Authors: Megan Maxwell
Marlob, angustiado por la ausencia de Megan y Zac, observaba cómo su nieto día a día volvía a encerrarse en sí mismo. Rezaba para que Megan volviera a sus vidas. En Eilean Donan necesitaban encontrarla, no podían prescindir de ella.
Pasado el primer mes, Kieran fue a la fortaleza de McPherson. Le habían llegado noticias de que Duncan estaba allí. Cuando lo encontró, comprobó en persona la desesperación y la tristeza que sus ojos reflejaban. Pero no podía traicionar la palabra de Megan; por ello, sin hacer ningún tipo de comentario, le animó a seguir en su búsqueda y calló.
La angustia que sentía Duncan cada instante que pasaba sin ella le estaba consumiendo. Cuando Berta, la furcia de McPherson, intentó acercarse a él, sintió tanto miedo por cómo la miró que no lo volvió a intentar.
«¿Dónde estás, Megan? ¿Dónde estás, mi amor?», sollozaba aquel enorme
highlander
durante las largas noches de soledad mientras se aferraba a un pequeño mechón negro de la larga trenza que ella dejó.
El vacío que sentía en su alma y en su corazón se hacía cada vez más grande. No cesó en su búsqueda aun pasado el segundo mes. Pero nadie había visto a una mujer morena con un niño. Duncan hizo correr la voz entre los clanes, con la esperanza de que alguien le dijera algo, un rumor, una pista, pero nada llegó. Sin querer darse por vencido, volvió de nuevo a Dunstaffnage, pero Axel y Magnus, que estaban al corriente de todo, con dolor en el corazón le tuvieron que volver a decir que seguían sin noticias de ella. Todos se preguntaban lo mismo: ¿dónde se había metido Megan?
El mes de mayo llegó. Las lluvias comenzaron a escasear. Los días eran más largos y los prados, montes y valles se saturaron de flores multicolores. En todo aquel tiempo, Megan dedicó todos sus días a hacer feliz a Zac. Y sus noches a recordar a Duncan, su amor.
Los vómitos que en un principio le provocó el embarazo poco a poco remitieron. Se encontraba mejor. Por las tardes, le gustaba sentarse delante de su pequeña cabaña a ver jugar a su hermano. El embarazo era un secreto para Zac y Kieran. Ni por un instante lo imaginaban. Ella se encargaba de llevar siempre su capa por encima para que no notaran la redonda barriga que le estaba creciendo.
Aquellos duros meses, Kieran la visitaba con frecuencia pero con cautela. Sabía que, como Duncan o cualquier otro se enterara de que ella estaba allí, le matarían. En más de una ocasión, intentó hablar con ella, pero era mencionar el nombre de Duncan y se ponía a llorar desconsoladamente mientras gritaba que le odiaba y que no quería saber nada de él. Por ello Kieran, al ver la reacción de ella, callaba e intentaba respetar que no quisiera saber nada de Duncan.
Una tarde que Kieran habló con Zac de su vida en Eilean Donan, percibió cómo el muchacho mencionaba con añoranza a Shelma, Marlob, Ewen, Niall, Lolach y Duncan. Y se quedó sorprendido cuando el chico, tras enseñarle con orgullo una preciosa daga con sus iniciales que Duncan le regaló, le confesó que aunque creyó que odiaba a Duncan por regañarle aquel día, ahora se daba cuenta de que tenía razón. Incluso dijo que lo echaba de menos, porque siempre se había portado muy bien con él. Zac deseaba jugar con Marlob a su extraño juego de piedras y escuchar las inquietantes historias que el anciano le contaba todas las tardes ante el hogar. De Niall y Ewen añoraba su comprensión y su maravilloso sentido del humor, además de su protección. De Lolach, sus clases de lucha. Y de Shelma, sus abrazos y sus graciosos chistes. Ese tiempo, en soledad con Megan, alejado de todos, le había enseñado que necesitaba también a aquellas personas que tanto le querían y tanto le protegían, pero tenía miedo de hablarlo con ella, pues sólo la escuchaba decir que nunca volvería a Eilean Donan. Y, en especial, que ¡odiaba a Duncan!
