El año que trafiqué con mujeres (39 page)

Acepté una copa y esperé mientras el pequinés no dejaba de juguetear con mi llavero del inexistente Mercedes. Así transcurrieron unos minutos sin que María diera señales de vida. Exactamente once y medio, según el minutado de la grabación. Y por fin sonó el teléfono. La madame había llamado diciendo que se iba a retrasar, y le pedía a su ayudante que fuera enseñándome el book.

Este catálogo de fulanas de lujo estaba mucho mejor encuadernado que los otros que había examinado en Barcelona, aunque me di cuenta de que se repetían algunas de las portadas de I"1ayboy, Interviú, Man, etc., que había visto en la Ciudad Condal. Enseguida reconocí muchos de aquellos rostros y de esos cuerpos. Desfilaron ante mí actrices, modelos, cantantes, e incluso seudofamosas que lo eran tan sólo por haber tenido una relación con tal o cual famoso. A la luz de esta información me pregunté cuántas páginas de la prensa rosa, divulgando supuestos romances entre un famoso y una chica espectacular, no eran más que la crónica de un polvo de pago. Y me consoló pensar que cualquiera con el dinero suficiente podría disfrutar de las mismas caricias que han gozado jugadores de fútbol, miembros del gobierno, famosos actores y cantantes... Y es que ante las rameras, todos los hombres somos iguales. Tan sólo hay que pagar su precio. Es una divertida forma de democracia sexual.

Por fin llegó María, que resultó ser una mujer de mediana edad, extremadamente atractiva. Su apariencia delataba que manejaba mucho dinero, e invertía buena parte del mismo en cuidar su aspecto. Se mostró simpática pero distante. Dijo que hacía sólo seis meses que tenía este negocio. También mintió en eso. Poco después me dijo que en realidad sólo se fiaba de los clientes a los que conocía hace mucho y, aunque aseguraba que no necesitaba anunciarse, me confesó que tenía un anuncio en la prensa «para los clientes que pudiesen haber perdido el teléfono».

Cuando expuse directamente que lo que quería era acostarme con una famosa se puso a la defensiva. Alegó que tenía «clientes muy, muy importantes y muy, muy poderosos», y que debía «preservar a toda costa la seguridad de mis chicas, porque son mujeres muy conocidas; actrices, presentadoras de televisión, modelos, etc.». A pesar de que había examinado su catálogo, me dijo que había otras señoritas, aun más famosas, y que no podía darme sus nombres hasta comprobar mi identidad. De pronto, sacó a colación el asunto que más tememos los reporteros infiltrados: « ... Es que últimamente hay muchos periodistas y mucha cámara oculta, y perdóname pero me estoy mosqueando mucho con tus gafas, ¿podrías quitártelas?». Por un instante creí que me había descubierto, pero no fue así. Evidentemente no llevaba nada en las gafas de sol, pero mi cámara oculta seguía grabando todos sus movimientos, desde el maletín de ejecutivo que completaba mi disfraz. Si lees esto, María, la próxima vez que desconfíes de un diente, busca mejor.

La madame me aseguró que haría unas gestiones para comprobar quién era yo realmente. Sabía que no tenía opción. Iba a hacerlo de todas formas, así que la animé enérgicamente a que tomara todas las precauciones que considerara oportunas. Como diente, me tranquilizaba su prudencia, o eso la hice creer. Quedó en llamarme en cuanto confirmara mi coartada para decirme, si todo estaba en orden, a qué famosa podía ofrecerme. Sin embargo tan sólo tardó unas horas en telefonearme, lo que resultó un contratiempo para mi investigación.

Como he dicho antes, mi intención era grabar todas las conversaciones con las madames de famosas, pero sólo puedo conectar mi teléfono al equipo de grabación si sé que esa llamada va a producirse. Por eso, cuando fue María la que me telefoneó, sólo unas pocas horas después de nuestro encuentro, tuve que reaccionar sobre la marcha. Su llamada me pilló en un taxi en el centro de Madrid y, lógicamente, no podía ponerme a grabar allí. Así que en cuanto escuché su voz, me disculpé diciendo que me había pillado en una reunión importante, y que yo la llamaría a ella en un instante.

Inmediatamente pedí al taxista que parase el coche y me metí en el primer bar que vi. En el cuarto de baño improvisé el sistema de grabación y telefoneé a María.

—Sí, ¿dígame?

—¿María? Soy Toni. Perdóname, pero estaba en una reunión de empresa importante.

—Hola, mira, Toni... perdone...

Como esperaba, María había telefoneado a Manuel para confirmar mi identidad. Y el empresario catalán debió de decirle maravillas sobre mí, porque la madame: se disculpó sentidamente por haber sospechado por un momento que yo pudiese ser un periodista de cámara oculta... ¿Cómo podía haber pensado algo tan absurdo?

—No te preocupes. Ya me imagino que tenéis que tomar precauciones. Mejor así. También yo me quedo más tranquilo al ver que sois serios.

