El arca (42 page)

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Authors: Boyd Morrison

Tags: #Intriga, arqueología.

El corazón le latió con fuerza cuando entreabrió lentamente la puerta para ver si había alguien en el corredor. Si se limitaba a salir sin más, su huida podía terminar antes siquiera de haber empezado. Miró por la rendija de la puerta.

No vio a nadie en esa dirección. Abrió un poco más la puerta hasta que pudo ver el número que colgaba de ella, el 315, y luego miró hacia el otro lado, que también estaba despejado. Hizo ademán de salir de la enfermería, y entonces oyó el rumor de una conversación entrecortada. Se acercaba, pero desde donde estaba no podía ver quien hablaba. Hubo una pausa, como si hablara por teléfono. Los pasos correspondían a una persona que caminaba sola.

Reconoció la voz. Era el guardia que acababa de marcharse.

—Bajaré dentro de un minuto —informó por radio.

Iba hacia donde estaba ella.

Dilara cerró lentamente la puerta. Tan sólo disponía de unos segundos. El guardia tendría que abrir la puerta del todo para ver al doctor tendido en el suelo. Quizás eso le proporcionara el elemento sorpresa.

Empuñó la hipodérmica y hundió la aguja en el mismo frasco que había visto utilizar al doctor. Extrajo cinco veces la cantidad que le inyectaron. A continuación, se agachó a un lado de la puerta, que se abría hacia el interior.

Empuñó en alto la jeringuilla y situó la palma de la otra encima del émbolo. Los pasos se acercaron a la puerta. No oyó muestra alguna de titubeo. El guardia esperaba encontrar a Dilara tendida en la mesa quirúrgica.

Se abrió la puerta y el vigilante entró en la enfermería, frenando al ver al médico tumbado en el suelo. Dilara se arrojó sobre él desde detrás de la puerta y le hundió la aguja en el muslo, al mismo tiempo que presionaba el émbolo con la palma de la otra mano. El líquido translúcido penetró en la pierna del hombre antes de que pudiera hacer ademán de moverse.

El guardia lanzó un grito y apartó la pierna. Dilara no soltó la jeringuilla y esgrimió la aguja como si de una navaja se tratara.

—¡Maldita zorra! —gritó el hombre al tiempo que se abalanzaba sobre ella. El musculoso asesino apartó de un manotazo la jeringuilla y la cogió del hombro.

A pesar de la droga que fluía por su organismo, Dilara esperaba que la elevada dosis que le había inyectado ejerciese el mismo efecto que había tenido en ella. Se había puesto a contar mentalmente desde el instante en que presionó el émbolo.

Al llegar a seis, el guardia la empujó contra la pared, dejándola sin aliento. Ella se dobló por la cintura, boqueando.

—¡Quédate ahí! —gritó el guardia. Lo único que ella pudo hacer fue seguir contando.

Al llegar a ocho, el hombre se llevó la radio a los labios.

Al contar nueve, puso los ojos en blanco.

Al alcanzar los diez, se desplomó en el suelo.

No estaba inconsciente, pero ya no tenía fuerzas para luchar. Gemía débilmente y farfullaba algo que Dilara no pudo entender. Aspiró aire y, por fin, quedó inmóvil.

Se acercó para darle una patada en el brazo, pero el guardia permaneció inmóvil, así que pudo hacerse fácilmente con el subfusil que llevaba. También le quitó los peines de munición.

Examinó el arma. Era un Heckler & Koch MP5. En una ocasión tuvo oportunidad de probarlo cuando aprendió a tirar con armas de fuego. Perfecto, era un arma ligera. Justo lo que necesitaba.

Se apoderó de la pistola Sig Sauer del guardia y abandonó la enfermería en busca de la escalera.

En la segunda planta, Tyler repitió las precauciones que había adoptado en la primera. Destruyeron todas las cámaras y luego ajustaron una mina claymore contra la puerta. Perdida la imagen de las cámaras, quienquiera que abriese la puerta no tendría la menor idea de lo infeliz que iba a ser durante los treinta milisegundos que le quedaran de vida.

Grant rompió la cámara de la tercera planta, y Tyler se arrodilló junto a la puerta. Puso la mina y se disponía a armar el percutor cuando oyó pasos al otro lado. Alguien se acercaba.

No había terminado de poner la mina claymore, así que la hizo a un lado y reculó en el pasillo, apuntando con el arma. Grant y Ramsey se hallaban en la escalera, debajo de él, con las armas prestas. Cuando se abrió la puerta y Tyler tuvo oportunidad de ver quién asomaba por ella, aflojó el dedo tenso en el gatillo.

—¡Alto el fuego! —gritó.

Era Dilara, e iba armada hasta los dientes.

—¡Tyler! —exclamó ella—. ¡Pero si estás vivo! —Se arrojó a sus brazos, y él la abrazó con fuerza. Al cabo de unos segundos, cuando se separaron, esbozó una sonrisa avergonzada a un sorprendido Ramsey, mientras Grant explicaba al capitán quién era la mujer.

—¿Te encuentras bien? —preguntó Tyler a Dilara.

