Efectivamente, si quisiéramos prolongar nuestro relato, no tendríamos más que seguir a otros exploradores. Platón nos habla de la cultura sumergida de la Atlántida. La literatura inspirada por este reino sumergido, cuya existencia ni siquiera se ha podido demostrar, comprende unos veinte mil volúmenes. Entre ellos son muchas las obras para las cuales el cuadro histórico de nuestro mundo sería algo absurdo sin la Atlántida. Tampoco Leo Frobenius, el gran historiador de la cultura y explorador de África, habría quedado satisfecho con la lista de Toynbee, y de seguro hubiera insistido en añadirle unas cuantas «civilizaciones negras». También Frobenius opera siempre con el concepto de una «civilización de la Atlántida». Y ¿quién se atreverá a afirmar que no surgirán nuevos arqueólogos que saquen a la luz nuevas civilizaciones de las cuales ni siquiera sospechas tenemos hoy? Existen esparcidos por el mundo monumentos solitarios y enigmáticos, como aislados testigos de no sabemos todavía qué cultura. Los más discutidos son las misteriosas estatuas de la isla de Pascua, unas 260 estatuas de piedra negruzca de lava. Las estatuas no hablan, pero el gran número de tablas de madera cubiertas de una escritura de tipo jeroglífico podrían quizá resolver el enigma. En 1958 el etnólogo alemán Thomas Barthel publicó una obra extraordinariamente aguda:
Grundlagen zur Entzifferung der Osterinselschrift
(«Bases para el desciframiento de la escritura de la isla de Pascua»), con la interpretación de numerosos signos. Poco antes, el investigador noruego Thor Heyerdahl, que en 1947 había alcanzado fama mundial por haber atravesado el Pacífico desde Callao hasta las islas Tuamotu a bordo de la balsa Kon-Tiki, igual a las de los antiguos incas, visitó nuevamente la isla de Pascua. Su relato de dicho viaje, publicado en 1957, tuvo amplia difusión y despertó gran interés. En 1966 apareció la primera valoración científica de la obra, que constituye una crítica de la misma. El misterio de esta escritura parece ahora más profundo que antes.
La tesis de los filólogos según la cual las inscripciones en una lengua desconocida, en una escritura desconocida y sin traducción a otra lengua son indescifrables ha sido desmentida. Ya en 1930 el alemán Hans Bauer descifró, con afortunada rapidez (en pocas semanas interpretó correctamente diecisiete de los treinta signos que había estudiado), el ugarítico. La suerte —que, no obstante, sonríe sólo a los que se esfuerzan— de encontrar un texto bilingüe correspondió esta vez a Helmuth Th. Bossert, quien, en 1947, descubrió las inscripciones bilingües en relieve de Karatepe, en la actual Turquía, con lo cual pudo ser descifrada de lengua hitita en escritura jeroglífica, empeño en el que habían trabajado en vano tres generaciones de investigadores.
Pero el mayor éxito de nuestro siglo en materia de desciframientos corresponde a una persona ajena a la especialidad. Después de cincuenta años de búsqueda inútil en todos los países, el joven arquitecto inglés Michael Ventris descifró, sin contar con ninguna traducción, la escritura cretense denominada «lineal B» y descubrió que se trataba de un antiguo dialecto griego
[2]
.
En nuestro siglo aumenta sin cesar, de un decenio a otro, el número de excavaciones realizadas, interrumpidas sólo por las absurdas guerras. Algunos investigadores han dedicado su vida entera a un solo lugar, como el francés Claude F. A. Schaeffer en el antiguo puerto sirio de Ugarit, el alemán Kurt Bittel en Hattusas, la antigua capital de los hititas, donde comenzó a trabajar en 1931, y haciéndolo en la actualidad, sir Mortimer Wheeler —sucesor de sir John Marshall, que trabajó en 1922 en Harappa (India)—, que descubrió una «cultura del Indo» —cuyo centro principal se halla en Mohenjo-Daro— completamente desconocida hasta entonces y que aún hoy presenta innumerables enigmas, o el italiano Amedeo Maiuri, que realizó excavaciones en Pompeya durante más de cuarenta años (hasta 1962), a pesar de lo cual no han sido dejadas al descubierto hasta hoy más que tres quintas partes de la ciudad.
En éste como en otros lugares se produce un constante proceso de corrección de las conclusiones a las que se había llegado anteriormente. Así, el profesor americano Blegen, al excavar nuevamente la colina de Troya, comprobó que Schliemann y Dörpfeld se habían equivocado: la Troya de Homero no corresponde al estrato VI sino al VII A (1200-1190 a. de J. C).
