Dinamita (43 page)

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Authors: Liza Marklund

Tags: #Intriga, Policiaco

La mujer calló de nuevo.

—¿En qué trabajabas? —preguntó Annika.

—¿Es realmente importante? —respondió Beata sorprendida.

«No, ni una mierda, pero gano tiempo», pensó Annika.

—Sí, por supuesto —contestó—. Mucha gente trabaja. Quieren saber qué funciones desempeñabas, qué pensabas cuando las realizabas, todo eso…

Beata se enderezó.

—Sí, claro. Lo entiendo.

«Jodida egocéntrica de mierda», pensó Annika y sonrió.

—No sé lo que sabrás sobre la construcción, quizá no sepas cómo se realiza una compra. Bueno, en este caso no importa, la construcción del estadio Victoria fue tan especial que en realidad las reglas habituales no valían.

»Estocolmo consiguió la nominación como sede de los Juegos Olímpicos bajo la dirección de Christina Furhage. No fue una decisión fácil, ella tuvo que luchar por el puesto.

»Christina era realmente fantástica. Daba gusto verla dirigir a los viejos de los Juegos. Nosotras las mujeres disfrutábamos verdaderamente con una jefa así. Bueno, yo no la veía mucho, pero como ella controlaba todos los detalles de la organización, me la encontraba de vez en cuando.

»La admiraba muchísimo. Todos se afanaban cuando ella llegaba, se esforzaban al máximo. Ella producía ese efecto en la gente. Lo que ella no supiera de la organización de los Juegos Olímpicos y la construcción del estadio, no valía la pena saberlo.

»De cualquier manera, quien me contrató fue Arena Bygg AB. Como era arquitecto e ingeniero en técnicas de construcción, me asignaron rápidamente varios grandes proyectos administrativos. Participaba en las reuniones, dibujaba y calculaba, visitaba a las subcontratas y redactaba contratos, una factótum de medio nivel.

»La construcción del estadio Victoria tenía que comenzar cinco años antes de los Juegos. La misma Christina me nombró directora de proyecto. Recuerdo perfectamente cuando me lo propuso. Fui citada en su despacho, una grandiosa habitación junto a Rosenbad con vistas sobre la Ström de Estocolmo. Me interrogó sobre lo que había hecho y si estaba a gusto. No creo que le diera una buena impresión, tartamudeé un poco y me sudaban las manos. Ella estaba imponente detrás del reluciente escritorio, grande pero delgada, aguda pero bella. Me preguntó si estaba dispuesta a responsabilizarme de la construcción del estadio olímpico en Södra Hammarbyhamnen. Los ojos se me quedaron en blanco cuando pronunció esas palabras. Oh, sí, quería gritar, pero simplemente asentí con la cabeza y dije que sería un desafío, una emocionante responsabilidad que estaba preparada a asumir. Se apresuró a advertir que por supuesto tendría a diversos jefes y responsables por encima de mí, y a ella en última instancia. Pero ella necesitaba un responsable operativo en la misma obra, alguien que vigilara que los plazos se cumpliesen, que los presupuestos no se sobrepasaban y que el material era entregado en el lugar y la fecha correcta. Yo tendría, por supuesto, una serie de encargados a mis órdenes, cada uno responsable de diferentes secciones donde dirigirían y repartirían las distintas labores. Esos responsables me informarían regularmente, para que yo pudiera ocuparme del trabajo e informar a Christina y a la dirección.

»—Necesito lealtad —dijo Christina y se inclinó hacia mí—. Necesito tu total confianza para aceptar como correcto todo lo que yo haga. Es una condición para tener el puesto. ¿Puedo confiar en ti?

»Recuerdo su resplandor en ese mismo instante, cómo me envolvió en su luz, me llenó de su propia fuerza y poder. Quería chillar «Sí», pero sólo asentí. Enseguida comprendí lo que había sucedido. Me había aceptado en su círculo. Me había nombrado su princesa heredera. Yo era la elegida.

Beata comenzó a llorar. Inclinó la cabeza y todo su cuerpo temblaba. La cuerda estaba junto a los pies, las manos sostenían agarrotadas la pila y el cable. «Espero que su lagrimeo no cause un cortocircuito y la dinamita explote», pensó Annika.

—Lo siento —balbuceó Beata y se secó la nariz con la manga—. Esto me resulta difícil.

Annika no respondió.

—Era una gran responsabilidad, pero no especialmente difícil. Primero había que desmontar, volar y excavar, rellenar y aplanar. Luego entraron los obreros y carpinteros. Todo debería hacerse en cuatro años. Un año antes de los Juegos el estadio debía estar acabado para las competiciones de prueba.

»Al comienzo todo marchaba relativamente bien. Los trabajadores conducían sus máquinas y hacían lo que debían. Yo tenía una oficina en una de las barracas junto al canal, quizá las viste al estar por aquí, ¿no?

»Bueno, yo hacía mi trabajo, hablaba con los capataces en el foso, me ocupaba de que realizaran su trabajo. Los hombres no eran particularmente habladores, pero por lo menos me escuchaban cuando les indicaba lo que debían tardar.

