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Authors: Boyd Morrison

Tags: #Intriga, arqueología.

El arca (44 page)

Les dispararon por la derecha. Tyler vio a Cutter y otros dos guardias que cubrían a Ulric y a su novia mientras los empujaban hacia un vestíbulo sin salida. Por lo visto, el multimillonario tenía su propia habitación del pánico. Cutter siguió disparando mientras reculaban.

La puerta de la habitación del pánico empezó a cerrarse. Justo antes de hacerlo, Tyler vio sonreír a Ulric mientras pronunciaba en voz baja la palabra «perdedor». Seguidamente, Ulric, Cutter y Petrova desaparecieron.

Tyler no tenía tiempo para preocuparse por ellos. Estaban tan muertos como él si no lograba abrir las barreras.

Las únicas personas que seguían en pie en la sala de control eran Tyler, Grant y Ramsey, enfrentados los tres a un panel de control que se extendía a lo largo de toda la sala.

El reloj de la pared marcaba las ocho y cincuenta y ocho minutos. La mitad de los monitores llevaban apagados desde el cortocircuito de las videocámaras. La otra mitad de las pantallas mostraba la situación de los distintos sistemas que controlaban las instalaciones.

—¡Rápido! —exclamó Tyler—. ¡Buscad todos el control de las barreras!

—¿Un interruptor de corte? —preguntó Grant.

—Sí. No dejarían eso en manos de un programa de ordenador. Tendrán algo destinado únicamente a controlarlo.

Pasearon la mirada por cada interruptor y panel de cristal líquido.

—¡Creo que lo he encontrado! —gritó Ramsey—. ¡Se llama cierre de seguridad!

—¡Pruébelo!

Ramsey accionó el interruptor. El monitor situado encima pasó del rojo al verde. Las barreras se estaban abriendo.

Sesenta segundos.

—Líder Ares a mando Drillbit. Adelante, mando Drillbit. El pozo está seco. Repito, el pozo está seco —comunicó por radio Ramsey el código para abortar el bombardeo.

Pero no obtuvo por respuesta más que el sonido de la estática.

—Estamos en la planta más baja —dijo Ramsey—. Hay demasiadas interferencias. Tenemos que ganar la superficie. —Estaba lívido por la sangre que había perdido. No iría a ninguna parte a la velocidad necesaria. Grant era fuerte, pero Tyler era el más rápido de todos.

—Yo iré —se ofreció. Arrojó el arma y la bolsa y echó a correr en dirección a la escalera.

Mientras subía los peldaños de dos en dos, no dejó de repetir por radio:

—Mando Drillbit. El pozo está seco. Adelante, mando Drillbit, ¿me recibe?

Estaba sin aliento cuando alcanzó la segunda planta. La pasada hora de acción ininterrumpida le había minado las fuerzas, y ya no tenía reservas de adrenalina. Pero cuando alcanzó el vestíbulo de la entrada, Tyler oyó una voz entrecortada e hizo un último esfuerzo por seguir subiendo.

—Ares… Adelante… No… Usted…

—Repito, el pozo está seco. ¡El pozo está seco!

—Aquí mando Drillbit. —Era la voz de su padre—. Repita, por favor.

—¡Soy yo, papá! ¡El pozo está seco! ¡No tiréis la jodida bomba!

—¡Aborten la misión! ¡Aborten la misión! ¡Aborten! —gritó su padre, proyectando la voz a la sala.

Se había convertido en la palabra favorita de Tyler. Cayó a cuatro patas, jadeando como si acabara de correr un maratón.

—¡Aborten la misión! ¡Aborten la misión! ¡Aborten! —se oyó por la radio. El mayor Williams, piloto del B-52, repitió la orden al bombardero, que se disponía en ese momento a lanzar la bomba.

Sólo entonces cayó en la cuenta de la fuerza con la que había estrangulado los mandos del avión. Puesto que ya no tenía el yugo de cargar con el bombardeo de su propio país, aflojó la tensión de las manos y se relajó.

—Vuelo Drillbit regresa a la base —informó Williams por radio, al tiempo que viraba el B-52 para poner rumbo este, de vuelta a Spokane.

Las puertas de la bodega se cerraron lentamente.

Capítulo 56

Cuando Tyler salió de Oasis, vio que el grupo de asalto de las Fuerzas Especiales ya se había encargado del resto de los guardias. Habían apresado a unos cuantos, y a los demás los habían abatido, lo que supuso al grupo sufrir tres bajas, incluido el soldado Knoll. Una vez que hubo pronunciado la frase clave para abortar el bombardeo, helicópteros Blackhawk que aguardaban en las inmediaciones llegaron al lugar, transportando a dos secciones de la policía militar de Fort Lewis. Docenas de soldados patrullaban la finca, en busca de gente extraviada que pudiera haber intentado la huida por salidas ocultas. La policía militar tardó casi una hora en hacer salir a los habitantes de Oasis, y reunidos ante la entrada. Cientos de personas aturdidas se sentaron a la luz de las farolas, preguntándose qué había sucedido.