—Ulric me drogó, pero me recuperaré. —Tenía la voz algo espesa, como si hubiera estado comiendo manteca de cacahuete.

Tyler señaló el subfusil MP5.

—¿Estás segura de que puedes con eso estando como estás?

—Nada más abrir la puerta casi te disparo.

—Interpretaré eso como un sí.

—Me dijeron que habías muerto.

—Estupendo. Eso era lo que quería que pensaran.

—Tenemos que detenerlos —dijo Dilara—. Planean liberar algo llamado prion en Nueva York, Los Ángeles y Londres. Esta noche lo trasladarán.

—Ése es el motivo de que estemos aquí. Y tenemos unos veinte minutos para encontrarlo.

—¿Por qué veinte minutos?

Le habló del bombardero que sobrevolaba la zona.

—¿Y sólo habéis venido vosotros tres?

Tyler asintió.

—El resto del grupo de asalto está fuera, en la superficie. Hemos perdido la comunicación con ellos.

—Entonces, ¿qué vamos a hacer ahora?

—Después de apoderarnos de los priones, tenemos que encontrar el modo de acceder a la sala de control.

—Tal vez un guardia pueda explicarnos cómo hacerlo —propuso Dilara.

—Aunque encontremos uno —dijo Tyler—, esos tipos no son muy habladores. Tardaríamos mucho en sonsacárselo.

—Me sé de uno que podría hablar.

—¿Por qué iba a hacerlo?

—Porque acabo de inyectarle una jeringuilla entera de suero de la verdad.

Capítulo 52

Sebastian Ulric observó a los científicos mientras cargaban los últimos restos de Arkon-C en los artefactos difusores. Al cabo de unos minutos, estarían listos para el despliegue. El asalto constituía un grave inconveniente, pero no pasaría de eso si lograba que esos científicos terminasen su labor.

—Vamos, rápido —dijo al micrófono—. Esto está llevando mucho tiempo.

El traslado del Arkon-C estaba en marcha, y así había sido siempre, en el interior de la sala que había utilizado tan sólo unos días atrás para dejar bien clara la opinión que le merecían los traidores. Todo el Arkon que había en el mundo, exceptuando la muestra que seguía en el arca de Noé, se encontraba en aquella sala. Una vez concluido el traslado, destruiría todo el excedente.

Ya había borrado todos los archivos informáticos. Guardaba la copia que quedaba de ellos en un lápiz USB. Incluía todos sus apuntes para la modificación del Arkon-A —la muestra original que había encontrado en el arca de Noé— en Arkon-C. Por escasas que fueran las posibilidades, no quería arriesgarse a que la intervención del Gobierno posibilitara la confección de un antídoto.

Los hombres que trabajaban en el interior de la sala llevaban traje de guerra bacteriológica, para prevenir una posible contaminación durante la labor. Los demás laboratorios ya habían sido esterilizados con agua salada, un proceso que llevó más tiempo que recurrir a una temperatura elevada, pero igual de efectivo. Fue el motivo que permitió a Noé salir del arca y repoblar el mundo, ya destruido el Arkon después de erradicar la vida animal y acabar vertido en el mar.

En la sala de observación se hallaban los tres hombres que transportarían los artefactos. Cada uno de ellos daba por sentado que regresaría a Oasis una vez ejecutada la misión, a pesar del riesgo de infección que corrían. Cuando regresaran, en la entrada serían ejecutados por los guardias que los esperarían con trajes de guerra bacteriológica. Ulric lamentaba la pérdida de creyentes, pero era una medida necesaria para garantizar la seguridad de Oasis.

Aparte de ellos, las únicas personas que acompañaban a Ulric en la sala de observación eran Petrova y el operario a cargo de la sala. Dilara Kenner ya tendría que haber llegado.

—Cutter, ¿dónde está Dilara Kenner? —preguntó por la radio—. No puedo ofrecer un trato si no tengo nada que ofrecer. Tyler querrá oír su voz.

—Ha huido, señor —dijo Cutter.

—¿Qué? —Sebastian Ulric aferró con fuerza el
walkie-talkie
—. ¿Cómo?

—No lo sé. Pero acabamos de verla corriendo por la escalera de la tercera planta, justo donde creemos que está Locke.

—¿Están juntos?

—No lo sabemos. La cámara instalada en ese tramo de escalera no da señal.

—De acuerdo, ¿qué es lo que sí sabes?

—Ninguna de las cámaras de los descansillos de la escalera de las otras plantas los ha filmado, lo que significa que todos están en el de la tercera. Ahora mismo nos disponíamos a iniciar el ataque.

—De acuerdo. Salta a la vista que ya no necesito a la doctora Kenner. Acabad con todos ellos.

Cutter observó la cámara de la cuarta planta. Seguía intacta y no mostraba movimiento alguno, lo cual significaba que Locke y los demás debían de seguir en el descansillo de la tercera planta.

Perfecto.

Tenía planeado un ataque sobre tres frentes. El equipo uno subiría por la escalera y serviría de cebo. El equipo dos estaba apostado a medio camino del pasillo de la tercera planta, preparado para emboscar a Locke en cuanto atravesaran la puerta. Permanecería oculto hasta que Cutter diera la señal de que Locke y compañía estaban al alcance de las cámaras del corredor del tercer piso, momento en que sus hombres actuarían para eliminar a los intrusos.

