El árbol de vida

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Authors: Christian Jacq

Tags: #Histórico, Intriga

 

En el templo de Abydos, la acacia que brotó de la tumba del primer soberano de Egipto se está muriendo y, con ella, todo el país está amenazado. Su supervivencia es la garantía de la felicidad sobre la tierra. Ahora se marchita porque unas potencias maléficas intrigan para lograr la desaparición de Egipto.

El gran faraón Sesostris III entabla de inmediato un combate mágico contra un enemigo invisible.

Un joven aprendiz de escribe, Iker, se convierte involuntariamente en un personaje clave de este misterio. Obsesionado por la visión de una sublime y joven sacerdotisa, Iker tiene la sensación de ser manipulado, de avanzar por un camino cuyo final no conoce. Pero, de prueba en prueba, de descubrimiento en descubrimiento, el muchacho se aproxima al extraordinario destino que los dioses le han asignado.

Christian Jacq

El árbol de vida

Los misterios de Osiris 1

ePUB v1.0

Nitsy
08.09.12

Título original:
Les mystères d'Osiris. L'arbre de vie
.

Christian Jacq, 2003.

Traducción: Manuel Serrat Crespo.

Diseño portada: Hans Geel.

Editor original: Nitsy (v1.0)

ePub base v2.0

Todo permanece estable y en perpetua renovación

porque la carrera del sol no se ha interrumpido nunca.

Todas las cosas permanecen perfectas e íntegras

porque los misterios de Abydos no se han desvelado nunca.

Los misterios de Egipto
, VI, 7

J
ÁMBLICO
, filósofo neoplatónico

nacido en la segunda mitad del siglo
II
d. C.

1

Iker abrió los ojos.

Era imposible moverse. Atado de pies y manos, se encontraba fuertemente sujeto al mástil principal de una gran embarcación que navegaba, a buena velocidad, por un mar en calma.

La ribera por la que paseaba tras una jornada de trabajo, los cinco hombres que se lanzaron sobre él dándole de bastonazos, el vacío. Su cuerpo estaba dolorido, su cabeza ardía.

—¡Desatadme! —imploró.

Un barbudo corpulento se acercó a él.

—¿No estás contento con tu suerte, muchacho?

—¿Por qué me habéis raptado?

—Porque vas a sernos muy útil. Hermoso navío, ¿no? Se llama
El rápido
, mide ciento veinte codos de largo y cuarenta de ancho
(1)
. Lo necesitaba para llevar a cabo mi misión.

—¿Qué misión?

—¡Eres realmente curioso! Pero dado lo que te espera, puedo revelarte que nos dirigimos hacia el país de Punt.

—¿La tierra divina? ¡Sólo es una leyenda para los niños!

El capitán sonrió.

—¿Crees que ciento veinte marineros con el corazón más valeroso que el de los leones se habrían embarcado para conquistar una leyenda? Mi tripulación no está compuesta por soñadores, sino por tipos duros que van a ser ricos, muy ricos.

—¡Me importa un comino la riqueza! Sólo quiero convertirme en escriba.

—Olvida las paletas, los pinceles y los papiros. Ya ves, el mar es una divinidad tan peligrosa e invencible como Seth. Cuando la próxima tempestad caiga sobre nosotros, sabré cómo apaciguarla. Será necesario hacerle una soberbia ofrenda para poder así llegar a Punt. Por eso te arrojaremos vivo a las olas. Al morir ahogado, nos protegerás.

—¿Por qué… por qué yo?

El capitán puso el índice en sus labios.

—Secreto de Estado —murmuró—. No puedo revelarlo ni siquiera a un hombre que está viviendo sus últimas horas.

Mientras el capitán se alejaba, Iker estuvo a punto de estallar en sollozos. Morir a los quince años y por una razón desconocida, ¿no era eso el colmo de la injusticia? Rabioso, intentó en vano librarse de sus ataduras.

—Es inútil, pequeño, son nudos de profesional —observó un cuadragenario atezado que mascaba cebollas—. Yo te he atado y lo que Ojo-de-Tortuga hace está bien hecho.

—¡No seas criminal! De lo contrario, los dioses van a castigarte.

—Escucharte me quita el apetito.

Ojo-de-Tortuga se sentó en la popa de la embarcación.

Huérfano, educado por un viejo escriba que había sentido afecto por él, Iker manifestaba una gran afición por los estudios. A fuerza de perseverancia, sin duda habría sido contratado por la administración de un templo, donde habría vivido días felices.

Pero en aquellos momentos sólo existía la inmensa extensión de agua que iba a devorarlo.

Con un remo en el hombro, un joven marinero pasó junto al prisionero.

—¡Tú, ayúdame!

El hombre se detuvo.

—¿Qué quieres?

—¡Desátame, te lo suplico!

—¿Y adonde irías, imbécil? Sería estúpido ahogarte antes del momento adecuado. Al menos, muriendo cuando sea necesario nos serás de utilidad. ¡Ahora, déjanos en paz! De lo contrario, palabra de Cuchillo-afilado, te cortaré la lengua.

Iker dejó de debatirse.

Su suerte estaba echada.