—Sí, ya sabes... Bueno, te cuento. ¿Te interesa C ... ? Y seguidamente me reveló su mejor «mercancía de lujo». A partir de ese momento, y ya completamente confiada, María José de M. me propuso algunas famosas, que no aparecían en ninguno de los books que había grabado en Madrid y Barcelona. Alguna de esas superfamosas ilustraban las portadas de la revista Dígame, señaladas por Rodríguez Menéndez como prostitutas de lujo. Otras no.

La madame de Double—Star me ofreció a una famosísima presentadora de televisión, a una actriz y modelo archiconocida, y la ganadora de uno de los concursos más populares de la historia de la televisión... El precio de esas prostitutas de altísimo standing oscilaba entre los 3 Y los 7 millones de pesetas por servicio. Es decir, en una noche, cualquiera de esas rameras de lujo ganará una suma mayor a la que deberían abonar a los mafiosos las mujeres traficadas como Susy para poder recuperar su alma. Pero Susy deberá pasar años prostituyéndose, en las calles de Murcia, a 30 euros el polvo, para poder comprar su libertad a proxenetas como Prince Sunny, mientras que otras fulanas, famosas por salir en televisión, cobrarán en una sola noche más de lo que cuesta la libertad de una puta callejera. No es justo.

Para acabar de alegrarme el día, poco después recibí la llamada del subteniente José Luís C.: «Toni, efectivamente en los archivos de INTERPOL aparece un tal Mario Torres Torres, que está en orden de busca y captura por un homicidio en México. ¿No estarás metiéndote en ningún lío?». Perra suerte la mía. Narco, proxeneta, traficante de menores y ahora presunto asesino... no podía buscarme mejor compañía para disfrutar de una cena... Esa noche, y muchas más, reviviría en sueños aquella detonación de la bala que pasó rozándome la rodilla. Sólo que en las pesadillas no me rozaba, sino que varios proxenetas y mafiosos me destrozaban las rodillas y los brazos a tiros, después de descubrir que les había estado grabando con una cámara oculta. Esa semana tomé la decisión de visitar a un psiquiatra, en Madrid, y pedirle que me recetara un tratamiento para dormir. A partir de entonces tomaría dos tipos de pastillas cada noche, para conciliar el sueño. Desgraciadamente los fármacos no podían impedir que soñase.

Mi chulo mató a mi amiga y yo le maté a él

Nunca volví a ver a Danna, la escultural rumana que conocí en La Luna, sin embargo, gracias a ella, sí pude conocer a otras jóvenes traficadas, como ella, por las mafias del Este. Y una de esas pistas me llevó en varias ocasiones a Zaragoza. Allí entablé buena amistad con Lara, una joven no menos hermosa que Danna e igual de exuberante. Con Lara hubo un Jeeling especial, y por alguna razón vio en mí a un discreto confesor para todas sus miserias. En la Nochebuena de2003 me tocó trabajar. Aunque no pude explicar a mi familia por qué, los días 24y 25 de diciembre simplemente desaparecí.

Aunque la mayoría de los burdeles cerraron esa noche, los pisos clandestinos continuaban abiertos, y sorprendentemente había dientes. Al filo de las doce de la noche recibí una llamada de Lara. Estaba llorando. Acababa de dejar a un cliente, que a saber qué tipo de perversiones le había demandado en esa noche navideña. Sólo me dijo que la había mordido en la cara. A pesar de sus veintiún años de vida, la joven rumana, que aparenta más, había pasado ya por todo. Recientemente le extirparon un ovario. Trabajaba mucho y muy bien, y muchos clientes no controlan la potencia de sus miembros al golpear una y otra vez, putero tras putero, pene tras pene, la vagina de la joven. Con el tiempo tuvo complicaciones a causa del exceso de uso. Los ginecólogos están cansados de ver casos similares.

Lara, como todas las demás meretrices que trabajan en pisos clandestinos, sufre trastornos del sueño. Se pasa el día en el apartamento, dormitando o viendo la televisión, y teniendo que despejarse y acicalarse cada vez que llega un cliente. Después hará «el paseíllo» ante el putero y, en el caso de no ser la escogida para el servicio sexual, volverá a tumbarse en el sofá para esperar al próximo cliente. Nunca puede dormir más de dos o tres horas seguidas. Como todas las demás.

Esa noche Lara estaba especialmente triste. Necesitaba hablar, y naturalmente me puse a su disposición. Y así grabé uno de los testimonios más escalofriantes de esta investigación. En Rumania, el chulo que había iniciado a Lara y a una amiga, ambas originarias de un pueblecito muy cercano a Bucarest, le había pegado un tiro en la nuca a su compañera. Al parecer la buscona había intentado escapar de la red que la había vendido en España. Una noche Lara se armó de valor y, según confesó ante mi cámara, le pegó un tiro al chulo en la garganta. «Él le disparó a mi amiga por detrás y yo le disparé por delante.»

