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Authors: Caleb Carr

Tags: #Intriga, Policíaco, Suspense

El ángel de la oscuridad (62 page)

Mientras salíamos del camino particular de los Weston, aguardé a que el doctor nos alcanzara con su coche y lo puse al tanto de la situación en el pueblo, o de lo poco que sabía de ella. Por lo visto, Picton me había dicho que el asunto de Clara «estaba arreglado» porque la niña había comenzado a hablar por la mañana. El doctor había enviado a Weston al pueblo de inmediato para que el abogado supiera que tendría disponible la mejor arma del arsenal para enfrentarse al jurado de acusación. Después de aclararme esta incógnita, el doctor aflojó la marcha para colocar su coche detrás del nuestro y a partir de ese momento se concentró en la ardua tarea de seguirme el paso, pues el viaje de regreso fue tan rápido y brusco como el de ida. Cuando llegamos al edificio de los tribunales, el Morgan soltó una serie de resoplidos como para advertirme que ya había tenido más que suficiente, así que ordené al Niño que devolviera los caballos y las calesas a la cochera y que se asegurara de que el señor Wooley premiaba los esfuerzos de nuestro admirable ejemplar con una comida digna y un buen cepillado.

Al ver la calesa de Picton estacionada frente al edificio, comprendimos que la señorita Howard y los demás se nos habían adelantado, y la perspectiva de que los tres estuvieran arriba discutiendo las misteriosas noticias llegadas de Nueva York nos empujó a subir corriendo por las escaleras de mármol. El corpulento guardia que custodiaba la puerta, al que Picton llamaba Henry, nos gritó con brusquedad que no podíamos correr por el edificio como Pedro por su casa y que debíamos respetar las reglas, pero no le hicimos ningún caso. Cuando llegamos al despacho de Picton también obviamos las formalidades e irrumpimos con violencia en la estancia, donde los demás nos esperaban.

— ¡Por fin!— exclamó Picton, que fumaba y mordisqueaba la pipa como algunos de los chalados que yo había visto cuando acompañaba al doctor al pabellón psiquiátrico del hospital Bellevue de Nueva York—. ¡Temía que si no llegaban de inmediato estos tres me atacaran para arrebatarme el telegrama! Pero les he dicho que lo más justo era que todos se enteraran de la noticia al mismo tiempo.

— Por favor— dijo el doctor agitado, sin perder el tiempo en agradecer la deferencia de Picton—, adelante…

— El telegrama llegó a las seis y media— comenzó Picton mientras dejaba la pipa un instante y se acomodaba con nerviosismo en la silla—. Y espero que entre todos consigamos encontrarle más sentido del que le he encontrado yo solo. Lo leeré:

SEÑOR RUPERT PICTON, PALACIO DE JUSTICIA DE BALLSTON SPA. URGENTE. L.H. RENUNCIA A SU DERECHO A DECLARAR ANTE EL JURADO DE ACUSACIÓN, REMITE A SU DECLARACIÓN JURADA EN EL MOMENTO DE LOS HECHOS. NADA QUE AÑADIR. REV. PARKER LOCALIZADO AYER, VIVO AUNQUE NO INDEMNE. TESTIFICARÁ SI SE LE GARANTIZA PROTECCIÓN. MICAH HUNTER MUERTO ANOCHE A CONSECUENCIA DE UNA SOBREDOSIS DE MORFINA, ADMINISTRADA POR ÉL MISMO SEGÚN EL MÉDICO QUE CERTIFICÓ LA MUERTE. L.H. HA DESCUBIERTO EL PASTEL: DOS POLICÍAS LOCALES ACOMPAÑARON AL MÉDICO Y ELLA YA SABE QUE NUESTRA INVESTIGACIÓN NO ES OFICIAL. DUSTERS DEMASIADO PELIGROSOS PARA CONTINUAR VIGILANCIA. A PUNTO DE MATARME MIENTRAS L.H. TRASLADABA A A.L. A SU LOCAL. BUSCO ALIADA PARA VIGILANCIA DESDE EL INTERIOR. VANDERBILT HA REGRESADO A LA CIUDAD, L.H. HA IDO A VISITARLO, AFLIGIDA, Y V. HA CONTRATADO ABOGADO DE CHICAGO PARA DEFENDERLA. MARCUS PARTIÓ HACIA ALLÍ ANOCHE PARA INFORMARSE. YO REGRESARÉ EN EL PRÓXIMO TREN. AGRADECERÍA ME AGUARDARAN EN LA ESTACIÓN CON MEDIO DE TRANSPORTE Y BOTELLA DE WHISKY MOORE.

