El arca (27 page)

Read El arca Online

Authors: Boyd Morrison

Tags: #Intriga, arqueología.

El camión irrumpió a través de la valla exterior.

Dos cables más.

Grant vio que pasaban junto a una enorme piscina situada a la izquierda.

Otro cable. Lo cortó, el motor se paró en seco. El silencio repentino era ensordecedor. El vehículo perdió velocidad, pero siguió avanzando hacia los toboganes acuáticos. Los gritos de quienes estaban subidos a la escalera, en la zona de espera, se hicieron audibles cuando el camión acortó la distancia que lo separaba de ellos.

Entonces se activaron los frenos de emergencia. El enorme vehículo sufrió una sacudida repentina, como si un gigante tirara de pronto de la parte posterior, chocó con dos toboganes y frenó justo cuando alcanzaba la atestada plataforma, a la cual dio un leve toque que no tuvo consecuencias. Grant lanzó un silbido. Les había ido de un pelo.

Empapado en sudor debido al calor que reinaba allí, salió del compartimento del motor.

Tyler se hallaba sobre él, de pie en lo alto de la escalerilla, atento a la cabina. Nadie le había disparado y eso sólo podía significar una cosa.

—No me digas… —refunfuñó Grant—. No me digas que se ha esfumado.

Tyler asintió, visiblemente frustrado.

—Y se ha llevado lo que sea que sustrajo del hangar. Debió de saltar a la piscina cuando pasamos por ella. Probablemente se haya confundido con la multitud.

—Menuda suerte tiene ese cabrón —dijo Grant, secándose el sudor—. Y encima se ha podido dar un baño.

Capítulo 30

Los noticiarios nocturnos del martes cubrieron con todo lujo de detalles la persecución del camión, y la mañana del miércoles se desataron las acusaciones. La zona de Deer Valley de Phoenix había sufrido importantes daños, aunque no tan catastróficos como podrían haber sido. Exceptuando el almacén de materiales de construcción, la mayoría de los desperfectos importantes se limitaron al recinto de Splash World. Al menos sesenta y cinco vehículos estacionados en el aparcamiento quedaron totalmente destruidos y otros cincuenta sufrieron daños de diversa índole. Sin duda, el coste total de los desperfectos ascendería a millones de dólares. Era un milagro que tan sólo se registraran las muertes de los dos agentes de policía y la de uno de los asaltantes. Varias personas en Splash World sufrieron heridas, pero ninguna de consideración. A pesar de todo, Gordian tendría que afrontar las inevitables demandas legales.

Miles Benson había volado a Phoenix la mañana del miércoles para inspeccionar en persona los daños. Gordian sería culpada por no vigilar con mayor atención el Liebherr y permitir su uso a modo de ariete. En última instancia él era el responsable de lo sucedido. Con la ayuda de grúas, los operarios de Gordian, bajo supervisión de Grant, estabilizaban el tobogán acuático con el que había topado el camión al final de su recorrido, y desmontaban el vehículo para su posterior envío de vuelta al CIC.

—¿Y ni siquiera atrapasteis a ese tipo? —preguntó Miles, observando cómo levantaba la grúa parte del armazón del Liebherr—. ¿Cómo coño ha podido pasar algo así?

Tyler había vuelto al CIC tras lo sucedido, para evaluar los daños e investigar cómo alguien había podido infiltrarse en las instalaciones. De regreso en Splash World, afrontaba una labor más difícil: responder a las preguntas de su jefe. Los trabajos levantaron una polvareda. Tyler tosió como si estuviera tragando polvo. Se sentía muy desconcertado.

—Esto es lo que sabemos hasta el momento —anunció—. Hemos localizado a todas las personas que entraron en el CIC ayer, excepto a dos investigadores de la Junta Nacional de Seguridad del Transporte. Agentes del departamento del
sheriff
del condado de Maricopa asaltaron la habitación de su motel. Los auténticos investigadores de la Junta aparecieron muertos. Los habían ejecutado de un tiro y, luego, los habían sumergido en hielo en la bañera. Los asesinos colgaron en la puerta el cartel de «NO MOLESTAR». Un trabajo rápido que tranquilamente podría haber pasado desapercibido durante uno o dos días.

—¿Qué se llevaron?

—Hemos cotejado el contenido del hangar con el inventario etiquetado en el lugar del accidente. Según parece sustrajeron una maleta metálica de color verde. Nuestro equipo no había llegado a inspeccionar el contenido de la maleta, así que no sabemos qué había dentro.

—¿Por qué llamar de ese modo la atención?

—Creo que el plan era que el avión no regresara a Estados Unidos. Ese es el único motivo que se me ocurre para justificar que corrieran semejantes riesgos ahora para recuperar la maleta que nosotros hallamos en el lugar del accidente. Nunca la habríamos encontrado en el fondo del océano.

—¿Alguna pista?

