Dinamita (40 page)

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Authors: Liza Marklund

Tags: #Intriga, Policiaco

Dejó Fleminggatan y bajó por las escaleras que hay pasado el restaurante Klara Sjö, descendió al paseo de la ribera en la Kungsholms Strand y entró en la guardería por la puerta trasera. Los niños estaban sentados con la ropa de abrigo puesta, preparados junto a la puerta, cansados y ojerosos; Ellen tenía su osito azul en los brazos.

—Mamá tenía que recogernos hoy —refunfuñó Kalle—. ¿Dónde está mamá?

El profesor que se había quedado con los niños estaba muy enfadado.

—Nunca me compensarán por este cuarto de hora —resopló.

—Lo siento muchísimo —respondió Thomas y sintió lo sofocado que estaba—. No sé lo que ha pasado con Annika.

Se apresuró a salir con los niños. Después de una carrera alcanzó el autobús 40 frente al bar Pousette å Vis.

—No hay que correr para coger el autobús —comentó el chófer enfadado—. ¿Cómo vamos a enseñárselo a los niños si los padres también lo hacen?

Thomas sintió deseos de golpear al viejo cabrón que estaba tras el volante. Enseñó la tarjeta y empujó a los niños hacia la parte de atrás. Ellen se cayó y comenzó a llorar. «Me voy a volver loco», pensó Thomas. Tuvieron que quedarse apretujados en el centro del autobús entre regalos de Navidad, perros y tres cochecitos. Cuando llegaron a la Kungsholmstorg tuvieron problemas para poder salir. Resopló sonoramente al abrir la puerta del número 32, y mientras se sacudía los pies sobre la alfombra para quitarse la nieve antes de entrar oyó que alguien se dirigía a él.

Miró sorprendido y vio a dos policías uniformados que se le acercaban por la escalera.

—¿Es usted Thomas Samuelsson, verdad? Lo siento pero los niños y usted tienen que acompañarnos.

Thomas miró fijamente a los policías.

—Le hemos estado buscando toda la tarde. ¿No ha recibido noticias nuestras o del periódico?

—Papá, ¿adónde vamos? —preguntó Kalle y le cogió la mano a Thomas.

La certeza de que algo estaba terriblemente mal se apoderó de Thomas de golpe. «¡Annika! ¡Dios mío!»

—¿Está ella…?

—No sabemos dónde está su mujer. Desapareció por la mañana. Los inspectores le contarán más, si son tan amables de seguirnos…

—¿Por qué?

—Creemos que puede haber una bomba en su piso.

Thomas se inclinó y cogió a los dos niños, uno en cada brazo.

—Vayámonos de aquí —dijo sofocado.

La reunión de las seis en el periódico fue la más extraña en años. Anders Schyman sentía bullir el pánico dentro de él; su conciencia le decía que el periódico no debía salir, deberían buscar a Annika, apoyar a su familia, cualquier cosa.

—Joder, venderemos cantidad de ejemplares —dijo Ingvar Johansson cuando entró en la habitación. No lo dijo ni satisfecho ni triunfante, sino brutal y apenado, como una constatación.

Pero Anders Schyman explotó.

—¿Cómo te atreves? —gritó el director y agarró a Ingvar Johansson de forma que al jefe de redacción se le derramó la taza de café sobre el muslo. Ingvar Johansson ni siquiera sintió la quemadura, de lo sorprendido que estaba. No había visto nunca a Anders Schyman perder los estribos.

El director respiró sobre la cara del otro hombre durante unos instantes, luego se tranquilizó.

—Lo siento —se disculpó, soltó al hombre y se dio la vuelta tapándose el rostro con las manos—. No sé lo que me pasa, lo siento.

Jansson entró en la habitación, el último como siempre, pero sin los gritos de costumbre. El jefe de noche estaba pálido y ojeroso. Sabía que éste sería su ejemplar más difícil hasta la fecha.

