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Authors: Claudia Gray

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

Despedida (14 page)

«¿Qué voy a hacer?», pensé. Fingir que lo perdía de vista entre tanta gente era inútil. Los avispados ojos de Raquel no se apartaban de él ni un segundo.

El vampiro giró por una calle y entró en un edificio cuya puerta de cristal estaba encajada casi subrepticiamente entre dos enormes tiendas.

Raquel sacó el móvil.

—Voy a llamar a Dana.

—No.

—¿Te has vuelto loca? ¡Es un vampiro! Lo más seguro es que sea una guarida para vampiros. Necesitamos refuerzos.

—No sabemos qué otras cosas se cuecen ahí dentro. —Era un razonamiento débil, pero no se me ocurrió otro. Cuando Raquel se puso a marcar el número de Dana, me adelanté unos pasos para mirar a través de la puerta. Podía ver unos timbres con nombres al lado en el vestíbulo.

En ese momento la puerta se abrió y otro residente, una humana terriblemente delgada y solo unos años mayor que yo, salió y esbozó una sonrisa algo ausente mientras me sostenía la puerta, dando por sentado que yo vivía allí. Su bienvenida hizo, al parecer, que el portero se relajara, porque siguió leyendo su revista. Entré como una bala y dejé que la puerta se cerrara tras de mí.

Raquel apareció al otro lado.

—¿Qué haces?

—Voy a examinar el terreno. Quédate aquí para pedir ayuda en caso de que la necesitemos.

—Bianca, tienes que esperar.

Desoyendo sus palabras, corrí hasta el ascensor. Unos círculos dorados señalaban su progreso ascendente. En cuanto viera en qué planta se detenía, podría subir y utilizar mi oído vampírico para detectar dónde se había metido el vampiro.

Entonces oí un susurro.

—Eh, tú.

Me di la vuelta. En un pequeño cuartucho situado al fondo del vestíbulo, al lado de lo que parecía una puerta lateral, estaba el vampiro. Tenso, casi agazapado, con sus brillantes ojos azules clavados en los míos.

—Eres de los nuestros —dijo en un acento que me pareció australiano—. ¿Qué haces con la Cruz Negra?

—Es una larga, larga, larga historia. —Por lo menos era consciente de que le estaban siguiendo—. Van a por ti. Tienes que marcharte unos días.

—Acabo de mudarme. ¿Tienes idea de lo difícil que es encontrar un apartamento en el East Side?

—Si te marchas ahora, dentro de un par de días dejarán de venir por aquí… Ellos creen que no tenemos… hogares, ni amigos. —Me sorprendió mi tono amargo; pensaba que me había reconciliado con nuestra situación en la Cruz Negra, al menos por el momento, pero la tensión contenida amenazó con liberarse—. Solo tienes que desaparecer un par de días. Vete a casa de algún conocido.

—De vacaciones en los Hamptons —dijo, como si se estuviera mofando de mí. No obstante, ¿por qué iba a hacerlo cuando estaba intentando salvarle? Al verlo sonreír, decidí que le había interpretado mal—. Eres una de nuestras criaturas, ¿verdad?

—Sí. —Yo también sonreí. Era agradable ser reconocida por lo que era, disfrutar de unos instantes donde ser una vampira no era un drama. Por un momento incluso eché de menos la Academia Medianoche.

—Me llamo Shepherd —dijo—. ¿Crees que disponemos de al menos diez minutos? Me gustaría coger un par de cosas antes de huir.

—Tal vez. No sabrán en qué zona del edificio te encuentras, aunque tienen sus medios para averiguarlo…

—Me daré prisa. ¿Te importaría ayudar a un colega?

Subimos en ascensor hasta la novena planta. Durante el trayecto contuve la respiración, segura de que Raquel me telefonearía en cualquier momento o los cazadores de la Cruz Negra estarían esperando arriba. Pero llegamos sin incidentes y seguí a Shepherd hasta su apartamento.