Cuando Dilara presionó el botón que alertaba del riesgo de contaminación, toda la quinta planta quedó aislada, de modo que tardaron un poco en sacarla de ahí. Una vez en libertad, Tyler la llevó al exterior, donde ambos se tomaron un respiro para disfrutar de la frescura nocturna, antes de dirigirse al punto de reagrupamiento donde se atendía a los heridos.

Tyler ya había contado a Dilara que Ulric se había escondido en la habitación del pánico.

—Seguimos sin saber cómo estaba relacionado todo esto con el arca de Noé —dijo ella—. Ulric afirmó que la reliquia del arca fue la fuente del prion. No sé si creerle.

—El científico del Centro de Control de Enfermedades me contó que el prion tuvo que ser creado a partir de un material original, una fuente —explicó Tyler—. Por tanto, la reliquia encajaría en esa descripción.

—Entonces, ¿crees que Ulric no mentía?

—Pronto lo averiguaremos. Cuando logren por fin sacarlo de esa habitación, recurrirá a todas las artimañas posibles para negociar ventajosamente y salvar su pellejo, incluido revelar la ubicación del arca de Noé. Ulric tiene talento para la supervivencia.

—Lo único que quiero saber es qué le sucedió a mi padre —dijo ella.

—Les he pedido que me avisen en cuanto lo apresen. Prometo que tendrás tu respuesta.

Llegaron a un claro donde había seis hombres tendidos en camillas. Los médicos iban de uno a otro, poniéndoles el goteo intravenoso y vendando heridas. Grant estaba junto a Ramsey, cuya herida en el hombro vendaban antes de trasladarlo al centro médico castrense Madigan, en Fort Lewis. El capitán pelirrojo parecía más pálido de lo normal, lo que Tyler no había creído posible.

—¿Cómo se encuentra? —le preguntó.

—No es el Corazón Púrpura que me haya costado más ganarme —respondió Ramsey en voz baja.

—Sus hombres hicieron un gran trabajo.

—Los he entrenado bien. Usted no se portó nada mal. Me alegra haberlos tenido a mi lado.

—Ahora viene la parte más dura del trabajo. Poner orden en todo este caos.

—Cualquiera diría que esa gente no tiene ni idea de lo sucedido —dijo Grant mientras aterrizaba cerca otro helicóptero.

—No creo que muchos de ellos lo sepan —dijo Tyler—. A juzgar por lo poco que sé, la mayoría cree que esto es una especie de prueba de fe a la que los han sometido.

—¿Te refieres a que no tenían ni idea de lo que planeaba Ulric?

—Estoy seguro de que alguno habrá que sí estaba al corriente, pero el Departamento de Seguridad Interior tardará un tiempo en separar el grano de la paja.

—Pero ustedes quemaron todas las pruebas —objetó Ramsey—. Ulric se irá de rositas, y se armará un tremendo lío político. Estos fanáticos religiosos se lo harán pagar caro al Gobierno.

—No lo creo —dijo Tyler—. Sólo quemé lo que era peligroso. El operario que trabajaba en la sala de esterilización estaba tan asustado de que lo culparan de todo que nos reveló la ubicación de unos documentos que detallan el plan que se llevaba a cabo en la planta de los laboratorios.

—Lo bueno del caso —dijo Miles Benson, que se les acercó en su silla de ruedas iBOT, procedente del helicóptero— es que por fin podremos culpar a la compañía de Ulric de los desperfectos sufridos durante esa carrera de autos de choque que disputasteis en Phoenix. Ya me he puesto en contacto con nuestros abogados y la compañía de seguros. Ahora no tendré que descontarlo de tu parte de los beneficios. —Sonrió antes de concluir—: Buen trabajo.

—Vaya, gracias.

—Tienes pinta de estar agotado.

—No me vendría mal una siesta.

—¡Atención! —gritó un sargento. Los soldados que estaban en pie se pusieron firmes—. ¡Descansen! —El padre de Tyler, que vestía traje de camuflaje en lugar del uniforme de servicio clase A, se les acercó hasta situarse junto a Miles. Aparte del hecho de que el presidente de Gordian era inválido, ambos tenían el mismo aspecto, pelo cortado al cepillo y rostros de facciones marcadas. Podrían haber sido hermanos.

El general sostuvo la mirada de Tyler cuando se dirigió a sus hombres.

—Excelente trabajo, soldados. No podría estar más orgulloso de vosotros.

—El general Locke me contó que insististe en tomar parte en la misión —dijo Miles.

—Siempre le da por presentarse voluntario para hacer las cosas más absurdas del mundo —dijo el general—. Algún día conseguirá que alguien lo mate. ¿Dónde está el arma de priones?

—El arma de priones atasca los filtros del bunker —respondió Tyler, satisfecho.

—Las órdenes que di consistían en apoderarse del arma. ¿Qué ha pasado?

—Señor —dijo Ramsey, que seguía tumbado—, el arma constituía una seria amenaza para nuestra misión. El único modo de alcanzar nuestro objetivo consistió en incinerarla.

El general arrugó el entrecejo sin dejar de mirar a Tyler.

—¿Es eso cierto?

—Fue decisión mía, general, le guste o no —dijo Ramsey.

