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Authors: Boyd Morrison

Tags: #Intriga, arqueología.

El arca (51 page)

—Tiene que ser el hallazgo arqueológico más increíble de la historia.

—Yo aún diría más: es un milagro.

Capítulo 65

Al cabo de unos minutos, la pila de la luz estroboscópica se había agotado. A excepción de las linternas y la escasa luz que se filtraba por el pasadizo, la cueva estaba sumida en una oscuridad total.

Utilizando el medidor de distancias láser, Tyler confirmó que la cueva del arca tenía las dimensiones descritas en la Biblia: ciento treinta y siete metros de longitud, por veintitrés de anchura y catorce de altura. Tyler, Grant y Dilara se encontraban en el extremo sur de la sala de ciento treinta y siete metros, con la edificación a la izquierda y la pared desnuda a la derecha. La cueva tenía una uniformidad sorprendente, y Tyler supuso a qué se debía. Tal vez una especie de gigantesco conducto de lava. Era una formación inverosímil para esa clase de volcán; algunos la tacharían de milagrosa. Exceptuando la falta de agua, como refugio era excepcional.

El arca en sí era una construcción de tres plantas, como las gradas de un estadio de fútbol, y cada fila se encontraba por encima de la anterior. Las tres plantas cubrían completamente la pared izquierda, que a su vez servía de tope a la estructura, con estancias separadas por paredes interiores. No había puertas o muros que cerraran la parte frontal de cada grada.

Tyler examinó la madera empleada para la construcción del arca. Era madera noble, embreada para impedir la podredumbre. Dio varios golpes secos en la madera en diversos puntos. Tras seis mil años mantenía una increíble solidez. A pesar de las objeciones de Dilara, hundió en la madera el cuchillo de la multiusos Leatherman. No cedió. La construcción debía de ser lo bastante estable para caminar tranquilamente por ella.

Abundaban los adornos y objetos antiguos. Era como si los habitantes se hubiesen ido hacía unos minutos. Ningún indicio señalaba que hubiesen intentado llevarse algún mueble o las piezas de cerámica que alfombraban la caverna.

Cada quince metros, una rampa corría paralela a la estructura y descendía hasta la siguiente planta como la vía de una montaña rusa. En la parte frontal de las dos plantas superiores vieron pasarelas de cinco metros de ancho que recorrían toda la estructura y permitirían a cualquiera caminar por ellas y mirar la planta inferior. El suelo de la caverna servía de paseo para la planta baja.

Las estancias mayores se encontraban en la planta baja, y debido al espacio reservado a los pasillos, las plantas segunda y tercera no disponían de cuartos tan espaciosos. Las habitaciones de la planta baja medían trece metros hasta la pared, nueve en la segunda y casi cinco metros en la tercera. A juzgar por los pocos espacios que Tyler alcanzaba a ver a la luz de la linterna, la anchura oscilaba entre los tres y los quince metros.

Tras un rápido cálculo mental, llegó a la conclusión de que había alrededor de cincuenta estancias que registrar. Podía llevarles días, a menos que acotaran la búsqueda. Tyler se volvió hacia Dilara.

—¿Se te ocurre por dónde podríamos empezar la búsqueda del amuleto? —preguntó.

Ella negó con la cabeza.

—Nadie ha visto jamás algo parecido a esto. Son suposiciones, pero probablemente la primera planta baja se destinó a zona de almacenaje, corrales para los animales y basurero. La segunda planta pudo servir de zona común. Tal vez la planta superior fueran las estancias individuales. Pero no son más que especulaciones. Sugiero que nos separemos.

—De acuerdo. Puesto que por ahora somos los únicos seres humanos aquí, el peligro es mínimo. Pero antes de dar un paso, llevo algo que podría ayudarnos a buscar.

Tyler abrió la cremallera de la mochila y sacó de nuevo el vehículo a control remoto. También encendió un ordenador portátil.

—¿De qué va a servirnos eso? —preguntó Dilara—. Tardaremos más si lo registramos con la cámara.

—La cámara no es más que una de las herramientas que equipa el vehículo —explicó Tyler—. Esta vez vamos a utilizar el sistema de cartografía láser.

—¿Para qué sirve?

—Mientras conduzco el vehículo por control remoto por todas las plantas de la cueva, mide la distancia hasta cada superficie que recorre y devuelve los resultados por láser al ordenador. En tiempo real, el
software
construye un modelo en tres dimensiones de cada estructura que luego puedo enviar a los chips de memoria de esto.

Tyler se sacó el casco para mostrárselo a Dilara. Parecía un casco normal y corriente de minero, con una potente luz frontal en la parte superior. Pero a ambos lados tenía visores articulados que podían ajustarse a la altura del ojo. También disponía de una cámara infrarroja capaz de captar a gran distancia la mancha de calor de un organismo vivo. Puesto que estaban a solas, no era necesaria la luz infrarroja.

—Gordian la desarrolló para los desastres mineros en casos en que la luz escaseara. Hice que me los enviasen desde una obra que dirige nuestra compañía en Grecia.

