—Tápale la cara —susurró. Lucas colocó la sábana sobre mi cabeza. Hecho esto, Balthazar pareció más centrado—. ¿Hay algo que quieras… hay algo que quieras que Bianca se lleve consigo?
Lucas soltó un largo suspiro.
—Sí.
Caminó hasta la cómoda de cartón donde guardaba mis escasas pertenencias. Cuando abrió el cajón superior, vi dos de mis tres joyas: el broche de azabache que me había regalado en Riverton al principio de nuestro idilio y la pulsera de coral rojo que me había regalado por mi último cumpleaños. La mano de Lucas se cerró sobre las dos y comprendí que quería ponerlas en mis manos para que tuviera algo suyo para el resto de la eternidad.
«¡No dejes que lo haga! ¡Tienes que conservarlas!».
Sobresaltada, miré a mi alrededor buscando de dónde venía esa otra voz. No solo no podía verla, sino que mi entorno volvía a desvanecerse, amenazando con desintegrarse en la neblina azulada que me nublaba la vista.
¿Quién era? La única persona que, en principio, podía hablarte después de morir era Dios, y estaba convencida de que el primer mensaje de Dios para mí desde el Más Allá no sería que conservara las joyas.
Sin embargo, era el único consejo que había recibido hasta el momento. Supuse que haría bien en escucharlo.
Cuando Lucas cogió las joyas, le dije: «No lo hagas. Déjalas donde están». Titubeó, pero ignoraba si debido o no a mi influencia. ¿Qué otra cosa podía hacer?
Recordé la sensación que había tenido cuando Balthazar caminó a través de mí. Durante un instante experimenté cada una de sus emociones con la misma intensidad como si fueran mías. No sabía si Balthazar había sentido algo a su vez; con lo abatido que estaba, seguramente no. Sea como fuese, valía la pena intentarlo.
Concentré toda mi atención en Lucas, me dije lo mucho que deseaba estar con él e inmediatamente después… fue como si saliera disparada hacia él, casi a demasiada velocidad para poder verlo, y de repente estaba con Lucas, alrededor de Lucas,
dentro
de Lucas. Su dolor me inundó por dentro con una fuerza que me nubló la vista y me hizo sentir como si me hundiera. El sentimiento de anhelo, de aislamiento e impotencia era demasiado intenso para poder soportarlo.
Lucas tembló, como si tuviera frío.
—Es como si estuviera aquí —susurró—. Cuando miro los objetos que le regalé, siento a Bianca muy cerca. —Devolvió la pulsera y el broche al cajón—. No puedo renunciar a ellos.
—De acuerdo.
Devolví mi atención a Balthazar. Lo que vi entonces me abrasó el espíritu, dejando una marca oscura que nunca podría olvidar: Balthazar, con su camiseta y pantalón negros, como si fuera parte de la noche, sosteniendo en sus brazos mi cuerpo inerte. La sábana blanca me envolvía casi por completo, con excepción de una mano que colgaba y la cascada de mi larga melena pelirroja.
«Esto es real. Esto es absolutamente real».
«Estoy muerta».
—¿Tienes las herramientas necesarias? —preguntó Balthazar.
—En el garaje. —Lucas encorvó los hombros, como si quisiera protegerse de algo—. Tienen… tienen palas.
«¿Palas? Palas. No quiero verlo. Quiero estar en otro lugar…».
Y de pronto me encontré en otro lugar, en ningún lugar, más o menos. Una vez más, el mundo solo contenía una neblina grisácea. Yo estaba en medio, perdida y sola. Aunque detestaba esa sensación, era más soportable que ver a Lucas y Balthazar cavar mi tumba.
Un rostro empezó a tomar forma en medio de la bruma. Una chica, puede que de mi edad, con el pelo corto y rubio, a la que había visto muchas veces.
—La espectro. —Mis palabras me sonaban ahora reales, aunque no creía que los vivos pudieran oírlas—. Eres la espectro. No te había reconocido.