»Una vez al mes iba a la oficina de Christina y la informaba de la marcha del trabajo. Siempre me recibía con calidez e interés. Después de cada reunión me sentía como si ella ya supiera todo lo que le había contado y sólo quisiera comprobar mi lealtad. Siempre abandonaba el despacho con un ligero malestar de estómago y una extraña sensación de buen humor y esplendor. Yo seguía en el círculo, la fuerza era mía, pero tenía que continuar luchando.

»Adoraba realmente mi trabajo. A veces, por la noche, me quedaba después de que los hombres se hubieran ido a casa. Me paseaba sola entre los restos de piedra de la colina de esquí de Hammarby y me imaginaba el estadio acabado, las enormes graderías elevándose hacia el cielo, las setenta y cinco mil plazas de espectadores en verde, la bóveda cubierta de acero calado. Acariciaba los planos y colgué una gran foto de la maqueta en la pared de mi barraca. Desde el comienzo hablé con el estadio. Como un recién nacido, no respondía, pero estoy completamente segura de que escuchaba. Observé cada detalle de su desarrollo como una madre que amamanta y se sorprende de cada progreso de su hijo.

»El verdadero problema comenzó cuando se pusieron los cimientos y los carpinteros entraron en acción. Llegaron varios cientos de hombres que tenían que realizar el trabajo del que yo era responsable. Estaban dirigidos por un grupo de treinta y cinco capataces, todos hombres entre cuarenta y cincuenta y cinco años. Mis responsabilidades se cuadruplicaron en ese momento. Siguiendo mi consejo se contrató a tres subjefes, todos hombres, que deberían compartir la responsabilidad conmigo.

»No sé lo que salió mal. Yo continué trabajando como había hecho el primer año, intenté ser clara, directa y concreta. Los presupuestos se mantuvieron, también las fechas de conclusión; el material llegaba a tiempo al lugar correcto, el trabajo progresaba y cumplía los requisitos de calidad. Yo intentaba estar contenta y ser amable, me esforzaba en tratar a los hombres con respeto. No puedo decir cuándo aparecieron las primeras señales, pero fue relativamente pronto. Conversaciones que se interrumpían, muecas que no debería ver, sonrisas de indulgencia, miradas frías. Mantenía reuniones de información y planificación que yo consideraba constructivas, pero mi mensaje no les llegaba. Al final los capataces dejaron de acudir. Yo salí e intenté buscarlos, pero únicamente me miraban y decían que estaban ocupados. Me sentí como una idiota, claro. Los pocos que acudían criticaban todo lo que yo decía. Pensaban que había encargado el material en el orden equivocado, al lugar erróneo y además todo el pedido ya no era necesario pues habían resuelto el problema de otra manera con otro producto. Por supuesto, me enfadé y pregunté quién tenía autoridad para no hacer caso de mis órdenes, tomar decisiones y atribuirse poderes. Entonces respondieron indulgentemente que si esta obra tenía que estar lista a tiempo era necesario que hubiera alguien que supiera lo que se debía hacer. Recuerdo la sensación cuando oí esas palabras, cómo se rompió algo en mi interior. No puedo morir, pensé. Los hombres se levantaron y salieron; el odio se reflejaba en sus ojos. Mis tres subjefes me dejaron y se quedaron hablando con los hombres justo afuera. Oí cómo mis subjefes repartían mis órdenes y transmitían la información del papel que yo sostenía en mi mano, y esta vez los hombres escuchaban. Mis órdenes se podían cumplir si otros las transmitían. Lo que estaba mal no era ni mi trabajo, ni mi juicio ni mi saber, era yo como persona.

«Después de esa reunión llamé a mis tres subjefes y les dije que teníamos que analizar el siguiente paso. Quería que nosotros cuatro juntos dirigiéramos la organización y tomáramos el mando sobre nuestros empleados, hacer que el trabajo continuara en la dirección que habíamos trazado. Se sentaron alrededor de mi escritorio, uno a cada lado y otro enfrente.

»—No estás capacitada para este trabajo, —dijo el primero.

»—¿No te das cuenta de que te estás haciendo insoportable en la obra?, —informó el segundo.

»—Eres una vergüenza para el puesto —espetó el tercero—. No tienes ni aplomo, ni autoridad, ni capacidad.

»Los miré fijamente. No podía creer que lo que estaba oyendo fuera verdad. Sabía que estaban equivocados. Pero una vez que comenzaron, nada podía detenerlos.

»—Lo único que tienes es un polvo, —indicó el primero.

»—Les pides demasiado a los hombres —declaró el segundo—. Ellos piensan eso, ¿no lo comprendes?

»—Te van a hacer el vacío —anunció el tercero—. Estás en el lugar equivocado y tienes la experiencia errónea.

»Recuerdo que les miré y sus rostros se transformaron. Perdieron sus facciones, se volvieron blancas y sin contornos. Yo no tenía aire, creía que me ahogaría y moriría. Así que me levanté y me marché, me temo que no con demasiada dignidad.

