Despedida (22 page)

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Authors: Claudia Gray

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

Pensé alegremente en mi posible nueva carrera vendiendo libros mientras terminaba de poner la mesa, y cuando alargué el brazo hasta la cesta para coger dos vasos sufrí otro mareo.

De repente todo se volvió gris y podía ver puntitos delante de mis ojos. Un frío extraño me recorrió el cuerpo. Me apoyé un momento en la pared, respirando entrecortadamente.

—¿Estás bien? —Lucas se volvió hacia mí con cara de preocupación.

Esbocé una leve sonrisa.

—Sí, es solo que he girado demasiado deprisa.

No parecía muy convencido, pero en ese momento el microondas pitó y se dio la vuelta para sacar las pizzas.

Una vez más me pregunté si no debería hablarle de los pequeños vahídos que estaba teniendo. Ni siquiera le había contado lo del desmayo en el trabajo. Pero contárselo a Lucas sería reconocer que algo malo, muy malo, me pasaba, y todavía no estaba preparada para eso.

Nos sentamos a cenar y nos dividimos el periódico que Lucas había traído del taller. Olía a aceite de coche, como Lucas cuando llegaba a casa. Curiosamente, el aceite de coche había empezado a resultarme sexy. Cogí los anuncios clasificados (por si alguna librería anunciaba su inauguración), la portada y la sección de ocio. Lucas se quedó la sección de deportes, pero nunca era lo primero que leía. Cada noche repasaba las noticias locales, de hecho leía detenidamente cada historia. Yo había dado por sentado que quería conocer más cosas sobre nuestra nueva ciudad, pero estaba equivocada.

Se enderezó y me pasó una página.

—Mira esto.

Miré. Habían encontrado a una mujer muerta en un contenedor del centro de la ciudad.

—Qué triste.

—Sigue leyendo.

No entendía que eso pudiera hacerlo menos triste. Entonces abrí los ojos como platos.

Fuentes policiales afirman que tenía el cuello rebanado. La ausencia de sangre en la escena ha llevado a la policía a concluir que fue asesinada en otro lugar y abandonada luego en el callejón. Se ruega a quien haya visto a alguna persona o vehículo sospechoso en la zona entre las diez de la noche y las seis de la mañana se ponga en contacto con las autoridades.

Tenía la boca seca cuando susurré:

—Un vampiro.

—Un vampiro que nos ha desvelado dónde está operando —Lucas sonrió tristemente—. O sea, un vampiro que ha cometido un gran error.

—¿No estarás… no estarás insinuando que quieres cazarlo?

—Está matando a gente.

—¿Y qué piensas hacer? ¿Matarle tú primero?

Lucas se quedó muy quieto.

—No sería la primera vez, lo sabes muy bien.

Durante su año en la Academia Medianoche había matado a un vampiro para salvar a Raquel. Aunque no me cabía duda de que no tuvo elección y de que si no lo hubiera hecho Raquel habría podido morir, la idea de perseguir a un vampiro y matarlo a sangre fría me revolvía el estómago.

—Tiene que haber otra manera.

—No la hay. —Lucas echó la silla hacia atrás, animado por la idea de entrar en acción—. No hay una cárcel para vampiros. —Hizo una pausa—. ¿La hay?

—Que yo sepa, no.

La intranquilidad debió de reflejarse en mi cara, porque Lucas posó su mano sobre la mía.

—Cuando el vampiro sepa que vamos tras él puede que abandone la ciudad. Ocurre a menudo. En cuanto se enteran de que hay una cacería en marcha, se largan.

—Eso espero —dije—. Por su bien.

Lucas esbozó una sonrisa de soslayo.

—Así me gusta.

—Lo necesitas, ¿verdad? Necesitas una misión, una razón para… —«Para existir», quise decir, pero la cara de Lucas me frenó.