—Solo tienes tiempo de coger lo esencial —dije—. Algo de ropa, algo de dinero y alguna tarjeta de identidad.

—Créeme, sé lo que es actuar con el tiempo justo.

Entré en el apartamento, lista para ayudarle a recoger, cuando vi a Charity.

Estaba sentada en un sofá de cuero blanco, con las piernas cruzadas, fumando lentamente un cigarrillo.

—¿Es ella? —le preguntó Shepherd—. ¿La que creíste ver el otro día?

—Lo es —respondió suavemente Charity—. No huyas —dijo medio segundo antes de que me dispusiera a echar a correr—. Tenemos mucho de que hablar. Y no podemos hacerlo mientras te perseguimos.

Pese a lo peligroso que era quedarse, me dije que peor sería intentar huir. Si huía, seguro que Charity y su amigo me seguirían; si hablaba, tenía muchas probabilidades de salir ilesa. Pese a las terribles cosas que había hecho Charity, nunca había intentado hacerme daño. Así que me quedé.

—¿Qué haces en Nueva York? —le pregunté.

—Mi hermano ha desaparecido. Se embarcó en una de las insensatas misiones de la señora Bethany. Supongo que está intentando dar contigo.

Me volví hacia Shepherd, irritada conmigo misma por mi estupidez.

—Estaba intentando salvarte.

—Te daré un buen consejo —dijo—. El enemigo de tu enemigo no es necesariamente tu amigo.

Miré a mi alrededor. El apartamento de Charity tenía pinta de haber sido un lugar muy agradable hasta no hacía mucho, pero nadie lo había limpiado en varios días. La alfombra, de largo pelo blanco, estaba cubierta de pisadas y colillas y, en una esquina, de manchas de sangre oxidada. Un televisor grande colgaba de la pared, ligeramente torcido, como si le hubieran dado un golpe. En el aire flotaba un olor dulzón, empalagoso, y me di cuenta de que un humano había muerto aquí no hacía mucho. Charity se había hecho con este apartamento a la fuerza.

Su aspecto no era mucho mejor que el del apartamento. Tenía pinta de no haberse lavado su rubia melena rizada en mucho tiempo. Tan solo llevaba puesta una combinación azul lavanda, con encajes de color beige, puede que bonita cuando era nueva y estaba limpia, pero ahora la tenía raída y llena de manchas, lo que ponía aún más de manifiesto la juventud de su cuerpo. Charity había muerto con solo catorce años.

Tratando de dominar la voz, dije:

—Balthazar está bien. Eso puedo prometértelo.

—¿Estás segura? ¿Completamente segura? —Charity se levantó de un salto mientras su rostro infantil se iluminaba con una sonrisa.

Pese a saber lo loca y vengativa que podía ser, una parte de mí quiso proteger a esa muchacha de ojos grandes y aspecto frágil y asustado. Pero si hablé, fue por Balthazar, no por ella.

—Sí. Le hirieron pero se está recuperando. Ahora está en un lugar seguro. Le vi hace solo dos días y creo que se pondrá bien.

—Hace dos días. —Charity soltó un suspiro de alivio, e inmediatamente después acercó asombrosamente su cara a la mía. Al principio pensé que iba a besarme, lo cual ya era de por sí violento, pero en lugar de eso inspiró profundamente, tanto que todo su cuerpo se tensó—. Es cierto. Todavía puedo olerlo.

—Ya.

La Cruz Negra solo nos daba tres minutos para ducharnos. Creía que era tiempo suficiente, pero de repente me entró vergüenza.

Charity cerró sus manos sobre las mías, no con la intención de amenazarme, sino de calmarme.

—¿Dónde está?

Sacudí la cabeza.

—Si Balthazar quisiera que supieras dónde está, él mismo te lo diría. En estos momentos está muy débil, Charity. Tienes que dejarlo tranquilo.

El vampiro de las rastas soltó un bufido desdeñoso desde el sofá. Charity ladeó la cabeza y un rizo grasiento le cayó sobre la mejilla.