El general Locke se quitó la gorra y se peinó con la mano.

—Me gustaría hablar contigo, hijo. A solas.

Y cuando el general se alejó caminando, Tyler se inclinó para decir a Ramsey:

—No tenía por qué hacerlo.

—Nosotros cuidamos de los nuestros. Y ahora usted es uno de los nuestros. Sólo que no oficialmente.

—A ver si podemos sacarlo de aquí en el próximo helicóptero —dijo Grant, que ayudó a Ramsey a ponerse en pie. Tyler se despidió de ellos, y ambos caminaron poco a poco hacia el Blackhawk.

Tyler se acercó al general, que lo esperaba tieso como un palo, y se detuvo sosteniéndole la mirada. Su rostro se había revestido de gravedad, y estaba preparado para encajar cualquier castigo que su padre quisiera dispensarle.

—Has desobedecido órdenes —dijo el general.

—No iba a permitir que te apropiaras del arma de priones.

—Me importa una mierda el arma. De hecho, me alegro de que la destruyeras.

A Tyler se le relajó la expresión facial. Ahora se sentía confuso.

—¿Cómo?

—Te dije que no hay lugar en el mundo para esa clase de cosas.

—Pero ordenaste a Ramsey que…

—Tyler, soy un soldado, y mi deber consiste en obedecer órdenes. Se me ordenó poner a buen recaudo el arma biológica, razón por la cual ordené eso mismo a Ramsey. Oficialmente, esa parte de la misión ha fracasado, y tendré que aceptar el informe del capitán sin rechistar. Extraoficialmente, creo que hicisteis lo correcto. Para ello hizo falta arrestos.

—¿Sorprendido?

—En realidad, no. He leído tu hoja de servicios. Es impresionante, pero en White Sands fue la primera vez que te enfrentaste a mí. No evitándome, como hiciste cuando al terminar el instituto te alistaste en la escuela de candidatos a oficiales. Sino a la cara. Ahora, al verte en acción por primera vez, veo reforzada esa impresión.

Eso no era precisamente lo que Tyler esperaba oír. El general le hacía un cumplido. Aparte de las condolencias que le ofreció a la muerte de Karen, era la primera cosa positiva que había dicho en años.

—¿Por qué te opusiste a que tomase parte en la misión? —preguntó Tyler.

Antes de responder, el general exhaló un suspiro.

—No tienes hijos. Siento que sea así. De otro modo, entenderías la posición en la que me pones. —Hizo una pausa—. Yo era quien iba a ordenar a ese B-52 arrojar la bomba.

El tono de voz era bronco, pero se había suavizado un poco. Tyler comprendió que su respeto por el general había alcanzado nuevas cotas. Pensó en lo que había dicho su padre acerca de la destrucción del arma biológica y la revelación de Dilara de que una reliquia del arca de Noé contenía los últimos vestigios de ella.

—Si hay otra muestra de este prion en alguna parte, y alguien supiera dónde encontrarla, ¿qué dirías a esa persona? —preguntó sin andarse con rodeos.

—Diría que no quisiera tener que adoptar una postura oficial —respondió el general—, pero que espero que esa persona tenga la fortaleza necesaria para hacer lo correcto y destruirla.

Tyler sostuvo la mirada de su padre y asintió.

—Lo tendré en cuenta.

Echaron a andar de vuelta junto a Miles y Dilara, que seguían en la zona habilitada como enfermería.

El general se volvió hacia él.

—Ah, y Tyler, deja de ser tan cabezota y llámame de vez en cuando, ¿quieres? Puede que la próxima vez puedas echarme un cable. —Y se alejó en dirección al puesto de mando.

Miles miró a Tyler con ojos de asombro.

—¿Por fin has hecho las paces con él? —preguntó.

Tyler se limitó a sacudir la cabeza, aturdido aún por la conversación.

—No lo sé. Por ahora sí, supongo.

—¿Podemos considerarlo un contacto profesional en toda regla? —Miles demostró una vez más tener el don de la oportunidad.

—Si puedes procurarte algún contrato nuevo, adelante —dijo Tyler, que acto seguido levantó un dedo—. Pero asegúrate de que yo no dirija el proyecto. No creo que aún estemos preparados para algo así.

—Excelente —aplaudió Miles, que prácticamente se frotaba las manos sólo de pensar en la de dinero que ganarían—. Ah, y antes de que me vaya, Aiden se puso en contacto conmigo cuando venía hacia aquí en helicóptero. Me pidió que lo llamaras. Dijo que tiene que darte noticias interesantes. —Tendió a Tyler el teléfono móvil—. Mientras charláis, iré a hablar con el general Locke; quiero ponerle al corriente de todas las ventajas que Gordian puede aportar a la Agencia de Defensa y Reducción de Amenazas. —Y condujo la silla hacia el puesto de mando, dejando a solas a Tyler con Dilara.

—Una llamada —dijo a la arqueóloga—, y después volvemos a Seattle.

—De acuerdo. No me vendría mal una ducha.

Marcó el número de Aiden, que respondió tras sonar el primer timbre.

—¡Tyler! Ya me he enterado de lo bien que te lo pasas por ahí. Qué envidia.

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