—Eh, tú eres mi razón. Llevaba mucho tiempo ansiando tener una vida normal, bueno, todo lo normal que puede ser vivir escondidos en una bodega. El hecho de que pueda vivir esa vida contigo la hace perfecta.

—De acuerdo, no necesitas una misión. —Crucé los brazos. En realidad no estaba molesta con él, pero era preciso que Lucas supiera que lo tenía calado—. Pero te encanta tenerla.

Asintió con timidez. Si la situación no hubiera sido tan grave, probablemente me habría reído. Cuando le hacías reconocer algo, parecía un chiquillo. Era enternecedor.

No me había convertido en una supercazadora durante mis seis semanas con la Cruz Negra, pero había aprendido algunas cosas fundamentales, como la primera regla: jamás salir de caza desarmado. Y Lucas y yo no teníamos un arsenal de la Cruz Negra al que recurrir. Registramos el garaje de los Woodson en busca de algo que pudiera sernos útil; funcionaba con el mismo código de seguridad que la bodega y no tenía rayos láser. Sabíamos que los padres de Vic, lógicamente, no iban a tener garrafas de agua bendita almacenadas junto al cortacésped, pero cualquier cosa que tuvieran a mano sería preferible a salir a patrullar armados únicamente con buenas intenciones. Por suerte, Lucas dio con herramientas varias, entre ellas unas estacas para jardinería que podrían servir en caso necesario.

El taller cerraba los domingos, así que Lucas y yo teníamos libre al día siguiente. Yo había elaborado toda suerte de planes durante la semana, como recorrer en carruaje la parte histórica de Filadelfia o pasar el día en la cama.

En lugar de eso, partimos hacia el barrio donde había muerto la mujer.

Llegamos al callejón cuando caía el sol. No pudimos caminar hasta el lugar mismo del crimen porque parte del callejón estaba acordonado por una cinta amarilla que rezaba
ESCENA DEL CRIMEN
.

—Podríamos colarnos por debajo —propuse—. Aunque la policía nos vea, pensará que solo queremos verlo porque es algo truculento. Por una apuesta, por ejemplo.

—No vale la pena. Ya sabemos que todo terminó aquí. Lo que tenemos que averiguar es dónde empezó.

Recorrimos el barrio buscando lugares a los que podría acudir un vampiro para acechar a una posible víctima. Los letreros de neón de una marca de cerveza que colgaban del ventanal de un bar nos sirvieron de guía.

—Voy a entrar ahí para echar un vistazo a la gente —dijo Lucas.

—Querrás decir
vamos
a entrar.

—No. —Cuando le lancé una mirada asesina, suspiró—. Oye, los dos somos demasiado jóvenes para entrar legalmente en un bar. Pero yo tengo veinte años y puedo pasar por más. Tú, en cambio, tienes diecisiete…

—¡Solo me faltan dos semanas para los dieciocho!

—… y aparentas diecisiete. Si entro yo solo, es probable que nadie intente echarme. Si entras tú conmigo, existe un cincuenta por ciento de probabilidades, tirando largo, de que el camarero nos permita quedarnos. Además, vestida así… —Lucas echó una mirada de aprobación a mi vestido azul que hizo que se esbozara una pequeña sonrisa en mi cara— llamarías demasiado la atención.

—Caray, visto así…

Me besó con dulzura y coloqué las manos sobre su pecho. Me gustaba sentir el movimiento de su respiración.

—Busca algo de comer, ¿vale? —murmuró—. Hace dos días que hemos agotado las provisiones de Ranulf. Debes de estar hambrienta.

Ni siquiera me había dado cuenta de que estaba pasando sin sangre.

—He tomado alguna que otra cosa —mentí—. No te preocupes.

Me clavó una mirada extraña y pensé que había dejado ver mi nerviosismo. Pero Lucas me besó en la frente y se encaminó al bar sin decir nada más.

