Deseo concedido (60 page)

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Authors: Megan Maxwell

—¡Por todos los santos! —exclamó con incredulidad Marlob clavando los ojos en Shelma, que continuaba sentada observando el fuego.

—No te preocupes —susurró Niall, que cogió el papel que su hermano le tendía para que lo leyera—. ¿Cómo puede pensar esto Megan? ¿Acaso es cierto que no la amas y que deseas comenzar una nueva vida con Marian?

—¡Eso no puede ser cierto! —gritó Lolach, que cogió la carta para leerla. Una vez terminada, se acercó a su amigo para decirle con desagrado—: ¡Dime que esto no es cierto! Porque si realmente quieres volver con Marian y dejar a Megan, no volveré a hablarte.

—¡¿Realmente crees que yo quiero volver con Marian, amando como amo a mi mujer?! —rugió tan dolorido y enfadado que en ese momento se hubiera liado a golpes con cualquiera—. No lo entiendo, no sé qué ha pasado. ¿Por qué se ha ido?

—Yo te lo puedo explicar —susurró Shelma, que atrajo la mirada de todos—. Anoche, ella te vio con
lady
Marian antes de que os marcharais. Escuchó cómo ella te decía que la amabas y vio cómo os besabais.

—¿Cómo dices? —masculló Duncan con la mandíbula contraída.

—Cuando te marchaste, la francesa le gritó a mi hermana que nunca la amarías porque la amabas a ella, y que la abandonarías para retomar lo que tuvisteis en un pasado. —Con voz temblorosa, continuó—: Yo lo vi y lo escuché todo. Cuando me crucé con Megan en la escalera, supe por su mirada que no podía más. Por eso me fui a esperarla a las cuadras. Sabía que se llevaría su caballo.

—Oh,
milady
—susurró disgustado el padre Gowan—. Podíamos haberla retenido.

—¿Por qué no me lo dijiste, muchacha? —susurró Marlob.

—No pude, Marlob —negó mientras lloraba con desconsuelo en brazos de su marido—. Megan me hizo prometer que no le diría nada a nadie. Sólo podía decir algo cuando Duncan descubriera lo que había pasado. Ella me dijo que no pensaba volver, que buscaría a Zac y que me haría saber que lo había encontrado. Me pidió que te dijera que lo único que necesitaba de ti era su caballo, nada más.

—¡Por todos los santos! —exclamó Marlob—. ¿Qué has hecho, Duncan?

—¡Maldita sea! —bramó Duncan al sentir que el corazón se le partía en dos—. Yo no hice nada con esa arpía. Ella se abalanzó sobre mí para besarme. La voy a matar con mis propias manos por seguir arruinándome la vida. —Su mirada se posó entonces en Robert, que bajaba alertado por las voces—. Me da igual lo que hagáis o penséis de mí a partir de este momento, pero Marian no va a estar un instante más en mi casa.

—¿Qué pasa? ¿A qué se debe este jaleo? —preguntó en ese momento la francesa, que apareció junto a Miller y tras Robert. Tenía un ojo morado y un moflete hinchado.

—¡Maldito sea el día que te conocí! —vociferó Duncan. Con una rapidez que dejó a todos estupefactos, subió hasta donde ella estaba y, cogiéndola del brazo, la arrastró hasta abajo. Con el gesto desencajado, sentenció—: ¡Te odio como jamás he odiado a nadie! Ahora mismo saldrás de mi hogar y de mis tierras. No quiero volver a verte, porque si te vuelvo a ver… ¡te mataré!

—Te conozco y sé que no lo dices en serio —susurró la francesa sin llegar a entender aquel jaleo. Acercándose a él con descaro, dijo sorprendiendo a todos menos a Robert y Duncan—: ¿Podríamos solucionar esto tú y yo a solas?

—¡No me toques! —gritó Duncan apartándola de él con asco.

—¡Dios no te perdonará el daño que has hecho en este hogar! —intervino el padre Gowan dirigiéndose a ella, aunque Marian le miró de forma despectiva—. Ni Dios ni yo te perdonaremos si algo le ocurre a
lady
Megan.

