—Hay algo más que debes saber antes de que nos vayamos. —Me violentaba hablar de eso con Balthazar, pero sabía que tarde o temprano lo descubriría. Necesitaba ponerle sobre aviso—. Charity está en Nueva York.
—¿Qué? —Balthazar se incorporó de golpe—. ¿Me está buscando? ¿Necesita mi ayuda?
—Necesita ayuda —dijo fríamente Lucas—, pero no de ti.
Miré severamente a Lucas.
—Charity está bien. Está preocupada por ti, eso es todo. —Me pregunté si debía explicarle lo del ataque, pero decidí que no. Balthazar estaba malherido y no se hallaba en condiciones de afrontar una noticia así.
—Otra cosa —intervino Lucas. Temí que fuera a contarle lo del ataque de Charity, pero estaba pensando de manera más constructiva—. La Cruz Negra sospecha que te dejamos escapar. También te estará buscando a ti, así que yo en tu lugar no me quedaría en Manhattan más tiempo del necesario.
—Entiendo —dijo Balthazar.
Me deslicé hasta el cabecero y puse mis brazos alrededor de su cuello. Debido a la herida en el pecho no podía abrazarle como me habría gustado. Balthazar descansó la cabeza en mi hombro.
—Gracias —susurré.
—Gracias a ti —dijo—. A los dos. —Ahora que yo también había estado a punto de morir a manos de los cazadores de la Cruz Negra, como Balthazar, podía entender su profundo sentimiento de gratitud.
Justo cuando el abrazo amenazaba con alargarse demasiado, me separé y retrocedí sin decir nada más. Fue el final de nuestra despedida, con excepción de la sonrisa que le lancé por encima del hombro cuando salíamos del cuarto. Antes de que Lucas cerrara la puerta, vi a Balthazar decir adiós con la mano.
Lucas se detuvo en el abarrotado rellano y nos quedamos el uno frente al otro. En voz baja, dijo:
—Si quieres quedarte aquí, dímelo ahora.
Le besé, y esa fue la única respuesta que necesitó.
L
os amigos de Balthazar nos indicaron el camino hasta un autobús de Chinatown, un medio de transporte barato que generalmente trasladaba a inmigrantes recién llegados de Asia a diferentes restaurantes chinos situados a lo largo de la costa Este para trabajar. Sin embargo, el siguiente autobús a Filadelfia contenía un grupo bastante variopinto: un puñado de personas mayores y numerosos universitarios tecleando en portátiles que sostenían sobre las rodillas.
El autobús llevaba retraso y circulaba despacio. Debido a las fuertes lluvias en el norte, explicó el conductor. Carreteras inundadas. A nosotros nos daba igual. Yo llevaba nuestro dinero enrollado en el bolsillo delantero de los vaqueros; aunque se me clavaba en la carne, encontraba su presión tranquilizadora.
Nos reclinamos en los asientos y descansé la cabeza en el hombro de Lucas. Tal vez el autobús fuera realmente cómodo, o tal vez estuviéramos tan cansados que habríamos estado a gusto en cualquier parte. Tanto Lucas como yo íbamos dando cabezadas. A veces tenía la sensación de que los sueños y los momentos de vigilia se mezclaban como acuarelas difusas y pálidas. Lo único real era el reconfortante olor de la piel de Lucas y saber que, al menos por el momento, estábamos a salvo.
Mientras el autobús avanzaba dando tumbos por la carretera, Lucas de pronto me acarició el pelo. Me di cuenta de que me creía dormida —y casi lo estaba— y eso hizo que el gesto me conmoviera aún más.
Por fin podíamos descansar un poco.
—
¿No es precioso? —Empujé a Lucas hacia el gran salón de Medianoche, que estaba decorado para el Baile de Otoño. Las velas proyectaban suaves sombras y los bailarines seguían fácilmente los pasos del vals interpretado por la orquesta
.
Lucas sacudió la cabeza y tiró de la pajarita de su esmoquin
.
—
Este no es mi ambiente, pero verte así hace que merezca la pena
.
Yo lucía un vestido blanco sin tirantes que descendía vaporosamente desde una cintura imperio hasta el suelo. En un espejo cercano pude ver lo suficiente de mi debilitado reflejo para saber que llevaba flores blancas en el pelo. Nunca me había sentido tan bella
.
Pero no era por el vestido. Era porque por fin estaba allí con Lucas
.
—
¿Sabes bailar el vals? —le susurré
.
—
No tengo ni idea. Pero si quieres bailar, salgamos a la pista y hagamos ver que sí sé
.
Riendo, dejé que Lucas me tomara en sus brazos y giramos por la pista de baile. No, no sabía bailar el vals, pero nos daba igual no estar a la altura de los demás bailarines. Los observé mientras daban vueltas a nuestro alrededor: Patrice con su mano en la de Balthazar, Courtney riéndose del patoso juego de piernas de Ranulf, Dana dirigiendo hábilmente a Raquel en un giro, y me pregunté por qué ninguno de ellos bailaba como quería bailar
.
Entre los bailarines apareció entonces otra figura, una figura traslúcida que titilaba con una aguamarina. La espectro se acercó a nosotros y preguntó
:
—
¿Puedo?
