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Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

El Aliento de los Dioses (53 page)

El aliento fluyó de ella. Fue como si estallaran burbujas bajo el agua, exhalar una parte de sí misma y sentir que fluía hacia otra cosa. Esa otra cosa se convirtió en parte de ella, un miembro incorpóreo que sólo podía controlar levemente. Era más bien una sensación de la cuerda que la capacidad para moverla. Mientras el aliento la abandonaba, pudo sentir los colores del mundo atenuándose, el viento más difícil de oír, la vida de la ciudad un poco más lejana. Las cuerdas alrededor de sus manos se sacudieron, quemándole las muñecas.

Entonces las cuerdas se desataron y cayeron al suelo. Sus brazos quedaron libres y ella se sentó, mirándose las muñecas, sorprendida.

«Austre, Señor de los Colores, lo he logrado», pensó. No sabía si sentirse impresionada o avergonzada.

Fuera como fuese, sabía que tenía que huir. Se desató los tobillos, y luego se puso en pie, advirtiendo que una sección de la puerta de madera había perdido el color alrededor de sus manos. Vaciló un instante, luego cogió la cuerda y corrió escaleras abajo. Descorrió el cerrojo y se asomó a la calle. Estaba oscuro y pudo ver poco.

Inspirando profundamente, salió a la noche.

* * *

Caminó sin rumbo durante un rato, intentando distanciarse del cubil de Vasher. Sabía que debía buscar un sitio donde esconderse, pero tenía miedo. Llamaba la atención con su hermoso vestido y quien la viera la recordaría. Su única esperanza real era salir de los suburbios y llegar a la ciudad propiamente dicha, donde podría encontrar el modo de reunirse con Denth y los demás.

Llevaba la cuerda guardada en la faltriquera del vestido, oculta detrás del pliegue de tejido en el costado. Se había acostumbrado tanto a tener cierta cantidad de aliento que sentir la falta de una fracción, aunque fuera tan pequeña como la que contenía la cuerda, le parecía mal. Los despertadores podían recuperar el aliento que invertían en los objetos: se lo habían dicho. Pero no conocía las órdenes para hacerlo. Así que se llevó la cuerda, esperando que Denth pudiera ayudarla a recobrar su aliento.

Mantuvo el paso vivo, la cabeza gacha, tratando de buscar una prenda abandonada en la que pudiera envolverse para ocultar el vestido. Por fortuna, parecía que era tarde, incluso para la mayoría de los rufianes. De vez en cuando veía figuras en sombras en las aceras, y le costaba mantener la calma mientras pasaba junto a ellas.

«¡Si al menos fuera de día!», pensó. Las primeras luces del alba ya asomaban, pero seguía lo bastante oscuro para que no supiera en qué dirección iba. Los suburbios eran tan retorcidos que le parecía caminar en círculos. Los edificios se alzaban a su alrededor, bloqueando el cielo. Esa zona había sido antaño mucho más rica: las fachadas tenían grabados gastados y colores deslucidos. En una plaza había una vieja estatua rota de un hombre a caballo, quizá parte de una fuente o…

Vivenna se detuvo. Una estatua rota de un jinete. ¿Por qué eso le resultaba familiar?

«Las direcciones de Denth —recordó—. Cuando le explicó a Parlin cómo llegar al escondrijo seguro desde el restaurante.» Recordaba aquella conversación semanas atrás. Le preocupaba que Parlin se perdiera.

Por primera vez en horas, experimentó una leve esperanza. Las direcciones eran sencillas. ¿Podría recordarlas? Se puso en marcha, caminando vacilante, en parte sólo por instinto. Después de unos minutos, se dio cuenta de que la oscura calle parecía familiar. No había farolas en los suburbios, pero la luz del amanecer era suficiente.

Se dio la vuelta y, en efecto, vio frente a ella el escondrijo, entre dos edificios más grandes. «¡Bendito Austre!», pensó con alivio. Cruzó rápidamente la calle y entró en el edificio. La habitación principal estaba vacía. Corrió a abrir la puerta del sótano, buscando un sitio para esconderse.

