Despedida (7 page)

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Authors: Claudia Gray

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

Lucas y yo nos miramos. Ningún vampiro estaba vigilando el cuartel general. Yo había dejado los pájaros. ¿Por qué no había puesto más cuidado a la hora de deshacerme de ellos? Lo había intentado, pero no había tenido muchas más opciones.

A partir de ahora mi suministro de sangre quedaba interrumpido, y eso significaba que nos quedaba poco tiempo para planificar nuestra huida.

Capítulo cinco

E
sa noche, mientras intentaba conciliar el sueño, no dejaba de repetirme: «Dispones de cinco días. Pudiste aguantar sin sangre todo ese tiempo cuando abandonaste la Academia Medianoche. Por lo tanto, ahora también puedes. Además, la Cruz Negra me ha puesto a patrullar. Saldré casi todos los días y seguro que entonces tendré oportunidades de alimentarme. Todo irá bien».

No podría haber estado más equivocada.

Para empezar, mi sed de sangre había ido en aumento. Solo llevaba un mes en la Cruz Negra, pero mi cuerpo no paraba de experimentar cambios. Mi parte vampírica se iba haciendo más fuerte al tiempo que mi parte humana se iba debilitando.

Cuando bebí por primera vez la sangre de Lucas, mi madre me dijo: «Has girado el reloj de arena». Con eso quería decir que el hecho de haber probado la sangre humana había despertado mi naturaleza vampírica. Si hasta ese momento había sido una adolescente más o menos normal —que, no obstante, se bebía un vaso de cero positivo con la cena—, ahora ya no lo era.

Se me había aguzado tanto el oído que podía oír los susurros de gente alojada a varios compartimentos del de Raquel y el mío. Tenía la piel tan blanca que un par de personas habían bromeado al respecto, como cuando Dana dijo que eso era lo que le ocurría a la gente blanca cuando intentaba vivir bajo tierra. Alguna que otra vez las patrullas de la Cruz Negra cruzaban los puentes del río East para vigilar los barrios de Brooklyn y Queens; la sola idea de cruzar agua en movimiento me revolvía el estómago. Me alegré de que los lavabos del cuartel general de la Cruz Negra no tuvieran espejos, porque sospechaba que mi reflejo estaba empezando a desvanecerse.

Mis padres me habían advertido de lo que les ocurría a los vampiros que no bebían sangre. Seguían transformándose, deformándose, hasta adquirir el aspecto de los típicos monstruos: criaturas blancas y esqueléticas con uñas como garras. Se les caía el pelo. El hambre hacía que los colmillos asomaran constantemente. Lo peor era la locura; cuando, por la falta de sangre, los vampiros alcanzaban un estado de auténtica inanición, perdían la cabeza. Pasaban de comportarse más o menos como seres humanos a actuar como animales salvajes, sin conciencia ni moderación. Hasta un vampiro bueno podía convertirse en un asesino si pasaba mucho tiempo privado de sangre.

Sí, así es como tus padres vampiros consiguen que dejes limpio el plato cuando eres un bebé. Aquellas historias eran lo bastante espeluznantes para hacerme apurar el vaso de cero positivo sin rechistar. Ahora, ese horror de la infancia había vuelto, y cada día me preguntaba: «¿Puede ocurrirme eso pese a no ser aún una vampira completa? ¿En qué aspectos soy diferente? ¿En qué aspectos soy igual? ¿Cómo puedo seguir con mi vida sin saberlo?».

Ni siquiera cuando salía a patrullar con la Cruz Negra conseguía comer. Siempre me emparejaban con alguien que no era Lucas. Noche tras noche, íbamos a lugares que no me ofrecían la posibilidad de ir en busca de alimento. Nunca me obligaban a presenciar el asesinato de un vampiro, lo cual era de agradecer, pero a esas alturas estaba tan hambrienta que me había vuelto egoísta. Lo único que quería era beber, y no podía.