—
Claro —contesté, preguntándome de qué conocía a Lucas y por qué quería bailar con él. Pero fue mi mano la que cogió, y miré apesadumbrada a Lucas mientras la espectro y yo nos perdíamos entre la multitud de bailarines. Podía verle observándonos, pero de repente la multitud se lo tragó
.
Desperté sobresaltada. Miré a un lado y a otro para recordarme dónde estaba y volví a descansar la cabeza en el hombro de Lucas. Masculló algo en sueños antes de volverse adormilado hacia mí, y sonreí reconfortada.
Llegamos a Filadelfia entrada la tarde. No era tanto un destino como un lugar donde estar, una ciudad lo bastante grande para poder perdernos. Además, Filadelfia no tenía un comando de la Cruz Negra permanente. Aquí tendrían menos posibilidades de organizar una cacería a gran escala.
—Nos quedaremos aquí un par de días —dijo Lucas—. Podemos buscar un lugar barato. Tratar de pasar inadvertidos y analizar nuestras opciones.
—Y comprar ropa —añadí, señalando el deplorable estado de nuestras respectivas camisetas y vaqueros— para no parecer tanto unos sin techo.
—Somos unos sin techo —señaló Lucas.
No lo había visto así hasta ese momento.
—Ropa —insistí—. No un ropero completo, solo algunas prendas decentes. Y cepillos de dientes, pasta, desodorante…
—Vale, lo he pillado.
Bastó con una visita a un hipermercado. Me compré dos vestidos de tirantes baratos de aspecto fresco y cómodo, uno azul marino y otro verde botella, un bolso sencillo que iba con todo y unas chanclas con las que podría tirar todo el verano. Lucas eligió unos pantalones caqui y dos camisetas negras. Hecho esto, nos dirigimos a la sección de perfumería a fin de pertrecharnos de todo lo necesario para apestar menos y estar más guapos.
Doblamos la esquina y allí, puestos en hileras, estaban los condones. Empecé, como de costumbre, a desviar la vista, porque siempre me había cohibido incluso mirar la caja. Soy así de boba. Esta vez, sin embargo, me detuve.
—Quizá deberíamos comprar unos cuantos —dije. Quería sonar madura y segura de mí misma, pero la voz de pito me traicionó.
—Quizá. —Lucas se me quedó mirando fijamente—. Bianca, sabes que no hay prisa.
Jugué con las puntas del pelo, que de repente encontraba fascinantes.
—Lo sé. En serio. Es solo que… que si nos decidimos… deberíamos tenerlos a mano. Por si acaso. ¿Me explico?
—Sí.
Nos quedamos inmóviles un par de segundos, hasta que Lucas agarró la caja que tenía más cerca y la echó en la cesta. Mi corazón dio un sigiloso vuelco y un cálido resplandor me iluminó por dentro.
Fui incapaz de mirar a la cajera directamente a los ojos, pero no pareció importarle.
Cogimos una habitación de hotel en el centro, cerca de la estación de autobuses. Era más agradable de lo que habría esperado por el precio: tenía cafetera, un televisor grande, un espacioso cuarto de baño con secador y un montón de esponjosas toallas blancas, y una cama enorme.
—Deberíamos descansar un poco más antes de salir a comer —dije. Estábamos tan exhaustos que, pese a tener los condones allí mismo, dentro de la bolsa de plástico, solo podía pensar en la cama como un lugar para dormir.
Lucas estuvo de acuerdo.
—Vale. Hay algunas cafeterías cerca a las que podríamos ir más tarde.
—¿Conoces Filadelfia?
—He estado un par de veces.
Nos metimos en la cama. Solo pensaba en dormir, hasta que me encontré bajo las sábanas con Lucas a mi lado.
Nos buscamos al mismo tiempo. La boca de Lucas encontró mi boca y nos besamos con urgencia, como si lleváramos años separados. Me atrajo hacia sí y enredé mis piernas en las suyas al tiempo que nuestros besos se hacían más intensos.
A los pocos segundos sentí que seguíamos demasiado lejos el uno del otro. Empecé a quitarle la camiseta; me ayudó y luego hizo otro tanto con la mía. Electrizada por el contacto de su piel con mi piel, volvimos a besarnos, pero seguía sin ser suficiente. Con manos temblorosas, me bajé los tirantes del sujetador y lo desabroché.
Siempre había creído que sentiría vergüenza la primera vez que un chico me viera desnuda, pero no fue así. Lucas me miraba como si en su vida hubiera visto nada más hermoso, y cuando me acarició con una mano, la sensación que me produjo fue mejor de lo que jamás había imaginado.
Guié su mano hacia mis vaqueros. Quería mostrarme entera ante él. Quería sentirme bella en todo mi ser.
Lucas me ayudó a desvestirme y luego se quitó los pantalones y los arrojó al suelo. Nunca antes había visto a un chico desnudo, salvo en cuadros y en internet. De hecho, nunca había pensado en el desnudo masculino como algo bonito, hasta ahora. Me gustaba el cuerpo de Lucas, la textura de su piel bajo mis manos, la suavidad con que me acariciaba. Cuando me ponía nerviosa o no sabía qué hacer, él volvía a besarme y todos mis miedos se disipaban.
