El año que trafiqué con mujeres (36 page)

Mientras Paulino introducía sin pudor la mano bajo el vestido y las braguitas de la ramera, me miraba con una sonrisa de complicidad. Yo, como siempre, me tragaba el asco y respondía a su sonrisa. Pero al ver que yo no terminaba de atacar a mi furcia, empezó a fruncir el entrecejo: ¿qué pasa?, ¿no te gusta?

Esquivé el interrogatorio como pude y decidí alejarme un poco con la colombiana para intentar entrevistarla sin interferencias del putero. Ante mis preguntas sobre quién era el propietario del garito, ella me remitía una y otra vez a la encargada, pero mi experiencia me había enseñado que los responsables de este tipo de negocios tienen muchas más tablas, y son más difíciles de burlar, que sus empleadas. Y más cuando, como en este caso, se trataba de una tailandesa que había ejercido el oficio antes de dirigirlo y que por su pinta podía deducir que conocía todos los trucos. Justo es reconocer que tanto la encargada, a la que investigaría a fondo posteriormente, como las fulanas de La Paloma hablaban con agradecimiento del misterioso Suizo. Según me relató un camarero más tarde, el empresario propietario del burdel no sólo había ayudado mucho a la tailandesa, permitiéndole dejar el oficio de ramera, para controlar a otras que aún lo ejercían, sino que iba a ser el padrino del bebé que estaba a punto de tener. Y así fue. El Suizo y su mujer asistirían meses antes al bautismo del bebé de su encargada, nacido el 25 de agosto del año 2002, y al que llamaron Nicolás T. U. El lector perspicaz ya se habrá dado cuenta de que las iniciales de los apellidos del niño coinciden con las de la madre, eso se debe a que el padre de Nicolás renegó de su hijo, lo que desembocó en un sangrante proceso judicial. Un juicio en cuya vista oral Sariya tuvo que soportar que el padre de su hijo, Jesús T. V., y varios testigos aportados por él, todos ellos puteros clientes de La Paloma, describiesen con todo lujo de detalles las «habilidades profesionales» de Sariya. Para ellos la tailandesa era una puta y, como se había acostado con muchos hombres, Jesús T. V. no se reconocía padre del pequeño Nicolás. Como diría el agente Juan, Sariya era una «disminuida social» y, a pesar de haber dejado de ejercer la prostitución años atrás para ocuparse sólo de llevar el burdel como encargada, el estigma de la ramera la acompañará siempre, como constató en el juicio por la paternidad de su hijo.

Tras considerar probado que, al margen de los encuentros en La Paloma, Sariya y Jesús habían mantenido una relación sentimental finalmente un juez valiente, don Francisco Javier Coflazo Lugo, responsable del caso Firestige en Galicia, falló a favor de la tailandesa, reconociendo a Jesús T. V. como padre de Nicolás y condenándolo a pagar una manutención de 120 euros mensuales y a dar su apellido al pequeño. La sentencia de este juicio también obra en mi poder.

Sariya estaba curtida en la escuela de la vida y cuanto más la observaba, más astuta me parecía. Así que me concentré en lo que pudiera decirme la buscona, que parecía tener tantas manos sobre mi cuerpo como Paulino sobre el de su acompañante. En un momento de la conversación, la colombiana me explicaría que el dueño de La Paloma sólo va una vez por semana, los martes, para hacer caja. «Él está muy ocupado con la cafetería que tiene en A Coruña y que es muy famosa.» Al decir eso, la meretriz latina señaló inconscientemente hacia los posavasos que había en la barra del prostíbulo, y que no llevaban impreso el nombre del club, como sería lo lógico, si no el de otro local: Planeta Esspresso.

