Authors: Megan Maxwell
El retumbar de un trueno hizo que Megan despertara sobresaltada. ¡Kieran! Zac había ido en busca de Kieran. Al notar que la angustia remitía, se levantó, se lavó la cara y salió al pasillo para dirigirse hacia el salón. Desde lo alto de la escalera, Megan miró por uno de los ventanucos. Parecía no haber nadie. Comenzó a bajar las escaleras hasta que unas voces llamaron su atención. Asomándose por otro ventanuco observó a Duncan y a Marian hablar cerca del gran hogar.
—¿Entonces quieres que me vaya? —preguntó
lady
Marian con voz sinuosa.
—Sí —asintió Duncan poniéndose la capa para salir al exterior—. Es lo mejor que puedes hacer.
—Sabes que yo podría hacerte más feliz que ella. Tú y yo siempre nos hemos llevado muy bien. ¿No recuerdas los buenos momentos vividos? —susurró. Un movimiento atrajo su atención y vio a Megan esconderse tras el ventanuco.
—Eso pertenece al pasado —musitó Duncan, preocupado por su mujer.
Lady
Marian, consciente de que Megan les observaba, decidió quemar sus últimas naves. Acercándose demasiado a él, le dijo:
—De ella no vas a conseguir todo lo que yo te puedo dar, ¿sabes? Nunca he olvidado tus besos y tus caricias cuando hacíamos el amor.
—Marian, ¡basta ya! —susurró con voz ronca, cansado por las continuas insinuaciones de esa mujer—. No quiero hablar de ello. Intenta olvidarte de mí, como yo he intentado olvidarme de ti.
—¿Has dicho «intentado»? —gritó Marian, feliz.
¡Por fin! Había encontrado la forma de hacerle daño, a pesar de que tenía muy claro que Duncan no volvería con ella nunca porque se había enamorado locamente de su mujer. Ella insistió aferrándose a uno de los fuertes brazos del guerrero.
—Eso quiere decir que aún me quieres. ¡No puedes negarlo! Me deseas, Duncan. No has podido olvidarte de mí porque yo soy más importante que tu mujer. Ella ocupa tu dormitorio y yo ocupo tu corazón. ¡No lo niegues!
—¡Basta ya! —exclamó él, enfadado—. Me rompiste el corazón una vez. ¿Qué más quieres? Te he deseado y añorado más de lo que nunca podrás imaginar, pero eso ya se acabó. Tú decidiste tu futuro. ¡Déjame disfrutar del mío!
—No, mi amor —susurró Marian, que acercó tentadoramente su boca a la de Duncan instándole a besarla.
Durante unos instantes, él se resistió. Ella, incapaz de aceptar ese rechazo, capturó su boca y lo besó con desesperación hasta que él se echó hacia atrás asqueado.
—¡No vuelvas a acercarte a mí nunca más! —siseó, indignado.
Duncan se dio la vuelta, salió al exterior, donde le esperaba su caballo, y se marchó.
Con la felicidad instalada en su cara,
lady
Marian se volvió hacia las escaleras y gritó:
—¿Has escuchado bien, gitana? Me quiere y me desea a mí. Tú eres un simple capricho que tarde o temprano olvidará. Porque no eres mujer para él. Por mucho que intentes retenerlo a tu lado, un hombre como Duncan no tardará en abandonarte. Y me buscará.
Con gesto inexpresivo Megan aceptó la derrota.
—A partir de este momento, francesa, es todo tuyo —susurró Megan, y dándose la vuelta comenzó a subir todo lo dignamente que pudo las escaleras.
Por el camino, se encontró con Shelma. La miró un instante y pasó junto a ella sin dirigirle la palabra. Dolorida y humillada, ni lágrimas le quedaban.
Fuera de los muros del castillo, una terrible tormenta descargaba sobre las aguas de los lagos que bordeaban Eilean Donan. Los truenos retumbaban y los rayos caían e iluminaban continuamente las montañas.
