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Authors: Claudia Gray

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

Despedida (32 page)

—Pues llega un poco tarde —señaló Maxie.

Ignorándola, corrí hacia el coche.

—¿Qué haces? —me gritó.

—¡Saludar a mis amigos!

—No puedes… ¡Bianca, estás muerta!

Me pregunté si eso significaba que un campo de fuerza invisible o algo parecido me detendría, pero no lo hizo. Cuando salí al jardín, el rostro de Vic se iluminó con una sonrisa y Ranulf agitó una mano.

—¡Caray, Bianca! —dijo Vic—. Veo que ya estás recuperada.

—¡Vic! —Lo abracé con fuerza. Nunca me había alegrado tanto de poder abrazar a otra persona. Olía a colonia, un perfume que siempre había detestado, pero era lo primero que olía desde que estaba muerta. Quién me iba a decir que la colonia de hombre podía oler tan bien—. ¡Te he echado tanto de menos!

—Lo mismo digo —respondió—. Siento haberte despertado. ¿O sigues convaleciente?

Vic lo decía por el pijama que llevaba puesto. Por lo visto, la pulsera de coral no podía cambiar eso.

—Es una larga y extraña historia.

—Venga ya. —Vic se enderezó la gorra de camionero, como si se estuviera preparando para un asunto serio—. ¿Puede ser aún más extraña de lo que ya es?

—Te sorprenderías —dije débilmente.

Ranulf se puso rígido y me miró con recelo.

—Vic —dijo—, Bianca está diferente.

—¿Eh? —Vic me miró a mí y luego a Ranulf—. Está un poco sudada, eso es todo.

—Su naturaleza ha cambiado. —Ranulf entornó los párpados. Por primera vez no parecía un inocente; percibí un atisbo del hombre temible que debió de haber sido en otros tiempos—. Creo que ya no es una vampira.

—¿Qué? —Vic sonrió—. ¿Ahora eres completamente humana? ¡Bianca, eso es genial!

—No exactamente —dije—. ¿Podéis entrar? Tenemos que hablar y tenéis que buscar a Lucas.

Vic me siguió; Ranulf, todavía receloso, echó a andar algo rezagado.

—¿Qué pasa con Lucas? —preguntó Vic—. ¿Dónde está?

—Se fue con Balthazar.

—¿Balthazar? ¿Tu ex? —Enarcó tanto las cejas que desaparecieron bajo la gorra—. Esto se pone cada vez más interesante.

—Entremos de una vez, ¿quieres? —Cuando señalé la puerta la pulsera resbaló de mis dedos y me desvanecí al instante, o casi, porque una especie de nube azulada permaneció en el lugar donde había estado mi brazo.

Vic dio un salto atrás con tanta rapidez que casi cayó al suelo.

—¿Qué ha ocurrido?

—Bianca ya no es una vampira —dijo Ranulf, preparándose para luchar—. Es un espectro.

—¿Un espectro? ¿Te refieres a un fantasma? ¿Bianca es un fantasma? Eso es imposible.

Concentrándome mucho, logré cerrar la mano alrededor de la pulsera y deseé con todas mis fuerzas recuperar la solidez. Vic y Ranulf me observaban boquiabiertos. Ninguno dijo una palabra.

Cuando hube recuperado la forma, dije:

—No lo es. Ahora soy una espectro. Y no, Ranulf, no voy a hacerte daño. La vieja guerra entre fantasmas y vampiros, por lo que a mí respecta, no tiene nada que ver conmigo y la gente que quiero.

Ranulf no se dejó conmover, pero tampoco retrocedió.

—Y ahora, ¿vais a dejar que me explique? —pregunté.

Vic tragó saliva y asintió.

—Creo que será lo mejor.

Media hora después, mientras fuera oscurecía, Vic y Ranulf estaban sentados conmigo a la mesa intentando asimilar lo que acababa de contarles. Ranulf, que por su naturaleza comprendía mejor las extrañas reglas que regían a los zombis, daba la impresión de estar consiguiéndolo. Vic, en cambio, parecía completamente desconcertado.

