Tuve la sensación de que era arrojada hacia delante, y de pronto vi a Lucas. Seguía en la bodega, pero ahora estaba solo, tumbado en el suelo, vestido pero con una almohada debajo de la cabeza y cubierto con una sábana. Me pareció que no había pasado mucho tiempo desde la última vez que lo vi —era mediodía, como muy tarde—, pero supuse que el cansancio le pedía dormir. Balthazar no estaba.
Se removió bajo la sábana. Me pregunté por qué dormía en el suelo, hasta que recordé que yo había muerto en nuestra cama. Seguramente, no quería yacer solo en ella.
—Dijiste que querías estar con él, ¿no? —dijo Maxie—. Pues hazlo.
Un segundo después, Lucas y yo estábamos en la librería de Amherst, a solas en el sótano donde se guardaban los libros de texto. El estaba arrodillado en el suelo con un libro de astronomía abierto en las manos. Un cometa arrastraba su fuego por la página.
—¿Lucas? —dije.
Levantó la vista y sus ojos se iluminaron de alivio y felicidad.
—¿Bianca? ¿Estás aquí?
—Sí, pero… ¿dónde es aquí?
Soltó el libro y me abrazó con fuerza. El impacto de sentir sus brazos en mi espalda, la reconfortante presión de su cuerpo contra el mío, me hizo gritar de alegría y placer.
—Estás viva —susurró en mi oído—. Pensaba que estabas muerta. Estaba seguro de que habías muerto.
«Pero estoy muerta».
—Lucas, ¿dónde estamos?
—Quería buscarte en las estrellas, ¿ves? —En lugar de señalar el libro de astronomía que había dejado en el suelo, señaló hacia arriba. Atónita, lo que vi no fue el techo de la librería, sino el cielo nocturno, brillante y titilante—. Sabía que podía encontrarte allí. ¿Recuerdas la parte de
Romeo y Julieta
que me citaste aquel día, cuando intentabas convencerme de que Julieta también era astrónoma?
Susurré:
—Dadme a mi Romeo, y cuando muera lleváoslo y divididlo en pequeñas estrellas. El rostro del cielo se tornará tan bello que el mundo entero se enamorará de la noche y dejará de adorar al estridente sol.
—Exacto —murmuró en mi pelo—. Por eso sabía que podía encontrarte allí.
Entonces lo entendí. Con tristeza dije:
—Esto es un sueño.
—No estoy soñando. —Lucas me abrazó con más fuerza—. No lo creeré.
Estaba dentro del sueño de Lucas. Raquel me había contado que su fantasma la atacaba mientras dormía; hubiera debido comprender que los espectros podían penetrar en las mentes durmientes. Entonces, ¿podía estar con Lucas pero solo en sueños? Era tan poco, pero por lo menos era algo.
—Cada noche —le prometí—, cada noche estaré aquí para ti.
—No me basta. Te necesito. No permitas que esto sea un sueño.
La realidad que nos rodeaba se desvaneció en un instante. Volvía a flotar muy cerca del techo y estaba mirando a Lucas, que acababa de abrir los ojos. Hizo una mueca y se frotó la cara con una mano. Parecía aún más cansado que por la mañana.
—Bianca, ¿estás ahí? —preguntó. No podía responderle, pero lo entendió de todos modos—. Siempre estarás ahí, supongo. Aunque demasiado lejos para poder tocarte.
Comprendí que estar con Lucas en sueños sería un consuelo para mí, pero un tormento para él. No podría aferrarse a esa experiencia de la misma manera que yo. Además, no creía que pudiera hacerle entender que nuestra unión en sueños era real. Si le visitaba cada noche, solo conseguiría que Lucas lamentara mi pérdida una y otra vez.
Rodó sobre un costado, golpeando la almohada para apoyar mejor la cabeza.