En cuanto el ataque diera comienzo abajo, el equipo tres, que había utilizado una escalera distinta para llegar a la primera planta, cerraría la pinza desde arriba y Locke no tendría más remedio que retirarse por la puerta y caer en la emboscada del corredor de la tercera planta.

Cutter quería encabezar personalmente el ataque, sobre todo desde que había comprobado que Grant Westfield acompañaba a los intrusos, pero sería de mayor ayuda a su gente si dirigía la operación desde la sala de control. Al menos vería morir a Westfield en el monitor.

—Equipos dos y tres, esperad mi señal. Equipo uno, adelante.

El equipo uno irrumpió por la puerta de la séptima planta y descendió la escalera a paso vivo, disparando a diestro y siniestro.

—¡Adelante equipo tres!

Cutter vio al líder del equipo tres en el rellano de la primera planta descargando una patada para abrir la puerta.

La puerta explotó.

Los dos hombres que se encontraban justo delante de la puerta quedaron hechos pedazos. Los otros dos encargados de cubrirlos en el avance, estaban postrados y se cubrían la cabeza con las manos. Cutter apretó con fuerza los dientes. Alguien había puesto una trampa atrapabobos en la puerta.

Llamó por radio al equipo uno para que reculara. Demasiado tarde.

Oyó una explosión antes de que el líder del equipo uno respondiera.

—¡El jefe del equipo uno ha caído! —Oyó Cutter que decía alguien por radio—. ¡Están lanzando granadas escalera abajo!

Estaba perdiendo rápidamente a sus hombres.

—¡Equipo uno, salid de ahí ahora mismo! ¡Por la puerta más cercana! Equipo dos, mantened la posición y esperad órdenes. —Quizá Locke decidiese atravesar la puerta de la tercera planta, y Cutter pudiera sacar algo en claro de aquella matanza.

Esperó, pero no vio nada fuera de lo normal a través de la cámara de la tercera planta. Pasaron treinta segundos. Nada.

—Pasemos a la cámara del descansillo de la segunda planta —dijo.

La imagen del monitor mostró a Dilara Kenner detrás de Locke, y a otro soldado aupando a Grant hasta la cámara. Todos ellos estaban perfectamente. El rostro de Westfield ocupó casi toda la imagen cuando extendió los brazos más allá del objetivo. ¿Por qué no limitarse a romperla? ¿Qué estaba…?

«Maldita sea.»

—¡Corta la alimentación eléctrica de esa cámara! —gritó Cutter—. ¡Deprisa!

El operario no fue lo bastante rápido. Tras un destello, todas las imágenes de vídeo se apagaron.

Capítulo 53

Después de retirarse hasta la segunda planta, Grant había visto los restos de la cámara en el suelo, y dijo a Tyler que se le había ocurrido la manera de interrumpir la señal de todas ellas, ya que constituían para ellos un verdadero obstáculo. Por mucho que las destruyeran a medida que se las fueran cruzando, había que dedicarles un tiempo del que no disponían.

Las cámaras desprotegidas compartían el mismo circuito. Si encontraba un cable de alto voltaje y lo ponía en contacto con el cable de vídeo de una cámara enchufada, cortocircuitaría todo el sistema. Las chispas que saltaron de la cámara dieron a entender a Grant que eso era precisamente lo que acababa de suceder.

—A partir de ahora no habrá problemas —dijo—. Así aprenderán a no confiar el contrato de construcción a alguien que carezca de mi asombrosa habilidad.

Tyler los llevó a la escalera situada en el extremo oeste del pasillo. Ramsey los siguió sin rechistar. Puesto que Tyler conocía mejor que nadie la estructura del lugar, había confiado en él el liderazgo.

Sólo quedaban quince minutos, y todos eran conscientes de la presión, pero no podían arriesgarse a acometer un ataque frontal sobre una posición fortificada de cuyas características apenas disponían de información. Cualquier cosa que revelase el guardia drogado con el suero de la verdad les aportaría datos que justificaran el tiempo empleado en el interrogatorio.

Accedieron con cautela a la escalera, pero no vieron a nadie. Se hallaban a medio camino del siguiente descansillo cuando se abrió la puerta de la tercera planta. Ramsey tenía una línea de tiro clara y efectuó dos breves ráfagas, abatiendo a dos de los guardias antes de que pudieran reaccionar. Los cadáveres impidieron que la puerta se cerrara, y Tyler vio otros dos hombres retirándose por el pasillo.

Llegó corriendo al rellano, disparando a los guardias que se retiraban en dirección a la escalera este. Tal como Tyler quería que hicieran.

Vio a uno de los guardias que se paraba antes de abrir la puerta, como si atendiera las instrucciones que alguien le daba a través del auricular. Pero el otro soldado pasó de largo por su lado y abrió la puerta. El primero quiso impedírselo, pero la puerta ya se había abierto y alcanzó la espoleta de la mina claymore que Tyler había colocado al otro lado.

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