El año que trafiqué con mujeres (35 page)

Madame Angie se levantó del sofá y tomó de una estantería no uno, sino dos, catálogos muy similares a los que ya habíamos examinado en la agencia Standing—BCN. Sin embargo, en esta ocasión, sí aparecían rostros conocidos entre aquellas meretrices de lujo. Los 6o euros que entregué a la madame no podían estar mejor invertidos.

—¿De qué precio estamos hablando? Yo te explico: sería una cena, noche de sábado a domingo y luego un servicio completo.

—A ver, mira, normalmente, cuando es una noche, cobramos 1.800 euros. Pero estoy hablando de una chica normal. Pero si es una chica conocida ya es más, estamos hablando de un millón de pesetas.

—Pero supongo que dependerá del momento profesional...

—Es que es eso.

—Y Malena, ¿tú no sabes si cuando salga del Hotel Glam...? —No lo sé, son rachas. Ahora está en el Hotel Glam y no... Bueno, sabes lo que pasa, ella cuando viene aquí, aquello, si da la casualidad de que está en Barcelona y algún cliente la quiere, pues sí, pero tiene que coincidir que esté aquí. O que pague lo que ella quiere. Si paga lo que ella quiere sí que viene, claro.

—¿Y de cuánto estamos hablando?

—¿Ella? Un millón.

Mientras iba pasando las páginas del catálogo, iba descubriendo con sorpresa la vida secreta de algunos rostros que he visto en infinidad de ocasiones en la pantalla del cine o de la televisión, en las portadas de revistas tan prestigiosas como Cosmopolitan, Elle, Woman, Primera Línea, Interviú, Man, etc. Y entre ellas reconozco a Malena Gracia, a su amiga la ex guardia civil Ana María B. —que en este book aparece en el desnudo que vendió a Interviú—, etc. Angie habla con total seguridad sobre el precio de cada una de ellas. Una de dos: o bien la madame está utilizando ¡lícitamente la imagen de esas famosas, lo que también sería denunciable, o esas famosas ejercen la prostitución.

A medida que pasaba las páginas, Angie me iba haciendo indicaciones sobre algunas de ellas: «A ésta hay que avisarla con un poco de tiempo», «ésta también hace strip—tease», «ésta acaba de hacer una película con Santiago Segura», «mira, ésta estaba en confianza ciega, y es aún más guapa en persona» «ésta salió esta semana pasada en Interviú», etc. Muchas de aquellas chicas habían sido misses en sus respectivas ciudades, que después no habían alcanzado la corona en el certamen de Miss España, pero no se habían resignado a regresar a su vida anterior tras catar las mieles del éxito y el glamour. Reconozco que me excité. Pero no sé si mi excitación se debía a los cuerpos esculturales y los rostros perfectos que estaba contemplando o al mundo secreto que estaba descubriendo desde mi falsa identidad como narcotraficante y proxeneta millonario y vicioso.

—Imagina que yo quiero tres chicas. Una muy famosa, y dos chicas normales. ¿En cuánto me puede salir?

—La famosa es mínimo un millón, millón y medio. Yo hablo en pesetas. Y las otras unas 300,000.

—En cualquiera de los casos, menos de dos millones.

—Sí.

—Perfecto.

—¿Podríamos sugerir nombres que no estén en el book?

—A ver, sugiéreme.

En ese momento me permití pronunciar algunos nombres de famosas que, reconozco, me habían hecho fantasear más de una vez. Alguna de ellas estaba en el segundo book.

—Por ejemplo, Sonia...

—Sonia está, mira, es ésta. Pero Sonia pide dos millones... Pero me han dicho que es bastante sosita —me responde la madame para mi sorpresa.

Otras famosas que comenté, según Angie, habían dejado momentáneamente la prostitución al casarse, pero la madame me confirmó las informaciones de Dígame.

—La putada es que muchas chicas que he conocido ahora están en La isla de los famosos o en Hotel Glam...