— Y eso es todo, amigos— concluyó Picton volviendo a su pipa—. He consultado el horario de trenes y John regresará a las once, aunque sin duda el tren llegará con retraso. Lo que nos deja varias horas libres para descifrar su telegrama.— Picton lo sacudió por encima de su cabeza—. Desde luego, algunas frases son claras y nada sorprendentes. Por ejemplo, no esperaba que Libby aceptara declarar ante el jurado de acusación. Pero otras partes resultan confusas.

El doctor se levantó y tendió una mano.

— ¿Puedo verlo?

— Por supuesto, doctor— respondió Picton y le entregó el telegrama—. Usted conoce a John mejor que yo, así que quizás encuentre más lógica en sus vaguedades, comenzando por la de que «el reverendo Parker está vivo, pero no indemne».

— O Moore ha vuelto a hacer alarde de su habitual claridad de expresión— dijo el doctor con sarcasmo mientras estudiaba el papel— o temía que alguien leyera el mensaje. La reaparición de Vanderbilt resulta inquietante.

— Sí— convino Lucius—. Si se empeñan, sus esbirros son capaces de averiguar cualquier cosa.

— Me inclino a creer que la referencia a Parker significa que Libby envió a los Dusters tras él en algún momento— dijo la señorita Howard—. Si John y Marcus consiguieron encontrarlo, también pudo hacerlo ella. Y sólo Dios sabe en qué estado habrá quedado.

— Supongo que en un estado lo bastante lamentable para que su vida sea una carga para él, señorita— dijo Cyrus en voz baja, cabeceando—. Hasta es posible que desee estar muerto. Puede que Libby prefiriera eso a matarlo.

La señorita Howard miró a Cyrus con una expresión sombría que sugería que estaba de acuerdo con él, y el doctor asintió.

— Sí— dijo sin apartar la vista del telegrama—, pero por lo visto Micah Hunter requería una solución más permanente. También eso es comprensible. Es probable que no supiera nada de lo que había hecho Libby antes de casarse con él y que cuando Marcus le llevara la notificación judicial comenzara a sospechar la verdad. A pesar de su mente trastornada por las drogas, no tendría dificultades para sacar conclusiones sobre el desgraciado destino de los niños que su esposa había «atendido» en Nueva York.

Picton inclinó la cabeza hacia un lado y su rostro reflejó algo parecido a la admiración.

— Matarlo ha sido una táctica inteligente ante la perspectiva del juicio. Libby se presentará vestida de luto e interpretará el papel de la viuda afligida que ha pasado años cuidando de un veterano de la guerra de Secesión.— De repente, su gesto de admiración se trocó en una mueca de repulsión—. ¡Cielos, qué idea tan deprimente! Los jueces, los miembros del jurado y el público ya están naturalmente predispuestos a ponerse del lado de una mujer, pero si ésta encima es la viuda de un soldado de la Unión… No hay como un vestido negro y una bandera para inspirar compasión. Pero dígame, doctor, ¿a qué se refiere Moore cuando dice que busca «una aliada para vigilancia desde el interior»?

— Me temo que a otra estratagema ingeniosa de nuestra adversaria— respondió el doctor—. Yo tenía la esperanza de que viajara a Ballston Spa, para lo cual tendría que buscar a alguien que cuidara temporalmente de Ana en su casa.

— ¿Y de qué nos habría servido eso?

— En lo tocante al juicio, de nada. Pero en caso de que fracasáramos y la dejaran libre…

— Tendría que deshacerse de la niñera al regresar a Nueva York— concluyó Lucius que captó la idea al vuelo— y con un poco de suerte, nosotros estaríamos allí para evitarlo.

