El año que trafiqué con mujeres (17 page)

Tomó un bote que tenía sobre la improvisada mesilla y un mechero, y empezó a manipular un trozo de papel de plata. Confieso que soy un completo ignorante en el mundo de las drogas, así que le pregunté qué estaba haciendo. «Un chino —me dijo, Para ver si reviento de una puta vez.»

Estúpido de mí. Hasta ese día jamás había escuchado la expresión «chirio», así que pensé que quería decir «chiría». Y aunque mi conocimiento de las drogas es nulo, durante mi infiltración con grupos de extrema izquierda había fumado cientos de «chirías» de hachís y deduje que era a eso a lo que se refería. Mi ignorancia era superlativa. Por eso, en un arrebato de necio paternalismo, le propuse que nos la fumásemos a medias. Como si pudiese evitar, consumiendo la mitad del hachís, que se hiciese más daño del que se hacía a diario. Como si por compartir una toma pudiese evitar el riesgo de sobredosis que se cernía sobre ella cada noche. Como si, por aquel arrebato de egoísta caballerosidad, pudiese aliviar la enorme tristeza que me inspiraba aquella mujer. Fue una reacción absurda, pero no pude evitarlo. Supongo que de esa forma me sentía un poco menos culpable.

Yo observaba en silencio cómo manipulaba aquella sustancia, cómo la colocaba sobre el papel albal y la calentaba desde abajo con un mechero hasta evaporarla, y cómo la aspiraba con un billete enrollado a manera de tubo. Desde luego, aquello no era un porro y hasta un ignorante como yo se daba cuenta. Pero pensé que tal vez era una forma diferente de consumir las «chinas», así que no hice preguntas, y después de un par de caladas, le pedí que me lo pasase. En cuanto aspiré, recibí un golpe en el estómago. Aquel hachís era mucho más fuerte que todo el «chocolate» que yo había fumado en las casas okupas o en los locales anarquistas. Sin embargo, no protesté y seguí inhalando aquella «china» hasta que las arcadas y el mareo se empezaron a hacer insoportables.

—Joder con la «china», eh, qué costo más fuerte...

—¿Costo? ¿Cómo que costo? ¿Qué «china»? Esto es un «chino» de heroína ——dijo la joven, que rompió en una maravillosa carcajada. Fue la última vez que la vi reír.

Me quedé boquiabierto. Aquella sustancia que estaba ingiriendo era heroína fumada. Un «chino». La ignorancia es muy osada, y yo soy muy osado. Le pedí a Mil Carmen que se acostase y me quedé con ella hasta que se durmió. Agradecida, me propuso hacerme un «francesito rápido y gratis» para que me fuese relajado. Naturalmente, rechacé su generoso ofrecimiento y cuando se quedó dormida, la arropé y me marché. Me costó verdaderos esfuerzos conseguir vomitar, y más aún, Regar hasta Santiago para reunirme con Juan por la mañana. Creo que estuvo riéndose de mí unos cuarenta minutos. La historia de aquella ex cantante, hermana de un violador de gallinas aplastado en pleno polvo animal, adicta a la heroína y rescatadora de gatos moribundos, le parecía desternillante. Aunque sin duda, lo que más gracia le produjo fue mi estupidez completa al confundir una «china» de hachís con un «chino» de heroína. Pero creo que mis ojeras y mi dolor de estómago mostraban a las claras que todo lo que le había contado, por increíble que pareciese, era rigurosamente cierto. Por eso se reía tanto de mí.

Lapidada en Madrid

Esa noche Juan me acompañaría a varios prostíbulos gallegos. En uno de ellos, cómo no, nos encontraríamos con Paulino realizando su ruta habitual, pero el mercenario de la información no quena ser presentado, así que esa noche me escurrí del putero más veterano de Galicia.

Juan había prometido que, si lo que buscaba eran historias dramáticas, él podía presentarme a un millón de furcias con dramas humanos iguales o mayores que los de Mil Carmen. Y no exageraba. Resultaba mucho más sencillo acceder a las fulanas a través de Juan o Paulino, a quienes, por razones bien distintas, consideraban personas de confianza. Sería demasiado extenso transcribir todas las terribles historias que conocí de labios de las prostitutas. Cada una de ellas podría ocupar un capítulo o un libro entero, porque todas las profesionales del sexo tienen un pasado atroz y terrible. Todas, o al menos la mayor parte, han sufrido en sus carnes episodios de tortura, humillación, violaciones, vejaciones, etc., digan lo que digan los honrados empresarios de ANELA. Algunas, desgraciadamente, no han sobrevivido para poder contarlo.

—Te apetece ver una redada en un puticlub?

—me espetó de golpe Juan.

—Coño, claro.

—Mañana, a las 20:15 horas, la poli va a entrar en uno que no está demasiado lejos de aquí, el Lido. Si quieres, vamos, pero nada de cámaras.

—OK.