Sólo quedaba una semana para que el
Handfasting
de su boda finalizara. Aquello era algo tan terriblemente doloroso para Megan, que se negaba a recordarlo. Le enloquecía imaginar la felicidad de
lady
Marian, «la odiosa francesa», y sentía escalofríos al pensar en cómo Duncan la besaría, como tiempo atrás a ella besó pero no amó.
El día que Kieran le indicó que debía volver a Dunstaffnage fue uno de los peores de su vida. Con paciencia, Kieran le explicó varias veces que había recibido una misiva de su madre. Debía acudir a Aberdeen y no sabía el tiempo que tardaría en regresar.
—Te lo digo en serio, Megan. Tienes que volver a Dunstaffnage —insistió por décima vez mirándola, al tiempo que apreciaba que había ganado algo de peso, aunque las oscuras ojeras bajo sus ojos no habían desaparecido.
—No, me niego a volver allí —respondió ella.
—¡Mira que eres cabezona! —gruñó Kieran, que en esos meses había alabado la paciencia de Duncan con ella—. No quieres volver porque sabes que en cuanto llegues allí avisarán a Duncan, ¿verdad?
—¡¿Tú qué crees?! —dijo ella mientras tragaba el nudo que se formó en su garganta al escuchar aquel nombre. Nerviosa, se levantó. Poniéndose las manos en los riñones, se estiró sin ser consciente de que con aquel movimiento dejaba al descubierto su gran secreto—. ¡Por Dios, Kieran! Márchate y haz lo que debas hacer, pero déjame en paz. No quiero volver y punto. Pero… ¿por qué me miras así?
—¡Por todos los santos, Megan! —exclamó Kieran al sentir que la sangre se le helaba—. ¡¡¿Estás embarazada?!!
—¿Por qué dices eso? —murmuró mirándose la tripa mientras se alisaba la falda. Al ver la cara de Kieran, levantó las manos al cielo con desesperación—. De acuerdo. No puedo negártelo por más tiempo. ¡Sí, estoy embarazada! Pero, de momento, nadie se puede enterar de ello.
—¡Maldita sea mi suerte! Si antes pensaba que Duncan o alguno de sus brutos podía matarme, ahora tengo clarísimo que lo hará —maldijo Kieran indignado al pensar que aquella mujer que tanto apreciaba llevaba en su interior al hijo de su amigo Duncan—. ¿Cómo se lo vas a explicar a Duncan?
—No voy a explicarle nada porque no lo voy a ver —aseguró entrando con furia en la pequeña cabaña que había ocupado aquellos meses, mientras Kieran la seguía incrédulo por lo que acababa de descubrir—. Él no tiene que saber que este hijo existe. Debe rehacer su vida, al igual que yo la mía.
—Pero… ¡Megan! —replicó observando atónito la redondez que le había pasado inadvertida todo aquel tiempo—. ¿Te has vuelto loca?
—¡Sí! —afirmó mirándole con la cara roja por la rabia—. Claro que me he vuelto loca. ¿Y sabes por qué? Porque cada día que pasa hecho más en falta a una persona que no me ha querido ni me querrá nunca, y que seguramente estará feliz retozando con una francesa que en breve será su esposa.
—¡Escúchame, mujer! —dijo agarrándola con fuerza del brazo—. Me has negado durante este tiempo la posibilidad de hablar de Duncan, pero creo que ha llegado el momento de que me escuches, ¡cabezota! Tienes la cabeza más dura que tu propio marido.
Con un gesto contrariado, Megan se soltó y le miró.
—Como se te ocurra decir una sola palabra —advirtió mientras cogía un plato de barro—, te juro que te abro la cabeza.
—¡No me lo puedo creer! —rio Kieran al ver su reacción—. Me has estado engañando todo este tiempo diciéndome que le odiabas, cuando es todo lo contrario. Le quieres tanto que eres capaz de dejarlo con tal de que él sea feliz.