—A ver si lo he entendido bien —dijo—. Tú falleciste.

—Sí. —Sospechaba que nunca me sería fácil reconocer eso.

—Balthazar se presentó aquí y él y Lucas te enterraron en el jardín de atrás.

—Correcto.

—De modo que en mi jardín hay un cadáver cuya presencia tendré que explicar a mis padres.

—Dudo mucho de que lo descubran, está aproximadamente fuera de los límites… Además, ¿no crees que eso es lo de menos en estos momentos?

—Sinceramente, no —dijo Vic—. No me malinterpretes. Comparado con el resto no tiene mucha importancia. Soy consciente de que estás teniendo una semana muchísimo peor que la mía, ¿vale? Pero no por eso me será más fácil explicarles a mis padres lo del
cadáver en el jardín
.

Suspiré.

—Tienes razón.

—Propongo que cubramos el lugar con vegetación —dijo Ranulf.

—¿Esa es toda tu aportación a esta conversación? —pregunté.

—Sí. —Ranulf no se inmutó—. No me gusta hablar por hablar. Y esa es la única propuesta útil que se me ocurre en estos momentos.

Vic le apuntó con dos dedos en forma de pistola.

—Me gustan los hombres que conocen el valor de las palabras y no las derrochan.

Ranulf asintió.

—Así funciono yo.

Vic se volvió de nuevo hacia mí. Tenía una expresión extraña, hasta que caí en la cuenta de que nunca le había visto tan serio.

—Bianca, detesto lo que te ha ocurrido. Si no pudiera mirarte a los ojos y decírtelo, si no estuvieras solo muerta, sino muerta
muerta
… en fin, no quiero ni imaginarlo. Es posible que las cosas no puedan ser como antes, pero… si existe una manera… seguiremos siendo amigos, ¿verdad?

Me sentí como si nunca antes hubiera sonreído, al menos no de verdad.

—Somos amigos por encima de todo —dije—. Y tú eres la mejor persona que he conocido en mi vida.

Vic agachó la cabeza con una timidez impropia de él.

—¿Cómo has deducido todo esto?

—Tu fantasma me ayudó —expliqué—. Se llama Maxie.

—¿Qué? ¿Mi fantasma tiene un nombre?

—¿Por qué no iba a tenerlo? —Me ofendió que diera por supuesto que los fantasmas no tenían nombre. Todos habíamos sido personas antes que fantasmas, ¿no? De pronto me di cuenta de que ya pensaba en los fantasmas como en «nosotros».

—Si puede aparecerse, ¿por qué nunca se me ha aparecido? —Ahora le tocaba a Vic ofenderse. Estaba claro que consideraba a Maxie
su
fantasma.

—No quería asustarte. ¿Maxie? —llamé, aunque sabía que probablemente estaba escuchando cada una de nuestras palabras—. Oye, Vic quiere conocerte. Ven a saludar.

—Estoy alternando con espectros —masculló Ranulf—. Eso no está bien.

—¿Recuerdas lo que te dije de que el conformismo social es la prisión de la mente? —le dijo Vic. El pelo rojizo le asomaba rebeldemente por debajo de la gorra de camionero, y hacía que su entusiasmo sonara un poco demente cuando volvió a hablar, esta vez a Maxie—. Aquí somos todos unos inconformistas, así que puedes dejarte caer.

«¿Por qué le has dicho mi nombre?».

Podía ver a Maxie sin verla, como una visión en mi mente, como la vez que se me apareció unos instantes en el desván.

«¡No necesita saber quién soy!».

—Me está hablando —dije a Vic y a Ranulf—. No en voz alta. Creo que le da vergüenza.

—Vaya… —Los ojos de Vic recorrieron lentamente la bodega. Tal vez pensara que podía descubrir a Maxie oculta entre las botellas—. En serio, Maxie, no pasa nada. Ven a saludar.

«No pienso salir».

