El arca (41 page)

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Authors: Boyd Morrison

Tags: #Intriga, arqueología.

Tyler cerró la puerta sin que lo vieran los guardias, que estaban demasiado concentrados en el extremo opuesto. Anduvo hacia el extremo de un largo pasillo, pasando de largo por la puerta del ascensor, y cuando abrió la puerta, vio una espaciosa escalera que llevaba abajo.

En el primer descansillo había una barrera horizontal de granito encajada en la parte alta de la pared. Si se presionaba cierto botón en el puesto central de vigilancia, la barrera descendería desde la pared al descansillo, cubriendo toda la escalera. Se necesitarían más explosivos de los que llevaba en la bolsa para abrirse paso a través de ella.

No oyó a nadie en la escalera y cerró la puerta. Tyler volvió corriendo al puesto de guardia y reparó en el monitor que había en la mesilla. Si podían introducirse en el sistema de seguridad, quizá podrían hacerse con los planos de las instalaciones subterráneas.

—Voy a comprobar…

Aquéllas fueron las únicas palabras que pudo pronunciar. Oyó un disparo en el exterior del edificio. La puerta se abrió de golpe y el cuerpo sin vida de Knoll se precipitó en el interior. Un guardia atravesó la puerta, saltando sobre el cadáver. Cuando vio los restos de humo y a los tres hombres que había dentro, se paró en seco.

El guardia levantó el arma para disparar, y Tyler se arrojó hacia los controles para cerrar el panel de seguridad. Logró dar el manotazo cuando las balas del subfusil del vigilante alcanzaron la pared. Grant pudo agacharse a tiempo, y la puerta de seguridad se cerró. El guardia siguió disparando sobre el cristal, pero como era a prueba de balas los proyectiles rebotaron.

El hombre se llevó la radio a los labios, y Tyler comprendió que Grant, Ramsey y él apenas disponían de unos segundos para bajar por la escalera, antes de que aquel tipo comunicase a los suyos que se había producido una brecha de seguridad. Oasis no tardaría en cerrarse al mundo exterior.

—¡Vamos! —gritó Tyler al tiempo que echaba a correr hacia la escalera este.

Tanto Grant como Ramsey lo siguieron. El capitán del grupo de asalto habló a viva voz por radio.

—Ares uno, al habla Líder Ares ¡Nos han descubierto! ¡Iniciad el ataque!

—Recibido, Líder Ares.

Tyler atravesó la puerta y bajó la escalera de dos en dos peldaños. Se oyó un claxon. Acababa de recorrer el descansillo cuando la barrera empezó a asomar de la pared y a deslizarse hacia abajo. El bloque de granito debía de pesar toneladas. Ya se encontraba a media altura de la pared cuando Grant pasó por debajo y alcanzó el siguiente tramo de escalera.

Ramsey se agachó y rodó a tiempo de introducirse bajo el bloque de granito, antes de que el acceso a la escalera quedase cerrado.

El volumen del claxon perdió intensidad, y una voz de mujer anunció por los altavoces:

«¡Alerta! ¡Intrusos! Permanezcan en sus habitaciones.» El mensaje se repitió diez segundos después. Tyler comprendió que iba dirigido a los ocupantes civiles del búnker.

Ayudó a Ramsey a levantarse.

—¿Se encuentra bien?

—Lo estaré —respondió el capitán mientras se masajeaba el hombro.

—Intente comunicarse por radio.

Ramsey llamó tres veces a su sargento. No hubo más respuesta que el sonido de la estática.

—La barrera es demasiado gruesa —dijo el capitán.

—Y si no podemos llamar al grupo de asalto, no podremos ponernos en contacto por radio con el bombardero.

—Entonces nuestro primer objetivo después de encontrar el arma biológica consiste en abrir de nuevo la barrera.

Tyler se limitó a asentir. Todos sabían a qué se enfrentaban. Había siete plantas que debían explorar, al menos unos veinte guardias, cientos de civiles desarmados, incluida Dilara Kenner, y si no desactivaban el arma biológica y restablecían contacto con su equipo en los próximos treinta minutos, la bomba no nuclear más potente de que disponía el arsenal militar reduciría el bunker a una pila de escombros.

Grant carraspeó y dijo:

—Vaya, esto es todo un desafío.

Capítulo 50

Dilara Kenner era vagamente consciente del ruido. Era como si alguien le gritara. Pestañeó al abrir los ojos, inclinó la cabeza a un lado y tuvo la sensación de estar enterrada en la arena. Por un instante no tuvo la menor idea de dónde se encontraba. Entonces vio a dos hombres en el extremo opuesto de la sala. Uno de ellos vestía de negro y hablaba por radio. El otro, que llevaba bata blanca de laboratorio, no quitaba ojo a su compañero. Entonces los reconoció, y también la silla a cuyos brazos le ataron las muñecas con correas antes de drogarla. Se le disparó la adrenalina.

No sabía cómo había llegado a la mesa quirúrgica. Ni con qué la habían drogado, pero aunque se sentía algo mareada la sirena que sonaba a lo lejos la había espabilado.

Las palabras pronunciadas a través de los altavoces eran muy claras.