—El forense sigue retirando esquirlas de ladrillo del intruso que murió. Los testigos de la piscina declararon que un hombre se zambulló en la parte honda al paso del camión, pero lo perdieron de vista en la confusión. Estamos comprobando si se denunció el robo de algún vehículo del aparcamiento, pero eso llevará un tiempo debido a la cantidad de coches que quedaron aplastados. Tenemos el vídeo de las cámaras de la entrada principal del CIC. He puesto en manos de Aiden MacKenna la identificación de los intrusos.

—Se tomaron muchas molestias para asegurarse de que no abriéramos esa maleta —comentó Miles—. Nos va a costar un dineral.

—Yo me preocuparía por el plan que se han propuesto llevar a cabo —opinó Tyler—. Miles, sé que han construido un bunker en alguna parte. Planean convertirlo en una especie de arca bíblica. Esto es el preludio de algo grande, y el
Alba del Génesis
tiene que ver con ello.

—¿Una prueba real de los efectos del arma biológica?

Tyler asintió.

—Podría ser. Tal vez concluyeron las pruebas de laboratorio y quisieron comprobar su respuesta en un entorno acotado. El
Alba del Génesis
será o bien otra prueba, o bien su último movimiento. Sean quienes sean.

—El fin del mundo se acerca —sentenció Miles—. Y yo creyendo que sólo era algo que los locos escriben en esos carteles de cartón.

—Nadie se gasta cuatrocientos millones de dólares construyendo un búnker, a menos que crea que llegará el día en que vaya a necesitarlo. En este caso, creo que ellos eran conscientes de que lo harían.

—¿Ha averiguado la doctora Kenner qué relación existe con el arca de Noé?

—Ha vuelto al CIC para trabajar en ello. Está convencida de que su padre encontró la verdadera arca de Noé. Que no solamente se trata de una metáfora del búnker ideal. Piensa que si podemos encontrarla, quizá seremos capaces de atar todos los cabos. Pero, para decirlo suavemente, yo no apostaría mi dinero en ello.

—Tú no crees. —No fue una pregunta, sino una afirmación.

—Vamos, Miles. ¿Una embarcación de madera de cuatrocientos pies de eslora capaz de sobrevivir seis mil años y que ahora forma parte del plan de un lunático para matar a miles de millones de personas…? Ya me conoces, tengo un espíritu empírico. Lo creeré cuando lo vea.

—Admito que también yo soy escéptico, pero la confianza que tiene Dilara Kenner en su padre… En fin, tengo predisposición a confiar demasiado en lo que me dice el instinto. El hecho de que ella tenga esa seguridad apacigua mis dudas.

—¿Y qué me dices de ese gigantesco barco de madera que a estas alturas tendría que haberse visto reducido a un montón de polvo?

—Puede que tu escepticismo se aferre a la conclusión errónea. Tendrías que preguntarte a ti mismo cómo el arca de Noé ha podido sobrevivir durante estos últimos seis mil años. Si respondes a esa pregunta, quizá des con su paradero. Y averigua quiénes son los responsables de este follón. Ahora sí que me la juego con todo esto. Hasta que encontremos a alguien a quien culpar de lo sucedido, Gordian tendrá que pagar las consecuencias de los daños causados por el Liebherr.

—¿Y qué me dices del
Alba del Génesis?
Dentro de dos días realizará su crucero inaugural.

—A partir de ahora ésa es tu responsabilidad. Cuento contigo para que te asegures de que el mundo seguirá existiendo la próxima semana. Grant se encargará de todo aquí. Voy a llevarte de vuelta al CIC; yo tengo que lidiar con una docena de abogados de empresas de seguros.

Siguió a Miles a la furgoneta especialmente equipada para que pudiera no sólo subirse a ella en la silla iBOT, sino, además, conducirla.

Tyler deseó por un instante que sus problemas fuesen tan mundanos como entrevistarse con abogados para llegar a acuerdos y evitar pleitos.

En lugar de ello, todo lo que tenía que hacer al día siguiente era encontrar el modo de dar con el paradero del arca de Noé, un tesoro arqueológico que llevaba oculto desde el principio de los tiempos. Eso sin olvidar que debía impedir la muerte de la práctica totalidad de la especie humana. No había motivos para sentirse presionado.

Capítulo 31

Cutter empezó explicando a Ulric cómo, después de un buen chapuzón, había logrado evitar a la policía que se había reunido en el parque acuático el día anterior, para luego robar un coche que condujo hasta Tucson. Allí, bajo el amparo de un nombre supuesto, utilizando documentación falsa, tomó un vuelo que lo llevó de vuelta a Seattle. Paseaban de regreso del helipuerto del complejo de Isla Orcas, cuando Ulric levantó la mano para dar a entender que ya había tenido bastante. Los detalles de la huida de Cutter no eran relevantes. Que hubiese recuperado la maleta era lo único que importaba.

Aunque la prueba realizada a bordo del avión de Hayden había comprometido potencialmente toda la operación después de que el aparato alterase el rumbo y regresara al continente de forma inesperada, tuvo que admitir que la misión había sido un éxito. Demostró que podía administrarse el Arkon-B no sólo en un laboratorio donde estuvieran controladas todas las condiciones ambientales. Por tanto, tenía la certeza de que el método de liberación del Arkon-C en el
Alba del Génesis
resultaría tanto o más efectivo.