—¿No vas a decirme dónde está?

—El invierno pasado querías que Balthazar te dejara en paz. ¿Por qué ahora no?

—No me daba cuenta de lo pirado que estaba —dijo, lo cual viniendo de una chiflada como Charity resultaba increíblemente irónico—. Ni de lo hipócrita que se ha vuelto. Antes reconocía que era un asesino. Se acordaba de que él me mató. Dime dónde está, Bianca. Me gustaría refrescarle la memoria.

¿Podía echar a correr antes de que me cogiera? Lo dudaba. Por lo menos Raquel me esperaba fuera; si yo tardaba mucho en bajar, seguro que pedía ayuda. Lo mejor que podía hacer ahora era ganar tiempo.

—Lo siento, Charity, pero no voy a decírtelo.

—¿Ahora te dedicas a cazar vampiros? —Señaló la estaca que llevaba en el cinturón; mi mano se había deslizado hasta ella, en un acto reflejo por defenderme—. ¿Con la Cruz Negra como tu querido Lucas? Balthazar no es el único descarriado.

Charity avanzó otro paso al tiempo que yo retrocedía. Su brazo largo y flaco cerró la puerta del apartamento y oí el chasquido de un cierre automático. Dado su rostro dulce y juvenil y su cuerpo aparentemente frágil, siempre me sorprendía reparar en lo alta que era, tan solo cinco centímetros más baja que su hermano. Aunque su estatura no era la fuente de su poder, intimidaba.

«Tengo que entretenerla —pensé—. Tengo que ganar tiempo».

—La señora Bethany está muy enfadada.

—Me lo imagino. —Soltó una risita infantil—. ¿Te acuerdas de cómo se le arruga la nariz cuando se enfada? Siempre me hace reír. —Charity contrajo el rostro en una imitación tan fiel de la señora Bethany montada en cólera que, pese al miedo, casi se me escapó una sonrisa. No obstante, no olvidaba que esa era justamente la estrategia de Charity, hacerse querer para que bajaras la guardia.

—La señora Bethany tiene muchos vampiros que la apoyan. Decenas, puede que centenares.

Esas palabras tuvieron un efecto más poderoso del que había previsto.

—Eso no debe ocurrir —susurró, endureciendo la mirada—. Las tribus no deben unirse a la señora Bethany. Es importante.

—¿Piensas decirme por qué?

—Sí —respondió Charity, ante mi sorpresa. Acto seguido, sonrió con excesiva dulzura—. Cuando tú me hayas dicho dónde está mi hermano. Porque vas a decírmelo.

Shepherd se abalanzó como un rayo sobre mí. Logré esquivarlo por los pelos, estampándome contra la pared. Cuando me embistió de nuevo, recordé mis prácticas de lucha con Lucas en la Cruz Negra, y los movimientos me vinieron a la mente: esquívale por la izquierda, agárrale el brazo, retuércelo y empuja. Shepherd golpeó la puerta con tanta fuerza que esta vibró.

Me sentí como una auténtica tía dura, por lo menos durante el segundo que Charity tardó en cogerme por detrás.

—¡Suéltame! —grité—. ¡Hay gente en camino!

—No llegarán a tiempo para salvarte. —Charity tiró de mí con tal vehemencia que perdí el equilibrio. Luego me arrojó contra la alfombra.

El pánico se apoderó de mí, amenazando con robarme la capacidad de pensar o actuar… hasta que la ventana reventó con un fuerte estrépito. Fragmentos de cristal salieron volando en todas direcciones y chillé al mismo tiempo que Shepherd soltaba un grito de dolor. Cayó hacia delante, con medio cuerpo encima del mío. Cuando lo empujé desesperadamente hacia un lado, vi la estaca que tenía clavada en la espalda.

«¡Una ballesta! ¡Alguien ha disparado a través de la ventana!».