Megan abrió los postigos de la ventana. Dejó entrar el frío y la lluvia dentro de la habitación, exponiéndose a la violenta tormenta con los ojos cerrados.
Cuando notó que el frío atenazaba sus manos y comenzaba a temblar, cerró los postigos y se sentó ante el hogar. Con una inmensa pena en el corazón, miró a su alrededor y detuvo sus ojos en las mismas cosas que la primera vez que entró allí. Tras un rato en el que su mente bullía con cientos de ideas, se levantó con cuidado y se miró en el espejo. Lo que vio no le gustó nada. Su pelo estaba hecho un desastre, y su cara, blanca y desencajada. Con una sonrisa torcida, pensó en
lady
Marian. Eran dos mujeres diferentes en todo, incluso en el amor. Volver a pensar en ella le encendía y consumía el corazón. En un arranque de furia, se quitó el anillo que Duncan le había regalado y lo dejó encima de la mesilla.
Indecisa, se sentó en la cama para intentar ordenar sus ideas. Finalmente, se levantó y sacó del armario su vieja bolsa de lona. Allí estaban sus pantalones de cuero, una camisa, una chaqueta, unas botas altas y la capa de piel que perteneció a su abuelo. También el mapa que le dio Kieran, donde le marcaba una aldea cercana a Eilean Donan, y el nombre de la persona por la que tenía que preguntar para llegar hasta él. Con rapidez, se despojó de sus ropas y se vistió con aquellas que tanto había utilizado tiempo atrás, ajustándose el cinturón de su espada y las correas para el carcaj en su espalda. Cuando terminó, volvió a mirarse al espejo. Esta vez, una sonrisa escapó de sus labios. ¡Aquélla sí era ella! ¿Por qué negarlo?
Pensó en cómo salir del castillo sin ser vista, mientras metía en la bolsa las cosas que trajo a su llegada. No deseaba nada de Duncan McRae. Salir por la cámara secreta de Marlob no le servía. Llevaba directamente al lago, y ella necesitaba llegar hasta su caballo Stoirm. Mientras pensaba en cómo salir, se miró de nuevo al espejo y observó cómo su larga trenza oscura le caía por la espalda. Sin pensarlo dos veces, cogió su daga y se la cortó.
Cogió un papel y, con el corazón en un puño, comenzó a escribir una nota para su marido. Cuando terminó, la dejó junto al anillo y la trenza. Echó un último vistazo a aquella habitación, y cerró la puerta con los ojos llenos de lágrimas.
Antes de llegar al salón, se cubrió con la capa y la capucha. Se cruzó con Fiorna y, como había supuesto, no la reconoció, confundiéndola con alguno de los guerreros. Más tranquila, llegó hasta los establos. Allí, Stoirm, al olerla, rápidamente la saludó.
—Hola, Stoirm. ¿Estás preparado para un largo paseo? —susurró tocándole el cuello con cariño mientras cogía unas riendas de lord Draco.
—¿Pensabas que podrías marcharte sin mí?
Aquella voz la sobresaltó.
—Sí —respondió Megan, que reconoció la voz de su hermana antes de volverse—. No pensé que quisieras mojarte para buscar a un niño maleducado.
—¡Basta ya! —Comenzó a llorar al escucharla—. ¡Oh, Megan! ¿Qué le habrá pasado? Estoy tan arrepentida por todo lo que dije que quisiera morirme. Yo os quiero. ¡Os quiero muchísimo! Y no admito que tú o él penséis lo contrario. ¡Por favor, Megan! ¡Perdóname!
Conocía a su hermana mejor que nadie en el mundo y sabía que se sentía mal, muy mal.
—Ven aquí, tonta. Deja de llorar, no te conviene en tu estado —murmuró Megan abrazándola—. Yo nunca he dudado de que me quisieras, pero Zac es un niño y escuchar tus palabras le ha desconcertado muchísimo. A mí no me tienes que dar explicaciones, pero a él sí deberás dárselas cuando le vuelvas a ver. Porque él te adora, y no entiende que por sus actos tú hayas dejado de quererle. Shelma, quiero que sepas y recuerdes que yo siempre te he querido, y siempre te voy a querer. Si alguna vez me necesitas para lo que sea, siempre voy a estar ahí. ¿Me has entendido? Ahora, vuelve dentro. Cuando lo encuentre, te lo haré saber.