Había considerado la posibilidad de seguir adelante con el plan para el crucero sin probar antes la sustancia, pero era muy arriesgado. En caso de no haber surtido efecto, y en caso, también, de que el artefacto hubiese sido descubierto prematuramente, le hubiera resultado muy difícil efectuar un segundo intento. Aunque no imposible, gracias a las instalaciones de reserva que tenía en Suiza. El bunker construido bajo su castillo en Berna era funcional, pero no tan cómodo como Oasis. Cuando Ulric comprendió que sería mucho más eficaz tener a todos sus científicos y seguidores en un mismo lugar, consolidó toda la infraestructura de la organización en Isla Orcas y puso en hibernación el laboratorio suizo. Si era necesario, siempre estaba a tiempo de reactivarlo más adelante.

—Claro que esto supone que no podrás acompañarme al
Alba del Génesis
para activar el artefacto —dijo a Cutter.

Éste protestó.

—Podría ir disfrazado.

Ulric comprendió que anhelara tanto como él participar en la operación final. Sin embargo, no podía permitir que nada pusiera en peligro sus planes.

—No, no me acompañarás. Ocúpate de los detalles desde aquí. A mi vuelta todo deberá estar listo para que echemos el cierre. Todo el mundo tendría que llegar a lo largo de los próximos dos días. No tienes más que comprobar y asegurarte de que todo esté en orden en cuanto a las provisiones y procedimientos.

—Sí, señor. Pero ¿qué hay de Locke? Nuestro contacto dijo que visitó la oficina de Coleman.

—Esa pista ya la cerramos en su momento, tanto en lo relativo a la muerte de Coleman como al posterior registro y borrado de sus archivos. Sin el artefacto, Locke será incapaz de relacionar lo sucedido con nosotros. Pensé que Watson me había implicado directamente, y ése fue el motivo de que ordenase la muerte de Tyler. Pero ahora salta a la vista que no fue así. Créeme, conozco a ese hombre. Por poco que se hubiera acercado a la verdad, a estas alturas ya se nos habría echado encima. Es posible que disponga de algunas pistas, pero nada que pueda relacionar antes de que sea demasiado tarde.

—¿Confía sin reservas en la información de nuestro contacto?

Ulric asintió.

—Sin reserva alguna. De hecho, después de enterarme de tus contratiempos en Phoenix, le pedí que se reuniera conmigo en Miami. Cuando yo me vaya, se asegurará de que el artefacto esté activado.

Cuando oyó hablar por primera vez del crucero inaugural del
Alba del Génesis,
Ulric comprendió que sería el modo ideal de lanzar el Nuevo Mundo. El viaje inaugural del mayor y más lujoso crucero del planeta llevaba años con todas las plazas reservadas, pero él recurrió al respaldo que le proporcionó su abultada fortuna para alquilar la mayor suite del barco. Como parte del trato, prometió acudir a la gala inaugural. Ir a esa fiesta era un incordio, pero la cabina era perfecta para sus necesidades, así que aceptó sin pensarlo.

El barco navegaría con rumbo a Nueva York, y luego haría escalas en los principales puertos europeos, donde miles de personalidades y pasajeros de todo el globo subirían a bordo para visitar la inmensa nave e incluso viajar unos días antes de desembarcar y convertirse en embajadores en sus países de origen de las maravillas del barco.

El
Alba del Génesis
cubriría su ruta en cuarenta días. Los mismos que duró el diluvio que Dios envió sobre la tierra. Cuando Ulric inspeccionó el itinerario, comprendió que era una señal.

Cuando los pasajeros abandonasen el barco, se desplazarían por los aeropuertos más importantes del mundo. Era el modo perfecto de transmitir el Arkon-C a escala global en cuestión de semanas. Para cuando alguien cayese en la cuenta de la fuente original de la enfermedad, ya sería demasiado tarde y se habría extendido por todo el globo.

Ulric se mostró decepcionado cuando sus científicos y él desarrollaron el Arkon-B, el tipo que había utilizado a modo de prueba en el avión de Hayden. Aunque producía el efecto deseado, actuaba demasiado rápido. El sujeto infectado sería sometido a cuarentena, y unos cuantos millares morirían. Pero ése no era su plan. Necesitaba una variante cuyos efectos obraran con mayor lentitud.

Había tardado otro año en desarrollar el Arkon-C, pero finalmente eso le permitió poner en marcha su plan para el Nuevo Mundo. Por supuesto no existía cura posible, así que en cuanto el Arkon-C se transmitiera a escala global, nada podría detenerlo.

Algunos grupos aislados sobrevivirían, pero sería pura suerte. Los modelos informáticos que había diseñado Ulric calculaban menos de un millón de supervivientes en todo el planeta. Lo único que sus seguidores y él tenían que hacer era esperar el momento de proclamarse los líderes del Nuevo Mundo.

Other books

Going Home by Mohr, Nicholasa
Donovan by Vanessa Stone
The Towers by David Poyer