Eso significaba que estaba en mis manos salvarle.
«¿Puedo hacerlo? ¿Puedo realmente clavar una estaca a otro vampiro?». Me parecía tan imposible, tan salvaje. Pero si era la única forma de salvar a Lucas tendría que sacar coraje de donde fuera.
La mano me tembló cuando me acerqué a ellos. Tenía la palma empapada en sudor, lo que me impedía sujetar la estaca con firmeza. Si pudiera tener un blanco claro, el camino despejado para dar el golpe…
El miedo y los nervios se sumaron a mis náuseas y el mundo se tambaleó a mis pies. No me desmayé, pero perdí el equilibrio y tuve que aferrarme a la pared para no caer. La estaca se estrelló contra el suelo; no podía sostenerla.
—¿Bianca? —Lucas me miró con cara de terror.
El vampiro aprovechó el momento para propinarle un empujón, y Lucas cayó al suelo. Horrorizada, me lancé hacia ellos; si el vampiro pensaba embestir de nuevo a Lucas, encontraría la fuerza necesaria para apartarlo. Pero el vampiro se lo repensó y huyó, dejándonos solos en el callejón.
Lucas se arrastró hacia mí. Yo estaba a cuatro patas, en medio de la basura, y el olor era tan insoportable que pensé que iba a vomitar. La cabeza me pesaba demasiado para poder levantarla. Las puntas de mis cabellos se paseaban por un líquido que prefería no identificar.
—Estoy bien —dije débilmente.
—Y un cuerno. —Lucas me atrajo hacia sí para que pudiera apoyarme en su hombro. Estábamos de rodillas, debajo de la farola. Dentro de mi pecho, mi corazón se agitaba como un pájaro luchando por liberarse—. Bianca, ¿qué te pasa?
—No lo sé. —La dura luz de la farola lo había teñido todo de tonos grises, como si estuviéramos en una película en blanco y negro—. ¿Crees… crees que el vampiro se marchará de la ciudad?
—No te preocupes de eso ahora. Voy a cuidar de ti.
Lucas me apretó contra su pecho. Una fría gota de lluvia en la mejilla, luego otra en la pantorrilla, me bastaron para saber que estaba a punto de caer una tormenta de verano. Ninguno de los dos nos movimos cuando la lluvia arreció, empapándonos y aplastándome el pelo. A Lucas no parecía importarle, y en lo que a mí respectaba…
No tenía fuerzas para moverme.
L
ucas me ahuecó las almohadas y me cubrió con la colcha.
—¿Seguro que estás bien? —dijo aproximadamente por enésima vez en las últimas dos horas.
—Necesito descansar, eso es todo. —Quería que se tranquilizara; había estado muy preocupado durante todo el trayecto a casa, meciéndome en sus brazos y acariciándome el pelo mientras el autobús avanzaba dando tumbos bajo la lluvia. Fuera la tormenta rugía, haciendo vibrar las botellas de vino con sus truenos—. Ese vampiro conoce a Charity. Seguro que le habla de nosotros.
—Por eso nunca volveremos a patrullar en esta ciudad. —Lucas se volvió cuando un rayo cayó cerca, y pude imaginármelo contando en silencio uno, dos… La tormenta estaba cerca.
Me llevé una mano a la frente: o estaba caliente, o tenía la mano fría. Todavía llevaba el pelo húmedo, lo cual no era ninguna ayuda.
—¿No has comido lo bastante hoy? —Se puso a frotarme las manos para intentar calentarlas. Parecía como si no pudiera descansar ni pensar con claridad hasta que hubiera reparado lo que andaba mal—. O… o… ¡ostras!
Lucas se puso blanco como la leche. Enseguida supe lo que estaba pensando. Era tan obvio que, pese a mi estado, no pude evitar reírme.
—No voy a tener un bebé.
—¿Estás segura? —Cuando asentí, suspiró aliviado—. Supongo que eso ya es algo.
No me sentía con fuerzas para reconocerme a mí misma, y menos aún a Lucas, que podía tener algo serio.
—Estaré bien cuando haya dormido un poco, ya lo verás.
—¿Necesitas sangre? —Me apretó alentadoramente las manos, como si estuviera hablando de sorprenderme con una caja de bombones. Habíamos recorrido un gran trecho desde los tiempos en que flipaba por el hecho de que yo fuera una vampira.
—Ya he comido. —Ahora mismo no podía pensar ni en la sangre. La idea de ingerir algo, y no digamos sangre, me producía náuseas.
Lucas no dijo nada más, pero yo sabía que seguía preocupado. Quería hacerme más preguntas y yo no quería que me las hiciera. Quería hacer ver que nada de eso había ocurrido. Necesitaba hacerlo, aunque solo fuera durante un rato.
Respiré aliviada cuando se limitó a decir:
—De acuerdo. —Y se inclinó para darme un beso en la mejilla. Cerré los ojos e imaginé que estaba bien, que esa bodega era una casa de verdad y que allí íbamos a vivir felices para siempre.