Fue palpando con los dedos y, en efecto, encontró un farol con yesca y pedernal junto a la escalera. Cerró la puerta, que le resultó más recia de lo que había pensado. Eso la tranquilizó, aunque no podía cerrarla desde su lado. La dejó sin echar el cerrojo y se agachó para encender el farol.

Varios peldaños gastados y rotos conducían al sótano. Vaciló, recordando que Denth la había advertido sobre los escalones. Los bajó con cuidado, sintiéndolos crujir bajo su peso. Consiguió llegar hasta el final. Una vez abajo, arrugó la nariz ante el rancio olor. Los cuerpos de varias pequeñas piezas de caza colgaban de la pared: alguien había estado allí recientemente, lo cual era buena señal.

Rodeó las escaleras. El sótano estaba bajo la planta del piso de arriba. Descansaría allí unas horas, y si Denth no llegaba se aventuraría a salir. Entonces…

Se detuvo de pronto, el farol oscilando en su mano. Su haz inestable iluminó una figura sentada ante ella, la cabeza gacha, la cara en sombras. Tenía los brazos atados a la espalda y los tobillos amarrados a las patas de la silla.

—¿Parlin? —preguntó Vivenna, sorprendida, y corrió a su lado. Soltó el farol y se detuvo. Había sangre en el suelo—. ¡Parlin! —gritó, alzándole la cabeza.

Los ojos del muchacho miraban hacia arriba, sin ver, la cara arañada y ensangrentada. El sentido de la vida de Vivenna no podía captarlo. Sus ojos estaban muertos.

La mano de Vivenna empezó a temblar. Retrocedió, horrorizada.

—Oh, Colores —murmuró—. Colores, Colores, Colores…

Una mano cayó sobre su hombro. Ella gritó y se dio la vuelta. Una figura grande se alzaba medio oculta bajo la escalera.

—Hola, princesa —dijo Tonk Fah. Sonrió.

Vivenna retrocedió y casi estuvo a punto de chocar con el cadáver de Parlin. Empezó a jadear, la mano en el pecho. Sólo entonces advirtió los cadáveres en las paredes.

No eran piezas de caza. Lo que había confundido con un faisán a la tenue luz del farol se reflejaba ahora en verde oscuro. Un loro muerto. Un mono colgaba al lado, el cuerpo abierto en canal. El cadáver más reciente era el de un gran lagarto. Todos habían sido torturados.

—Oh, Austre —murmuró.

Tonk Fah dio un paso adelante, intentando agarrarla, pero Vivenna lo esquivó. Rodeó al hombretón y corrió hacia las escaleras, pero chocó contra el pecho de alguien.

Alzó la cabeza, parpadeando.

—¿Sabes qué es lo que más odio de ser un mercenario, princesa? —preguntó Denth tranquilamente, agarrándola por el brazo—. No poder salirse de los tópicos. Todo el mundo da por sentado que no pueden fiarse de ti. Y resulta que es verdad que no pueden.

—Hacemos lo que nos pagan por hacer —dijo Tonk Fah, colocándose tras ella.

—No es exactamente el trabajo más deseable —comentó Denth, sujetándola con fuerza—. Pero el dinero es bueno. Esperaba que no tuviéramos que hacer esto. Todo iba muy bien. ¿Por qué huiste? ¿Qué te dio la alarma?

La empujó con cuidado, mientras Joyas y Clod bajaban las escaleras. Los peldaños crujieron bajo su peso.

—Me habéis mentido todo el tiempo —susurró Vivenna, las lágrimas en sus mejillas, el corazón palpitando mientras trataba de aceptar su nueva situación—. ¿Por qué?

—El secuestro es un trabajo duro —dijo él.

—Terrible —añadió Tonk Fah.

—Es mejor si tu objetivo ni siquiera sabe que ha sido secuestrado.

«Nunca me quitaban el ojo de encima —recordó ella—. Siempre cerca.»