«¡Alerta! ¡Intrusos! Permanezcan en sus habitaciones.»

Habían efectuado un asalto al complejo. Si alguien había acudido a rescatarla, lo mejor que podía hacer era facilitarle las cosas.

Poco a poco se sintió más despejada. ¿Era posible? La habían desatado. Cerró los ojos e hizo un esfuerzo por concentrarse. Si la sabían despierta, abrocharían de nuevo las correas o la encerrarían otra vez en su cuarto.

—Quédese aquí y vigílela —ordenó el guardia con voz grave—. Yo iré a averiguar qué está pasando. Cierre la puerta y no la abra. Volveré y la abriré cuando los mandos nos den el visto bueno.

La puerta se abrió y volvió a cerrarse. Se encontraba a solas con el médico.

Flexionó las manos y las piernas. Respondían, pero no supo decir cómo estaba de fuerzas. Tendría que arriesgarse.

Soltó un leve gemido e inclinó la cabeza a uno y otro lado, como si estuviera recuperándose del estupor.

El doctor se acercó a la mesa quirúrgica, tal como ella pensaba que haría. Pestañeó varias veces. Estaba de pie a su lado, planteándose qué hacer a continuación. La mesa le llegaba a la altura de la entrepierna. Perfecto.

Dilara se volvió hacia un lado, encarando al doctor, alzando la voz mientras gemía. El hombre extendió el brazo con intención de inmovilizarla, y al inclinarse no vio que la arqueóloga descargaba sobre él un golpe con la rodilla.

Le dio de lleno en la entrepierna, y el tipo flacucho se dobló por la cintura tras lanzar un grito ahogado. Cayó postrado de rodillas, aspirando con fuerza para recuperar el aliento.

Dilara saltó de la cama sin pérdida de tiempo. Se le fue un poco la cabeza y tuvo que apoyarse en la mesa quirúrgica para tenerse en pie.

El doctor se tambaleó, intentando levantarse. Consciente del peligro, Dilara adoptó una postura defensiva. Cuando supo que pasaría mucho tiempo en excavaciones situadas en peligrosos rincones de todo el globo, tomó clases de tiro y defensa personal, por si acaso eran necesarias. En ese momento se alegró de haber sido tan previsora. Lo primero que aprendió fue que el codo era uno de los puntos más fuertes de todo el cuerpo. Podía servirse de él para causar graves daños, corriendo el mínimo riesgo de perjudicarse a sí misma.

Tenía el codo a la altura de la cabeza del doctor.

Lo echó hacia atrás, sirviéndose de las pocas fuerzas de que disponía, y golpeó al médico en la sien. A Dilara le dolió el brazo por la fuerza del golpe, pero había logrado su propósito. Después de dar con la cabeza en el mostrador, el doctor cayó al suelo inconsciente.

No se sentía con fuerzas para levantarlo y sentarlo en la silla, donde podría inmovilizarlo. No tenía tiempo, y por mucho que se esforzara no tardarían en descubrir su fuga. Tenía que intentar reunirse con los intrusos. De lo único que estaba segura era de que debía considerar afín a cualquiera que asaltase aquel lugar.

Miró a su alrededor, en busca de algo que emplear como arma. No tenía intención de salir de allí desarmada.

Ulric y Cutter se hallaban en los laboratorios científicos de la quinta planta cuando este último recibió la llamada del guardia, quien le informó de que alguien había logrado introducirse en el búnker. Ambos supervisaban las últimas fases de preparación de los artefactos que liberarían los priones. En cuanto recibieron la llamada, Cutter ordenó cerrar todas las instalaciones.

Al poco tiempo, recibió informes de los miembros del equipo que seguían en el exterior, conforme habían trabado combate con una fuerza hostil, probablemente soldados de operaciones especiales del Ejército. Cutter se acercó a un monitor y pasó hacia atrás la grabación de la cámara de seguridad de la entrada. La imagen mostraba a David Deal y a un guardia franqueando la entrada de seguridad, y después un destello cegador y un montón de humo. Seguidamente, la cámara perdió la señal. Cutter pasó de nuevo hacia atrás la imagen y reconoció al hombre que iba disfrazado de uno de sus guardias.

—¡Tyler! —gritó Ulric—. ¡La noticia de su muerte fue un montaje! ¿Logramos cerrar a tiempo la barrera?

—Mi guardia no puede alcanzar la escalera —respondió Cutter—, pero cree que tal vez llegaron a entrar. Son tres. Los vio dirigirse a la escalera este.

—Dilara Kenner. Podemos utilizarla como rehén. Encárgate de que los guardias la traigan aquí. No me importa que esté o no despierta.

Cutter llamó al guardia a quien había dejado en compañía del doctor.

—¿Sigue consciente la mujer? —preguntó.

—No lo sé —respondió el guardia.

—¿A qué te refieres con eso?

—Me dirijo a la sala de control —explicó el hombre.

—¿Cómo? Vuelve ahora mismo a la sala y recoge a Kenner. Tráela a la planta de los laboratorios. Si es necesario, llévala a cuestas. Utiliza la escalera oeste.