—¿Qué dices? ¿Cómo que me lo harás saber? —susurró fijándose por primera vez en su hermana—. Megan, ¿qué le has hecho a tu pelo? Oh…, Dios mío. ¡No!
—Escúchame —dijo sentándola encima de una bala de paja para que se relajara—. Voy a buscar a Zac, pero no volveré junto a Duncan. —Tapándole la boca para que no la interrumpiera, continuó—: Hoy me he dado cuenta de que estoy entorpeciendo la felicidad de Duncan y esa francesa. La quiere y la desea a ella, no a mí. Además, ella tiene razón, nunca voy a tener la clase ni el saber estar que Duncan necesita para él. Por ello buscaré a Zac, esperaré a que Duncan anule nuestros votos matrimoniales y comenzaré una nueva vida.
—¡No, por favor! —comenzó Shelma a sollozar al escuchar aquello—. No hagas eso. No te alejes de mí. ¿Qué voy a hacer yo sin ti? Duncan te quiere y, cuando vea que te has marchado, irá a buscarte. Lo sé, Megan, sé que te quiere. ¿Cómo va a preferir a la arpía esa antes que a ti? —Agarrándola con desesperación, exclamó—: ¡No te dejaré marchar! Si tú te vas, yo me voy contigo.
—No, Shelma. No voy a permitir que vengas conmigo —negó tajantemente viendo a su hermana llorar—. ¡No digas tonterías! Tu lugar está junto a Lolach. Él te quiere y tú a él. ¿Por qué romper algo tan maravilloso? Y menos cuando un bebé está en camino. Shelma, escúchame, por favor. Necesito que no digas nada de mi marcha. Se darán cuenta seguramente cuando Duncan regrese. ¡Por favor! —Tras darle un beso, dijo mientras se subía a Stoirm—: Cuando todo se descubra, dile a Duncan que lo único que quiero de él es este caballo. Y tú no te preocupes por mí. En cuanto encuentre a Zac, te lo haré saber. Adiós, Shelma, te quiero.
—Yo también te quiero —respondió llorando desconsoladamente mientras veía a su hermana desaparecer a lomos de aquel caballo entre la oscuridad, sintiendo que su vida se desmoronaba y la de su hermana también.
Cuando consiguió dejar de llorar, hizo con rabia lo que su hermana le pidió, volver al castillo sin decir nada a nadie. Al entrar en el salón, Marlob bajaba por las escaleras junto al padre Gowan.
—Shelma, ¿sabes dónde está Megan? —preguntó el anciano, que observó los ojos enrojecidos de la muchacha.
—Está durmiendo en su habitación. Se encontraba desfallecida —respondió hundiéndose en los brazos que Marlob le ofrecía mientras lloraba con un desconsuelo que dejó perplejo al anciano.
—Es mejor que descanse —asintió el padre Gowan.
—¿Qué os pasa, Shelma? —preguntó en ese momento
lady
Marian acercándose a ella. Shelma siempre había sido simpática, todo lo contrario que la idiota de su hermana.
—Está preocupada por Zac —respondió secamente Marlob. Odiaba a aquella mujer y se alegró al ver el ojo morado que le había dejado de recuerdo Megan.
—Oh, no lloréis, bonita —dijo la francesa acercándose a ellos para tocarle el cabello.
—¡No me toques, asquerosa! —dijo Shelma revolviéndose. De un puñetazo, tiró a Marian al suelo, dejándola atontada durante unos instantes. Agachándose junto a ella, le dijo con rabia cerca de su cara—: Ten por seguro que voy a hacer todo lo posible para que desaparezcas de Escocia y no vuelvas nunca más.
Lady
Marian se levantó con sangre en la boca. Sin decir nada, se fue corriendo hacia su habitación. Marlob y el padre Gowan le preguntaron sorprendidos a Shelma por qué había actuado así.
