El año que trafiqué con mujeres (27 page)

Pacto entre traficantes

Los tres días que Andrea pasó en mi apartamento fueron para mí un curso acelerado de proxenetismo. Además, en Madrid vivían algunas amigas suyas, compañeras de «plaza» durante algún tiempo, y también chulos y proxenetas que accedió a presentarme. Gracias a ella pude asistir a una insólita reunión, en un céntrico restaurante madrileño. Andrea me presentó como un novio suyo «metido en el negocio» y nos reunimos en el restaurante Ginos, ubicado dentro del centro comercial City-Vips de la calle de Fuencarral. Uno de los comensales era español, Rafael, y el otro latinoamericano, David. Discutían la mejor forma de introducir en España un cargamento de nigerianas. Decidieron que la partida estaría compuesta de seis chicas que harían pasar por las componentes de un ballet tradicional africano, que venían a asistir a un festival étnico que se celebraría poco después en Madrid.

Al parecer, el americano contaba con una tapadera excelente porque era representante artístico. Según explicaba, conseguía contratos falsos que permitían que las chicas entrasen en el país como bailarinas exóticas. El español, al parecer, disponía de los contactos necesarios para colocar a las prostitutas en los burdeles, además de conseguir pasaportes falsos para ellas, una vez que estaban en España.

Yo no comprendía para qué querían los pasaportes falsos si ya habían entrado en el país; por eso, la respuesta del americano me dejó atónito. En realidad, la estrategia consistía en falsear su regreso a Nigeria. Una vez colocadas en diferentes burdeles, los pasaportes eran enviados a un connection-man en Abuja para que fuesen entregados en diferentes comisarías de Policía, como si hubiesen sido extraviados accidentalmente por sus propietarias. Eso significaría que habían regresado a su país, y nadie pensaría que estaban siendo prostituidas en Europa.

En aquella reunión aprendí lo que era el espacio Schengen, un territorio interfronterizo en Europa, utilizado por las mafias para facilitar el ingreso de las mujeres traficadas en nuestro país o en cualquier otro perteneciente a la Comunidad. Conocí así la rutina habitual a la hora de captar, transportar y colocar a las adolescentes nigerianas en el viejo continente.

En primer lugar, un nativo de la misma aldea o ciudad era contratado para buscar a jóvenes africanas cuyas familias viviesen la mayor penuria económica, o no, y les ofrecía viajar a Europa para hacerse millonarias. Para mí sorpresa, en la mayoría de las ocasiones se informaba a las chicas sobre el «trabajo» que iban a desempeñar; sin embargo, se las engañaba en cuanto a las condiciones. Si aceptaban acompañar al traficante en su viaje al paraíso europeo, cada una de ellas debería aceptar una deuda de entre 35.000 Y 40.000 dólares, que tendría que pagar a través de su ejercicio de la prostitución. A las chicas se les decía que en Europa se gana tanto dinero, que en unos pocos meses la deuda habría sido saldada, y a partir de ese momento, todo el dinero que ganasen sería para ellas y para sus familias. Sin embargo, la realidad es que la mayoría se pasan la vida pagando.

Una vez aceptado el trato, la familia sería considerada como una garantía de pago, es decir, si la joven se negaba a seguir trabajando para nosotros, o nos denunciaba a la Policía, tendríamos el derecho de ejecutar a sus familiares. Y para sellar el pacto, cada una de ellas sería conducida a un brujo nativo, donde se confeccionaría su body, mediante un brutal ritual de vudú. Cuanto más salvaje y sangriento, mejor. El alma de la muchacha sería apresada por el hechicero, que fabricaría un siniestro fetiche con la sangre menstrual, pelo, uñas, piel, y otros elementos de las chicas.

Posteriormente el connection—man obtendría la documentación falsa que fuese pertinente, y el sponsor se ocuparía de organizar el viaje hacia el viejo continente, bien por la ruta terrestre —atravesando Níger, el desierto del Sahara, Argelia y Marruecos, para luego entrar en España en patera—, o bien por la ruta aérea. En este caso, deberíamos utilizar los aeropuertos de Génova, Zúrich y París. No existen vuelos directos entre Nigeria y España.

La lengua oficial en Nígeria es el inglés, aunque se conocen más de 250 dialectos diferentes, así que una vez en España las chicas dependerían totalmente de nosotros. Solas, asustadas, desconocedoras del idioma, las costumbres y hasta del país en el que se encuentran exactamente, nosotros seríamos sus únicos protectores, lo que facilitaría enormemente su obediencia. No obstante, todas serían sometidas a nuevos rituales de vudú, ya en España, para reforzar el terror, y recordarles que sólo eran pedazos de carne sin alma, hasta que saldasen la deuda.