—No soy la única espectro —dijo. Su sonrisa era fina y ligeramente petulante; me habría gustado borrársela de la cara de un guantazo—. En el otro lado sonamos diferente, ¿a que sí? Más como nosotros.
—¿Qué me está ocurriendo? —le pregunté—. ¿Estoy realmente muerta? Si lo estoy, ¿me estás impidiendo ir al cielo, o a la luz, o dormir, o lo que se suponga que hace la gente cuando muere?
Agitó ampliamente los brazos para despejar la neblina.
—Hay muchas opciones, y no te estoy impidiendo elegir.
Ahora que la neblina se había disipado, me di cuenta de que podía ver lo que teníamos debajo. Estábamos flotando por encima de los árboles que había fuera de la casa. Vi que abajo había movimiento: Lucas y Balthazar hundiendo sus palas en la tierra, concentrados en cavar mi tumba.
—Es mi sueño. —Ojalá hubiera podido llorar. Necesitaba llorar—. Es uno de los sueños que tuve contigo. ¿Los recuerdas?
—Naturalmente que no. —Parecía casi ofendida—. Eran
tus
sueños. Tus visiones del futuro. Yo no tengo nada que ver con ellos. Me veías de la misma manera que los veías a ellos, como parte de lo que ha de venir.
—Dijiste que era mejor que no supiera lo que estaban haciendo. Porque si hubiese mirado habría previsto mi propia muerte.
La espectro ladeó la cabeza y una brisa invisible le alborotó el pelo.
—Es hora de que olvides la vida que has dejado atrás y de que abraces tu futuro.
—¿Olvidar? ¿Crees que podré olvidar a Lucas? ¿Y qué clase de futuro se supone que voy a tener estando muerta? —La neblina se espesó, eclipsándola—. Déjame en paz.
Entonces pensé en Lucas y deseé con todas mis fuerzas volver junto a él. «Regresaré a tu lado. Te lo prometo. ¡Estoy aquí!».
La neblina se esfumó. Ahora me encontraba en el claro que había detrás de la casa de los Woodson, contemplando un pequeño montón de tierra. Balthazar lo estaba aplastando con el dorso de su pala y Lucas estaba arrodillado junto a la tumba. Podía oler el sudor de su piel, la tierra y la hierba estivales. El cielo se había teñido de un rosa pálido. Comenzaba un nuevo día sin mí.
Lucas bajó la cabeza, abrumado por la pena. Verlo así era más de lo que podía soportar.
«Tienes que verme, por favor», pensé. Me concentré en todas las cosas y olores que me rodeaban, en todo lo que era real y sólido. Me hice parte del mundo. «Lucas, por favor, mírame, por favor, por favor…».
—¡Lucas!
Lucas y Balthazar dieron un respingo. Lucas dijo:
—¿Has oído eso?
Balthazar asintió.
—Parecía la voz de… No puede ser.
¡Sí! Lo tenía. Me concentré todavía más en el aquí y ahora y puse toda mi atención en el recuerdo de cómo había sido mi cuerpo, del aspecto que había tenido. Durante unos instantes pude sentirme de nuevo —piernas imaginarias, pelo imaginario— y Lucas y Balthazar ahogaron un grito. ¡Me habían visto!
Pero la euforia me distrajo y comprendí que había desaparecido de su vista casi al instante. ¿Podía repetirlo? No estaba segura de cómo lo había conseguido la primera vez. Desde luego, estar muerta no era tarea fácil.
—Balthazar —dijo Lucas—, ¿me he vuelto loco?
—Creo que no.
—Entonces, ¿tú también la has visto?
—Sí. —De repente Balthazar puso cara de haber comprendido. Fuera cual fuese su revelación, no parecía nada bueno—. Dios mío.
—¿Qué? ¿Qué sabes? —dijo Lucas.