Algunos otros arqueólogos hicieron descubrimientos notables que aparecieron en la prensa mundial con grandes titulares, a veces por su importancia real, pero a menudo sólo por las circunstancias sensacionales en que se produjeron. Leonard Woolley, el gran investigador de Ur, excavó de 1937 a 1939 y nuevamente a partir de 1946 en Alalak (Turquía) y en 1947 anunció haber descubierto la tumba de un rey llamado Yarim-Lim, que vivió hace casi cuatro mil años. El americano Nelson Glueck culminó su brillante carrera de descubridor al encontrar las «minas del rey Salomón». En 1949, el mejicano Alberto Ruz descubrió en la pirámide maya de Palenque una tumba real, desmintiendo con ello la teoría aparentemente irrefutable de que todas las pirámides egipcias eran tumbas de faraones y todas las antiguas pirámides mejicanas bases de templos. Y cinco años más tarde el egipcio Zakaria Goneim consiguió algo increíble: excavó en Sakkara y encontró una pirámide escalonada cuya existencia se ignoraba por completo.
De gran importancia científica fue, en 1958, el impecable trabajo de puesta al descubierto de una ciudad neolítica en Katal Huyuk, en Turquía —que era ya probablemente una
ciudad
seis mil años antes de Cristo—, realizado por el inglés James Mellaart después de que Kathleen Kenyon hiciera el hallazgo, igualmente asombroso, de una antigua ciudad bajo las ruinas de Jericó. La edad de ambas poblaciones es aún objeto de discusión, así como el concepto mismo de
ciudad
en una época tan remota, cuestión ésta que, de entre los estudiosos de la historia de la civilización, corresponde más a los sociólogos que, en rigor, a los arqueólogos. La excavación más espectacular de los últimos tiempos fue, indudablemente, la llevada a cabo por el que fue jefe del Estado Mayor del ejército israelí, además de arqueólogo, Yigael Yadin: el descubrimiento de la fortaleza de Masada, en el desierto de Judea, donde, según cuenta el gran historiador judío Josefo, se quitaron la vida novecientos sesenta fanáticos guerreros para no rendirse ante los sitiadores romanos.
Fue una pura casualidad la que condujo al que es, sin duda alguna, el descubrimiento arqueológico más interesante y de mayor trascendencia que haya tenido lugar en todo el occidente cristiano, descubrimiento que aún hoy ocupa intensamente a sabios de todo el mundo. En 1947, unos cabreros beduinos descubrieron en una cueva cerca de Kumran, al norte del mar Muerto, unos antiguos rollos de escritura hebrea, entre los cuales había un texto completo de Isaías. A este hallazgo siguieron otros en otras cuevas. Y los «manuscritos del mar Muerto», que adquirieron entretanto fama mundial, resultaron ser los textos más antiguos que se hubieran encontrado nunca y los que pueden arrojar nueva luz sobre los relatos de la Biblia.
2 Véase «Götter, Gräber und Gelehrte im Bild», págs. 80-82, Edit. Rowohlt, Reinbek bei Hamburg.
Pero el hecho más importante para la arqueología de cuantos se han producido después de la segunda guerra mundial es la gran influencia de las ciencias biológicas y fisicoquímicas y de la técnica. Comenzó este fenómeno cuando adquirieron nuevo ímpetu la arqueología submarina y la arqueología aérea, hasta entonces apenas experimentadas. El americano Paul Kosock dio un importante primer paso en este sentido cuando, desde un avión, descubrió en los Andes toda una red de las llamadas «carreteras incas». Hoy en día, la fotografía aérea —a menudo de territorios inmensos que serían impenetrables o imposibles de recorrer en una lenta marcha a pie— forma parte ya de los preparativos habituales de una investigación arqueológica. Las fotografías aéreas muestran también, a través de las diferencias de vegetación y de color del terreno, las huellas de antiguas construcciones que se hallan
debajo
de la superficie terrestre.
Y lo que iniciaron a principios de siglo los solitarios pescadores de esponjas de las costas griegas cuando extraían las primeras ánforas del «museo azul» se ha convertido en una verdadera arqueología submarina gracias al intrépido francés Jacques-Yves Cousteau, inventor de la escafandra autónoma. No es posible aún imaginar todo lo que ocultan los centenares de antiguos barcos naufragados ante las costas mediterráneas.
Fue una persona ajena a la arqueología quien introdujo en ella el empleo de la técnica y la física. El ingeniero e industrial italiano Cario M. Lerici aplicó a la exploración arqueológica del terreno métodos geofísicos que hasta entonces se habían empleado únicamente para buscar petróleo en desiertos y montañas. Comenzó su trabajo en los enormes cementerios etruscos del norte de Roma. Con sus aparatos de gran sensibilidad localizó en un tiempo muy breve cientos de tumbas. Para evitar excavaciones inútiles en tumbas vacías inventó un barreno especial e hizo descender por el orificio practicado un «periscopio» con ayuda del cual fotografiaba el interior de la tumba antes de excavar. Lerici posee rasgos de la figura de Schliemann: es también un rico industrial que comenzó a dedicarse plenamente a la arqueología en la madurez de su vida y ha gastado en ello una fortuna. En 1964, apenas diez años después de haber iniciado su trabajo, anunció haber descubierto 5.250 tumbas etruscas sólo en la zona de Cerveteri y Tarquinia.