Fueron unas navidades tristes y también sorprendentes. En este oficio, cuando crees que ya lo has visto y escuchado todo, cuando piensas, pedantemente, que ya no puede sorprenderte nada en el mundo de la prostitución, cuando bajas la guardia, va el destino y te encaja un directo a la mandíbula. Y volví a descubrir algo nuevo e inesperado. Una vez más sentía el vértigo de mi cordura. Como si me, asomase a un abismo oscuro e impenetrable cada vez que conocía a una nueva ramera y las brutales historias personales que marcan sus terribles existencias.

Lara me contó cómo asesinó a sangre fría a su proxeneta, y lo terrible es que no pude condenar su actitud. Sé que nada justifica un asesinato. Nada puede anteponerse a la vida de otro ser humano. Pero ¿cómo podía reprochar a aquella rumana de veinte años algo que yo mismo había llegado a plantearme con los mafiosos que estaba conociendo? Y yo no había tenido que sufrir en mis carnes la humillación, la frustración y la vergüenza que padecen todas y cada una de las muchachas que se prostituyen en cualquier país del mundo. Digan lo que digan los de ANELA— Decidí pasar la noche de fin de año con ella, para que se tomase un par de días de vacaciones, hoy es una de mis mejores fuentes de información.

Lara me puso en la pista de otra red, la del tal Andrei, de la que ya me había hablado Danna. Así que abrí nuevos frentes de investigación, pero confieso que a esas alturas ya empezaban a faltarme las fuerzas, y mi agotamiento psicológico era cada vez mayor.

Conseguí convencer a una de las chicas traficadas por Andrei para que me contase su historia, y así pude grabar nuevos testimonios espeluznantes. Sobre todo dos conversaciones que me afectaron especialmente. En una ocasión aquella rumana de diecinueve años llamada Clara me explicó que, para ellas, era mucho más difícil ejercer la prostitución que para otras chicas, como las brasileñas o las cubanas, más abiertas al sexo.

—Dios nos dio la boca para comer, el culo para cagar y el coño para follar. Por eso nosotras no gustar chupar ni follar por culo. Cuando yo subir con cliente yo lavar la polla con agua caliente y hacer una paja para que se le ponga dura y no tener que chupar. Así sólo follar por coño correr y marcharse.

Son testimonios brutales y soeces que prefiero transcribir literalmente de las cintas de vídeo, tal y como me fueron relatados. Porque no encuentro glamour, atractivo ni sofisticación en estos relatos. Son sucios, duros y groseros, como la prostitución. Y aun a riesgo de poder escandalizar al lector, no voy a maquillarlos para hacerlos más literarios ni elegantes.

—El otro día un diente decir a mí en club que quería dar por culo, y yo decir que no hacer ese servicio, que hay otras chicas que hacer. Él decir que no discutir y que subir con él a habitación, pero yo decir que no por culo. Pero cuando subir a la habitación él cogió mis piernas y levantó así y metió por culo. Hizo mucho daño y yo lloraba pero él seguía. ¿A quién puedo quejar yo? Yo soy una puta, y a nadie importa que cliente violar a mí...

Clara también trabaja en uno de los clubes de un vocal de ANELA, lo que garantiza —supuestamente— que el cliente va a quedar satisfecho con los servicios y la calidad que encontrará en el local. Pero ¿quién garantiza a las fulanas que ellas también van a quedar satisfechas?

La placa de garantía de ANELA certifica a los clientes que sus rameras han sido sometidas a análisis y están sanas, pero ¿quién analiza a los puteros para garantizar a las chicas que no portan ninguna enfermedad? Claro, olvidaba que a nadie le importa que las rameras puedan contagiarse con cualquier cliente. Lo esencial es que el putero quede satisfecho, aunque sea violando analmente a una joven de diecinueve años que todavía no es consciente de en qué mundo se ha metido.

A diario encuentro en los titulares de prensa noticias relativas a las denuncias por malos tratos que presentan muchas mujeres en España, pero ¿alguna comisaría de Policía tomaría en serio la denuncia presentada por una prostituta contra un cliente que la ha violado en el burdel? Harta de aquella vida, y Clara llevaba muy poco tiempo ejerciendo la prostitución, una noche me planteó que la comprase a su proxeneta. Su precio eran 8.000 euros.

—Si tú comprar en Rumania yo valer 400 0 500 euros. Pero aquí más cara porque aquí yo tener chulo. Si tú querer comprar a mí pagar 8.000 euros y soy tuya.

—Pero ¿y si te compro, qué vas a hacer?

—Lo que tú querer. Yo trabajar para ti o hacer lo que tú querer.

—No, para mí no. Pero, vamos a ver: si yo te compro ya eres libre, ya puedes volver a tu país.

—¿Volver a mi país? ¿Para qué? En mi país no hay dinero. Yo venir a España para ganar dinero. No poder volver a mi país con manos vacías...

Todavía no lo había comprendido. Las cosas no son tan sencillas como podemos creer quienes no vivimos desde dentro el mundo de la prostitución. No se trata de bueno o malo, blanco o negro, sino de una difusa y entramada gama de grises. Para muchas mujeres traficadas, los mafiosos no son simplemente criminales despiadados y avariciosos que se lucran con su humillación, sino que también son la única esperanza en un futuro mejor.

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