«Mío», pensé. Era la misma clase de avidez que me embargaba cuando deseaba su sangre, solo que mejor, porque de esta manera podía beber de él una y otra vez. La salvaje necesidad de morderle había sido reemplazada por otra cosa, algo que no tenía nada que ver con ser una vampira, sino con estar viva. Finalmente, después de desearle durante años, Lucas era mío de verdad.
Cuando estábamos a punto de perder el control, me susurró roncamente:
—¿Estás segura, Bianca?
—Completamente —dije, enredando mis manos en su pelo—. Así es como tiene que ser.
—Sí. —Lucas me besó de nuevo y por primera vez en muchos meses supe que, por lo menos en ese instante, todo era perfecto.
A la mañana siguiente me removí perezosamente en la cama, cuando me di cuenta de que estaba en una cama, de que Lucas dormía a mi lado, de que estábamos desnudos, y de repente me asaltó el recuerdo.
Abrí los ojos bruscamente.
«¿Realmente lo hice?
»Sí, lo hice».
No es que no me alegrara, porque me alegraba. Aunque estaba algo dolorida —en lugares que ni siquiera sabía que podía estarlo—, nunca me había sentido tan dichosa, tan amada, tan segura.
Lo que me pasaba era que la situación me parecía surrealista. Yo en la cama con un amante. Me arropé con la sábana, sonriendo como una boba, y se me antojó una pena no compartir la experiencia con Lucas.
Le hice cosquillas en la pierna con los dedos de los pies y giró sobre su almohada. Abrió un ojo somnoliento. Entonces me agarró con una rapidez que me hizo aullar de risa y me colocó encima de su cuerpo.
—Buenos días —murmuró entre besos—. Podría acostumbrarme a esto.
—Y yo.
Nos besamos durante un rato, embriagados, con creciente intensidad. Sentía un cosquilleo en todo el cuerpo y me pregunté si era demasiado pronto para probar de nuevo.
Pero antes de que las cosas llegaran a ese punto, Lucas se apartó con una sonrisa.
—Creo que ya se me ha ocurrido lo que podemos hacer.
—Sí, creo que a mí también, teniendo en cuenta que estamos en la cama, desnudos.
—No me refería a eso, mujer insaciable. —Me sonrió asombrado—. ¿Dónde me he metido?
—En algo bueno, muy bueno.
—Eso ya lo sé. —Lucas me besó en la mano—. Me refería a que ya sé qué podemos hacer para conseguir dinero y establecernos. Significa aceptar otro préstamo, algo que detesto, pero en nuestra situación supongo que no tenemos más remedio. Si seguimos en este hotel, el dinero de Balthazar no nos durará más de una semana.
Para mí no representaba un problema pedir ayuda en esos momentos. La necesitábamos encarecidamente.
—¿Tienes un amigo en Filadelfia?
—Sí, y tú también. Piensa.
Y, en cuanto pensé, visualicé la gorra de los Phillies sobre un pelo rojizo. Esbocé una sonrisa de oreja a oreja.
—¡Vic!
Lucas telefoneó a Vic y quedamos para comer en una cafetería del centro. Fuimos caminando, de la mano, yo con mi nuevo vestido verde. Tenía la sensación de que la gente me miraba de manera diferente —como si lo supieran—, pero pensé que probablemente eran tonterías mías. Me sentía exactamente igual, solo que más feliz de lo que lo había sido en mucho tiempo. También Lucas parecía relajado; que yo pudiera recordar, era la primera vez que le veía realmente tranquilo.
Cuando entramos Vic ya estaba sentado a una mesa con Ranulf. Levantó una mano.
—¡Eh, aquí! Caray, cómo me alegro de veros.
Abracé con fuerza a Vic y después a Ranulf. Aunque Ranulf seguía igual de flaco, con su suave pelo moreno cortado a la taza, ahora vestía pantalón caqui y una camisa hawaiana casi idéntica a la de Vic. Me pregunté si se la había prestado Vic o simplemente estaba comprando lo que Vic compraba, pensando que era el estilo idóneo para amoldarse al siglo
XXI
. Naturalmente, vestirse como Vic no significaba precisamente amoldarse, pero Ranulf estaba todavía adaptándose al mundo moderno.
Cuando Vic terminó de abrazar a Lucas, dio un paso atrás y dijo:
—Lucas, este es Ranulf, mi compañero de cuarto desde que me dejaste plantado. Ranulf, este es Lucas. No sé si llegasteis a conoceros en Medianoche.
—Hablamos en una ocasión —dijo Ranulf—, en la biblioteca. Te pregunté quiénes eran esos santos de los que la gente hablaba en Nueva Orleans y me explicaste que no eran iconos religiosos, sino un equipo de fútbol. Fue sumamente instructivo.
—Cómo iba a olvidar algo así. —Lucas esbozó una sonrisa de soslayo. Aunque seguía desconfiando de la mayoría de los vampiros, nadie podía tenerle verdadero miedo a Ranulf.