—Kieran, ¡basta ya! —gritó al sentir que las lágrimas comenzaban a correrle por las mejillas sin ningún control—. No quiero seguir hablando de este tema. Haz lo que debas hacer con tu viaje. Pero, por favor, ¡déjame en paz!
—Lo haré, Megan. No lo dudes. Pero deja de llorar —susurró con cariño mientras salía por la puerta de la cabaña con una sonrisa en la boca.
»Dos días después, Kieran tomaba una cerveza en una taberna alejada de Aberdeen con el convencimiento de que, en breves instantes, cuando apareciera Duncan y le contara que él había ayudado a Megan, le daría una buena paliza. Enviar una misiva a Duncan para que se reuniera con él había sido una decisión meditada y en cierto modo acertada. En un principio, pensó enviarle una nota guiándole hasta ella, pero al final decidió que él mismo lo llevaría. Seguía sumido en sus pensamientos, cuando la oscuridad se hizo en el interior de la taberna. Al mirar hacia la puerta, vio entrar a dos enormes
highlanders
y sonrió al reconocer a Niall y Myles.
—Me agrada vuestra rápida llegada —asintió Kieran estrechándoles la mano.
—Al recibir tu nota, partimos inmediatamente —explicó Niall con cara de cansancio al tiempo que el tabernero les ponía dos cervezas. Niall dio un largo y refrescante trago.
—¿Dónde está Duncan? —preguntó extrañado Kieran—. ¡No me digas que no ha querido venir!
—Hubiera venido sin pensárselo —asintió Niall, que al recordar a su hermano se le encogió el corazón. No se merecía el calvario que vivía y estaba convencido de que, si Megan no aparecía, la vida de su hermano sería un desastre.
Myles, tan preocupado como Niall, fue quien contestó.
—Debe de estar de regreso de Inglaterra. Hemos mandado unos hombres para que lo intercepten en el camino y lo desvíen hacia aquí. Su empeño por encontrar a su mujer le ha llevado hasta Dunhar, la residencia donde vivió ella en su niñez.
—¡Por todos los santos, qué locura! —protestó Kieran al sentir que la piel de todo el cuerpo se le erizaba—. Si lo cogen los
sassenachs
, no saldrá vivo de aquellas tierras.
—¿Crees que eso le importa a mi hermano? —exclamó Niall con tristeza—. Marchó para Inglaterra hace unos quince días, junto a Lolach y Axel, y sólo espero que ya esté de vuelta. Hemos intentado que no hiciera ese viaje, pero él no ha cesado en su empeño hasta confirmar que ella no estaba allí.
—Bueno… —se estiró Kieran dispuesto a zanjar aquel problema y empezar otro—. Sobre eso quería hablar con vosotros.
—Tu misiva decía conocer noticias de ella —señaló Myles.
—Algo sé —asintió Kieran con la culpabilidad en el rostro. Si algo le ocurría a Duncan por su silencio, nunca se lo perdonaría.
Niall dejó precipitadamente la cerveza en la mesa y señaló:
—Si sabes algo de ella, Duncan te estará eternamente agradecido.
Kieran bebió un nuevo trago de cerveza.
—Eso permíteme que lo dude —susurró con una sonrisa que pasmó a los otros.
—¿Por qué dices eso? —dijo Myles molesto. Sabía que Duncan agradecía cualquier información sobre ella.
—Porque desde el primer momento supe dónde estaba. Pero no pude deciros nada por una promesa que le hice a ella.
—¡¿Qué?! —gritó Niall desencajado. Sin poder contenerse, cogió a Kieran por el cuello y, dándole un puñetazo, le hizo volar por encima de las mesas de la taberna—. ¡¿Cómo has podido hacernos eso?! ¡Maldita sea, Kieran! ¿Cómo has podido hacerle esto a Duncan?
—¡Basta ya, Niall! —se interpuso Myles entre ellos—. Dejemos que se explique.