—Lemex…

—No hizo lo que necesitábamos que hiciera —dijo Denth—. El veneno fue una muerte demasiado buena para él. Tendrías que haberte dado cuenta, princesa. Con tanto aliento como tenía…

«No murió de ninguna enfermedad —comprendió ella—. ¡Austre! —Tenía la mente embotada. Miró a Parlin—. Está muerto. Parlin está muerto. Lo han matado.»

—No lo mires —dijo Denth, volviendo su cabeza para que no viera el cadáver—. Eso fue un accidente. Escúchame, princesa: no te pasará nada. No te haremos daño. Sólo dinos por qué escapaste. Parlin insistió en que no sabía dónde habías ido, aunque sabíamos que habló contigo en las escaleras justo antes de que desaparecieras. ¿De verdad te fuiste sin decírselo? ¿Por qué? ¿Qué te hizo sospechar de nosotros? ¿Contactó contigo uno de los agentes de tu padre? Creí que los habíamos encontrado a todos.

Ella negó con la cabeza, aturdida.

—Esto es importante, princesa —dijo Denth—. Necesito saberlo. ¿Con quién contactaste? ¿Qué le dijiste de mí a los señores de los suburbios? —Y empezó a apretarle el brazo con más fuerza.

—No querríamos tener que romper nada —dijo Tonk Fah—. Idrianos. Os rompéis demasiado fácilmente.

Lo que antaño le habían parecido bromas jocosas le pareció ahora terrible y cruel. Tonk Fah se alzaba a su derecha. Vivenna recordó la manera en que Denth había matado a aquellos dos guardias del restaurante. Y la manera en que habían destruido la casa de Lemex. Recordó su desdén hacia la muerte. Lo ocultaban todo bajo un velo de humor. Ahora que Denth había traído otro farol, pudo ver un par de grandes sacos bajo las escaleras: un pie asomaba de uno de ellos. La bota llevaba el blasón del ejército idriano en un lado.

Su padre había enviado soldados a rescatarla. Denth los había encontrado antes que la encontraran a ella. ¿A cuántos había matado? Cuerpos que no podría conservar mucho tiempo en ese sótano. Esos dos cadáveres debían de ser relativamente nuevos, y ahora los harían desaparecer en cualquier otro lugar.

—¿Por qué? —volvió a preguntar, atónita—. Parecíais mis amigos.

—Lo somos —dijo Denth—. Me caes bien, princesa —sonrió, una sonrisa auténtica, no una mueca peligrosa como la de Tonk Fah—. Si significa algo, lo siento de veras. Parlin no tenía que haber muerto: eso fue un accidente. Pero bueno, un trabajo es un trabajo. Hacemos lo que nos pagan por hacer. Te lo he explicado varias veces, estoy seguro de que lo recuerdas.

—Nunca creí… —susurró ella.

—Nunca lo hacen —dijo Tonk Fah.

Vivenna parpadeó. «Intenta escapar mientras todavía tienes fuerzas», se ordenó. Había escapado una vez. ¿No era suficiente? ¿No se merecía algo de paz? «¡Rápido!»

Movió el brazo para tocar la capa de Tonk Fah.

—Agarra…

Denth reaccionó con rapidez. Tiró de ella, le cubrió la boca y le sujetó la otra mano con fuerza. Tonk Fah se quedó boquiabierto mientras el vestido de Vivenna perdía el color, volviéndose gris, y parte de su aliento pasaba a los dedos de Denth y la capa del propio Tonk Fah. Sin embargo, sin una orden, el aliento no podía hacer nada. Había sido desperdiciado, y Vivenna sintió que todo a su alrededor se volvía menos vivido.

Denth le soltó la boca y golpeó a Tonk Fah en la cabeza.

—Eh —dijo el grandullón, frotándose la nuca.

—Presta atención —ordenó Denth. Entonces miró a Vivenna, agarrándole el brazo con fuerza.

Un hilo de sangre se escurría entre sus dedos por la muñeca herida de Vivenna. Denth se detuvo al ver las muñecas ensangrentadas por primera vez: el oscuro sótano las había ocultada. Alzó la cabeza y la miró a los ojos.