«La verdad es que debería comer algo». Miré a mi alrededor en busca de algún indicio de vida. El hecho de que no hubiera deseado sangre probablemente no fuera importante. Después de todo, los humanos perdían el apetito cuando enfermaban. Lo más seguro es que tuviera un principio de gripe, y en lugar de mostrar síntomas humanos tenía síntomas vampíricos. Debía asegurarme de beber mucha sangre para ponerme bien.

Los callejones son buenos lugares para encontrar comida, tanto para las pequeñas alimañas como para sus depredadores. En menos de dos minutos oí un correteo detrás de un cubo de basura. Arrugando la nariz contra el terrible hedor, rodeé rápidamente el cubo y agarré… una rata, una rata pequeña que se retorció entre mis dedos. Olía tan mal como su entorno y preferí no imaginar dónde había estado.

«Antes no te molestaban esas cosas —me dije—. ¿Te acuerdas de las palomas de Nueva York? Básicamente, son ratas voladoras». Antes, mi avidez de sangre me había hecho pasar por alto ese detalle. Sin apetito ninguno, me resultaba mucho más difícil.

Mientras la rata se retorcía en mi mano, le dije:

—Lo siento. —Y antes de que pudiera echarme atrás mordí con fuerza.

La sangre penetró en mi boca, pero la encontré… insulsa. Desabrida. Como un sucedáneo malo. Me obligué a engullir los cuatro tragos que la rata tenía para ofrecer, pero no me supo a nada. De hecho, la encontré más bien desagradable. Me acordé del día que Lucas probó la sangre y de la cara de asco que puso mientras la escupía. Ahora podía entender cómo se sintió.

Arrojé el cadáver de la rata al cubo de la basura y saqué apresuradamente del bolso unas pastillas de menta. Lo último que deseaba era tener aliento a rata.

Pero las pastillas de menta tampoco me supieron a nada. A lo mejor no había reparado en ello porque últimamente Lucas y yo solo consumíamos insípida comida de microondas, pero el caso es que la comida de los humanos tampoco me sabía bien.

«¿Qué me pasa?».

—¿Qué te pasa?

Desperté de mi ensimismamiento. La voz que acababa de oír —una voz de mujer— se encontraba aproximadamente a una manzana de distancia. Con mi oído vampírico percibía cada palabra con la misma nitidez que si me hallara a solo unos metros.

—No me pasa nada —dijo la voz suave de un hombre—. Tampoco a ti te pasa nada, por lo que puedo oler.

—Yo no huelo mal —replicó ella—. Lo que pasa es que tus dientes…

—¿Qué? ¿No serás de esas mujeres superficiales que solo se guían por las apariencias?

Cogí una estaca del bolso y corrí hacia el lugar de donde provenían las voces. Confié en que también Lucas estuviera siguiendo a ese tipo, porque yo tenía muy pocas probabilidades de llegar a tiempo. Mis chanclas martilleaban la acera y lamenté no haber elegido algo más silencioso y práctico. Por otro lado, sospechaba que el vampiro estaba demasiado distraído para oírme.

Cuando llegué a la esquina, me detuve y asomé la cabeza. Alcanzaba a ver sus siluetas dibujadas contra la luz de una farola. Hacía unos minutos que había anochecido. El vampiro era bajo pero fuerte y corpulento, mientras que la mujer era diminuta y apenas le llegaba al hombro.

—Me estás poniendo nerviosa —dijo, tratando de darle un tono coqueto a sus palabras, aunque yo sabía que hablaba en serio. No quería reconocer que estaba asustada. Era una de las primeras cosas a las que los vampiros sacaban partido: la resistencia de la gente a creer que podía hallarse en la peor de las situaciones.

El vampiro se inclinó un poco más hacia delante, con los brazos a ambos lados de la mujer, prácticamente reteniéndola contra la pared de ladrillo.

—Solo estoy intentando excitarte. Acelerarte las pulsaciones.