Por su tono de «voz» deduje que a Maxie le aterraba la idea de ver finalmente a Vic cara a cara. Por lo visto, la opinión de Vic era muy importante para ella.

Comprendí que podía utilizar eso en mi provecho. ¿Era juego limpio? Decidí que era por lo menos tan limpio como cuando ella trató de congelarme hasta morir. Ahora que Vic estaba presente, tenía una excelente oportunidad de sacarle información.

—Maxie está dispuesta a ayudarme —dije en voz alta—. ¿Puedes explicar un poco más cómo funciona la pulsera? Me gustaría entenderlo bien.

La consternación de Maxie era patente, al menos para mí. Ranulf y Vic estaban contemplando el techo, como si los espectros colgaran del mismo cual arañas de luces.

—Tengo que conseguirme una güija —murmuró Vic.

«¿Y bien? —Me dirigí a ella—. No querrás defraudar a Vic».

«Como si necesitaras mi ayuda —espetó Maxie—. Ya eres capaz de pasearte y de abrazar a la gente. Yo nunca podré volverme tan corpórea, en cambio mírate tú. Apuesto a que podrías pasearte todo el día».

—Puedo actuar con bastante naturalidad cuando llevo conmigo la pulsera —expliqué a Vic y a Ranulf. Estaba impaciente por sorprender a Lucas. Se llevaría una alegría enorme. Bueno, al principio probablemente fliparía, pero pasado el susto se daría cuenta de que aún podíamos tener algún tipo de futuro juntos. Teníamos mucho que lamentar; mi muerte había dado al traste con todo un abanico de posibilidades. Y yo ya temía mis largos siglos de existencia cuando Lucas abandonara este mundo. Así y todo, era más de lo que tenía antes—. ¿Funciona igual con el broche de azabache? ¿El que se llevó Lucas?

«¿Lucas se lo llevó?». Maxie se relajó un poco; todavía sonaba hosca, pero algo menos enfadada. «En ese caso estás de suerte. Como ya te he dicho, todos los objetos sobre los que dejamos huella en vida podemos utilizarlos una vez muertos. No solo para volvernos corpóreos, como en tu caso, sino para viajar».

—¿Viajar? ¿De qué estás hablando? —A estas alturas también yo le estaba hablando al techo. Por el rabillo del ojo podía ver la cara de desconcierto de Vic y Ranulf.

«¿Has subido alguna vez a un metro? Entonces ya sabes cómo funciona. Puedes viajar a todos los lugares donde se detiene el tren. Ahora imagina que las cosas con las que tuviste una conexión fuerte durante tu vida son las paradas de metro. Puedes ir a los lugares donde están esas cosas».

La gárgola. ¿Cuántas horas me había pasado mirando esa cosa feroz junto a la ventana de mi cuarto de Medianoche? Por lo visto, le había dejado una huella lo bastante fuerte para poder viajar al internado siempre que quisiera. Seguro que daba con otras «paradas de metro». Mi mundo acababa de expandirse, no tanto como cuando estaba viva, pero al menos mucho más allá de los límites de esta casa.

—El broche —repetí—. Lucas se lo llevó. ¿Significa eso que podría viajar hasta él en este mismo instante? ¿Conservaría mi solidez? ¿Podría verme?

«Tu pulsera no te acompañará. Pero el broche es de azabache, ¿no? Tal vez puedas usarlo una vez allí».

—¡El azabache es madera fosilizada! —Sonreí. También el azabache estuvo vivo en otro tiempo, por lo tanto era tan poderoso como el coral.

—Por favor —suplico Vic—, dime que la otra mitad de la conversación hará que lo que acabas de decir tenga sentido.

—Más o menos. —Les resumí la situación lo mejor que pude, con la explicación de Maxie como única fuente—. Voy a probarlo. Necesito decirle a Lucas que todavía podemos comunicarnos, que existe una manera…

—Sí, lárgate de aquí —dijo Vic—. Seguro que Lucas está deseando verte.