Pero ella sólo tenía ojos para Duncan, que andaba de un lado para otro desesperado.

—¡Eres lo más rastrero que existe en toda Escocia! —gritó Niall, sorprendido por la falta de honestidad de aquella mujer. Acercándose a ella, dijo escupiéndola en la cara antes de salir por la arcada—: Si a mi cuñada le pasa algo, te juro que, si no te mata mi hermano, te mataré yo.

—¡Marian! —gritó Robert al bajar las escaleras—. Tu maldad no tiene límites, ¿verdad? Tienes unos instantes para vestirte. Saldrás inmediatamente de esta casa y de Escocia, aunque sea a nado.

—Pero… —dijo la francesa tartamudeando al sentir miedo por primera vez—, pero si está lloviendo.

—¡Da igual! —respondió con dureza Robert al ver la desesperación de Duncan.

La mujer corrió escaleras arriba con su hermano Jack. Entraron en la habitación, donde rápidamente se cambiaron de ropa e hicieron su equipaje.

—Duncan, amigo —susurró Robert—. Siento que, por ayudarme, vuestra vida sea ahora un auténtico calvario.

—No os preocupéis, Robert. Pero sacad a esa mujer cuanto antes de mi casa porque no respondo de mis actos. —Tras asentir con tristeza, Robert de Bruce se encaminó escaleras arriba dispuesto a ayudar a un buen amigo como Duncan, que volviéndose hacia Shelma preguntó—: ¿Sabes adonde ha podido ir?

—No lo sé —murmuró con los ojos hinchados de tanto llorar—. No me lo dijo, pero estoy segura de que ella sabía dónde buscar a Zac.

—¿Estás segura de que no te lo dijo? —preguntó Lolach desesperado por la situación que se había creado.

—¡Claro que estoy segura! —gritó mirándole con rabia—. ¿Acaso crees que si supiera dónde está mi hermana no la ayudaría?

—De acuerdo, tesoro —asintió mientras su amigo salía por la puerta principal—. No te pongas así.

Desesperado y sin saber qué hacer, Duncan salió al exterior para dejar que la lluvia lo empapara.

—¿Dónde estás, amor? ¿Dónde has podido ir? —susurró con desesperación mientras los truenos no paraban de retumbar.

Capítulo 42

Tras una agotadora galopada, cuando el sol comenzó a aparecer, Megan llegó a la pequeña aldea que Kieran le había indicado. Los aldeanos observaron a un jinete en su caballo y, sin prestarle demasiada atención, sólo pensaron que era un joven que pasaba por allí. Con los nervios a flor de piel y al sentir que el aliento le faltaba por saber si Zac estaba allí, al bajarse de Stoirm entró sin llamar en la casa señalada por Kieran.

—Buenos días —saludó con voz grave, sin quitarse la capucha, para hacerse pasar por un hombre—. Busco a Caleb Wallace.

—¿Quién le busca? —preguntó un pelirrojo que afilaba una espada.

—Un familiar de Zac Philiphs —respondió y vio cómo el hombre miraba al fondo de la habitación a modo de advertencia.

—Yo soy Caleb Wallace —dijo el pelirrojo, que dejó la espada sobre la mesa—. ¿Qué queréis de mí?

—Esto —dijo tendiéndole el mapa que Kieran le había dado. Echándose la capucha hacia atrás, vio cómo el pelirrojo cambiaba su expresión al descubrir que se trataba de una mujer—. Soy Megan McRae. Mejor dicho, soy Megan Philiphs, amiga de Kieran. Él me dijo que si alguna vez quería encontrarlo, sólo tenía que venir hasta aquí.

—¡Gracias a Dios! —sonrió el pelirrojo—. Os estábamos esperando.

En ese momento, la risa de Zac llegó hasta los oídos de Megan, que con lágrimas en los ojos se agachó a recibir a su hermano, quien con los brazos abiertos corría hacia ella.

—Has venido, Megan —sonrió abrazándola—. Sabía que tú me encontrarías.

Klon, el perro, corrió a saludarla.