Pero las dos ayudas científicas más importantes le llegaron a la arqueología de América, tomadas de la física atómica y la biología. Se hizo realidad así el más antiguo sueño de los arqueólogos: la posibilidad de establecer una cronología exacta.
En 1948, el americano Willard F. Libby elaboró el método «Datación por Radiocarbono», basado en el conocimiento de la velocidad de descomposición del isótopo C 14 que se encuentra en toda materia orgánica. Restos hallados en tumbas, cuya gran antigüedad atestiguan los escritos hallados, han confesado su edad al «reloj de los tiempos» de Libby.
Pero las fechas establecidas por estos métodos fisicoquímicos no llegaban a precisar el año exacto, sino que constituían sólo una aproximación, tanto más inexacta cuanto más antigua era la fecha. Se supo entonces que otro americano, Andrew E. Douglas, físico y astrónomo de profesión, había elaborado hacía ya años otro método que estaba siendo perfeccionado al máximo por un equipo de trabajo de la Universidad de Arizona: el método «Tree-ring Dating», la llamada dendrocronología, consistente en el cálculo del numero de años a partir del numero y las características de los anillos anuales de los árboles o restos de árboles, aunque estén ya carbonizados. El perfeccionamiento de este método, ya conocido hacía tiempo, consiste en la posibilidad de «enlazar» unos con otros los anillos anuales de árboles de diferentes edades y remontarse así, de árbol en árbol —siempre que se hallen restos de ellos en tumbas y ruinas—, en el pasado. Así en el estudio de las ruinas precolombinas de algunas zonas de Norteamérica se avanzó o, mejor dicho, se retrocedió en el tiempo hasta los comienzos de la era cristiana. Con este método es posible establecer en todos los milenios las llamadas «cronologías flotantes» (es decir, sin conexión con una fecha absoluta de nuestra cronología): la comprobación de que una pieza es un año más antigua o más moderna que otra. Dichas cronologías resultan ser de inestimable valor para la confirmación o invalidación de fechas ya establecidas.
El solo empleo de un instrumento ya tan habitual como el microscopio se ha perfeccionado tanto en el ámbito de la arqueología que pronto será necesario un tratado especialmente dedicado a este tema.
Todos estos métodos modernos no sólo han perfeccionado la calidad de la investigación arqueológica, sino que han elevado considerablemente la
cantidad
de resultados obtenidos. Hace unos años podían contarse con los dedos las expediciones «sobre el terreno» que se realizaban simultáneamente. Hoy en día, la Universidad de Pennsylvania, en Estados Unidos, controla más de veinte expediciones cada año. En algunas zonas, la afluencia de material descubierto es
demasiado
grande en relación con la velocidad a qué se realiza el trabajo puramente científico de clasificación e interpretación. Y aquí se da el peligro de que materiales recién desenterrados pasen a ser enterrados de nuevo en los museos.
Un hecho positivo: la ciencia, que poseía antes un carácter esotérico, ha pasado a ser objeto de la atención pública. El hombre de nuestros días, que parecía estar completamente absorbido por los acontecimientos cotidianos y la inquietud por el futuro, ha demostrado una gran curiosidad por mirar atrás, un enorme interés por el pasado. Esto se puso de manifiesto con una intensidad insospechada cuando los técnicos anunciaron que en Egipto iba a construirse una presa cuyas aguas inundarían algunos monumentos. Se trataba en primer lugar de las esculturas en las rocas de Abu Simbel y de unos cien monumentos más, partes importantes todos ellos del patrimonio artístico de la Humanidad. De todo el mundo civilizado se elevaron voces de protesta. Grandes organizaciones y pequeños grupos de escolares abrieron suscripciones. Intervino la UNESCO y más de veinte países se unieron ¡para salvar Abu Simbel!
¿Qué más se puede decir?
En todo el mundo, las excavaciones continúan. Necesitamos los últimos cinco mil años para poder soportar los próximos cien con cierta tranquilidad.
IMPERIOS MINOICO Y GRIEGO
(Este resumen se basa en el cuadro sinóptico del Dr. Ludwig Reinhardt en su obra «Historia primitiva del mundo», que hemos ampliado algo. A diferencia de las otras tablas cronológicas que aparecen en nuestro libro, en ella sólo se indican fechas muy generales que, sin embargo, bastan en este caso, ya que incluso el diccionario más modesto nos informa de los detalles y la cronología exactos de la historia griega).
2400-2000 a. J. C. | Época minoica primitiva. |
2000-1600 ” | Época minoica media. |
1600-1400 ” | Época minoica tardía (micénica primitiva). |
1400-1200 ” | Época micénica |
1200-1000 ” | Época de las migraciones dóricas |
1000-800 ” | Edad antigua griega. |
800-600 ” | Edad Media griega (período de la colonización). |
(Todas las fechas que siguen son igualmente antes de Jesucristo ). |