—Oh, demonios —maldijo—. No huiste de nosotros, ¿verdad?

—¿Eh? —preguntó Tonk Fah.

Vivenna no dijo nada.

—¿Qué sucedió? —preguntó Denth—. ¿Fue él?

Ella no respondió.

Denth hizo una mueca y le retorció el brazo, haciéndola gritar.

—Muy bien. Parece que han forzado mi jugada. Tratemos primero con ese aliento tuyo, y entonces podremos tener una agradable charla, como amigos, sobre lo que te ha sucedido.

Clod se situó junto a Denth, los ojos grises mirando al frente, vacíos como siempre. Excepto… ¿podía Vivenna ver algo en ellos? ¿Se lo estaba imaginando? Sus emociones estaban tan al límite últimamente que no podía confiar en sus percepciones. Clod parecía mirarla a los ojos.

—Ahora —dijo Denth, el rostro cada vez más endurecido—. Repite conmigo. Mi vida a la tuya. Mi aliento es tuyo.

Vivenna lo miró a los ojos y susurró:

—Aullido del sol.

Denth frunció el ceño.

—¿Qué has dicho?

—Ataca a Denth. Aullido del sol.

—Pero… —empezó Denth. En ese momento, el puño de Clod le golpeó en la cara.

El puñetazo lo lanzó a un lado, contra Tonk Fah, quien maldijo y tropezó. Vivenna se zafó, esquivó a Clod, casi tropezando con su vestido, y empujó con él hombro a la sorprendida Joyas.

La mujer cayó. La princesa subió corriendo las escaleras.

—¿Has dejado que oyera la frase de seguridad? —gritó Denth mientras intentaba mantener a raya a Clod.

Joyas se puso en pie y siguió a Vivenna. Sin embargo, el pie de la mujer partió uno de los escalones. Vivenna llegó arriba y cerró la puerta. Echó el cerrojo.

«No aguantará mucho —pensó, sintiéndose indefensa—. Vendrán a por mí. Me perseguirán. Igual que Vasher. Dios de los Colores, ¿qué voy a hacer?»

Salió a la calle, iluminada ahora por la luz del alba que se extendía por toda la ciudad, y se internó en un callejón. Entonces echó a correr, esta vez tratando de encontrar las callejas más pequeñas, sucias y oscuras.

Capítulo 36

«No te dejaré —escribió Susebron, sentado en el suelo junto a la cama, la espalda apoyada en los almohadones—. Te lo prometo.»

—¿Cómo puedes estar seguro? —preguntó Siri desde la cama—. Tal vez cuando tengas un heredero te canses de la vida y entregues tu aliento.

«Primero, ni siquiera estoy seguro de cómo tener un heredero. Te niegas a explicármelo, y no respondes a mis preguntas.»

—¡Son embarazosas! —adujo Siri, sintiendo que su corto cabello se volvía rojo. Lo convirtió en amarillo en un instante.

«Segundo, no puedo entregar mi aliento, no si lo que he entendido de la biocroma es cierto. ¿Crees que me han mentido respecto al funcionamiento del aliento?»

«Cada vez se expresa mejor por escrito —pensó Siri mientras lo veía borrar—. Es una lástima que haya pasado encerrado toda la vida.»

—En realidad no sé gran cosa de eso —respondió—. La biocroma no es algo que estudiemos mucho en Idris. Sospecho que la mitad de las cosas que sé son rumores y exageraciones. Por ejemplo, allá en Idris piensan que sacrificáis a la gente en altares aquí en la corte… Lo he oído una docena de veces y a gente diferente.

Él vaciló antes de continuar escribiendo. «De todas formas, discutimos sobre algo absurdo. No cambiaré. No voy a decidir suicidarme de pronto. No tienes que preocuparte.»

Ella suspiró.

«Siri, he vivido cincuenta años sin información, sin conocimiento, sin poderme comunicar apenas. ¿De verdad crees que voy a matarme ahora? ¿Ahora, cuando he aprendido a escribir? ¿Cuando he descubierto a alguien con quien hablar? ¿Cuándo te he descubierto a ti?»

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