Así es como tuve la oportunidad de presenciar, en directo, una redada en un prostíbulo, Y precisamente en ese burdel, el Lido —que forma parte de la llamada «ruta del placer» junto a otros prostíbulos como el Casablanca o Los Cedros—, conocería la terrible historia de Helen, una historia dura y brutal como pocas, pero que a mí me serviría para conocer un poco mejor los métodos de las mafias africanas, a las que ya había iniciado un acercamiento. Helen está muerta. Fue asesinada. A mí me contó su historia Mery, una buena amiga de Juan, ex compañera en la Casa de Campo de la desafortunada, y que llegaría a convertirse también en una buena amiga y cómplice mía.

Según Mery, todo ocurrió en febrero de 1998, en el barrio de Vicálvaro de Madrid. Helen Igbinoba había nacido el día 17 de julio del año ig6o en Nigeria, pero llevaba ya varios años trabajando como prostituta en España. Sin embargo, poco antes de su triste final, fue vendida por su madame a otro master.

Helen ya había conseguido pagar, según sus cuentas, cuatro millones de pesetas de la deuda asumida para venir a Europa, pero para el nuevo master no era bastante. Friday E. 0., que así se llamaba su nuevo dueño, era un nigeriano dispuesto a amortizar al máximo su inversión en una nueva esclava sexual. Nacido en Benin City el día 20 de febrero de 1955, hijo de Zanko y Alice, titular del número de identificación de extranjero X-133I.... Friday tenía una amante habitual que hacía las veces de madame de sus fulanas. Se llamaba Esosa E., alias Otiti, había nacido en Benin City el día 12 de diciembre de 1972 y era hija de Azz. Según amigas de la víctima, Otiti pudo haber sido la inductora del triste desenlace.

Helen era sólo una de las muchas fulanas que Friday mantenía en su piso de la calle del General Ricardos de Madrid, pero fue la única que un día intentó rebelarse. Dijo que ya bastaba, que quería dejar de vender su cuerpo, pero su master no estaba dispuesto a permitírselo. Presuntamente contrató dos matones que la recogieron en la Casa de Campo, como si fuesen dos clientes más, y la violaron y golpearon repetidas veces. La noticia pasó desapercibida en la prensa, porque la violación de una ramera parece menos violación que la de cualquier otra mujer. Helen entendió la advertencia, y durante algunos meses volvió a convertirse en una esclava dócil y sumisa. Pero el asco acumulado, a fuerza de soportar las babas de los españoles que contrataban sus servicios, volvió a hacerse insoportable. Los españoles no somos ni más ni menos cerdos que cualquier otro tipo de cliente para las prostitutas. No es nada personal.

El día 24 de febrero de 1998, Helen dijo que ya no soportaba más aquella humillación y aquel sufrimiento. Había tenido que vivir un viaje atroz desde Nigeria para llegar a Europa en busca de una vida mejor, y sólo se había encontrado convertida en un títere sexual de los civilizados hombres blancos. Pero de nuevo, su propietario, que la había comprado para que le diese dinero, no estaba dispuesto a perder su inversión. Ante la negativa de Helen de volver a la Casa de Campo, según me narraba su amiga, presuntamente la arrastró hasta un descampado en la carretera de Vicálvaro a Mejorada del Campo cerca del kilómetro 1,500, donde la golpeó salvajemente con una piedra para después semiocultar el cuerpo, al menos el rostro de su víctima, con grandes rocas. Ni siquiera en su muerte la pobre nigeriana dejaría de sufrir. La torpeza del traficante asesino, que no remató la faena, según relataban todas sus compañeras, hizo que Helen aún estuviese viva en el momento de ser abandonada. Murió sola, e imagino que desangrada, aterrorizada y desesperada.

Friday fue absuelto finalmente por falta de pruebas y simplemente extraditado a Nigeria. Helen se convirtió en un número más en las frías estadísticas policiales. Otra fulana muerta, enterrada en una fosa común sin nombre. Recordé lo que me había dicho Isabel Pisano: «... Un cuerpo desmembrado en la morgue. No tiene nombre, ni cabeza, ni huellas digitales, ni nada. Es alguien que se va sin una oración, sin una flor, de la peor de las maneras ... ».

Desde el londinense Jack el Destripador, hasta el valenciano Joaquín Ferrandis, las prostitutas han sido las víctimas perfectas para los mayores asesinos en serie de la historia. E incluso para los más torpes aprendices de criminal. Las putas mueren mejor que nadie, porque a nadie le importa su muerte. Y Helen fue el enésimo ejemplo de esa cruel desidia homicida. Tendría gracia si no fuese tan dramático: Helen huyó de Nigeria, donde las mujeres adúlteras son lapidadas, para morir del mismo modo en una capital europea. A veces parece imposible huir del destino...

Mery apenas había terminado de relatarme la atroz historia de Helen, cuando Juan me dio una patada por debajo de la barra, reclamando m¡ atención hacia la entrada del local. En ese instante, un grupo de hombres, vestidos de paisano, entraba en el Lido. Eran exactamente las ocho y cuarto de la tarde. La policía había sido puntual.