No podía dar crédito. Si aquello era lo que parecía, había tenido mucha suerte. Según la colombiana, el propietario de La Paloma era también el propietario del Planeta Esspresso, y el muy torpe utilizaba los posavasos de su famosa cafetería en el burdel de su propiedad. Esa muestra de tacañería lo había delatado. El siguiente paso estaba claro. Le corté el rollo a Paulino y lo arrastré hasta el coche para poner rumbo de nuevo a La Coruña. Ahora faltaba localizar la cafetería del propietario de La Paloma. Tal vez ahí tuviese más suerte para comprender qué vinculación podía existir entre aquel burdel y el programa Gran Hermano.

No fue difícil dar con el Planeta Esspresso, en la zona más céntrica y turística de A Coruña: la Dársena de la Marina. Todo el mundo en la ciudad parecía conocer aquel local. Entendí el porqué en cuanto puse un pie en la cafetería. No menos de una decena de fotografías de la finalista en la última edición de Gran Hermano, decoraban las paredes. Efectivamente, D. Ulises A., alias El Suizo, propietario del burdel La Paloma, era su padre y supongo que algún día ella podría llegar a heredar los negocios de su padre, incluyendo el prostíbulo.

Ruth, la ramera del Riviera, no me había mentido. Ulises, como los familiares de los demás concursantes de Gran Hermano, había acudido a los platós de Tele 5 o había aparecido en diferentes programas de la cadena para apoyar a su hija, y eso había hecho que algunas de sus fulanas lo reconocieran. Yo mismo me lo había cruzado en el plató de A tu lado o de Gran Hermano en alguna ocasión.

En la página web de Tele 5 todavía, a la hora de escribir estas líneas, se conserva el vídeo de promoción de ella, donde aparece su padre, El Suizo, explicando las maravillas de su hija. Lo que no cuenta en ese vídeo es que algún día, si ella lo quiere así, la finalista de Gran Hermano podría heredar uno de los negocios más rentables de su padre: el burdel La Paloma.

Sonia Monroy, madrina de prostíbulo

Pero esa noche me deparaba todavía una sorpresa. Paulino se empeñó en terminar la velada en La Luna, el club de ANELA en la Nacional VI, situado a escasos metros de La Fuente. Yo necesitaba una dosis de sexo urgentemente. Le debía una, así que accedí a acompañarlo hasta el club más emblemático de Galicia. Para mi sorpresa, y como si de una broma macabra se tratase, el propietario de La Luna había ordenado que se colgase en la pared de sus mancebías un absurdo cartel que ordenaba: «EN ESTE LOCAL ESTÁ PROHIBIDO EL ALTERNE». Está claro que El Baretta es un cachondo e imagino que con ese absurdo papel, al que nadie hacía caso, creía que podría protegerse legalmente en el caso de una redada. Pero tanto La Luna como La Fuente son un pedazo de casas de putas, digan lo que digan los cartelitos.

Una vez allí, y por enésima vez, Paulino se empeñó en pagarme las copas y un servicio, y yo naturalmente acepté. Él subió con una aniñada brasileña llamada Valeria, que me pareció que alcanzaba los dieciocho años muy justamente y que, para mi asombro, lucía sobre el pecho el amuleto de la vidente Vera que Andrea me había enseñado antes de partir hacia Italia. Me las apañé para conseguir el teléfono de aquella garota, con la excusa de que yo era un poderoso brujo y podía hacerle su carta astral, así confirmé —para fortuna de ANELA— que no era una menor de edad, ya que obtuve su fecha y lugar de nacimiento para el supuesto mapa natal: había nacido en Curitiba el 3o de enero de 1981. Además, anteriormente, y al igual que Andrea, había trabajado en el burdel Olimpo, propiedad del hermano de Baretta. Me pregunto si entre los hermanos Crego es habitual intercambiarse a las busconas entre sus respectivos prostíbulos. Tomé nota de su número y apunté en mi lista de tareas pendientes la necesidad de llamarla para obtener más información sobre la meiga de las fulanas.

Yo subí con una despampanante rumana llamada Darma. Paulino pagó las dos habitaciones y, como tantas otras veces, me escudé en mi supuesta timidez para eludir la pretensión del putero de que hiciésemos una orgía intercambiándonos a las rameras. Finalmente fuimos a dormitorios diferentes.