—No me siento bien por lo que hice, pero no he tenido opción. —Kieran se levantó limpiándose con la mano la sangre que le brotaba por la comisura del labio—. Y por eso me merezco que me pegues tú, tu hermano, Myles y todos los McRae. Porque sé que no tengo perdón por parte de ninguno de vosotros. ¡Pero escúchame! Soy un
highlander
, un hombre de palabra, y Megan me hizo prometer que no le diría a nadie dónde estaba hasta pasados tres meses.
—La palabra de un
highlander
es nuestra seña de identidad —admitió Myles dándole la razón—. Un
highlander
no falta a su palabra bajo ningún concepto.
—Tienes razón —reconoció Niall recomponiéndose, mientras sentía que la agonía de los últimos meses finalmente acabaría—. Perdóname, Kieran. Pero no te puedes imaginar lo que ha sido para todos. Buscarla día tras día y no encontrar ni rastro de ella. Zac está con ella también, ¿verdad? —Kieran asintió y Niall se recostó más relajado en el banco de madera para preguntar con una sonrisa—: ¿Está bien la loca de mi cuñada?
—Digamos que sí —sonrió Kieran sin querer desvelar lo que sabía. Eso lo tendrían que descubrir ellos—. Estuvo durante un tiempo bastante mal, todo el día llorando y gimiendo, pero ahora parece que la fuerza regresó a ella. Hace unos días, cuando le pedí que se encontrara con Duncan, me dijo tras coger un plato que si se me ocurría decirle algo me abriría la cabeza.
—¡Ésa es mi cuñada! —se carcajeó Niall mientras Myles asentía—. ¿Dónde está ahora?
—No muy lejos de aquí —señaló Kieran—. El problema se agravará cuando os vea llegar a vosotros sin Duncan. Está convencida de que él se va a casar con
lady
Marian en cuanto cumpla el plazo del
Handfasting
.
—Pero si
lady
Marian se marchó de Eilean Donan el mismo día que ella huyó —recordó Myles.
—Sólo os puedo decir que me ha sido imposible hablar con ella en referencia a ese tema —sonrió Kieran.
—Bueno, amigos —dijo Niall antes de brindar con ellos—. Creo que ha llegado el momento de enfrentarse a esa fierecilla.
Todos esbozaron una sonrisa que llevaban tiempo sin mostrar.
Aquella tarde, Niall, Kieran y Myles, tras cabalgar por el bosque, llegaron hasta lo que parecía una enorme piedra cubierta por espesa hiedra trepadora. Kieran apartó con las manos las tupidas hojas que ocultaban una grieta tan ancha como una puerta.
—¡Por todos los santos! —sonrió Niall sorprendido—. ¿Cómo conoces esto?
—Era uno de los escondites preferidos de mi abuelo —sonrió Kieran haciéndoles pasar al interior de aquella enorme piedra, tras la cual apareció un frondoso bosque oscuro—. Este escondite es algo que sólo conocemos unos cuantos.
—Y nosotros —asintió Myles haciéndoles reír.
De pronto, escucharon la voz de Zac, que en ese momento luchaba contra un árbol con su espada de madera. Kieran les indicó con un gesto que callaran y esperaran.
—Hola, Zac —saludó plantándose ante él con una grata sonrisa que el muchacho devolvió—. ¿Dónde está tu hermana?
—En el arroyo —respondió e indicó con la espada.
—Tengo una sorpresa para ti, pero tienes que estar callado, ¿vale?
El chico afirmó con un movimiento de cabeza y Kieran dejó que aquellos dos gigantes aparecieran ante él. Al verlos, Zac soltó rápidamente la espada y se tiró a los brazos de Niall, que lo recibió con cariño. Después fue Myles quien lo abrazó. Tras hablar con él, Niall le indicó que no avisara a Megan. Querían sorprenderla.
El calor hacía que Megan se refrescara en el arroyo. Apenas había podido descansar. La angustia generada a partir de las palabras de Kieran, la cercanía del plazo de su
Handfasting
y la próxima llegada del bebé le habían generado nuevas náuseas. Su aspecto volvía a ser algo demacrado. Sin ninguna preocupación, estaba sentada en la orilla, enrollada en la vieja capa de Angus.