—He soñado contigo —comentó—. Estaba en la librería tratando de encontrarte… no recuerdo cómo… Dios, ya estoy empezando a olvidarlo. Pero estabas allí. No era verdad que estabas muerta y podía abrazarte de nuevo. Un sueño fantástico… hasta que me desperté.
Con un suspiro, apartó la sábana y se levantó. Se movía con rigidez, y comprendí que probablemente tenía el cuerpo dolorido. Estaba sacando un cartón de zumo de la mininevera cuando oí pasos fuera. Lucas caminó hasta la puerta y abrió antes de que Balthazar tuviera tiempo de llamar.
En lugar de «hola» o «cómo estás», dijo:
—Tenías razón con respecto a Charity.
—Menuda novedad. —Aunque ya no había veneno en los comentarios sarcásticos que Lucas solía dedicar a Balthazar, eso no implicaba, al parecer, que fuera a dejar de hacerlos—. ¿La has encontrado?
—He encontrado a alguien que la conoce, y eso significa que Charity no tardará en enterarse de que me encuentro en Filadelfia, si es que no lo sabe ya.
—¿Dejaste huir al vampiro para que haga de mensajero? —Lucas bebió un largo sorbo de zumo directamente del cartón—. Mal hecho.
Balthazar frunció el ceño.
—Yo no le clavo la estaca a la gente a la primera de cambio, he ahí la diferencia entre tú y yo.
—Supongo que ahora tendrás que huir.
—Yo nunca huyo de una pelea —dijo Balthazar—, y no pienso abandonar a mi hermana a su suerte.
—Nadie la obliga a comportarse como lo hace —dijo Lucas, devolviendo el zumo a la nevera—. A estas alturas ya deberías saberlo. ¿O acaso lo has sabido siempre?
Balthazar no respondió.
—Si consigo apartarla de su tribu, seguro que entrará en razón.
—¿Qué piensas hacer? ¿Encerrarla en una habitación durante un siglo hasta que esté de acuerdo contigo?
—Sí.
—Tío, así la vas a cagar más.
—¿Se te ocurre una manera mejor de lidiar con ella? —preguntó Balthazar—. Clavarle una estaca no es una opción.
—Eso lo dirás tú. —Lucas respiró hondo—. Entonces, ¿quieres que te ayude con tu plan de secuestro?
Era evidente que Balthazar detestaba tener que pedir ayuda a Lucas, pero asintió con la cabeza.
—Tú sabes luchar. Y Charity no esperará que nosotros dos cooperemos. Podríamos utilizar el elemento sorpresa.
—¿Cuándo?
—Ella actuará al atardecer, de modo que dentro de un par de horas. —Como todos los vampiros, Balthazar podía sentir lo separados que estaban el atardecer y el amanecer—. Cuanto antes salgamos a buscarla, mejor.
Lucas no necesitaba ir a por Charity esa noche. De hecho, preferiría que nunca lo hiciera. Era peligrosa, e independientemente de lo buen luchador que fuera Lucas o lo fuerte que yo lo hubiera hecho bebiendo su sangre, Charity sería siempre más fuerte que él. Con el apoyo de su tribu, Lucas y Balthazar no tenían ninguna posibilidad de vencerla.
Por lo general, yo siempre tenía la certeza de que Lucas podía salir con vida de la refriega. Pero ahora estaba agotado y triste. Balthazar, cegado por su sentimiento de culpa, o por su dolor, o por ambas cosas, estaba cometiendo la imprudencia de arrojarlos a los dos a una misión suicida.
¿Era Lucas consciente de ello? En cuanto me di cuenta de que lo más seguro era que sí, me asaltó el pánico.
Le observé mientras se ponía una camisa de franela y se ataba los cordones de los zapatos. Estaba aterrada. ¿Pensaba Lucas que si moría volveríamos a estar juntos? ¿O acaso la vida ya no tenía sentido para él? Para mí sí lo tenía. Quería que viviera y estuviera a salvo y fuera feliz por los dos.
Presentía que a Lucas no le importaba nada de eso.