Al entrar, y como en tantas otras ocasiones, la chica siguió el protocolo habitual. Colocó sobre la cama una sábana desechable, dejó el preservativo sobre la mesilla de noche y bajó la luz de la habitación. Pero en esta ocasión no me dio tiempo a decirle que yo no quería sexo sino hablar. Con un gesto certero dejó que los finos tirantes de su vestido se deslizaran por sus hombros, y después cayó el resto de la tenue tela hasta el suelo. Y sin ningún pudor se quedó completamente desnuda ante mí.

Era preciosa. Y su cuerpo perfecto. Hice verdaderos esfuerzos, titánicos esfuerzos, para apartar la mirada de aquellos pechos maravillosos, aquellas caderas rotundas, aquellas piernas perfectas, aquella cintura de avispa... Sólo otro hombre podrá comprender de cuánta fuerza de voluntad tuve que echar mano en aquel momento. ¿Qué importaría si yo consumía el servicio como un cliente más? ¿Quién se iba a enterar? ¿Qué más le daría a aquella valkiria nórdica acostarse con un putero más o menos esa noche? Eran mis propios prejuicios y mi propio sentido de lo moral lo que se interponía entre aquella belleza rumana y yo.

La deseaba, lo reconozco. Era pura lujuria. Pero una vez más recordé los consejos del agente Juan, mi mentor, y de alguna manera conseguí volver a controlar mis instintos. A pesar de explicarle a aquella diosa del norte que no quería sexo, no tuvo la deferencia de volver a vestirse, y permaneció a mi lado, desnuda sobre la cama, durante la media hora de su tiempo que Paulino había pagado.

Gracias a Odín conseguí resistir la tentación, y prometo solemnemente que no toqué ni un pelo de la rumana, que resultó ser originaria de Tirgóviste, ciudad que conozco bien. Y aquella contención seminal me supuso una nueva dosis de información a cambio de mi respeto. Pocos días antes un incendio se había desatado en La Luna y, durante unos minutos aterradores, el pánico se había apoderado de las chicas. Sin embargo, los daños en cuatro habitaciones del burdel de ANELA no impidieron que siguiese adelante la celebración del XIV aniversario del prostíbulo más veterano de Galicia, que se conmemoraba precisamente al día siguiente. Si me hubiese acostado con aquella espectacular mujer, sin duda no me habría dejado su número de teléfono, no me habría hablado sobre Andrei, un proxeneta que trae chicas desde Rumania, y que era el propietario de casi una decena de rumanas que vivían hacinadas en un piso de A Coruña, que yo llegaría a visitar posteriormente, y lo que es más sorprendente, no me habría adelantado que la televisiva Sonia Monroy estaría al día siguiente en La Luna.

Volví a la barra del burdel mucho antes que Paulino y pedí otra copa para hacer tiempo. Tardó en bajar y cuando lo hizo me di cuenta de que algo iba mal, al verlo dando traspiés por las escaleras y apoyándose en las paredes. Lo que sigue —por increíble que parezca— es la trascripción veraz y exacta de los hechos:

—¿Qué te pasa?, ¿estás bien? —le pregunté al putero ofreciéndole mi brazo para que se apoyase en él mientras nos acercábamos a un sofá.

—Joder, tío, no te imaginas lo que me ha pasado, qué fuerte.

—¿Qué ha pasado?

—Joder, pues que pagué media hora más, porque la puta estaba MUY buena y me ponía a mil. Y como me ponía tanto, me bajé al pilón y me puse a comerle el coño, pero con tanto movimiento se me cayó una lentilla dentro y, claro, me puse a buscarla con el dedo...

—Me estás vacilando.