—¿Quieres decir que este casco me mostrará qué aspecto tiene la cueva?

—Siempre que vuelvas la cabeza, te mostrará una representación gráfica de aquello que estés mirando. Cuando ilumines cualquier cosa con la linterna, verás la imagen visible superpuesta sobre la imagen generada por ordenador. Se comunica con su emisor, el cual le sirve de punto de referencia. —Tyler colocó el pequeño transmisor-receptor al pie de la pared, en un lugar donde no lo pisarían por error.

—¿Cuánto tardaremos en poder utilizarlo? —preguntó Dilara.

—En cuestión de minutos recopilará todos los datos necesarios. El vehículo alcanza los sesenta y cinco kilómetros por hora. Lo único que tengo que hacer es conducirlo recto hasta el extremo, para que el láser y el ordenador hagan el resto. Cuando esté allí, lo llevaré a la segunda planta y haremos lo mismo. Por supuesto, no será capaz de ver nada que esté detrás, pero nos proporcionará una imagen rápida de todo lo que haya aquí.

Tyler dejó el vehículo en el suelo, manipuló la alfombrilla del ratón y, una vez confirmado el inicio del proceso de recopilación de datos, presionó el gatillo. El vehículo salió disparado, iluminándose el camino con su propia luz. Al cabo de unos segundos, no distinguieron más que el tenue punto de luz que lo alumbraba. Tyler se concentró en la pantalla de cristal líquido del control remoto. Diez minutos después, había conducido el vehículo por las tres plantas del arca hasta alcanzar su actual posición.

—Vaya pericia al volante. Estás hecho todo un piloto de carreras —alabó Grant.

—De algo tenía que servirme tanto videojuego. —Tyler pasó los datos a los cascos. Se puso uno, ajustó la lente y miró a su alrededor.

Vio claramente a Dilara y Grant a través de la lente, pero el fondo ya no era negro e informe. A medida que movió la cabeza, el ordenador calculó su posición y la distancia que lo separaba de cada superficie sólida. Entonces, sirviéndose de volúmenes geométricos y distintas texturas, construyó una representación sencilla de todo lo que abarcaba su campo de visión. Las texturas eran distintas según la distancia, para diferenciarlas claramente de la pared.

Dio unos pasos laterales y la vista cambió inmediatamente. Cualquier cosa que no fuese pared, suelo o techo llamaría de inmediato su atención.

—Pruébalo —sugirió a Dilara, ofreciéndole el casco.

Se lo puso y giró el cuello a uno y otro lado, antes de mover la cabeza arriba y abajo.

—¡Es increíble! ¡Lo veo todo con claridad! —Se tambaleó y perdió pie. Tyler la sostuvo del brazo.

—Tardarás unos minutos en acostumbrarte a caminar con el casco puesto —dijo—. Si sientes que todo se tambalea un poco a tu alrededor, procura cerrar los ojos unos segundos.

—De acuerdo.

—Dejaremos aquí nuestro equipo. No tiene sentido cargar con todo. Repartámonos el lugar por plantas. Yo me encargo de la planta baja; Grant, tú de la segunda y, Dilara, tú ocúpate de la tercera.

—Esto atenta contra todo lo que he aprendido o predicado siempre acerca de los hallazgos arqueológicos. Tendríamos que proceder de forma metódica, centímetro a centímetro, sin revolverlo todo como si fuéramos saqueadores de tumbas.

—No hace falta ponerse así. Nadie va a tocar nada, a menos que sea absolutamente necesario. Dejaremos el análisis científico para más tarde. Nuestro objetivo consiste en encontrar el amuleto.

—¿Qué aspecto tendrá? —preguntó Grant—. ¿Es una especie de broche?

—Probablemente, sea una joya —dijo Dilara—. Estará sobre esa especie de atril que vimos en la sala del mapa de Khor Virap. Si encontráis el amuleto, no lo toquéis hasta que yo pueda verlo personalmente. —Sacudió ante Tyler la cámara digital—. Quiero tomar una fotografía para documentarlo antes de retirarlo.

—Ten cuidado dónde pisas —le advirtió Tyler—. El arca parece recia, pero pese a la ausencia de humedad, podría haber partes del suelo que se han podrido. Para asegurarte, pisa bien antes de dar un paso.

A pesar de que los mercenarios montaban guardia fuera, Grant y Tyler conservaron los subfusiles por precaución, pero Dilara optó por prescindir del peso muerto y dejó el suyo junto a las mochilas. En ese punto, la velocidad era más importante que cualquier otra cosa. Si Ulric encontraba el lugar, Tyler prefería estar bien lejos de ahí.

Se separaron tal como Tyler había sugerido. Grant y Dilara subieron por la rampa poco a poco, y al cabo de unos instantes no fueron más que dos luces que parpadeaban en una u otra dirección.