Balthazar se puso a caminar junto a la tumba.
—Si Bianca nació porque un espectro ayudó a dos vampiros…
—Sí —dijo Lucas.
—Y una de sus opciones de futuro era convertirse del todo en vampira…
—Sí —dijo Lucas, abriendo los ojos de par en par.
—Significa que la otra opción no era simplemente morir, sino convertirse en espectro. Por eso los Olivier insistían tanto en que se transformara en vampira. Bianca nunca tuvo la opción de vivir como un ser humano, sino de convertirse en espectro. —Balthazar parpadeó hacia el lugar donde me habían visto—. Y así ha sido.
Deseé que Balthazar estuviera equivocado, pero, por desgracia, todo lo que había dicho tenía sentido.
—¿Lo ves? —La espectro, o debería decir la otra espectro, se me acercó—. Es lo que siempre intentamos decirte.
—¿Qué quieres decir con que «siempre intentasteis decírmelo»?
—Haz memoria. —Sonrió triunfalmente, y en esa sonrisa vi el mensaje que me habían enviado a la Academia Medianoche grabado en la escarcha. «Nuestra».
D
e modo que los espectros pensaban que podían reclamarme como uno de los suyos. Pues estaban muy equivocados y pensaba demostrárselo.
—No soy vuestra —dije a la espectro que flotaba delante de mí. Llevaba una especie de vestido blanco vaporoso, quizá un camisón antiguo; me pregunté si era la prenda con la que había muerto. De ser así, yo estaba atrapada en una camiseta blanca de tirantes y un pantalón de pijama azul con nubes blancas para el resto de la eternidad. Bajé la vista y vi el pantalón del pijama, ligeramente traslúcido como el resto de mi persona, pero decididamente el mismo. Genial—. Solo me pertenezco a mí, a nadie más.
—Pero ahora eres una de nosotros. —Su rostro, de color aguamarina, brillaba con la tenue luz del alba—. ¿No te das cuenta de que esto es mucho mejor?
Lucas se volvió hacia Balthazar.
—Si es una fantasma, o una espectro, ¿cómo podemos comunicarnos con ella?
—¡Estoy aquí! —grité, pero no me oyeron.
Balthazar parecía desconcertado.
—No lo sé. Nosotros aprendemos a evitar a los fantasmas y espectros, no a hablar con ellos.
—¿Quién podría saberlo? —Lucas parecía desesperado—. ¿Existe una manera? Yo no sé de ninguna, quizá no exista ninguna. Maldita sea, tiene que haberla. Tiene que haberla. —Bajó la vista hacia la tumba y cerró los párpados con fuerza.
—Estoy pensando, ¿vale? —Balthazar no parecía mucho más animado que Lucas—. ¿Conoces a alguien de la Cruz Negra que pueda decirnos algo?
Lucas gruñó.
—Un montón de gente con la que no puedo volver a hablar. Salvo quizá…
Estaba considerando esa posibilidad, considerando seriamente la posibilidad de ponerse en contacto con la Cruz Negra a pesar de que era muy probable que los cazadores tuvieran la orden de matarlo en el acto.
«Oh, no —pensé—. Lucas no puede hacer eso. Está triste, aturdido, es una pésima idea».
El mundo volvió a disolverse en una niebla azulada y dejé de sentir mi cuerpo físico. Aunque en cierto modo era una sensación liberadora —como volar en sueños— no me gustaba no tener cuerpo. Los cuerpos estaban bien. Los cuerpos te decían dónde estabas y lo que podías hacer. Empezaba a añorar seriamente tener un cuerpo en el que poder confiar.
Mientras intentaba adoptar algún tipo de forma, la espectro apareció detrás de mí.
—Aprenderás a disfrutar de esto. Pero acostumbrarse requiere su tiempo.
—Me temo que hoy no podrá ser. —Cuando me dirigía solo a ella, tenía la sensación de que hablábamos pese a no decir nada en voz alta—. Tenemos que hablar de lo que me ha pasado.