— No pretendo parecer insensible, pero incluso si fracasáramos también en este intento, por lo menos tendríamos otro crimen del que acusarla— prosiguió el doctor—. Sin embargo, ahora que sabe que la policía no la está investigando, se ha vuelto más imprudente. Moore dice que la vio llevar a la niña al local de los Dusters, un sitio que la policía no pisará a menos que tenga un motivo de peso.— El doctor hizo una pausa y se concentró en el telegrama—. Yo diría que John busca a alguien cercano a los Dusters que esté dispuesto a cuidar a Ana, ya que en caso de que consiguiéramos procesar a Libby, el futuro de la niña quedaría en el aire a menos que contáramos con un aliado en el interior de la casa.

— Pero ¿a quién va a encontrar?— dijo Lucius—. En cuanto se acerque a alguien que frecuente el local, le romperán la cabeza.

En ese momento tuve la sensación de que me miraban fijamente, me volví y descubrí que era Cyrus.

— No necesariamente— dijo en voz baja, y el corazón me dio un vuelco cuando comprendí a qué (o a quién) se refería.

— ¿Qué quieres decir?— preguntó la señorita Howard—. ¿Quién podría…?

Pero lo entendió todo al ver los ojos de Cyrus clavados en mí. El doctor y Lucius también me miraron con incomodidad, aunque también con conocimiento de causa.

Nervioso por esta atención, comencé a pasar el peso de mi cuerpo de una pierna a otra.

— Pero ella se ha ido.— El corazón me latía con tanta rapidez, que me resultaba imposible hablar en voz baja—. ¡Se ha ido! Se ha marchado a California…

— No lo sabemos con seguridad, Stevie— dijo el doctor con serenidad—. Y es imposible que Moore se refiera a otra persona.

Comencé a negar con la cabeza antes de que él terminara de hablar.

— No— repliqué, tan empeñado en convencerme a mí mismo como a los demás—. ¡Se ha ido! ¡Se ha ido!

Entonces recordé el ademán de Ding Dong en el muelle de la calle Veintidós poco antes de nuestra partida de Nueva York, comprendí que mi protesta no merecía el esfuerzo necesario para expresarla y callé.

— Me temo que no entiendo nada— dijo Picton mientras daba una calada a la pipa, intuyendo que tratábamos un tema espinoso—. Quizá no sea asunto mío, pero ¿de quién hablan?

Tras asegurarse de que, aunque seguía nervioso, comenzaba a recuperar la compostura, el doctor se dirigió a Picton:

— De la señorita Devlin, la amiga de Stevie de la que ya nos ha oído hablar. Creíamos que se había marchado a California.— Volvió a mirarme a mí—. Pero parece que estábamos equivocados.

— ¡Estupendo!— La eufórica exclamación de Picton nos sobresaltó a todos, y yo le dirigí una mirada inquisitiva—. Bueno, quiero decir que esa jovencita ha sido de gran ayuda en el caso— prosiguió con afectuosa sinceridad—. Y si sigue en Nueva York, nadie mejor que ella para continuar colaborando con nosotros.

Esa idea, que nunca se nos habría ocurrido a ninguno de los que conocíamos a Kat, me resultó curiosamente reconfortante y surtió un efecto tranquilizador sobre los furiosos latidos de mi cabeza y mi corazón, tanto que atiné a asentir con un pequeño movimiento de cabeza.

— Es verdad, Stevie— añadió la señorita Howard con tono alentador—. No tenemos ningún motivo para pensar que Kat no hará lo correcto. Hasta ahora lo ha hecho, a pesar de sus rabietas.

Incluso Cyrus, que sabía mejor que nadie lo cuestionable que podría ser la intervención de Kat, acogió la idea con optimismo:

— Tienen razón, Stevie. Kat es una chica dura y de reacciones imprevisibles, pero se ha portado bien en todo momento.

— Sí— murmuré—. Supongo que es verdad.