—Okey—anunció Schyman y miró a los pocos hombres alrededor de la mesa, el de Foto-Pelle, Jansson e Ingvar Johansson. Los de ocio y deportes se habían ido a casa—. ¿Qué hacemos?

El silencio se adueñó de la habitación durante unos segundos. Todos estaban sentados cabizbajos. La silla donde Annika solía sentarse creció hasta llenar toda la habitación. Anders Schyman se dio la vuelta hacia la noche en el exterior.

Ingvar Johansson comenzó a hablar, en voz baja y concentrado.

—Bueno, lo que hasta ahora hemos comentado es por así decirlo el embrión, hay una serie de decisiones redaccionales en este…

Hojeó inseguro sus papeles. La situación era absurda e irreal. Era muy poco corriente que las personas de esta habitación estuvieran personalmente implicadas en los hechos que se trataban. Ahora la discusión versaba sobre una de ellas. Cuando Ingvar Johansson continuó lentamente con su lista para rendir cuentas de su trabajo, los hombres encontraron, a pesar de todo, fuerzas para seguir con sus rutinas. No podían escaparse, lo mejor que podían hacer ahora mismo era continuar con el trabajo y hacerlo lo mejor posible. «Así se sienten los compañeros de trabajo de las víctimas», pensó Anders Schyman y miró fijamente a través de la ventana. Podía ser conveniente recordar esta sensación.

—Primero tenemos la bomba en Klara, hay que cubrirla —informó Ingvar Johansson—. Un artículo girará sobre la víctima, el hombre que estaba gravemente herido falleció hace una hora. Era soltero, domiciliado en Solna. Los otros están fuera de peligro. Se harán públicos sus nombres por la tarde o por la noche y contamos con conseguir fotos de pasaporte de todos ellos. Luego tenemos los destrozos en el local…

—Dejad a los familiares en paz —dijo Anders Schyman.

—¿Qué? —preguntó Ingvar Johansson.

—Los empleados de Correos heridos. Dejad a sus familiares en paz.

—Todavía no sabemos sus nombres —respondió Ingvar Johansson.

Schyman se volvió hacia la mesa. Se pasó, desconcertado, la mano por el pelo, de forma que se le quedó de punta.

—Okey—dijo—. Lo siento. Continúa.

Ingvar Johansson respiró unas cuantas veces, cogió carrerilla y continuó.

—Hemos conseguido entrar en la sala afectada por la explosión en Stockholm Klara. No sé cómo se las ha ingeniado Henriksson, pero entró ahí y sacó un carrete de los destrozos. A esa habitación normalmente no tienen acceso ni los propios empleados. Ahí sólo hay envíos de valores, pero tenemos fotos.

—A eso le podemos añadir una discusión de principios —dijo Schyman y se paseó lentamente por la habitación—. ¿Qué responsabilidad tiene Correos en una cosa así? ¿Cómo deben controlar los envíos? Aquí tenemos el compromiso clásico entre la integridad del público y la seguridad del personal. Tenemos que hablar con el director general de Correos, el sindicato y el ministro responsable.

El director se detuvo frente a la ventana y estudió de nuevo la oscuridad exterior. Escuchó el susurro de la ventilación y buscó el sonido del tráfico. Era totalmente inaudible. Al cabo de un rato el redactor jefe siguió con su exposición.

—Después tenemos lo que nos atañe a nosotros, que la bomba iba dirigida a la jefa de nuestra redacción de sucesos. Tenemos que contarlo todo, desde el mediodía en que Tore Brand fue a buscar el paquete hasta el rastreo del envío por la policía

Los hombres anotaban; el director escuchaba de espaldas a la mesa.

—Annika ha desaparecido —continuó Ingvar Johansson en voz baja—. Eso hemos de tenerlo claro ahora, y debemos escribir sobre ello, ¿o no?

Anders Schyman se dio la vuelta; Ingvar Johansson parecía inseguro.