—No vuelvas a irte a ningún lado sin decírmelo antes —le regañó Megan apretándole contra su cuerpo—. ¿De acuerdo, tesoro?

—Vale —asintió el niño—. No lo volveré a hacer. Sabía que me encontrarías, por eso te mencioné a Kieran en nuestra última conversación. —Sacando un pequeño mapa parecido al de ella, dijo con una sonrisa que la desarmó—: Lord Draco y yo llegamos sin ninguna dificultad. Caleb, al ver que llegaba solo, decidió esperar un par de días por si alguien venía tras de mí.

—Gracias, Caleb —asintió con una sonrisa Megan asiendo con fuerza la mano de su hermano.

—Me extrañó que un niño tan pequeño no viniera acompañado de un adulto —sonrió al responder, mientras observaba lo bonita que era aquella muchacha morena—. La última vez que hablé con Kieran, me pidió que, si alguna vez una mujer y un niño acudían a mí, yo les ayudase.

—¿Cuándo visteis a Kieran? —preguntó con curiosidad Megan.

—Antes de las fuertes nevadas,
milady
. Nos conocemos desde hace tiempo. Aunque no nos veamos muy a menudo, sabemos que tenemos un amigo para lo que necesitemos. Hace un tiempo recibí una nota de su parte: me necesitaba para solucionar unos problemas con referencia a su hermano. Fui en su ayuda. Entonces me mencionó que si alguno aparecíais por aquí, debía ayudaros y llevaros hasta él.

Megan suspiró y sonrió. Había encontrado a Zac. No quería pensar en nada más.

—Entonces, ¿adónde debemos dirigirnos?

—Os llevaré cerca de Aberdeen —respondió el pelirrojo. Al ver la cara de Megan, que parecía cansada por las oscuras bolsas que tenía bajo los ojos, señaló—: Creo que deberíais descansar esta noche. Mañana saldremos al amanecer.

—No —negó ella rápidamente. Quería poner la máxima tierra entre Duncan y ellos. Temía que la encontrara y nuevamente le creyera—. Prefiero que marchemos cuanto antes. Pero necesito que le hagáis llegar una misiva a mi hermana Shelma indicándole que encontré a Zac.

El pelirrojo asintió.

—¿Adónde queréis enviarla?

—Ella está ahora en Eilean Donan, pero allí va a ser difícil entregarla. Lo mejor será llevarla al castillo de Urquhart.

—No os preocupéis,
milady
—asintió Caleb entregándole un trozo de papel—. Mañana mismo esa nota estará en el castillo. Nos aseguraremos de que el servicio la encuentre y se la hagan llegar cuanto antes a su hermana.

—Gracias —dijo y escribió «Zac está conmigo. Te queremos». Lo dobló y se lo entregó.

—Iré a darle vuestra nota a uno de los hombres —señaló el pelirrojo. Dándose la vuelta para recoger sus cosas, añadió—: A mi regreso, saldremos hacia Aberdeen.

Al quedar solos, Zac la miró.

—¿Dónde está tu pelo? —preguntó con curiosidad—. ¿Tuviste que cortártelo por las liendres?

Megan sonrió.

—No, tesoro. Me lo corté porque estaba cansada de tenerlo tan largo.

—Estás más guapa ahora —dijo poniéndole tras la oreja un mechón negro que caía sobre su cara—. Seguro que si Duncan te viera ahora, se enamoraría otra vez de ti.

Aquello le pellizcó el corazón, aunque su mente le contestó: «Si antes no se enamoró de mí, ahora menos todavía». Pero con una sonrisa ayudó a su hermano a ponerse la ropa de abrigo antes de salir de nuevo al gélido clima de las Highlands.

Varios días después, tras mucha lluvia y mucho frío, llegaron a una gran casa, donde sus gentes sólo vieron entrar a dos hombres y un chiquillo. Caleb, que caminaba delante, fue el primero en entrar en el salón. Kieran escribía sentado a una mesa.

—¿Tendrías un poco de cerveza para un amigo? —dijo Caleb sorprendiéndole.