—Pues habla.
—¡No aquí flotando en medio de la nada! Llévame a un lugar real. A un lugar donde las dos podamos ser reales.
—Que así sea.
En un abrir y cerrar de ojos la niebla desapareció. Estábamos en el desván de la casa de Vic, junto al maniquí, que todavía lucía su vistoso sombrero de plumas. Podía oler los viejos libros y ver las pilas de trastos, algo menores desde que Vic nos amueblara la bodega. A través de nuestros pies traslúcidos podía ver los listones de madera del suelo.
La espectro me sonrió, todavía con cierta suficiencia. Podría haber sido bonita si no fuera por la expresión de su cara. Tenía el pelo rubio y liso, cortado recto, la barbilla fina, una nariz pronunciada y unos ojos perspicaces e inteligentes. Me sorprendió percatarme de que debía de ser uno o dos años menor que yo.
Bueno, uno o dos años menor que yo cuando murió. Por primera vez caí en la cuenta de que nunca envejecería. Ese detalle, en cierto modo, se me antojaba más decisivo que todo lo demás.
—Soy Maxie O'Connor —dijo la espectro—. Fallecí hace casi noventa años y habito esta casa desde entonces. Tú también te sentirás atraída por este lugar porque has muerto aquí, pero deja que te diga desde ahora que esta casa es mía. Os dejé instalaros en el sótano como un favor a Vic, nada más. Puedes visitarla, pero no puedes quedarte.
Como si fuera a querer visitarla. Su nombre me resultaba vagamente familiar, pero no sabía de qué y tampoco me importaba demasiado.
—Eres una espectro. —La siguiente parte no me resultó fácil decirla—. Como yo.
Maxie asintió.
Puaj, una espectro. Durante mi último año en la Academia Medianoche había aprendido a odiar y temer a los espectros. En mi opinión, no sabían hacer otra cosa que asustar y atormentar a la gente. El espectro de la casa de Raquel era un auténtico monstruo. Ahora yo era uno de ellos. Sentía un profundo asco; habría preferido no ser nada en absoluto. Por primera vez comprendía realmente la resistencia de Lucas a convertirse en vampiro. Convertirme en algo que nunca había pretendido ser —que nunca había querido ser— significaba perder algo importante de mí misma, puede que perderme del todo. Lucas había sido consciente de ello desde el principio.
Pese a mis débiles esperanzas, tenía que preguntárselo:
—¿No hay… no hay vuelta atrás? ¿No puedo volver a estar viva?
—Oh, claro que sí, está chupado. —Maxie esbozó una sonrisita—. Solo tienes que chasquear los dedos. Por eso no he vuelto a convertirme en humana en todos estos años.
—No hace falta que te pongas sarcástica.
—Cierto, no hace falta. Regalo de la casa.
Maxie era la espectro que había intentado matarme en el internado. Ahora comprendía que aquel debió de ser el momento álgido de nuestra relación. Entonces caí en la cuenta de algo.
—Un momento, yo te vi en la Academia Medianoche. Varias veces. ¿Cómo podías estar allí si estabas habitando esta casa?
Como si fuera la cosa más obvia del mundo, Maxie respondió:
—Vic, naturalmente. Estoy conectada con él, y él viajaba a Medianoche. Desde allí podía ponerme en contacto contigo.
—Eres la fantasma de Vic. —Recordé lo mucho que Vic apreciaba a Maxie. Estaba claro que no se había relacionado mucho con ella—. ¿Por qué no te apareces abiertamente a él?
—Es difícil aparecerse a los vivos. Por ejemplo, los dos tíos de ahí abajo…
—Lucas y Balthazar.
—Conocía a Lucas, pero al vampiro no. Están como un tren, por cierto. ¿Y los tenías en el bote a los dos? Felicidades.
Ignoré el comentario.