—Que no, Toni, que no. Le metí el dedo para buscar la lentilla, y la tía, que ya estaba más caliente que yo, se movía como una perra, hasta que pillé la jodida lentilla y, claro, me levanté para guardarla en el botecillo. Pero la tía se debió de pensar que le había robado un pelo, o yo qué sé, y me echó a hostias de la habitación... Y ahora no veo una mierda. Espérate que me voy al baño a lavarla y a ponérmela...

Ocurrió así. Y es sólo una de las tragicómicas anécdotas de burdel que podrían constituir todo un volumen monográfico. Prolongué mi estancia en Galicia unos días para volver a La Luna a la noche siguiente, esta vez armado con la cámara oculta, para comprobar si efectivamente la exuberante Sonia Monroy amadrinaba el burdel de ANELA en su XIV aniversario. La hermosísima rumana no había mentido, ni en eso ni en lo demás. El 3 de diciembre de 2003 actuaban varias strippers y go-gos en el prostíbulo más veterano del noroeste. Y la actuación estrella era la de Sonia Monroy.

Antes de su actuación, la líder de las Sex-Boom anunció que estaría a disposición de los presentes para firmar autógrafos, así que aproveché la oportunidad para acercarme a ella, confiando en que mi disfraz fuese elocuente. Y digo disfraz porque yo había conocido a Sonia, años atrás, en el plató de Esta noche cruzamos el

Mississippi. Después volvimos a ser presentados en otro programa de Tele 5 en el que yo trabajaba y donde ella hizo una breve colaboración. Así que por enésima vez salté sin paracaídas, con la fe de que mi ridículo bigote y mi aspecto de macarra impidiesen que Sonia recordase mi cara.

Coló. Me dedicó cariñosamente una fotografía: «Para Toni, con mucho cariño, besitos. Sonia Monroy», y me explicó, cuando le dije que tenía un club como aquél y que estaba interesado en contratar sus servicios, que el importe eran 3.000 euros. A continuación me presentó a su representante, que también estaba allí, que me entregó una tarjeta: José Luís Diez, Agencia de Contratación de Espectáculos y Servicios.

Después me acomodé en una mesa y disfruté de los dos pases que hizo Sonia, ante mi cámara oculta, en la misma barra del burdel, donde cada noche se desarrollan los espectáculos eróticos. Bailó y cantó y tuvo el detalle de dedicar uno de sus temas a las rameras que contemplaban con envidia y admiración a la famosa. Esa noche, y gracias a que la Monroy consiguió subir la libido de los varones que atestaban el local, las rameras de La Luna trabajaron más de lo normal y el burdel hizo una de las mejores cajas de su historia.

Manuel Crego, alias Bare, se acostó un poco más rico aquella noche.

Capítulo 12

El traficante de niñas

El que induzca, promueva, favorezca o facilite la prostitución de una persona menor de edad o incapaz será castigado con las penas de prisión de uno a cuatro años y multa de doce a veinticuatro meses.

Código Penal, art. 187, 1

A estas alturas de la investigación Manuel estaba convencido de que yo era un delincuente transnacional, implicado en la trata de blancas, narcotráfico, falsificación de documentos, etc. Sin embargo nunca pude imaginar a qué me iba a enfrentar cuando me telefoneó, aquella mañana, para invitarme a comer en Madrid.

«Quiero que conozcas a un amigo mío de confianza, creo que podéis hacer negocios juntos. Él está metido en los mismos negocios que tú.»

Nos citamos en un céntrico restaurante madrileño, en un recodo de la calle Princesa conocido popularmente como Plaza de los Cubos. Y Manuel y su acompañante me demostraron que no son unos delincuentes aficionados como yo. El enclave de la cita estaba perfectamente escogido. La llamada Plaza de los Cubos es uno de los lugares más estratégicos en Madrid para reuniones «discretas». Todos los servicios secretos del mundo lo saben. Y también muchos componentes del crimen organizado. Lo que no saben es que la Plaza de los Cubos ha sido, históricamente, uno de los puntos de encuentro de los skinheads neonazis madrileños. Una vez más tendría que tentar a mi estrella.

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