—¿Cómo lo hago? —pregunté a Maxie.

Sonaba más suave, como si mi éxito le molestara demasiado para seguir aquí mucho más tiempo. «Concéntrate en el broche con todas tus fuerzas, visualízalo en tu mente. En principio eso debería llevarte hasta allí. Puede que necesites varios intentos».

Cerré los ojos, decidida a conseguirlo a la primera.

En mi mente oí a Maxie añadir: «Puedes deambular entre los vivos todo el tiempo que quieras, pero tarde o temprano te olvidarán, y tú a ellos. Estás muerta, Bianca. Cuanto antes lo aceptes, mejor».

La ignoré.

Si había algo en el mundo que podía visualizar con todo lujo de detalles era ese broche. El elaborado cincelado, el contorno de las extrañas flores que había visto en aquel sueño ya lejano, su peso frío en mi mano, la forma en que encajaba en mi palma…

Oscuridad.

Sobresaltada, traté de adivinar dónde estaba. No era la terrible neblina, pero tampoco un lugar que reconociera. Estaba a oscuras, salvo por unas luces rojas a lo lejos que identifiqué como puertas de salida. El techo era alto —muy alto— y yo flotaba cerca de él, tratando de comprender qué estaba sucediendo abajo.

De repente oí la voz de Balthazar.

—¡Cuidado, Lucas!

Vislumbré movimiento. Dos personas luchando. Cayeron al suelo con las piernas enredadas. El miedo me impulsó hacia abajo y logré acercarme un poco más. Pero la oscuridad no me permitía ver demasiado, solo filas de asientos, como si estuviéramos en una iglesia. Pero Balthazar no podía estar luchando dentro de una iglesia…

Entonces advertí que la pared blanca del fondo no era una pared, sino una pantalla. Estábamos en un cine. Como la mayoría de los lugares que le gustaban a Charity, tenía pinta de llevar mucho tiempo abandonado. Grafitis de muchos colores decoraban las paredes y la mitad de los asientos estaban arrancados.

Observé más detenidamente a las personas que forcejeaban. En ese momento se separaron y quedaron frente a frente. Una era Lucas, con la camiseta desgarrada y un hilo de sangre en el nacimiento del pelo. Jadeaba y sostenía una navaja en la mano, un arma prácticamente inservible frente a un vampiro.

La otra figura se volvió ligeramente y pude verle la cara.
Charity
.

—Dejaste que los fantasmas se la llevaran —le hostigó Charity. Sus ojos brillaban como los de un gato—. El cuerpo de Bianca se está pudriendo, su espíritu está preso, y la culpa es solo tuya.

Lucas se estremeció, y supe que le había herido en lo más hondo. Su voz sonó más mortal de lo que la había oído nunca cuando dijo:

—Pagarás por lo que le hiciste.

—¿Realmente te crees lo que dices? —Charity sonrió—. Tú no quieres matarme, muchacho. Tú quieres morir.

Quise que Lucas lo negara. No lo hizo.

Charity soltó una carcajada.

—No te preocupes, Lucas. Tú y Bianca volveréis a estar juntos muy pronto… en la tumba.

—¡No! —grité, pero ya no estaba en el oscuro cine. Me hallaba de nuevo en la bodega. Vic y Ranulf me miraban con mayor estupefacción que antes.

—¿Bianca? —dijo Vic—. ¿Qué ha ocurrido?

Le agarré del brazo.

—Si no vamos junto a Lucas ahora mismo, lo matarán.

Capítulo veintitrés

—L
a hermana malvada de Balthazar, deduzco —dijo Vic mientras salíamos disparados de la bodega en dirección a su coche. La luz de la farola proyectaba su delgada sombra sobre el camino; yo ya no tenía sombra—. Lucas y Balthazar con la soga al cuello, deduzco. Muchos vampiros pirados, deduzco. ¿Lo he pillado?

—Del todo. —Me alivió no tener que extenderme en explicaciones—. Pero no sé dónde están.

Vic hizo una mueca.

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