Pero ¿por qué él? Antes de desaparecer querría que le dieran una respuesta a aquella pregunta. Secreto de Estado… ¿Cómo un aprendiz de escriba, sin fortuna, podía amenazar al poderoso faraón Sesostris, tercero de su nombre, que gobernaba con mano dura Egipto? Era evidente que el capitán se había burlado de él. Su pandilla de piratas se había apoderado del primer recién llegado.

Ojo-de-Tortuga le hizo beber un poco de agua.

—Mejor será que no comas nada. No pareces ser muy marinero.

—¿Realmente sabe el capitán prever una tormenta?

—¡Puedes confiar en él!

—¿Y si no se produjera cataclismo alguno? Entonces ¡podríais liberarme!

El capitán apartó a Ojo-de-Tortuga.

—Ni lo pienses, muchacho. Tu destino es convertirte en ofrenda. Acéptalo y saborea este magnífico espectáculo. ¿Hay algo más hermoso que el mar?

—Mis padres harán que me busquen, ¡os detendrán a todos!

—Ya no tienes padres, y nadie advertirá tu desaparición. Estás ya muerto.

2

No había ni el menor soplo de viento, y el calor se hacía abrumador.

Derrumbados en cubierta, la mayor parte de los marineros dormitaba. Incluso el capitán se había adormecido.

Iker acababa de cruzar los límites de la desesperación. Aquella tripulación de bandidos estaba decidida a desprenderse de él, sucediera lo que sucediese; no tenía ninguna posibilidad de huir.

El muchacho estaba aterrorizado ante la idea de hundirse en el mar, lejos de Egipto, sin el menor rito, sin darle sepultura. Más allá de la muerte física, aquello supondría la aniquilación, el castigo reservado a los criminales.

¿Qué fechorías había cometido para merecer semejante suerte?

Iker no era un asesino ni un ladrón, no podía ser acusado de mentira ni de pereza. Y, sin embargo, allí estaba, condenado a lo peor.

En la lejanía, el agua brillaba. Iker creyó que se trataba de un simple juego de reflejos, pero el fenómeno fue ampliándose. Lo que parecía una especie de barra comenzó a hincharse, tan de prisa como una fiera en el preciso momento de arrojarse sobre su presa. En el mismo instante, centenares de pequeñas nubes salidas de la nada invadieron el cielo hasta formar una masa negra y compacta.

Brutalmente arrancado de su sopor, el capitán, incrédulo, contemplaba aquellas fuerzas desenfrenadas.

—Nada anunciaba esa tormenta —murmuró, atónito.

—Despierta y transmite tus consignas —exigió Ojo-de-Tortuga.

—¡Las velas… arriad las velas! ¡Todo el mundo a su puesto!

Rugió el trueno con tal violencia que la mayoría de los marineros quedaron petrificados.

—Hay que sacrificar al chiquillo —recordó Cuchillo-afilado.

—Encárgate de eso —ordenó el capitán.

En cuanto lo desataran, Iker lucharía. Era evidente que no tenía posibilidad alguna de derribar a su adversario, pero moriría de manera digna.

—Prefiero rebanarte primero el gaznate —anunció el marinero—. Estarás algo vivo aún cuando te arroje por la borda, y el dios del mar quedará satisfecho.

Iker no pudo apartar su mirada de la hoja de sílex que iba a arrebatarle la vida.

Cuando comenzaba a abrir sus carnes, un rayo atravesó las nubes y se transformó en una lengua de fuego que abrasó a Cuchillo-afilado. El marinero cayó entre aullidos.

—¡La ola! —aulló a su vez Ojo-de-Tortuga—, ¡La ola es monstruosa!

Una pared de agua se abalanzaba sobre el barco.

Ninguno de los marineros, veteranos todos ellos, sin embargo, había visto nunca semejante horror. Petrificados, conscientes de la inutilidad de sus gestos, permanecieron inertes, con los brazos caídos y los ojos clavados en la ola que se abatió sobre
El rápido
con un terrible rugido.

Los dedos de su mano derecha tocaron algo blando y húmedo.

Arena… Sí, debía de ser arena.

De modo que el suelo del otro mundo era un desierto inundado por el insaciable mar, sin duda poblado por horrendas criaturas que devoraban a los condenados. Si tenía una mano aún, tal vez Iker poseyera también un pie, o acaso dos.

Aquellos dedos se movieron, y su mano izquierda también.

A continuación, el muchacho se atrevió a abrir los ojos y, luego, a levantar la cabeza.

Una playa.

Una magnífica playa de arena blanca. No lejos, distinguió numerosos árboles.

Pero ¿por qué resultaba tan pesado su cuerpo?

Iker descubrió que seguía atado aún por la cintura a un fragmento de mástil. A duras penas se liberó de las ataduras y se puso lentamente de pie, preguntándose todavía si estaba vivo o muerto.

En alta mar, los restos de
El rápido
iban a la deriva. La gigantesca ola había arrancado el mástil y a Iker para arrastrarlos hasta aquella isla inundada de sol y de lujuriante vegetación.

El muchacho sólo sufría unos arañazos y algunas contusiones.

Vacilante, dio la vuelta a la isla. Tal vez algunos marineros hubieran tenido la misma suerte que él, por lo que, en ese caso, debía estar dispuesto a combatir.

Pero la playa estaba desierta. El barco y su tripulación habían sido devorados por un mar enfurecido, y el único superviviente era Iker, la ofrenda prometida a la devoradora.

El hambre lo atenazaba.

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