Los agentes exhibieron sus placas y pidieron a todas las chicas que se apiñasen al fondo del local para ser identificadas. Todas obedecieron, menos una colombiana que se agazapó a mis pies, entre el odia dejar taburete en el que yo estaba sentado y el de Juan. Él no podía dejar de reír. Imagino que mi cara de pánfilo era muy elocuente. Una vez más, en esta investigación, no supe cómo reaccionar. Supongo que mi deber era advertir a los agentes de que se les había escapado una de las fulanas, pero no lo hice.

Entonces me di cuenta de que, por increíble que parezca, aquella colombiana agachada a mis pies estaba rezando... ¡a Lucifer! PO, si todavía no tenía claro que en el mundo de la prostitución pueden encontrarse los episodios más insólitos y pintorescos, aquél era un nuevo ejemplo. Esta chica estaba suplicándole a Lucifer que la protegiese de la Policía. «Lucifer mío, Lucifer mío, ayúdame y te ayudaré»... ¡Y la ayudó!

Permanecimos en el local, acabándonos nuestras copas, como si la redada no fuese con nosotros, y poco a poco, mientras iban siendo identificadas una por una, las jóvenes volvían gradualmente al bar. Cuando había ya unas ocho o diez en la sala, la colombiana «satánica» salió de su escondite y se unió a las demás. Mientras, Juan —sospecho que el verdadero responsable de aquella redada— me ponía en antecedentes sobre lo que estaba ocurriendo.

—Ahora van a proceder al registro y van a trincar al encargado, Joachim Sclímitt, alias Joaquín el Alemán. A éste te habría gustado conocerlo. Varias chicas colombianas lo han denunciado por traerlas ilegalmente, amenazarlas y coaccionarlas para ejercer la prostitución. Después, detendrán a Miguel Ángel Díaz Gómez, porque según las chicas era el que les daba «el paseíllo».

—¿«El paseíllo»? —Buff, lo que te queda por aprender... ¡El «paseíllo»! O sea, que las cogía, les daba dos hostias y las llevaba a un descampado donde les enseñaba una pistola y unas esposas y las acojonaba un poco para que se portasen bien. Hace seis meses ya le habíamos pillado por importar colombianas y revenderlas en España a los dueños de los puticlubs de esta zona.

—Pero, tú estás de coña. ¡Cómo van a vender mujeres en España en pleno siglo XXI! La esclavitud se abolió hace siglo y medio.

—Pero qué ingenuo eres ——dijo Juan entre carcajadas—. ¿Y tú te vas a infiltrar en las mafias? Te van a dejar el culo como un bebedero de patos como seas tan pringado. ¡Claro que se compran y se venden mujeres en España! Lo que pasa es que a nadie le importa y nadie hace nada.

—¿Tú crees que sería posible demostrarlo? ¿Podría yo comprar Una Mujer en España?

—Lo dudo. Mucho te lo vas a tener que currar para poder pasar por un traficante y conseguir que hablen contigo los mafiosos. Pero si lo consigues, sin que te peguen un tiro, te pago yo una cena y Un Polvo.

Acepté el reto, más por orgullo que por interés en el premio, y antes de abandonar el local, pedí a la colombiana que invocaba a Lucifer su número de teléfono. Sabía que me debía un favor por no haberla delatado y me lo dio. Al día siguiente volvería a verla, pero esta vez fuera del local. Cuando salimos, pedí permiso a Juan para tomar unas imágenes de los coches de Policía aparcados frente al Lido durante la detención de El Alemán, y me lo concedió a cambio de que borrase las matrículas de los coches de policía si publicaba la foto. Nuestro pacto es que sólo grabaría cuando él me lo autorizase, y siempre respeté ese trato. Después, continuamos nuestra ruta de burdel en burdel.

A la mañana siguiente, telefoneé a la chica del Lido para invitarla a comer. Se presentó con una compañera nigeriana llamada Cinthya, que terminaría siendo una de mis mejores amigas en ese mundo, y gracias a ellas conocí muchos más detalles de las trastiendas de la prostitución. Hasta el extremo de que, en una ocasión, llegó a confiarme un sobre con más de 600 euros para que yo lo ingresase en una sucursal de Caja Madrid, en la cuenta 2038-19-2829-3000334... a nombre de Janet James, su madame...

De todas las informaciones que me facilitaron, hay una que destaca por encima de las demás. Se trata de un documento escalofriante. Es el contrato que muchos master y madames obligan a firmar a sus zorras, y utilizo esta expresión para ilustrar la naturaleza animal que los proxenetas confieren a sus rameras, negándoles su condición humana y despersonalizándolas totalmente.

Sólo por el hecho de haber conseguido uno de estos documentos, todos los esfuerzos habían valido la pena. No añadiré nada más. Me limito a reproducir el texto de estos escalofriantes contratos, redactados en inglés y castellano, por los que las prostitutas otorgan a sus chulos el derecho a acabar con su vida, o con la de sus familiares, si son desobedientes, si acuden a la Policía o si se niegan a pagar la deuda que asumen para poder venir a Europa:

Un acuerdo:

Yo .................... con fecha ................. prometo pagar la suma de $40.000 dólares (cuarenta mil dólares) la suma que tengo que pagar a mi tía Iveve Osarenkhoc es de $43.000 dólares (cuarenta y tres mil dólares)

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