—La cuestión es si escribimos algo sobre que la bomba iba dirigida a nosotros —dijo el redactor jefe—. Quizá después nos ahoguemos en cartas bomba, quizá atraigamos a una banda de
copy cats
7que comience a secuestrar y a amenazar de bomba a nuestros reporteros…

—No podemos pensar así —intervino Schyman—. Si no, nunca podríamos cubrir nada que tuviera que ver con nosotros mismos. Tenemos que informar de todo lo que ha pasado, incluso de lo que nos atañe a nosotros mismos y a nuestra jefa de sucesos. Sin embargo hablaré con Thomas, el marido de Annika, de lo que escribamos sobre ella como persona privada.

—¿Ya está informado? —preguntó Jansson y Anders Schyman resopló.

—La policía lo localizó justo después de las cinco y media. Había estado en Falun todo el día y no había tenido el móvil conectado. No tenía ni idea de lo que iba a hacer hoy Annika.

—Entonces escribimos un artículo sobre la desaparición de Annika —anunció Jansson.

Schyman asintió y volvió a darse la vuelta.

—Presentamos su trabajo, pero tendremos cuidado con la información sobre su vida privada —resumió Ingvar Johansson—. El siguiente asunto debe ser la teoría policial de por qué le ocurrió esto justo a Annika…

—¿Saben por qué? —preguntó el de Foto-Pelle y el redactor jefe negó con la cabeza.

—No existe ninguna relación entre ella y las otras víctimas, nunca se habían visto. Su teoría es que Anmka investigó tanto que dio con algo que no debía. Ella fue desde el primer momento la líder de las noticias en esta historia, el motivo puede estar ahí. Simplemente sabía demasiado.

Los hombres guardaron silencio y escucharon la respiración de los demás.

—No tiene por qué ser así —dijo Schyman—. Esta cabrona es irracional. La bomba ha podido ser enviada por una razón totalmente desconocida para nosotros pero no para ella misma.

Los otros hombres levantaron la vista al mismo tiempo. El director suspiró.

—Sí, la policía cree que es una mujer. Creo que debemos sacar esto, a la mierda con ellos y su jodida investigación. Annika sabía esta mañana que la policía la tenía identificada, pero no le dijeron quién era. Escribiremos que la policía está buscando a un sospechoso, una mujer a la que no consiguen encontrar.

Anders Schyman se sentó sobre la mesa y ocultó el rostro entre las manos.

—Joder, ¿qué hacemos si el Dinamitero la tiene? —preguntó—. ¿Qué hacemos si muere?

Los otros no respondieron. En algún lugar de la redacción se oía
Aktuellt
;podían reconocer la voz del presentador a través de la pared de escayola.

—Debemos recapitular sobre todas las explosiones que ha habido hasta ahora —informó Jansson y continuó—. Alguien debe hablar de verdad con la policía sobre cómo ha trabajado para identificar justo a esta persona. Seguro que hay detalles que deberíamos…

Guardó silencio. De repente ya no estaba claro qué era importante. El horizonte había cambiado, el norte se había alterado. Todas las referencias estaban equivocadas y el enfoque patas arriba.

—Debemos intentar tratar esto de la forma más normal posible —dijo Anders Schyman—. Haced como soléis. Yo me quedo aquí esta noche. ¿Qué imágenes tenemos de esto?

El redactor gráfico tomó la palabra.

—Tenemos pocas fotos de Annika, pero sacamos una el verano pasado para la galería de empleados. Podría valer como retrato.

—¿Hay alguna foto de ella trabajando? —preguntó Schyman.

Jansson chasqueó los dedos.