—¿Sí? —La mujer sonrió débilmente.

—Oh, sí.

Había tenido suficiente. Aunque no esperaba poder asustar al tipo, me dije que por lo menos podía sorprenderle. Quizá bastara con eso.

Sostuve la estaca en alto, en posición de lucha, doblé la esquina y dije:

—Apártate de ella.

El vampiro me miró y sonrió con suficiencia. Adiós al efecto sorpresa.

—¿O qué, criatura?

—O te paralizaré con esto. Y tu suerte habrá terminado.

El vampiro me miró con cierto asombro; había comprendido, por mi precisa descripción de lo que las estacas hacían a los vampiros, que sabía de lo que hablaba. Esa era más o menos la idea. Pero resultó mucho menos intimidante de lo que había previsto.

—Puedes intentarlo.

—Un momento —dijo la mujer—. ¿Vosotros dos os conocéis?

—Estamos a punto de hacerlo.

El vampiro apartó los brazos de la pared y la mujer tuvo la sensatez de echar a correr. El martilleo de sus pasos contra la acera se perdió en la distancia. El vampiro caminó pavoneándose hacia mí. Aunque era bajo, su sombra, proyectada por la farola, se extendió alargada sobre mí.

«Lucas —pensé—, ahora sería el momento idóneo para que te largaras del bar y vinieras a buscarme».

El vampiro se detuvo.

—No hueles a humana.

Enarqué una ceja. Finalmente gozaba de su atención. A todos los demás vampiros que había conocido les impresionaba el hecho de que fuera hija de vampiros.

Este simplemente se encogió de hombros.

—La sangre es sangre, qué diantre. ¿A quién le importa de dónde venga?

«Mierda».

Entonces oí una voz.

—A ti te va a importar cuando venga de ti.

—¡Lucas! —grité.

En cuanto lo vislumbré en la entrada del callejón, Lucas corrió directamente hacia el vampiro. Y se olvidaron de mí. El vampiro giró sobre sus talones y se abalanzó sobre Lucas, que lo esquivó y le clavó los dos puños juntos en la espalda, derribándolo.

Que esos dos se hubieran olvidado de mí no significaba que yo tuviera que olvidarme de ellos. Agarré un ladrillo roto del suelo y se lo arrojé al vampiro con todas mis fuerzas. Mi puntería había mejorado gracias a mi entrenamiento con la Cruz Negra; el ladrillo le dio en toda la barriga. Se volvió hacia mí y sus ojos brillaron inquietantemente bajo la luz de la farola, como los de un felino.

—Márchate —le supliqué—. Márchate de la ciudad para siempre. Así no tendremos que matarte.

—¿Qué te hace pensar que podríais matarme? —gruñó el vampiro.

Lucas lo embistió y cayeron rodando al suelo. Tenía todas las de perder; la lucha cuerpo a cuerpo siempre beneficiaba al vampiro, porque el arma más poderosa de un vampiro eran los colmillos. Corrí hacia ellos, decidida a ayudar.

—Eres más fuerte que un humano —jadeó el vampiro.

—Soy humano —replicó Lucas.

El vampiro esbozó una sonrisa que nada tenía que ver con la desesperada situación en la que se hallaba, lo que la hacía aún más aterradora.

—He oído que alguien anda buscando a uno de nuestros bebés —susurró a Lucas—. Uno de los poderosos de mi tribu. Una dama llamada Charity. ¿La conoces?

«La tribu de Charity». Sentí una oleada de pánico.

—Conozco a Charity. De hecho, yo mismo le clavé una estaca —dijo Lucas mientras intentaba retorcerle el brazo—. ¿Crees que no puedo clavártela a ti también? Te vas a llevar una sorpresa. —Pero Lucas no podía vencerle. Estaban demasiado igualados. Ni siquiera tendría la oportunidad de ir a buscar sus estacas. El vampiro podía girar las tornas en cualquier momento.

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