A los cinco días estaba desesperada. Fue la noche que a Lucas y a mí nos tocó finalmente patrullar juntos.

—Deberíamos regresar aquí cuando volvamos a tener tiempo libre —dijo Dana antes de que el grupo empezara a patrullar. Aunque ya era de noche, las calles hervían con el calor de junio. Tenía la espalda cubierta de sudor—. Porque parece un buen lugar para salir de juerga.

Estábamos rodeados de discotecas y bares, unos de aspecto cutre y otros muy caros y elegantes. No parecía que hubiera un término medio.

—Seguro que me preguntarían la edad.

—Un poco de maquillaje lo arreglaría —insistió Dana—. Oye, ¿estás bien?

—Un poco cansada. Hoy me han hecho escalar el muro dos veces.

Dana me golpeó el hombro.

—Están haciendo de ti una chica dura.

Lucas miró de reojo a nuestro líder de esa noche: Milos, uno de los tenientes de Eliza, un tipo larguirucho con el pelo y la barba de un rubio casi blanco.

—Me gustaría llevarme a Bianca por la parte este —le dijo—. ¿Te parece bien?

«Di que sí, por favor, di que sí. Lucas puede ayudarme a encontrar algo de comer, sé que puede…».

—Como quieras —dijo Milos. Su sonrisa era cómplice, casi burlona, pero me dio igual. Si quería pensar que nuestra intención era enrollarnos, adelante. Ya me habría gustado poder permitirme ese lujo.

Los demás murmuraron e intercambiaron risitas, pero nadie nos detuvo cuando le cogí la mano a Lucas y nos adentramos en la oscuridad. En cuanto estuvimos solos, Lucas dijo:

—Tienes muy mala cara.

—Probablemente debería enfadarme por el cumplido, pero sé que tienes razón. —Estaba tirando de mí por la acera, por debajo de unos árboles menudos plantados dentro de unos pequeños recuadros. De los pisos circundantes nos llegaban retazos de música de salsa de ritmos diferentes, como una competición de latidos—. Si no consigo alimento ya, me volveré loca.

—Cerca del cuartel general hay un hospital. He pensado que podría entrar en el banco de sangre, como hicimos el año pasado, ¿recuerdas?

Era una buena idea a largo plazo, pero necesitaba una solución más inmediata.

—Lucas, no puedo esperar. Lo digo en serio. Tengo que beber sangre esta noche.

Se detuvo y nos miramos fijamente durante unos segundos. Tenía el cuello de la camiseta manchado de sudor y sus cabellos dorados oscurecidos como la noche. Me acarició la mejilla con el pulgar. Me sorprendió lo caliente que estaba en comparación conmigo.

Con la voz entrecortada, dijo:

—Yo cuidaré de ti.

—Lo sé. —Confiaba plenamente en él—. Pero ¿cómo? ¿Hay algún lugar por aquí donde podamos cazar algo?

—Vamos.

Lucas apretó resueltamente el paso mientras tiraba de mí. Al cabo de dos manzanas el bullicio remitió; ahora estábamos lejos de las calles principales, más cerca del agua.

Llegamos a un local que tenía las ventanas tapadas por dentro con papel de periódico y letreros que rezaban:
SE ALQUILA
. Lucas se detuvo.

—Parece que no hay nadie —dijo, sacándose del bolsillo de los vaqueros una ganzúa de hierro—. Lo que significa que es probable que la alarma no esté activada.

—¿Por qué quieres entrar ahí?

—Para tener privacidad.

Lucas forzó la cerradura en tan solo cuatro segundos. Recordé mi pobre intento de robo de hacía un año y envidié su destreza.

Nos colamos en el local y Lucas cerró inmediatamente la puerta tras de sí. Las luces de la calle brillaban a través de las hojas de diario, proyectando una tenue luz dorada. Los suelos de madera estaban viejos y sin encerar, y una barra de bar abandonada cubría una de las paredes. Detrás de la barra había un espejo moteado, y me detuve delante de él para mirarme. Solo era una sombra, un perfil plateado. Como un fantasma.