—Hay una fotografía de ella en Panmunjom, en la zona desmilitarizada entre Corea del Norte y Corea del Sur, donde está junto al presidente de Estados Unidos. Estuvo ahí gracias a una beca y pudo ir con la delegación de prensa en vísperas de la reunión en Washington entre las cuatro partes, el otoño pasado, ¿os acordáis? Ella se bajó del autobús en el mismo momento en que el presidente salía de la limusina, yAPsacó una foto donde están los dos juntos…

—Publicamos ésa —anunció Schyman.

—He sacado fotos de archivo del estadio dañado, el pabellón de Sätra, Furhage y el albañil Bjurling —informó el de Foto-Pelle.

—Okey—respondió Schyman—. ¿Qué ponemos en portada?

Todos permanecieron sentados en silencio y dejaron que el director mismo decidiera en voz alta.

—Un retrato de Annika, a ser posible uno en el que esté contenta y guapa. Ella es la noticia. La bomba iba dirigida a ella y ahora ha desaparecido. Sólo lo sabemos nosotros. Creo que debemos tomarlo de una forma lógica y cronológica, seis-siete: la explosión en Stockholm Klara, ocho-nueve: el Dinamitero es una mujer, la policía la tiene identificada, catorce-quince: recapitulación de los hechos, discusión sobre la seguridad en los envíos por correo contra la integridad personal, en las páginas centrales, el artículo sobre Annika y su trabajo, la foto de la zona desmilitarizada…

Guardó silencio y se levantó, sintiendo náuseas de sus propias decisiones. De nuevo se quedó mirando la embajada en penumbra. En realidad no deberían hacerlo. En realidad el periódico no debería salir. En realidad deberían dejar de cubrir la historia del Dinamitero. Se sintió como un monstruo.

Los otros comentaron rápidamente el resto del periódico. Ninguno de los hombres dijo nada al abandonar la habitación.

Annika tenía frío. Hacía mucho frío en la galería, calculó que habría una temperatura de entre ocho y diez grados. Era una suerte que por la mañana se hubiera puesto los leotardos, pues había pensado dar un paseo de regreso a casa. Por lo menos no se moriría de frío. Pero sus calcetines estaban mojados de andar por la nieve y le enfriaban sus pies. Intentó mover los dedos para mantenerlos calientes. Los movimientos eran cuidadosos, no se atrevía a mover mucho los pies, la carga explosiva en la espalda podía detonar. Cambiaba frecuentemente de posición para descansar las distintas partes del cuerpo. Si se tumbaba de lado, uno de los brazos quedaba atrapado, si se tumbaba boca abajo le dolían el cuello; acabó con las piernas entumecidas de estar de rodillas y en cuclillas. A veces lloraba, pero al pasar el tiempo se sintió más tranquila. Todavía no estaba muerta. El pánico desapareció, recuperó la capacidad intelectual. Pensó en lo que debería hacer para escapar. No era posible desatarse y huir, al menos por ahora. Ni pensar en llamar la atención de los obreros del estadio. Seguramente Beata mintió al decir que estaban trabajando a destajo ahí arriba. ¿Por qué iban a empezar la reconstrucción el día antes de Nochebuena? Y además Annika no había visto ni un solo coche, ni una persona en el estadio. Si los obreros realmente habían empezado a trabajar tendría que haber diferentes tipos de maquinaria junto al estadio, y no la había. De cualquier manera se habrían ido a casa, puesto que ya era de noche. Eso significaba que ya habrían empezado a buscarla. Comenzó a llorar de nuevo al comprender que nadie habría ido a buscar a los niños a la guardería. Sabía lo enfadados que se ponían los empleados, le había ocurrido a Thomas una vez hacía un año más o menos. Los niños estarían ahí sentados esperando a irse a casa para poner el abeto y ella no llegaría. Quizá no volvería nunca más. Quizá no los vería crecer. Ellen seguramente ni se acordaría de ella. Kalle quizá tuviera vagos recuerdos de su mamá, especialmente si veía las fotos del verano cuando estuvieron de vacaciones en la cabaña del bosque. Comenzó a llorar desconsoladamente; todo era tan injusto…

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