ordenaba a sí misma controlar sus emociones. Ver triste a su hermano le partía el corazón.

Con paso lento, bajó las escaleras. Pronto oyó las risotadas de su hermana y
lady
Marian, quienes bromeaban con los hombres. Oculta entre las sombras, vio a Duncan que en ese momento estaba solo con el ceño fruncido mirando el fuego. ¿Qué pensaría? Le observó durante unos instantes, mientras respiraba pausadamente y contenía sus emociones. Su mano se posó en su estómago, recordándole la nueva vida que en él crecía. De pronto,
lady
Marian se acercó a Duncan y pasándole un dedo lentamente por el cuello hizo que él la mirara y sonriera. Megan tembló de impotencia al advertir aquel gesto tan íntimo entre ellos. No, no le diría lo del bebé.

En aquel momento, sus piernas se convirtieron en dos bloques de piedra clavados al suelo, mientras observaba cómo su marido, aquel hombre imponente, fuerte y lujurioso, miraba y sonreía a aquella odiosa mujer. ¿Habría deshonrado ya sus votos matrimoniales? Tras una nueva sonrisa por parte de
lady
Marian, que en ese momento se mordió el labio inferior, se convenció de que sí. Intentó moverse para marcharse, pero sus piernas no la dejaron, y tuvo que seguir observándoles.

Instantes después, forzó una sonrisa y levantó la barbilla para salir de las sombras y caminar hacia ellos. El primero en verla fue Niall, que rápidamente miró a su hermano y vio que éste hablaba con
lady
Marian junto al fuego. Un gesto de la francesa le hizo intuir a Duncan que su mujer había entrado y, volviéndose, se quedó fascinado por la belleza y serenidad que emanaba. Casi se atraganta con la jarra de cerveza que estaba tomando.

Megan estaba espectacular. Aquel vestido negro y su pelo recogido hacia atrás le otorgaban una belleza inigualable. Una belleza y una sensualidad de las que ella no era consciente.

Tantos días sin verla, tantas noches añorándola, y ahora estaba allí, frente a él, más atractiva que nunca y más apetecible que ninguna mujer que hubiera conocido.

—¿Sois la misma mujer que esta tarde parecía una mendiga cubierta de barro? —se apresuró a preguntar Robert al verla entrar y se dirigió enseguida hacia ella para besarle la mano con una sonrisa en los ojos.

—Os aseguro que sí, señor. —Intentó sonreír, pero la sonrisa sólo curvó sus labios, mientras decía con picardía hacia
lady
Marian—: Y como veréis, cualquier mujer, por muy mendiga que parezca, con un poco de agua, jabón y un bonito vestido puede parecer toda una señora.

Marlob, al escucharla, sonrió. Su niña era lista…, muy lista.

—¡Maravillosa revelación! —señaló Robert al reparar en la fresca y sensual belleza que aquella mujer desprendía—. Duncan, os habéis casado con una auténtica belleza.

Duncan le observaba inquieto, dispuesto a pararle los pies si se daba el caso. Conocía a Bruce y sabía qué tipo de mujer le atraía. La suya, aquella noche, podía ser una de ellas.

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