«Este era el aspecto de Patrice cuando pasaba mucho tiempo sin beber sangre —pensé—. Nunca creí que podría ocurrirme a mí. ¿Por qué no comprendí entonces lo que significaba ser una vampira?».

—Bien —dijo Lucas. Parecía nervioso—. Ya estamos solos.

Le sonreí, aunque me sentía triste.

—Ojalá pudiéramos hacer algo más con esta oportunidad que alimentarme —dije. Los besos de Lucas quedaban muy lejos; eran un recuerdo casi demasiado bonito para que pudiera seguir perteneciendo a mi vida real—. ¿Qué vamos a hacer? ¿Tienes un plan?

—Sí. Vas a beber de mí.

Por un momento pensé que no había oído bien. Ya había bebido de su sangre con anterioridad, dos veces para ser exactos. Y fue una experiencia, en ambas ocasiones, increíblemente intensa. Beber sangre era sensual, incluso sexual. Antes de eso solo había bebido la sangre de otro chico, Balthazar, y eso era lo más cerca que había estado de hacer el amor. Pero lo que ocurrió entre Balthazar y yo era puramente físico. Con Lucas, los sentimientos hacían que la experiencia resultara mucho más fuerte.

Por tanto, debería estar dando saltos de alegría, ¿no? Pues no.

Las dos veces que había bebido la sangre de Lucas estaba bien alimentada. Si perdí el control con él fue debido a la pasión, no al hambre. El mismo amor que me impulsó a morderle fue el que me impulsó a detenerme antes de que pudiera hacerle daño. Ahora, dominada por una sed salvaje que me estrujaba por dentro, no estaba segura de poder detenerme.

—Es peligroso —le dije—. Deberíamos buscar otra manera.

—No hay otra manera. —Lucas levantó lentamente la camiseta y se la quitó. Sabía que lo hacía porque no quería manchársela de sangre, pero la proximidad de su cuerpo semidesnudo me dejó sin respiración. La luz dorada a nuestra espalda acentuaba su silueta firme y musculosa—. Confío en ti.

—Lucas…

—Hazlo. —Se acercó un poco más a mí—. Esta es la única manera que tengo de cuidar de ti. Deja que cuide de ti.

Sacudí la cabeza.

—No lo entiendes. Esta vez es diferente. Estoy muerta de hambre.

—¿Solo me muerdes cuando no tienes hambre?

Recordé las dos ocasiones en que había bebido de él: una después del Baile de Otoño, cuando nos estábamos besando apasionadamente por primera vez, y la otra cuando estábamos a solas en una de las torres de Medianoche, abrazados.

—Aquello fue diferente.

—No tiene por qué. —Me tomó en sus brazos y me besó.

Fue un beso muy diferente de todos nuestros demás besos. Más duro, casi violento. Separó mis labios con sus labios y me apretó contra su cuerpo. No podía rechazarle, no podía pensar, no podía moverme, no podía hacer nada salvo entregarme a su beso. Cuánto había echado de menos todo eso, el sabor de su boca, el olor de su piel, el tacto de sus grandes manos.

Cuando su boca descendió por mi garganta, siguiendo la línea de la yugular, susurré:

—Vas a conseguir que pierda el control.

—Esa es la idea.

—Lucas… no…

—Si para que me muerdas tienes que perder el control, te haré perder el control. —Posó las manos en la curva de mis senos—. ¿Hasta dónde tengo que llegar?

El instinto me venció. Lo arrastré hasta el suelo y los viejos tablones crujieron suavemente bajo nuestro peso. Tumbado debajo de mí, Lucas me cubría la frente y las mejillas de besos mientras yo le acariciaba el pelo y aspiraba el olor de su cuerpo. Podía oír los latidos acelerados de su corazón. Podía oler su sangre. Más animal que humana, apreté mi cuerpo contra el suyo para sentir su calor.