Cuando estaba casi listo se detuvo y fue hasta el pequeño cajón donde yo guardaba mis cosas. Cogió el broche de azabache que me había regalado —me pareció que hacía tanto de eso— y comprendí que quería que le diera fuerzas, como me las había dado a mí. Se lo guardó en el bolsillo de la camisa.
«Oh, Balthazar, podría matarte por esto. Por favor, chicos, deteneos, os lo ruego».
Balthazar se recostó en un botellero. Parecía tan cansado y triste que por un momento me apiadé de él. Entonces Lucas dijo:
—Vamos.
—Necesitamos armas —señaló Balthazar.
Lucas, que nunca había salido a una cacería de la Cruz Negra o a una cita conmigo sin ir armado hasta los dientes, respondió simplemente:
—Ya encontraremos algo.
Salieron y quise ir tras ellos, pero no pude. Me hallaba a unos metros del camino cuando descubrí que no podía seguirles. Me quedé como atrapada allí, viéndoles subir al coche de Balthazar.
Mientras Lucas se acomodaba en el asiento del copiloto, vi que contemplaba el lugar donde yo estaba con la mirada afilada. Cuando Balthazar puso el coche en marcha y arrancó a toda velocidad, desvió la vista. A lo mejor se estaba preguntando si había visto algo; probablemente decidió que solo era un efecto de la luz.
M
ucho después de que el coche de Balthazar hubiera desaparecido carretera abajo, yo seguía allí, contemplando la lejanía con tristeza. No tenía razones para quedarme ahí fuera, pero por lo visto iba a habitar la bodega eternamente. Seguro que no tardaba en hartarme de ella.
—Eres un poco patética.
—Cierra el pico, Maxie —farfullé.
—¿Por qué no lo cierras tú y me escuchas por una vez? —La presencia de Maxie se hizo más sólida. Lo primero que vi no fue el pelo o el cuerpo, sino una ceja enarcada, escéptica, como una versión irritable del gato Cheshire—. Puedo ayudarte, ¿sabes? Y sé de otros que también podrían ayudarte. Por tanto, sería un buen momento para que dejaras de tratarme como un pegote molesto en la suela del zapato.
—¿Cómo puedes ayudarme si ya estoy muerta?
Era una pregunta retórica, pero respondió de todos modos.
—¿No te gustaría averiguarlo?
—Vale.
Maxie se fue materializando al fin, pero a medida que ella adquiría solidez el césped que me rodeaba se volvía brumoso y traslúcido.
Cuando quise darme cuenta estábamos dentro de la bodega, junto a la cama donde había fallecido.
—Eso ya está mejor. —Su sonrisa se me antojó una pizca demasiado satisfecha para mi gusto, pero era cierto que Maxie estaba en situación ventajosa—. Sabía que antes o después lo aceptarías.
—Yo no he «aceptado» nada —espeté—. Vosotros luchasteis contra los vampiros por mí. Habéis ganado y yo he perdido.
—Hablas como si realmente hubieras tenido alguna posibilidad de llevar una vida normal. Pues adivina qué: eso jamás habría sucedido. Naciste para unirte a los zombis. Es tu naturaleza, esa eres tú y por eso estás aquí. No tiene sentido que me eches la culpa a mí.
—Creo que llevas muerta tanto tiempo que has olvidado qué es estar viva.
Maxie ladeó la cabeza.
—Probablemente tengas razón. También te ocurrirá a ti.
¿Olvidar qué es estar viva? Nunca. Olvidarme de mi vida significaría olvidar demasiadas cosas maravillosas; significaría olvidar a Lucas. Y eso nunca ocurrirá.
—Dices que puedes ayudarme. Demuéstramelo entonces.
—Bien. —Maxie señaló los cajones de cartón—. Saca tu pulsera de coral.
—Tienes obsesión por la joyas.
—Coge la pulsera y verás.