—Sí, señor.

—Si Tyler tan sólo cuenta con otras dos personas, ¿qué planean hacer? —se preguntó Ulric.

—Parece ser que tienen refuerzos en el exterior, así que intentarán abrir las barreras. Si lo logran, los soldados podrían llevar a cabo un asalto sobre Oasis y acabar con nosotros.

—Pues a la sala de control. ¡Vamos! Y apaga ese condenado claxon, pero diles a todos que permanezcan en sus cuartos. Yo me encargaré de terminar esto. Cuando tengamos a Kenner, proyecta mi voz por los altavoces. No creo que Tyler permita que esa mujer tenga una muerte lenta. Una vez listos los artefactos, destruiré las muestras restantes. No permitiremos que nuestras investigaciones caigan en manos del Ejército.

La sala de control, situada en lo más hondo, en la planta siete, era el equivalente al sistema central nervioso del complejo Oasis. Los guardias allí apostados podían vigilar cualquier sala del bunker por medio de las cámaras repartidas por todo el lugar. Además, ése era el único lugar desde el que podían abrirse las barreras.

—¿Dónde está Locke en este momento? —preguntó Cutter mientras desenfundaba la pistola y echaba a correr hacia la escalera norte. Si podía rodearlos y sorprenderlos por la retaguardia, quizá lograría poner fin enseguida a esa crisis.

—Aún siguen en lo alto de la escalera este. ¡Mierda!

—¿Qué sucede?

—Acaban de destruir la cámara.

Las cámaras internas tenían por objeto observar a los habitantes para controlarlos, no seguir los pasos de posibles intrusos. Por tanto, ni estaban disimuladas ni reforzadas, y bastaba un culatazo para destruirlas.

—Que nadie utilice la escalera este. Utilizad la norte o la oeste. Los atraeremos y luego los reduciremos desde arriba. Preparaos para el asalto. Yo voy para allá.

Cutter abrió la puerta de la escalera norte. No oyó disparos. No vio a nadie allí. Bajó corriendo la escalera.

El claxon dejó de sonar, y a continuación se oyó un mensaje que advertía a los habitantes de que permanecieran en sus cuartos hasta nueva orden.

Tyler abrió la puerta que daba a la primera planta. Vio un corredor que se bifurcaba en forma de T a media altura del recorrido, antes de terminar en una puerta que daría a otro tramo de escalera. No había guardias. Los ocupantes civiles obedecían la advertencia de permanecer en sus cuartos. Localizar a Dilara sería una labor tediosa, comprendió el ingeniero, consternado, y no había tiempo para ello.

Ramsey mantuvo vigilada la escalera. Grant había destruido la cámara; puede que no les sirviera de gran cosa, pero tendrían que ir destruyéndolas a medida que las encontraran a su paso.

—¿Cómo nos las ingeniamos para abrir esas barreras? —preguntó Ramsey.

—Hay una sala de control en la planta del fondo —respondió Tyler—. Es la sala más inexpugnable de todas.

—¿Y el laboratorio?

—Está entre las plantas cuarta y quinta. Junto a la correspondiente a la sala de control, serán las únicas plantas a las que no se puede acceder libremente. No querrán ver por allí a nadie que sea prescindible.

—Entonces, ¿cuál es el plan?

—¿Vamos primero al laboratorio? —preguntó Grant.

Tyler asintió.

—Si no localizamos el arma biológica, ya podemos sentarnos a esperar a que tiren la bomba y esterilicen el búnker.

—Pues adelante —dijo Ramsey—. No pierdan de vista las puertas que vayamos encontrando a nuestro paso. No dudaré en arrojar granadas si oímos voces abajo.

—Pero antes, una pequeña sorpresa. —Tyler rebuscó en la bolsa.

—Veamos qué se saca ahora de la manga.

—No queremos que nadie nos sorprenda por la retaguardia —dijo Grant, que sabía lo que planeaba su socio—. Para él es como adoptar medidas ante un picor de espalda.

A diez centímetros de la puerta, Tyler colocó una versión actualizada de la mina claymore. Al abrirse, la puerta golpearía el detonador y todo el mundo en seis metros a la redonda de la puerta dejaría de ser «operativo», tal como le gustaba describirlo al Ejército.

Tyler terminó de colocar el detonador y se incorporó.

—Ya no me pica la espalda —dijo—. Vamos a por ese laboratorio.

Capítulo 51

La enfermería no era muy distinta a cualquier otra que Dilara hubiera visitado. Rebuscó en los cajones y los armarios, en busca de algo que pudiera servirle de arma, pero la única cosa afilada que encontró fue la aguja hipodérmica que habían utilizado para inyectarle la sustancia.

Sin un arma estaba indefensa. Los guardias eran mucho más fuertes que el doctor, y la reducirían en un abrir y cerrar de ojos. Pero no podía limitarse a esperar que alguien la rescatase. Mejor actuar y morir luchando.

Su mejor opción consistía en dirigirse a la escalera e intentar la huida mientras la atención de los guardias se concentraba en rechazar a los intrusos infiltrados en las instalaciones. Una vez en la superficie, establecería contacto con los invasores.

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