Algunas de esas famosas, que ahora están en el punto más álgido de su popularidad, han aumentado las tarifas de sus servicios de forma desproporcionada. Según Angie, algunos clientes, que ahora las veían cada noche en las pantallas de televisión, estarían dispuestos a pagar lo que sea. «Pero igual después se les pasa la fama y ya no pueden cobrar lo mismo.» Algunas de ellas pueden ser contratadas sólo para un strip-tease, por el morbo de algunos empresarios que lo único que quieren es poder contar a sus amigos que han hecho desnudarse a tal o cual famosa. Esos servicios, sin sexo, se quedan en tomo a las 100.000 pesetas.

—Vale. Yo te daré unos nombres y tú me dices si sería factible contar con alguna de las que no están en los catálogos.

—Tú dímelos, que yo esta noche hablo con mi jefa... Porque nosotros tenemos una persona que es relaciones públicas, que se encarga, y nos dice: «Pues ésta sí, ésta no, ésta cobra esto, cobra lo otro ... ».

—Estoy pensando que si cogemos una muy famosa y luego dos más normales, son un millón, y seiscientas mil. Angie, y si lo hacemos así, igual nos regalas el strip—tease...

Hablé con seguridad y relajado y Angie me siguió la corriente sonriendo mis gracias. Se había creído completamente mi interpretación y estaba dispuesta a regalarme, en el pack de la orgía, el strip-tease de una famosa. Lo más duro de mi conversación con la madame fue que estaba convencida de que algunas de sus famosas, aunque en ese momento estaban en la cresta de su popularidad, volverían a la prostitución en cuanto pasara su efímero momento de gloria...

—Porque claro, Malena está ahora en el Hotel Glam, y daro...

—Pero ¿volverá? —Tardará, tardará, pero volverá... Además Malena trabaja... todo el mundo que ha estado con ella dice chapeau... La primera vez que yo vi a Malena aquí, dije: «Joder, qué tía más guapa... qué clase ... ».

Aquella convicción de Angie tiene mucha más relevancia que la superficialidad del morbo rosa. Una madame con gran experiencia en el mundo de la prostitución sabe lo difícil que resulta, para la mayoría de las chicas, salir de él. Independientemente de que sean famosas, escorts de alto standing o rameras callejeras. El dinero que se mueve en este negocio es incalculable. Las chicas se acostumbran a un ritmo de vida inimaginable en ningún tipo de oficio. Sin embargo las secuelas psicológicas que inflige esa forma de vida suelen ser terribles. Y poco a poco, a medida que iba conociendo más y más meretrices, intuía que todas terminaban padeciendo serios trastornos psicológicos. La culpabilidad, la doble vida, los secretos, las mentiras, el desprecio social, la humillación y demás sentimientos tormentosos que son intrínsecos de la prostitución deterioran progresivamente la mente y el alma de las fulanas. No es cierto que sólo comercien con su cuerpo.

Mientras yo continuaba grabando los books, Manuel y Angie hablaban de alguna de las chicas con las que él se había acostado en esa agencia. Y cada minuto que pasaba yo me sorprendía más y más con los nombres que surgían en la conversación. Pero he decidido no reproducir esos nombres, aun teniendo en mi poder las grabaciones de la cámara oculta, por un respeto a las prostitutas que quizá ni ellas sientan hacia sí mismas. Si oculto los nombres reales de lumis callejeras, como Susy, o rameras de burdel, como Andrea o Mery, ¿por qué no voy a conceder el mismo trato discreto a las fulanas de alto standing? Todas tienen amigos, vecinos, padres y algunas hasta hijos, que sufrirían al descubrir su doble vida. Y el objeto de mi investigación son los proxenetas, no sus víctimas. Si Malena Gracia no hubiese reconocido públicamente su relación con este mundo, yo habría omitido su nombre como he omitido el de sus compañeras. Quizá porque no soy tan cruel como Emilio Rodríguez Menéndez, ni un putero resentido.

Antes de marcharnos de la agencia Numancia, Angie se ofreció a enseñarnos a algunas de las chicas que en ese momento estaban disponibles en la casa, esperando en una habitación contigua. Y aunque el objeto de mi visita a aquel piso clandestino era únicamente investigar hasta qué punto era cierta la leyenda de los catálogos de famosas, Manuel se había excitado sexualmente con la conversación y quería ver «el ganado» que había en la agencia. Así que finalmente ante nosotros desfilaron varias señoritas muy atractivas que quedaron inmortalizadas en la cinta de vídeo.