—¡Caleb! Bienvenido a tu casa —rio Kieran al verlo. Su sonrisa se congeló al descubrir tras él a Megan y al pequeño—. ¡Por todos los santos!

Pasado el primer momento de confusión, Kieran abrazó a Zac, que se apresuró a contarle cómo había llegado hasta Caleb él solo. Después, Kieran le pidió a su amigo que se llevara al niño a las cocinas a tomar un buen trozo de pastel.

—Ven aquí, Megan —susurró Kieran.

Ella, sin poder contener más su pena, su angustia y su cansancio, se echó en sus brazos para llorar desconsoladamente. Una vez que descargó su tristeza ante un Kieran que la consoló con cariño, consiguió dejar de llorar.

—No consigo entender lo que me cuentas —dijo Kieran al conocer lo ocurrido—. ¿Cómo va a preferir Duncan vivir con una mujer como Marian antes que contigo? Ella le utilizó para llegar hasta la cama de Robert de Bruce.

—Créeme —asintió limpiándose las lágrimas—, porque así es. La quiere a ella, siempre la ha querido y yo ya no tengo lugar ni en su vida ni en su casa. ¿Por qué quedarme allí? ¿Acaso debo esperar a que me humille ante todo el mundo?

A Kieran le resultaba difícil entender aquello.

—Megan, es posible que estés equivocada —replicó sintiéndose afectado al verla tan hundida y vulnerable—. La última vez que hablé con él, Duncan admitió que conocerte había sido lo mejor que le había pasado.

Escuchar aquello hizo que Megan comenzara de nuevo a llorar.

—Pues siento decirte que te mintió también a ti —aseguró—. Kieran, por favor. Necesito que me escondas. Quedan tres meses para que se cumpla el plazo de nuestro
handfasting
. Una vez que pase ese tiempo, quiero volver a Dunstaffnage. Necesito olvidarme de él, tanto como él de mí.

—¿Estás segura? —preguntó preocupado al ver la falta de vitalidad en sus ojos—. Creo que deberías hablar con él, podemos mandarle una misiva indicándole que te encuentras aquí. Seguro que Duncan está buscándote desesperado.

—¡No quiero que lo avises! —chilló comenzando a llorar—. Si he venido es porque una vez me dijiste que tenía en ti a un amigo para lo que necesitara. Si no es así, de nada sirve que continúe en tu casa.

Incapaz de negarle ayuda, Kieran decidió protegerla, convencido de que cuando Duncan o cualquier McRae se enterase, aquello le traería más de un problema.

—De acuerdo, Megan. Te ayudaré —asintió tomándola de la mano—. Cuando anochezca, te llevaré a un lugar muy tranquilo donde nadie te encontrará. Pero, pasados esos tres meses, prométeme que volverás a Dunstaffnage. No puedes vivir toda tu vida escondida.

—Te lo prometo, pero ahora… ¡quiero olvidarme de él! —gimió y comenzó de nuevo a llorar, haciendo sentir a Kieran como un tonto. No sabía qué hacer para que aquellos lloros e hipos acabaran—. ¡Necesito olvidarme de él! ¡Le odio!

—Tranquila, Megan —susurró abrazándola con ternura mientras dudaba de que realmente Duncan se quisiera olvidar también de ella.

Capítulo 43

La marcha de
lady
Marian fue un agradable respiro para todos. La misiva para Shelma fue recibida por Ronna. Mael se desplazó con urgencia hasta Eilean Donan para entregársela a la muchacha, que respiró aliviada al saber que sus hermanos estaban juntos. Mientras, Duncan maldecía desesperado por ser incapaz de encontrarla. Pasada una semana, la rabia y el enfado de Duncan no dejaban de crecer. Pero, pasado un mes, ya era insoportable. No dormía, no comía y únicamente daba órdenes y bramidos.

No podía dejar de pensar en ella, en su sonrisa, en sus besos cariñosos, en su mirada picara cuando lo retaba, o en sus ojos al mirarlo con amor. ¿Por qué no había sabido cuidar aquello que tanto añoraba ahora? ¿Por qué había tardado tanto en darse cuenta de que ella era su verdadero amor?

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