Una vez en Europa una mamy o un master se ocuparía de vigilarlas y controlarlas para evitar rebeldías. Se les incautarían los pasaportes y se las colocaría en pisos de nuestra confianza, sin teléfono ni acceso a nadie que no fuésemos nosotros, que naturalmente tendríamos el derecho de acostarnos con la que nos placiese, cuando y como nos apeteciese. El sueño de la mayoría de los varones. Por último, las instruiríamos en lo que tendrían que decir si alguien les preguntaba: jamás dirían la verdad. Tendrían que mentir sobre su nacionalidad, sobre su nombre y sobre cómo habían llegado a España y el tiempo que llevaban aquí. Y por encima de todo, jamás reconocerían haber sido traficadas, de hecho la mayoría desconoce el significado de esa palabra. Afirmarían haber venido por su voluntad y sentirse muy satisfechas y agradecidas por tener la oportunidad de someterse a las vejaciones y humillaciones de los hombres blancos.

Durante el inicio del tráfico de africanas para las ramerías españolas, allá por los años 1995 y 1996, las chicas reconocían su origen nigeriano. Pero ante la afluencia de solicitudes de asilo, éstas comenzaron a ser sistemáticamente rechazadas, por lo que los traficantes indicaron a las jóvenes que debían identificarse como procedentes de Liberia, país al que no podrían ser repatriadas debido al conflicto bélico en el que está sumido. A partir de los años 1996— 1997 desaparecieron las nigerianas, al mismo tiempo que centenares de seudoliberianas empezaron a presentarse en la Oficina de Asilo y Refugio de Madrid. Pronto esta avalancha de solicitudes de asilo provocó infinidad de «inadmisiones a trámite», por lo que, de repente, comienzan a desaparecer las refugiadas supuestamente llegadas de Liberia y aparecen las que decían provenir de Sierra Leona, otro país sin posibilidad de extradición a causa de la guerra.

No obstante, y dejando al margen las triquiñuelas de los mafiosos para evitar la extradición de sus busconas, lo cierto es que cuando un país sufre un cataclismo económico o social, las mafias del tráfico de mujeres acuden como buitres carroñeros para reclutar a su población femenina. Ocurrió con Rusia y con todos los países del Este que, tras la caída del muro de Berlín, nutrieron con sus jóvenes el mercado europeo de la prostitución y la pornografía. Ahora empiezan a abundar las argentinas...

El negocio resultaba redondo. Un cargamento de media docena de adolescentes, disfrazadas como un ballet tradicional africano que viene a un festival cultural en Madrid, a 40.000 dólares cada una, nos supondría 240.000 dólares, es decir, más de cuarenta millones de pesetas. Sin embargo, siempre será más, porque con el paso del tiempo, las chicas nunca saben con exactitud cuánto dinero han pagado ya y cuánto les resta. Además, el verdadero negocio está en revenderlas en España.

Una chica hermosa y «trabajadora» puede acostarse cada día con diez o quince hombres distintos. Tirando por lo bajo, un servicio completo oscila entre los 30 euros de la calle y los 60 de un club. Supongamos que gana unos 500 euros al día y que, en un derroche de generosidad, la dejamos descansar un día de cada siete. Tendríamos unos ingresos de 3.000 euros a la semana, o lo que es lo mismo, unos 13.500 euros al mes por cada una. Sólo con este cargamento de seis chicas, nos embolsaríamos unos 81.000 euros al mes, trece millones y medio de pesetas, como poco. Aunque hay que descontar los gastos de transporte, manutención, alojamiento, etc., sigue siendo un negocio redondo se mire como se mire, ¿no? Afortunadamente los proxenetas no lo tienen tan fácil...

Naturalmente, el buen traficante debe saber escoger la mercancía. Me recordaba una forma de nazismo. Sólo las más hermosas y los mejores cuerpos tienen una posibilidad. El resto están condenadas a un holocausto paulatino. Sólo les queda la oportunidad de ofrecer servicios que no quieran aceptar las más guapas: sadomaso, griego, sexo sin preservativo, lluvia dorada, coprofilia, bondage, humillación, tríos, etc. Evidentemente su destrucción psicológica es más rápida. Pero ¿a quién le importa? En el lugar del que vinieron hay miles esperando engrosar las filas de los traficantes. Tiene muchos menos riesgos que el narcotráfico o el tráfico de armas. ¿Quién puede pedir más?

Pero, por si esto no fuese bastante, lo verdaderamente ingenioso es que, cuando nos hayamos aburrido de las chicas, y aunque su deuda no haya sido abonada, podemos venderlas al propietario de algún burdel, renegociando el precio. Es decir, si al cabo de los meses, las chicas ya nos han abonado varios miles de dólares de la deuda establecida, supongamos que 15.000, podemos venderlas a algún otro proxeneta por 30.000 dólares, o por lo que nos dé la gana, en lugar de por los 20.000 o 25.000 que restan de su deuda. Esto nos hace ganar más dinero, lo que repercute evidentemente en agravar la deuda que las esclaviza ya que a su nuevo propietario será a quien tendrán que satisfacer a partir de ese momento. Ese nuevo propietario podrá venderlas a su vez a un tercero, o a un cuarto, y así las deudas originales se dilatan hasta perder toda referencia lógica, y las chicas se pasarán años y años pagando por ser utilizadas como esclavas sexuales por los cultos y civilizados hombres blancos del viejo continente.