Charity corrió blasfemando junto a Shepherd y le quitó la estaca. Yo estaba luchando por salir de debajo de su cuerpo, pero Charity parecía tener otras prioridades.

—Volveremos —dijo, poniendo en pie a Shepherd—. Muévete.

Salieron corriendo y durante unos instantes me quedé sola en el apartamento respirando entrecortadamente, demasiado aturdida para poder pensar. Entonces, fuera, oí gritar a Dana:

—¿Dónde demonios está Bianca?

—¡Dana! —Me levanté. Sentía las piernas como si fueran de gelatina—. ¡Dana, estoy bien!

Pero ya podía oír el fragor del combate: ruidos sordos de embestidas corporales y gritos de dolor.

Corrí hasta la puerta y asomé la cabeza. Charity había desaparecido. Shepherd y Dana estaban peleando al final del pasillo, junto a una puerta que debía de dar a las escaleras. No podía distinguir quién iba ganando, pero advertí que Shepherd tenía los colmillos fuera, listos para morder a Dana.

—¡Cuidado! —grité.

Dana se agachó, le clavó un fuerte puñetazo con la mano izquierda y le propinó un empujón. Shepherd cruzó la puerta tambaleándose, saltó por la barandilla y cayó por el hueco de la escalera, rebotando repetidas veces contra el pasamanos metálico.

—¡Vamos, deprisa! —gritó Dana—. ¡No hay tiempo de coger el ascensor!

La seguí tan deprisa como me lo permitían mis temblorosas piernas, pero cuando llegamos a la planta baja Shepherd ya había desaparecido. El portero estaba desplomado sobre el mostrador; o Dana, o Shepherd y Charity lo habían dejado sin sentido.

Salimos del edificio arrastrándonos. Fuera estaba lloviendo, pero no me importaba mojarme; lo único que necesitaba era no volver a poner un pie en ese lugar. El rostro de Raquel se iluminó al vernos.

—Menos mal que estáis bien.

—¿Has visto al tío de las rastas?

—Nadie ha salido por esa puerta. Puede que Milos lo haya visto. —Raquel señaló un tejado al otro lado de la calle, donde se adivinaba la silueta de un hombre con una ballesta. Milos —uno de los cazadores de vampiros más crueles— era el único responsable de que yo siguiera con vida.

—Estás tiritando. —Dana me puso las manos en los hombros—. ¿Estás bien, Bianca?

Negué con la cabeza. Me abrazó con fuerza y Raquel me rodeó por detrás. Podía sentir su alivio con la misma intensidad que el mío.

Eran dos de mis mejores amigas. Eran cazadoras de vampiros. Me querían. Se mantuvieron al margen mientras Balthazar era torturado. Estaba tan enfadada con ellas que les hubiera gritado, pero también las quería con toda el alma. Sabía que no actuaban bien al matar vampiros, y sin embargo el vampiro al que yo acababa de intentar salvar me había traicionado. Hasta tal grado llegaba mi confusión, y no me quedaba más remedio que vivir con ella.

Sin pronunciar una palabra, las abracé a mi vez y me dije que ese momento era lo único que importaba.

Al día siguiente me eximieron de patrullar, lo cual era genial, pero Eliza fue un paso más allá y también dio a Lucas el día libre. Bueno, en nuestras circunstancias «día libre» significaba «escarbar en los escombros del antiguo cuartel general en lugar de cazar vampiros». Puede que otros se nos unieran más tarde, dijo, pero por el momento únicamente Lucas y yo teníamos destinada esa tarea. No me importaba, mientras estuviéramos juntos.

—¿Seguro que estás bien? —me preguntó Lucas por enésima vez.

Nos encontrábamos al lado de uno de los viejos vagones, con cascotes hasta las rodillas. Los dos estábamos igual de sucios que el día del ataque.

—Estoy bien, te lo prometo. Charity solo me asustó.

—Quiere transformarte —dijo Lucas—. Y parece que no parará hasta conseguirlo.

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