Como ocurre en miles de pisos similares, en todas las ciudades de España, las fulanas pasan una por una, dándonos su nombre, y permitiéndonos que escojamos a la que más nos apetezca. Afortunadamente ninguna resultó del agrado del exigente empresario catalán a pesar de ser chicas verdaderamente exuberantes, y Manuel decidió acudir a Otro burdel de lujo, para buscar mejor «mercancía». Casualmente se dirigió a la agencia en la que, años atrás, trabajaba la escritora Valérie Tasso. Al despedimos, Angie, convencida de que se le avecinaba un gran negocio, me entregó su tarjeta. Sobre la dirección y teléfono de aquel burdel de lujo, sólo una escueta línea: «Asesoría Numancia».

El burdel de la Gran Hermana

Ya no tenía ninguna duda. Al menos en buena medida, y al menos en lo referente a algunas de las acusadas, lo expuesto por Rodríguez Menéndez en la revista Dígame era cierto. No sólo Malena Gracia se dedicaba a la prostitución de alto standing.

Y si conocidas actrices, presentadoras y modelos se dedicaban a la prostitución de lujo, ¿por qué no iba a ser cierto que alguna de ellas diese un paso más allá y participase más activamente del negocio? ¿Por qué no iba a ser propietario de un burdel alguien relacionado con el famoso programa Gran Hermano? En ese momento, más que nunca, creí a Ruth, la chica del Riviera que afirmaba haber reconocido, en el plató de Gran Hermano, al propietario del burdel en el que había trabajado, al que sus rameras conocían como El Suizo. Decidí poner dirección hacia Galicia por última vez y telefonear a Paulino. Si existe alguien que conozca todos los burdeles del noroeste mejor que su propia casa, ése es Paulino. Y en este caso se convertiría en el sabueso que olfatearía el rastro de El Suizo. Dos horas después de que yo le hubiese telefoneado, interrogándolo al respecto, me devolvió la llamada.

—¿Toni? Me debes un polvo. Tu Suizo se llama Ulises A. Y el puticlub La Paloma está en Ponte do Porto, entre Vimianzo y Camarinas, o sea, a tomar por culo. Según me ha dicho un amigo mío, que es camarero en el Mont Blanc, está en la calle Curros, N. 991 de Ponte do Porto. ¿Vamos hoy?

Tomé un avión y viajé por última vez al encuentro del veterano putero. Esa misma noche nos dirigíamos a la población de Ponte do Porto, a poco más de una hora de camino desde A Coruña. El local no es demasiado grande. Regentado por una ex prostituta tailandesa llamada Sariya T. U., no había nada que pudiese relacionar aquel serrallo con ninguno de los concursantes del programa más famoso en la historia de la televisión. 0 casi nada...

El programa Gran Hermano ya había sufrido el escándalo, cuando la revista Interviú desveló que dos de sus primeras concursantes, la sevillana María José Galera, de veintinueve años, y la mallorquina Mónica Ruiz, de veinticinco, habían ejercido la prostitución. También todo tipo de rumores rodearon a la pintoresca Aida, primera expulsada en la última edición, en cuanto salió de la popular casa. Pero mi investigación iba por otros derroteros.

Al entrar en La Paloma, antes conocido como Club Yaqui, no conté más de una docena de busconas, entre latinoamericanas y africanas, y preferí distanciarme de estas últimas por recordarme demasiado a Susy, a la que había telefoneado esa misma noche desde mi hotel. Las noticias no podían haber sido peores. Según me había explicado Sunny, alguien había disparado contra Susy desde un coche y se había dado a la fuga.

Desde mi anterior viaje a Murcia, Sunny me había dejado muy claro que cada vez que desease hablar con su protegida tenía que telefonearle a él y no a las amigas del Eroski, a las que llamaba anteriormente cuando quería charlar con la nigeriana. En cada llamada aprovechaba para intimar con el proxeneta, ganándome poco a poco su confianza. Naturalmente, quien esto escribe sabe que debe tener pruebas de todo lo que dice, por eso grababa todas las conversaciones telefónicas, lo que me permite ahora reproducirlas exactamente:

—¿Dígame?