Al día siguiente Lucas dejó de inquietarse por mi desvanecimiento, pero insistió en que esperara un tiempo antes de volver a salir a buscar trabajo.
—Estás agotada. —Algo en su tono me dijo que había llegado a la conclusión de lo que me pasaba, y decidí creerlo también—. Después del incendio de Medianoche y de la Cruz Negra, casi no has tenido tiempo para recuperar fuerzas.
—Tú tampoco —señalé—, y trabajas muchas horas en el taller.
—Los dos sabemos que tu vida ha cambiado más que la mía. —Lucas se encogió de hombros—. En serio, necesitas un descanso. Tómatelo. Yo cuidaré de los dos durante un par de semanas.
El dinero que traía del taller no era mucho; Lucas trabajaba muchas horas los días que le llamaban, pero cobraba en negro y eso significaba que podían pagarle por debajo del salario mínimo. Por el momento bastaba para comprar comida y pagar los billetes de autobús, con un pequeño sobrante, pero apenas habíamos comenzado a apartar dinero para pagar a Balthazar y Vic. Yo había empezado a buscar en los diarios un apartamento de alquiler para cuando la familia de Vic regresara de la Toscana, pero no daba crédito a lo caros que eran, incluso los más pequeños. Aunque Vic nos dejara quedarnos con las cosas del desván, antes o después tendríamos que comprar más muebles y ropa y puede que un coche. Ignoraba cómo íbamos a apañárnoslas.
Sin embargo, veía la determinación en la cara de Lucas. Estaba tan entregado a hacer que lo nuestro funcionara que le quise todavía más.
—Una semana —dije. Seguro que no necesitaba más para reponerme.
—Dejémoslo en una semana y media. No querrás empezar a trabajar el próximo lunes, ¿verdad?
El día que cumpliría dieciocho años. No podía creer que lo hubiera olvidado. Por suerte, Lucas se había acordado por los dos.
De modo que durante una semana me di la gran vida. Había pequeñas tareas, como fregar los platos y reunir la ropa sucia para llevarla a la lavandería el fin de semana, pero la mayoría de los días, mientras Lucas estaba en el taller, los pasaba sola y con muy poco que hacer. Al fin tenía la sensación de estar de vacaciones estivales. Me lo tomaba con mucha calma, tal y como había convenido con Lucas. Aunque salía a dar algún que otro paseo, veía muchos DVD, leía la ecléctica colección de libros que Vic nos había seleccionado y echaba largas siestas. Después de cuatro días sin sufrir mareos, me dije que ya no tenía motivos para preocuparme.
Hasta que un día, durante una cabezada después de comer, se me coló un sueño.
—
¿Significan algo estos sueños? —pregunté
.
La espectro sonrió
.
—
Veo que finalmente empiezas a comprenderlo
.
Estábamos en el tejado de la Academia Medianoche. Era temprano, una mañana fría y neblinosa, y sabía que no estábamos solas a pesar de que únicamente podía verla a ella. Arriba, el cielo se mostraba lechoso y gris, como la neblina de abajo; parecía que lo único sólido en el mundo fueran las piedras del internado sobresaliendo, oscuras y reales. Las siluetas de las gárgolas gruñían a nuestro alrededor
.
—
Entonces es cierto que me hablas a través de mis sueños —dije
.
La espectro negó con la cabeza
.
—
Volveremos a vernos pronto. Pero todavía no sé nada sobre ese encuentro
.
—
¿Cómo es posible?
—
Yo no estoy prediciendo nuestro futuro —respondió la espectro—. Eres tú la que lo ve, no yo
.
¿Yo podía predecir el futuro? Me costaba creerlo teniendo en cuenta la de desagradables sorpresas que me había llevado
.
—
Creo que no son más que sueños. No debo prestarles ninguna atención
.
La espectro se elevó en el aire y al principio pensé que era porque quería irse. Entonces me percaté de que yo también estaba flotando. Ya no tenía el tejado bajo mis pies, pero no me asusté
.
La espectro me miró con una tristeza indescriptible
.
—
Pronto tendrás que afrontar la verdad, Bianca. Las mentiras no podrán protegerte mucho más tiempo
.
Subía más deprisa que yo, aunque yo alargaba los brazos en un vano esfuerzo por acelerar mi ascenso
.
—
¡Espera! —grité—. ¡Espera!
Me desperté en el sofá. Era la primera vez que después de soñar con la espectro no estaba asustada. Si acaso, me sentía más tranquila que antes.
Ver el futuro… Estaba claro que no era vidente ni nada parecido, pero algunos de mis sueños habían terminado ocurriendo, como las flores negras que luego aparecieron en el broche que Lucas me regaló, o Charity ayudando a prender fuego a la Academia Medianoche. Más tarde tendría que pensar detenidamente en eso, preguntarme realmente qué intentaban decirme mis sueños sobre el futuro.
Pero en lo que más pensaba era en lo último que me había dicho la espectro: «Las mentiras no podrán protegerte mucho más tiempo».