Los recipientes de cerámica, miles de ellos, que oscilaban desde el tamaño de una taza de café hasta el metro y medio de altura, se apilaban a lo largo de la pared de la caverna frente al arca. Había algunos rotos, pero la mayoría estaban intactos. Tyler echó un vistazo a algunos, pero estaban vacíos o contenían restos resecos de comida. Allí no encontrarían el amuleto.

Tyler entró en la primera estancia y repasó rápidamente con la mirada el interior. Más recipientes de cerámica. Nada que llamase la atención. Tenía la sensación de que el amuleto estaría almacenado en un lugar más elevado, a pesar de lo cual hizo un registro minucioso.

Repitió la misma operación en las dos estancias siguientes. Vacías. Supuso que eran zonas de almacenaje. Comida, agua y suministros. Todo lo necesario para poder mantener a una familia y un rebaño de animales durante meses. Más espacio del necesario. Tyler hizo cálculos. Casi seis mil quinientos metros cuadrados de superficie. El equivalente a treinta cinco hogares norteamericanos. El arca tenía un tamaño asombroso. Noé debió de meter ahí dentro cientos de animales para justificar la construcción de algo tan grande.

En la cuarta estancia donde entró Tyler, una valla de madera se extendía a lo largo de la habitación, con una puerta de dos metros de ancho. Era un redil para los animales. Había restos de heno en los rincones. No vio huesos.

Las siguientes cuatro salas también eran rediles para los animales. Tyler estaba casi a medio camino de recorrer toda la planta baja del arca y no había encontrado nada de importancia. Llamó por radio a los demás, que tampoco habían tenido mucha suerte.

Grant y Dilara habían hallado más objetos: cerámica, ropa, herramientas, pero ningún amuleto.

Tyler inspeccionó otro redil, y después llegó a una sala que tenía tres veces la extensión de las que había encontrado hasta ese momento. La sala medía veintisiete metros de ancho, y el techo se sustentaba a intervalos regulares por columnas de piedra. La versión en tres dimensiones mostraba una gran variedad de texturas, lo que suponía que la sala estaba hasta el techo de cosas. Utilizó la linterna para echar un vistazo a su alrededor, arrancando un sinfín de reflejos de todas direcciones.

Era como si hubiese entrado en la cueva de los piratas: adornos de oro, vasijas, estatuas de marfil y objetos con joyas engastadas cubrían el suelo; arcones con ornamentos de bronce, plata y oro; relucientes máscaras de oro con incrustaciones de jade; bustos de marfil cubrían las paredes, y zafiros, rubíes, diamantes y amatistas diseminadas como piedras en el suelo. El tesoro era tan inmenso que a Tyler no le habría sorprendido ver un dragón descansando sobre él.

Por espacio de un minuto, olvidó el motivo de su presencia allí. El efecto del rutilante tesoro resultó hipnotizador. Entonces espabiló al recordar lo que estaba buscando. Si había un amuleto en el arca de Noé, debía de encontrarse en aquella estancia.

Llamó por radio a Dilara y Grant para que bajasen tan rápido como les fuera posible, pero no dio detalles. Tenían que verlo con sus propios ojos.

Capítulo 66

Mientras esperaba a los demás, Tyler caminó entre el tesoro escondido. Las estatuillas y urnas pertenecían a una miríada de estilos y formas diferentes, estaban adornadas con una amplia variedad de joyas, apiladas con descuido, como si las hubieran dejado en el primer hueco que encontraron. Parte del tesoro estaba almacenado en cajas de piedra o cerámica, pero la mayoría estaba esparcida en el suelo.

Grant fue el primero en llegar, y nada más entrar en la sala el asombro lo detuvo en seco, boquiabierto. No dijo una palabra. Fue la primera vez, que Tyler recordara, que algo lo dejaba sin habla.

Dilara entró poco después, pero estaba concentrada en el visor de cristal líquido de la cámara.

—He encontrado un armero asombroso… —Levantó la vista y exclamó—: ¡Dios santo!

—Según parece el rey Midas vivió aquí —dijo Tyler.

—Disfrutaré de un retiro anticipado. —Grant sonrió.

—Por desdicha, el Gobierno turco tal vez tenga algo que objetar al respecto.

—O los armenios —apuntó Dilara mientras observaba, asombrada, la estancia—. ¡No puedo creerlo! ¡Es increíble! En el momento en que se conozca la noticia, se producirá una pugna internacional para dirimir a quién le pertenece esto. Esta sala debe de valer millones.

—¿Y el porcentaje para quien lo encuentra? —preguntó Grant, esperanzado.

—Ya se verá —dijo Tyler—. Lo primero es lo primero. El amuleto tiene que estar aquí, en alguna parte. Ah, y Grant, nada de llevarse recuerdos.

—Aguafiestas.

—Podemos volver más tarde cuando estemos más preparados. Entonces podrás ayudar a Dilara a recoger pieza a pieza. En este momento, lo que quiero es encontrar el amuleto.

—El amuleto poseía una gran importancia. No lo dejarían tirado en cualquier parte —apuntó Dilara—. Veamos qué hay al fondo, en la pared.

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