—¿Price Sunny?

—¿Quién es?

—Soy Toni.

—¡Ahhh! Hola.

—¿Cómo está Susy?

—Alguien le ha pegado el sábado por la noche con una pistola...

—¿Cómo?

—Sí, con una pistola. Allí debajo de su....

—¿Que le han disparado? ¿A Susy? ¿Pero qué dices?

—A Susy. Pero está bien ahora. No es muy grave. Ya está en la casa.

—¡Hostia, qué fuerte! ¿Que le han disparado a Susy con una pistola?

—Ella te ha llamado esa misma noche, pero tú no coges el teléfono.

—Claro, es que estuve en Portugal, estuve fuera, pero me funciona muy mal, se me corta. Yo te llamé el otro día porque llamé a una amiga suya que me dijo que estaba en el hospital, y te llamé a ti pero no me cogías.

—Yo sé eso. Cuando tú me has llamado, yo dejé el teléfono en casa y estaba abajo hablando con alguien.

—Pero ¿cómo está ella?

—Ella está bien.

—Pero ¿cómo fue?, ¿quién la ha disparado?

—Yo fui con ella al hospital esta mañana, pero los médicos dicen que tiene que volver otra vez mañana por la mañana. Ella está bien. No tiene ningún problema.

—Pero ¿quién fue, Sunny, quién hizo eso?

—No lo sé. Ella salió de la casa a las 11, y a las 11.30 me ha llamado diciendo que alguien le había pegado con pistola...

—Con pistola.

—Hombre, sí. Pero pistola de esa de... [ininteligible]

—¿De balines?

—Sí, sí.

—Ahh, me estabas asustando ya. Pensé que era una pistola de verdad.

—No, no es pistola de verdad.

—¿Y ella está contigo ahora? ¿Puedo hablar con ella?

—No, yo estoy en Alicante, haciendo una cosa ahora. A qué hora... Cuando llegue a casa te llamo.

Supongo que es una estupidez, pero cada día que transcurría me sentía más responsable del destino de aquella nigeriana, y de alguna manera la culpabilidad me atormentaba, por no haber estado en Murcia cuando algún malnacido, probablemente xenófobo, había decidido distraerse disparando a las busconas negras del Eroski desde un coche, y dándose a la fuga. Cuando convivía con los skinheads más de una vez planeamos acciones similares. Los muy imbéciles no sospechan que tiroteando a las putas, están interfiriendo en el negocio de sus propios ideólogos, como José Luís Roberto, fundador de ANELA y candidato a la alcaldía por España2000.

Me sentía culpable. Por esa razón preferí no acercarme a las africanas de La Paloma y probar suerte con una colombiana que me miraba fijamente desde la barra. La cosa no pudo haber salido mejor. Mientras Paulino multiplicaba sus manos, como Jesús los panes y los peces, recorriendo todo el cuerpo de una mulata, emulando los mil brazos de la diosa Kali, yo intentaba sacar a la colombiana alguna información sobre el propietario del lupanar. En ese momento me di cuenta de mi debilidad. Lo habitual en los burdeles de carretera, una vez se inicia la conversación con una fulana, es que el cliente aproveche para magrear sus pechos, nalgas o directamente su sexo. Mil veces presencié cómo a mi lado los puteros exploraban la anatomía de las féminas como puntillosos ginecólogos. Sin embargo yo nunca pude hacerlo. Nunca fui capaz de imitar el comportamiento soez y grosero de mis compañeros de correrías como Paulino. Sabía que nadie iba a mirarme mal si lo hacía. Ni siquiera las busconas, habituadas a soportar los toqueteos lascivos de los clientes. Sin embargo era superior a mí. Y aun siendo consciente de que mi personaje, un chulo y proxeneta acostumbrado a traficar con zorras, debía estar a años luz de esos prejuicios morales, nunca fui capaz de hacerlo. Me parecía que aquellas personas, por prostitutas que fueran, merecían un poco de respeto y dignidad. Pero sé que para un infiltrado esto es un síntoma de debilidad que podría haber levantado sospechas en más de una ocasión. Y aquella noche era un buen ejemplo.

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