Pero no acabaría de creérmelo hasta que viera una expresión de convencimiento absoluto en los ojos del doctor. Me volví a buscarla, pero la expresión no estaba allí.

— Debemos tener esperanza, Stevie— dijo con una ceja arqueada. Nunca me había mentido en el pasado y yo no quería que comenzara a hacerlo entonces—. Es lo único que podemos hacer. Pero no será una esperanza infundada. Es cierto que nos ha ayudado con el caso.

Volví a asentir, tragué saliva y deseé que cambiaran de tema, pues sería incapaz de pensar en la intervención de Kat hasta más tarde, cuando tuviera ocasión de fumarme unos cuantos cigarrillos a solas.

Por fortuna, el doctor desvió la atención de todos volviendo sobre el contenido del telegrama.

— La última incógnita, y yo diría que la más desconcertante de todas, es quién demonios será el abogado de Chicago que menciona Moore.

— ¡Vaya si es desconcertante!— convino Picton mientras se levantaba para dirigirse a la ventana. Miró a la calle y comenzó a dar tirones a su cabello rojo con tanta fuerza que pensé que en cualquier momento se arrancaría un mechón—. Chicago, ¿por qué Chicago, diantres? Los mejores abogados criminalistas del país están en Nueva York, y con el respaldo de Vanderbilt, Libby podría contratar a cualquiera de ellos.

— Es posible que Vanderbilt tenga algún contacto especial en Chicago— respondió Lucius—. Debe de tener una buena razón para irse tan lejos a buscar ayuda. Después de todo, no es ningún tonto.

— No— convino Picton mientras daba un puntapié a una pila de papeles del suelo—. Pero su negocio son los ferrocarriles. Los únicos abogados que conocerá en Chicago estarán especializados en asuntos comerciales, y no veo qué pintarían ellos en…

Lo interrumpió un golpe en la puerta de la recepción y todos nos volvimos hacia allí. De inmediato oímos la voz del guardia de la entrada:

— ¿Señor Picton? ¿Señor Picton?

— ¡Sí, Henry!— gritó el abogado—. ¡Pase!

El grandullón abrió la puerta despacio y entró con cautela, ligeramente encogido, como si el despacho le impusiera respeto. Tenía algo en la mano.

— Acaba de llegar esto para usted, señor— dijo y Picton cruzó la estancia para coger el paquete—. Viene de las oficinas de la Western Union. Les dije que lo cargaran a la cuenta del fiscal del distrito.

— Muy listo, Henry— repuso Picton mientras abría el sobre. El guardia frunció la frente, como si no supiera si Picton hablaba en serio o en broma. Pero el siguiente comentario del abogado dejó las cosas claras—: ¿Ya conoce a estas personas, Henry?— preguntó mirando a la cara redonda y de ojos pequeños del guardia y señalándonos a nosotros—. ¿O quiere que se las presente?

El hombre bajó la vista.

— No, señor— dijo, malhumorado. Luego se volvió hacia nosotros con expresión confusa y ofendida—. Creo que ya los conozco a todos, señor.

— Entonces, si espera una propina, le recuerdo que esa práctica va en contra de las reglas de la casa. Buenas tardes, Henry.

Sin saber cómo responder, el guardia se limitó a asentir y enfiló con paso lerdo hacia la puerta.

— Imbécil— murmuró Picton cuando se hubo marchado—. Pensar que un ser inteligente podría aprovechar todo el oxígeno y el alimento necesario para mantener vivo a ese…— Se interrumpió al ver el contenido del sobre—. ¡Vaya! ¡Noticias de Marcus!— Tras echar una rápida ojeada al telegrama, Picton se encogió de hombros y se lo entregó al doctor—. Aunque no nos aclara gran cosa. Ha averiguado el nombre del abogado de Vanderbilt. Ahora se propone reunir información sobre él y hablar con algunos individuos que lo conocen. También cabe la posibilidad de que se entreviste con él en persona.

— Podría ser útil— comentó Lucius encogiéndose de hombros.

— ¿Cómo se llama, Rupert?— preguntó la señorita Howard—. ¿Lo conoce?

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