—Hazlo, Bianca —me susurró al oído—. Vamos. Sé que quieres hacerlo. Quiero que lo hagas.

«Para, para, para. Tendré que parar a tiempo, no sé si puedo parar, no quiero que me suelte nunca, no quiero que esto pare…».

Le mordí el hombro y la sangre se precipitó en mi boca.

«Sí». Eso era lo que tanto había necesitado, lo que tanto había deseado. Oía gemir a Lucas, pero no sabía si era de dolor o de placer. Temblando, succioné con más fuerza y bebí un trago detrás de otro. Su sangre era tibia y dulce, más pura que cualquier otra cosa en el mundo. Era vida. Podía sentir cómo mi cuerpo se iba recuperando conforme la vida de Lucas penetraba en mí.

Apreté sus manos contra el suelo y entrelazamos los dedos.

—Bianca —me susurró con voz trémula.

Bebí con ansiedad. Era el summum: hambre y satisfacción a un mismo tiempo, inseparables. ¿Qué más podía desear?

—Bianca…

«¡Para, para, para!».

Me separé justo en el momento en que la cabeza de Lucas caía hacia un lado. Recuperando bruscamente la cordura, me hice a un lado y le di unas palmaditas en la mejilla.

—Lucas, ¿estás bien?

—Dame solo… un seg…

—¡Lucas!

Trató de apoyarse en un codo, pero volvió a derrumbarse. Respiraba demasiado deprisa y ahora estaba más pálido que yo. En cambio, yo tenía la piel sonrosada gracias a la vida que le había robado al hombre que amaba.

Me sentí culpable.

—Señor, no debí hacerlo.

—No digas eso —repuso Lucas arrastrando la voz—. Teníamos que… salvarte.

Me senté y le palpé el cuello. El pulso era regular, aunque rápido. No había ido demasiado lejos, pero podría haberlo hecho. Sabía que era un acto peligroso.

—Esto no puede repetirse —dije mientras acunaba su cabeza en mi regazo. Su hombro supuró algunas gotas de sangre pero resistí la tentación de lamerlas—. Buscaremos otra solución, ¿entendido?

—No ha estado tan mal. —Al ver la sonrisa de Lucas, el corazón me dio un vuelco—. De hecho, no ha estado nada mal.

En otros tiempos me habría alegrado enormemente oírle decir eso. Pero ahora conocía mejor a Lucas, y sus prioridades, y por eso tenía la obligación de prevenirle.

—Recuerda que si alguna vez me paso podría matarte. Y ahora que una vampira te ha mordido varias veces, podrías convertirte también en vampiro.

Lucas guardó silencio. Si yo ya no quería convertirme en una vampira completa, Lucas todavía menos. Preferiría morir antes que eso.

—De acuerdo —dijo al fin—. Miraré lo del banco de sangre del hospital. Pero tú te encuentras mejor, ¿verdad?

—Sí. —Ahora que había bebido sangre humana, sabía que podría aguantar un tiempo, aunque no demasiado. Lucas había arriesgado su vida para conseguirme unos días. ¿O tenía otras razones además de esa? Con voz queda, le pregunté—: ¿Sientes ahora el deseo de que te muerda? ¿Es algo que querías que te hiciera?

No podría reprochárselo si así fuera. Balthazar había bebido mi sangre dos meses atrás y recordaba lo excitante que había sido. Pero si Lucas empezaba a desear mis mordiscos tanto como yo deseaba morderle, tendríamos que poner en práctica el autocontrol.

Lucas meditó la pregunta.

—No estoy seguro —dijo al fin—. La principal razón de que quiera hacerlo es cuidar de ti. Y luego está el hecho de que lo encuentro increíblemente erótico.

Sonriendo, lamí las últimas gotas de sangre de su hombro.

—Lo es.

—Cada vez que lo hacemos me vuelvo un poco más fuerte. —Nos miramos—. Estoy más cerca de ser como… como tú. De comprender, tal vez, sin necesidad de convertirme en vampiro.

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