¿Cómo esperaba que lo hiciera? No tenía unas manos reales, solo imaginarias. Decidida a demostrarle lo estúpida que era su propuesta, introduje los dedos en el cajón… y sentí la plata y el coral, maravillosamente sólidos. Cogí la pulsera y contemplé su reflejo en la puerta del microondas: una titilante luz azulada de la que pendía una pulsera, como si estuviera suspendida en el aire. Me había quedado sin habla.
Maxie agitó su rubia cabellera con una sonrisita.
—Te lo dije.
—¿Cómo es posible?
—Los objetos materiales con los que teníamos un fuerte vínculo antes de morir, como la puerta de tu casa, o un diario, o en tu caso una joya que apreciabas mucho, nos conectan con el mundo real. Tienes suerte, además, porque es coral. El coral es uno de los materiales más poderosos para nosotros, porque tenemos algo en común con él. ¿Se te ocurre qué puede ser?
—En otro tiempo los dos estuvimos vivos. —Acaricié el coral rojo e imaginé su vida bajo el mar.
A Maxie no pareció entusiasmarle que le hubiera respondido correctamente y robado la primicia.
—Todos nosotros podemos utilizar cosas y lugares de ese modo. Como tú eres una espectro pura, estoy segura de que se te dará muy bien. Con mucha práctica podrías llegar a hacer algo con esa pulsera. ¿Entiendes ahora por qué te dije que no dejaras que Lucas la enterrara contigo?
—Gracias. —Por una vez mi gratitud era del todo sincera. En lugar de regocijarse, Maxie bajó la mirada, casi con timidez—. ¿A qué te refieres con lo de «hacer algo»?
—He oído que los espectros como tú podéis recuperar vuestro cuerpo físico, al menos durante un rato. Por lo visto, requiere mucha práctica…
La voz de Maxie se fue apagando a medida que me concentraba en la pulsera. Recordé el instante en que Lucas me la entregó, el amor que compartimos ese día, y eso hizo que las piedras me parecieran aún más reales.
Primero concentré toda mi atención en la mano que sostenía la pulsera y, para mi asombro, la mano apareció en el reflejo. La solidez me recorrió como un escalofrío cálido y de repente ahí estaba mi reflejo, idéntico a como había sido unos días antes, cuando aún vivía, bien que algo más pálido. Golpeé la pared y al oír un ruido sonreí de oreja a oreja, luego tiré de las sábanas de la cama y las vi retroceder obedientemente.
—Caray, qué rapidez —dijo molesta Maxie.
—Tengo un cuerpo. —Solté una carcajada y la sentí como tal. No era como estar viva; no había ni alegría ni calor en ese cuerpo, y sabía que no era mi morada. Pero por lo menos volvía a tener consistencia. Si Lucas estuviera aquí podría abrazarle, incluso besarle; podríamos hablar como gente normal—. Esto es increíble.
—No podrás tener un cuerpo todo el tiempo. Ni siquiera Christopher puede. —Parecía que Maxie disfrutara desinflándome, pero no tenía poder para eso—. Y tampoco cambiará tu situación, pero por lo menos te permitirá hacer algunas cosas.
Suspiré.
—Esto es sin duda lo mejor que me ha pasado desde que fallecí.
Entonces quise saber quién era ese Christopher, pero no tuve tiempo de preguntárselo. Los neumáticos de un coche chirriaron sobre la gravilla del camino de entrada y corrí emocionada hacia la puerta, que ahora tuve que abrir en lugar de traspasarla. Creía que serían Balthazar y Lucas volviendo a casa. Seguro que Balthazar se había repensado lo de llevarse a Lucas de caza esta noche. En su lugar, vi un descapotable amarillo con Vic y Ranulf dentro.
—¿Qué hacen aquí? —murmuré. Maxie miró por encima de mi hombro—. Un momento… Lucas dijo que había escrito a Vic contándole que yo estaba enferma. Debió de convencer a sus padres de que le dejaran marcharse de la Toscana para poder venir a verme.