La mujer giró un poco la cabeza, que mantenía inclinada. Annika la miró de soslayo con disgusto. «¿Y qué pasa? —le hubiera gustado preguntar—. Así son todos.» Pero no dijo nada y Beata continuó.

—Por la noche en la cama mi casa me habló, palabras de consuelo que murmuró a través del papel rosa pintado con dibujos. Al día siguiente no podía volver allí. El terror me tenía paralizada, atada a la cama. Fue Christina la que me salvó. Me llamó a casa y me pidió que fuera al trabajo al día siguiente. Tenía información importante que comunicar a todos en la obra.

»A la mañana siguiente fui a mi barraca en un estado de paz. Estábamos citados a las once de la mañana en la gradería norte. Mis subjefes no hablaban conmigo, pero yo les sonreí para que comprendieran. Pronto Christina estaría ahí.

»Esperé a que todos estuvieran en su sitio antes de salir y procuré llegar a la grada al mismo tiempo que Christina. Ella dijo, con su voz clara y luminosa que se podía oír hasta en la parte alta de la gradería, que había venido para informar sobre un cambio en la dirección de la construcción del estadio olímpico. Sentí su calor y sonreí.

»—Beata Ekesjö deja de ser la directora del proyecto y será sustituida por sus tres subjefes —anunció Christina—. Tengo total confianza en sus sustitutos y espero que el trabajo continúe tan satisfactoriamente como hasta ahora.

»Fue como si el cielo cambiara de color, hasta volverse destellante y blanco. El sonido cambió y la gente se congeló.

»Ese día germinó en mi conciencia lo que tenía que hacer, pero todavía no tenía claro cuál era el fin. Abandoné el estadio y la gradería norte mientras la gente todavía escuchaba la carismática voz de Christina. En la barraca tenía una bolsa con ropa deportiva, pues había pensado ir directamente al gimnasio después de trabajar. Vacié el contenido en mi armario y me llevé la bolsa a la parte trasera de las barracas. Allí estaban los depósitos de explosivos, distantes entre sí unos cien metros. Existen reglas sobre la distancia a la que deben encontrarse, a causa del peligro de detonación. Un paquete de cartuchos cabe exactamente en una bolsa de deportes, es como si estuviera hecha la una para los otros. Era muy pesada, veinticuatro kilos netos y aproximadamente veinticinco brutos, pero eso es lo que suele pesar una maleta normalmente. Uno puede cargarlos una corta distancia, especialmente si se entrena en el gimnasio tres veces a la semana.

—Espera un momento —dijo Annika—. ¿La dinamita no suele estar rodeada de muchas medidas de seguridad? ¿Cómo podías coger explosivos por las buenas?

Beata la miró compasivamente.

—Annika, yo era la jefa de la obra. Tenía llaves de cada cerradura. No me interrumpas.

»En la primera caja había quince cartuchos, envueltos en plástico rosa, mil seiscientos gramos cada uno, cincuenta por quinientos cincuenta milímetros. Coloqué la caja de cartón en el portaequipajes de mi coche y me fui a casa. Con cuidado introduje el tesoro en casa. Aquella noche lo acaricié con mis manos. En los extremos había pequeñas pinzas de metal. El plástico estaba frío al tacto, mis armas parecían y tenían la consistencia de una salchicha que ha estado en la nevera. Eran muy suaves, solía sentarme y doblarlos un poco por las noches. Sí, igual que una salchicha, pero más pesados.

Beata rió ligeramente al recordar. Annika se sintió mareada de cansancio pero también por la locura cristalina de aquella mujer.

—¿Podemos descansar un rato? —preguntó Annika—. Me gustaría beber una Coca-Cola.

El Dinamitero la observó.

—Vale, pero sólo un momento. Tenemos que acabar esta noche.

Annika sintió un escalofrío.

—No sabían qué hacer conmigo. Me habían contratado para la construcción del estadio y la villa olímpica. Les hubiera costado dinero despedirme y no querían. Además yo conocía el trabajo, sería una locura pagar para deshacerse de una persona competente y que además era necesaria. Al final me nombraron responsable de la construcción del edificio técnico, junto al estadio, un edifico normal de diez pisos construido para cables, cuartos de control y oficinas. ¿Necesito decirte que la casa parecía muda y muerta en comparación con mi estadio? Un cascarón vacío de hormigón sin líneas ni formas, que nunca aprendió a hablar.

»Ya había un responsable de proyecto; se llamaba Kurt y bebía habitualmente grandes cantidades de alcohol. Me despreció desde el primer momento, aseguraba que yo estaba allí para espiarlo y controlarlo. Su rostro desapareció de mi vista desde el primer día en el edificio técnico. No le vi mucho.

»La obra entera era un desorden. Todo iba muy retrasado y el presupuesto se había disparado. Comencé a rehacer cuidadosamente los desmanes de Kurt sin que él lo notara. Las veces que me pillaba tomando algún tipo de decisión me reprendía. Pero desde que llegué no volvió a dar un palo al agua. Muchos días ni siquiera aparecía. La primera vez le denuncié por ello, pero se enfadó tanto que no lo volví a hacer.

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