Aprendí que nuestros mayores enemigos eran la Policía judicial, la Brigada de Extranjería, y sobre todo, las organizaciones no gubernamentales como ALECRIN, empeñadas en hacernos perder el dinero invertido en el viaje, la documentación falsa y la manutención de las chicas, con la absurda pretensión de liberarlas. Pero, ¿para qué querían liberarlas? La mayoría son analfabetas y no sirven para nada más que para abrirse de piernas. ¿Por qué se empeñan esas feministas en contrariar el destino para el que han sido creadas si no tienen otro fin que el satisfacer sexualmente al hombre? Además, como en Nigeria están sometidas a la ablación de clítoris, la lapidación, la poligamia islámica, y cosas por el estilo, deberían estarnos agradecidas por darles una oportunidad de sobrevivir en Europa... así razonan los traficantes.

Descubrí que asociaciones de empresarios como ANELA resultan de gran ayuda y llegan a ser nuestros aliados, sean ellos conscientes o no. Al fin y al cabo, necesitamos a los locales de alterne para ganar más dinero porque el precio de un servicio se duplica en muchos clubes. Incluso coincidimos con ellos en no reconocer delante de nadie que nuestras chicas son mujeres traficadas sino más bien, como pretenden los empresarios del sexo, «putas vocacionales» que voluntariamente han escogido la prostitución como un «empleo digno y gratificante»... Lo único que no tengo claro es por qué, en el fondo, a estos honrados empresarios no les termina de gustar que sus hijas o sus madres participasen de tan noble empleo. Al fin y al cabo, qué mayor orgullo para un padre ver que su hija trabaja en el negocio familiar.

Es indudable que la clave de un buen lupanar está en la variedad, de hecho, los grandes empresarios poseen no uno, sino varios clubes de alterne, que además están estrechamente relacionados con burdeles de otros países como Francia, Italia, Holanda, etc., con objeto de poder intercambiarse las chicas para que la carne fresca fluya en los supermercados del sexo. Este trasiego obliga a que las chicas viajen mucho de club en club y de país en país, por lo que nuestras «zorras» necesitan documentos falsos. Afortunadamente, todas las mafias incluyen entre sus colaboradores tanto a abogados, como a falsificadores profesionales, capaces de obtener todos los documentos que sean precisos para que las chicas puedan cruzar las fronteras sin problemas con la ley. El precio de un pasaporte falso oscila entre los 2.000 Y 3.000 dólares. Los hay más baratos, sobre todo, los de países africanos, pero son de peor calidad.

Las partidas de nacimiento falsas también son muy cotizadas, y resultan más económicas, porque se sitúan en torno a los 300 dólares. Su utilidad, así como la de los falsos carnets de partidos políticos, es la de ser presentados en la Oficina de Asilo y Refugio. En la época en que las nigerianas aún se confesaban como tales, tenía mucho éxito el camet del Movement for Survival of Ogoni People (MSOP) y el de Campaign for Democracy, asociaciones políticas perseguidas por el tirano represor, a causa del cual las futuras prostitutas pedían asilo político en España. Al principio, algunas colaban, pero era tan descarado el tráfico, compra—venta y alquiler de aquellos carnets entre las mafias, que terminó por descubrirse el truco.

En aquella cena, por encima de todo, aprendí a valorar más conscientemente los riesgos del mundo en el que me estaba metiendo, porque cada vez que el tipo que tenía enfrente alargaba el brazo para servirse una copa de vino, podía ver con toda claridad la pistola que llevaba oculta bajo la chaqueta y confirmar que no se trataba de un revólver, sino de un arma semiautomática que, a juzgar por el cargador, debía alojar unas quince balas de gran calibre. Un 38 probablemente. Creo que se me cortó la digestión. No es fácil degustar la comida cuando la compartes con un traficante armado.

Como ya he dicho, a pesar de no coincidir con la opinión policial, mi experiencia personal me ha convencido de que la mayoría de los traficantes de mujeres practican otros delitos. Podría contar mil anécdotas que ilustran esta afirmación. Por ejemplo, uno de aquellos contertulios, Rafael, estaba metido también en el negocio de las armas. Sólo unos días después de aquella cena, me llevó al ático de un bloque de apartamentos. Se había empeñado en mostrarme algunas pistolas para venderme un arma. Ya habíamos bebido dos botellas de Cigales, un exquisito rosado vallisoletano, durante la cena, e imagino que eso explica el peligroso despiste de Rafael, que es, por otro lado, un gran coleccionista, amante de los mejores caldos y experto enólogo. La opípara cena y el exceso de alcohol me habían producido un incómodo ataque de hipo, que me confería una apariencia muy ridícula al intentar meterme en el papel de un peligroso proxeneta.

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