—Por mi hermana y porque se lo merecía —respondió escuetamente.
Sin más que hablar, los tres se sentaron junto al hogar a esperar.
La lluvia y los truenos asustaban a Stoirm, pero Megan le guio con seguridad y no lo dejó dudar. En varias ocasiones, se cruzó con varias patrullas que buscaban a Zac, pero en cuanto desaparecían de su vista reanudaba la carrera, muy segura de dónde tenía que ir para encontrarlo. Pasado un buen rato, supo que se había alejaba del castillo cuando dejó de ver patrullas tan a menudo. En ese momento, tuvo la seguridad de que había escapado de Duncan, por ello sacó la rienda que había cogido de lord Draco, se la dio a oler a Stoirm, y le susurró al oído:
—Busquemos a lord Draco y a Zac. ¡Por favor!
Cuando el sol comenzaba a hacer su aparición, Duncan, Lolach y Robert regresaron al castillo. Cabizbajo, pensaba cómo explicarle a Megan que no había encontrado a Zac. Al llegar al patio del castillo, Robert le dio una palmada en la espalda para animarlo. Se lo agradeció con una pequeña sonrisa. La preocupación regresó a su rostro en cuanto entró en el salón y vio a Marlob, Sarah, el padre Gowan y Shelma sentados ante el gran hogar. Robert, Arthur y otros hombres subieron las escaleras agotados. Necesitaban quitarse la ropa mojada y descansar. Shelma se quedó mirando a Duncan, que movió la cabeza hacia los lados y le indicó que no habían encontrado a Zac. Sin saber por qué, ella se levantó y, acercándose a él, le dio un abrazo. Luego, cogió la mano de su marido, se lo llevó de nuevo junto al hogar y se sentó.
—¿Dónde se habrá metido este muchacho? —susurró preocupado Marlob.
—Ni siquiera conseguimos encontrar un rastro —indicó Lolach, percibiendo la angustia en los ojos de su mujer, que callada a su lado les observaba—. Las continuas lluvias han borrado cualquier pista.
—No sé cómo se lo voy a explicar a Megan —dijo con desesperación Duncan frotándose los ojos mientras comenzaba a subir las escaleras.
Shelma le observó y comenzó a sollozar.
Pocos instantes después, se escuchó un terrible alarido procedente de arriba. En ese momento, Lolach miró a su mujer y supo que ella sabía el porqué.
Incrédulo por lo que tenía en sus manos, Duncan comenzó a dar patadas a todo lo que había en la habitación. ¡Ella se había ido! Desesperado, abrió el armario y comprobó que la ropa de Megan continuaba allí. Pero al mirar en la esquina y descubrir que la espada y el carcaj no estaban en su lugar, supo que se había marchado.
Con manos temblorosas, comenzó a leer de nuevo la escueta carta.
Duncan:
El año de nuestro Handfasting termina en tres meses, pero creo que es absurdo que continuemos juntos amando como amas a lady Marian. Aquí tienes el anillo de boda de tu madre para que se lo puedas entregar a tu esposa y dueña de tu corazón.
Antes de marcharme te dejo lo único que nunca te decepcionó de mí y siempre te gustó: mi cabello.
Por favor, no me busques. No quiero volver a verte, ni saber nada más de ti. Espero que seas feliz.
Megan
Con toda la rabia acumulada por lo ocurrido, abrió la arcada de su habitación con tal fuerza que casi la arrancó de la pared. Con la nota en la mano y bajo la atenta mirada de todos los que estaban en el salón, bajó los escalones de cinco en cinco con la mirada de un loco.
—¿Qué ocurre, Duncan? —preguntó Marlob al verle en aquel estado de desesperación.
—¡Se ha marchado! —vociferó fuera de sí, asustando a Shelma por la agresividad que mostraba—. ¡Maldita cabezona! La mataré cuando la encuentre.
—Si piensas eso, nunca la encontrarás —aclaró el padre Gowan mirándole con dureza.