—Me siento como una idiota con los ojos vendados —dije—. ¿Está toda la gente del autobús mirándonos como si estuviéramos majaras?
Cuando intenté quitarme el pañuelo, Lucas me agarró juguetonamente las manos para impedirlo.
—En realidad se están riendo, porque saben que estoy intentando darte una sorpresa.
—¡No necesito una sorpresa! —Protestaba únicamente para que insistiera. La verdad es que me encantaba la idea de que Lucas hubiera organizado algo especial por mi cumpleaños.
—Ya casi estamos —dijo—. Cógete a mí.
Finalmente llegamos a nuestra parada y Lucas me ayudó a bajar. La fuerte luz del sol aclaró ligeramente el pañuelo, de un color turquesa suave que me dije que siempre me gustaría porque me recordaría a ese día.
—¿Lista? —Lucas procedió a deshacer el nudo. Cuando el pañuelo cayó, empecé a dar saltos de alegría. Estábamos delante de un museo, pero no de un museo cualquiera.
—El Instituto Franklin —dije—. El planetario.
Lucas esbozó una sonrisa de soslayo.
—Pensé que te gustaría.
—¡Me encanta!
Había perdido el telescopio en el incendio del internado. Desde entonces, con tanto ir y venir no había tenido la oportunidad de contemplar las estrellas, y lo echaba muchísimo de menos. Esto sería lo más parecido. Me encantaba que Lucas hubiera pensado en ello; era, sin duda, el mejor regalo imaginable.
Entramos y dimos una vuelta antes de que comenzara el siguiente pase. Trepamos por una enorme reproducción de un corazón humano que latía con tanta fuerza que nos hizo reír. Pero lo mejor fue cuando entramos en el planetario propiamente dicho.
Yo adoraba los planetarios. Eran grandes, tranquilos y silenciosos, con un techo alto y abovedado; me traían a la memoria la presencia de algo realmente infinito, realmente bello. Siempre me preguntaba si era la misma sensación que producían las catedrales en la gente que podía visitarlas.
Lucas y yo ocupamos nuestros asientos. Me disponía a señalarle una divertida camiseta que llevaba otro espectador cuando dijo:
—Será mejor que lo haga antes de que apaguen las luces.
—¿Hacer qué?
De su bolsillo sacó una preciosa pulsera de coral rojo. Mientras yo la contemplaba con asombro, dijo:
—¿Te gusta? No sabía muy bien qué podría gustarte, así que opté por algo del estilo del broche.
—Es… increíble. —El cincelado de esta pulsera era más delicado aún que el del broche de azabache. Dragones chinos serpenteaban entre los eslabones de plata que unían los óvalos de coral. Aunque me moría de ganas de ponérmela, tuve que decir—: Lucas, me encanta, pero…
—No quiero oírte mencionar el dinero —replicó muy serio—. Devolveré a los chicos hasta el último céntimo, no me importa lo que tarde, pero tú eres mi chica y vas a tener un regalo de cumpleaños. Algo que esté a tu altura.
Otra vez era su orgullo el que hablaba, pero había algo más. No podía seguir discutiendo con él. En lugar de eso, le abracé con fuerza.
Me puso la pulsera.
—Ya está —dijo con la voz ronca—. Feliz cumpleaños.
—Te quiero.
—Y yo a ti.
Las luces se apagaron y el «cielo» resplandeció con miles de estrellas fulgurantes. Lucas y yo nos reclinamos en nuestros asientos, cogidos de la mano, mientras el narrador procedía a hablarnos de las supernovas. Notaba el coral y la plata de la pulsera en la muñeca, frescos y pesados. Ya no la sentía como una pertenencia más, sino como una parte de mí. Un talismán. Un vínculo entre Lucas y yo, como el broche.
«Quiere cuidar de mí —pensé—. Quiere protegerme, cueste lo que cueste».
«Las mentiras no podrán protegerte mucho más tiempo».
Me equivocaba al seguir buscando protección, al seguir contando con que Lucas afrontara solo la mayor parte de nuestras dificultades, o al depender de él para conseguir sangre. Y me equivocaba al esconderme detrás de mentiras. Lucas merecía una compañera a su altura en nuestra lucha por estar juntos. Eso significaba que merecía saber la verdad.
Sobre nuestras cabezas, el zoom se acercó a una estrella, un gigante próximo al final de su vida. Brillaba con un rojo intenso, más oscuro que la sangre, y su superficie gaseosa se agitaba vehementemente, como las aguas del mar durante una tempestad.
—Lucas —susurré muy bajito para no molestar a los demás—, tengo que contarte algo.
Se volvió ligeramente hacia mí. La estrella agonizante le teñía la cara de rojo.
—¿Qué?
—Cuando me mareé, el día de la cacería, no era la primera vez que me pasaba.
La estrella pasó a supernova, explotando con un espectacular resplandor blanco. Durante un instante el planetario se iluminó y pude ver el desconcierto y la preocupación en la cara de Lucas mientras la gente exclamaba a nuestro alrededor.
—Bianca, ¿de qué estás hablando?